viernes, 18 de agosto de 2023

"Poner en práctica tus mandamientos": la exigencia cotidiana (Salmo 119.49-56), Pbro. L. Cervantes-Ortiz


20 de agosto, 2023

 

Esto es lo que me ha tocado:

poner en práctica tus mandamientos.

Salmo 119.56, Reina-Valera Contemporánea


La Biblia, pues, nos proporciona una identidad alternativa, una manera alternativa de entendernos a nosotros mismos, un modo alternativo de relacionarnos con el mundo; nos reta a repensarnos y nos invita a unirnos a la peregrinación de aquellos que viven en los despojos de la historia, con empatía, al abrigo de un Dios aliado que también peregrina por la historia. Este modo de entender la vida nos expone al dolor (crucifixiones), pero también a las sorpresas reparadoras del resurgir de la vidas (resurrecciones) que se manifiestan en nuestra cotidianidad.[1]                                                                                    

Walter Brueggemann

 

Trasfondo

La Sagrada Escritura, en su desdoblamiento como revelación escrita de la palabra divina, considera una serie de etapas para su recepción y aplicación práctica. En su figura antigua de Ley, debía ser obedecida y puesta por obra en el marco de las condiciones delineadas por el pacto. Al quebrantarse los mandamientos, había una serie de sanciones que Yahvé ejercía en contra del pueblo, colectivamente, o contra sus representantes. Todo ello desembocó, teológicamente, en la pérdida del territorio, del Estado y del Templo, como consecuencia de la cadena de desobediencias a la ley. Guardar la ley era la consigna. “Cumplan cuidadosamente los mandamientos, testimonios y estatutos que el Señor su Dios les ha ordenado cumplir. Haz lo recto y lo bueno a los ojos del Señor, para que te vaya bien y entres y tomes posesión de la buena tierra que el Señor juró dar a tus padres” (Dt 6.17-18). El sacerdocio, a su vez, responsable de promover la obediencia a la Ley en medio del pueblo, progresivamente se fue corrompiendo y también incurrió en deslealtad hacia el Señor Dios (Éx 24.7; Jos 23.6). El surgimiento de la profecía funcionó como una especie de “auditoría espiritual” marcada por el carisma y la espontaneidad de quienes la ejercieron y se confrontaron con los monarcas, el sacerdocio y el pueblo, por lo que fueron una especie de “terceros en discordia” al señalar las áreas específicas en donde eran evidentes las desobediencias (Miq 6.6-8). A su vez, la literatura sapiencial (propia de los “ancianos” del pueblo, como institución consolidada) fungió como un segundo “órgano interno de control” al agregar la sabiduría popular y el “sentido común” como parte de la revelación especial al paquete de la Ley y los Profetas (Pr 3.1; 29.18). La literatura apocalíptica, por su parte, funcionó como un “juicio irrebatible” ante el cual todo lo acontecido históricamente pasó por el tamiz espiritual de la fe absolutamente basada en la obediencia a la ley divina (Dn 9.5-6, 10-11). En el caso de Jesús de Nazaret, su autoridad moral, teológica y espiritual se erigió como una fuente carismática y profético-apocalíptica para evaluar el grado de obediencia a las instrucciones de la palabra divina.

 

“Tu palabra me infunde nueva vida”: la capacidad renovadora de la ley escrita (vv. 49-52)

La enumeración constante de actitudes y estados de ánimo positivos hacia la ley divina continúa en esta sección: “El clamor de petición (‘acuérdate’, v. 49) marca el tono fundamental. El orante se halla de nuevo en enfrentamientos (v. 51). Puesto que Yahvé, con sus auxiliadores, salvó en otros tiempos a los necesitados, también ahora auxiliará. Esta acción actualizadora y receptora de ‘recordar’ hace las veces del encuentro efectivo con el ‘oráculo de salvación’ dirigido individualmente a una persona”.[2] Las promesas del Señor, ligadas a su Ley, son la razón de la esperanza (49) y es por eso que, en medio de la aflicción, resultan consoladoras, pues como bien subraya el v. 50, “tu palabra me infunde nueva vida”. En la confrontación permanente, ahora con los soberbios, no se aleja de la ley (51). Por eso el consuelo es  es “recordar / que tu justicia es siempre la misma” (52).

 

El Salmo 119 es estructurado así, con sofisticación delicada sobre la vida del espíritu. Por un lado, el salmo entiende que la vida con Yahvéh es una calle de doble sentido. Los que guardan la Toráh tienen derecho a esperar algo de Yahvéh. La obediencia da entrada a buscar la atención de Dios, y el don de Dios. Aunque muy cercano a ello este salmo no regatea. Este es el lenguaje de alguien que tiene acceso no por arrogancia sino por sumisión. El lenguaje no es indebidamente respetuoso y sí no estridente. Es vincular una expectativa legítima entre socios que han aprendido a confiar mutuamente.[3]

 

La obediencia de la ley aparece como la parte fundamental para poder esperar en Dios su benevolencia en toda circunstancia. Ésa y no otra actitud será la que determine que, al trasladar el efecto de la palabra divina a la vida real, ésta se manifestará no sólo como un código legal indiscutible sino como una plataforma vital que garantiza una existencia sana en todos los sentidos.

 

Poner en práctica la palabra: el desafío de la vida diaria (vv. 53-56)

A  cada paso, la práctica de la palabra se muestra como una exigencia que se comprueba a cada paso que se da. Eso hace que el salmista observe con horror cómo hay malvados “que se mantienen alejados de tu ley” (53). De ahí que, al voltear a ver lo efímera que es la vida, los estatutos divinos son música para los oídos del fiel creyente (54). Por eso en la noche piensa en Dios en el sentido de desear sinceramente obedecer la ley (55): ése es el destino de todo creyente verdadero: llevar a la práctica los mandamientos mediante el respeto, el amor, el perdón, la empatía y la humildad. Obedecer la ley, ponerla a funcionar en seno familiar, social y cultural, fue parte del ideal antiguo para establecer y consolidar una sociedad auténticamente alternativa, que marcara una diferencia efectiva con los pueblos y naciones vecinos. El sueño deuteronomista se basaba en la posibilidad viable de constituir un ambiente de paz, igualdad y justicia que pudiera reflejar las bondades del Dios libertador.

 

…uno de los presentes más valiosos que puede hacernos la Biblia es un marco de referencia para la vida. En este marco deberemos tomar aún importantes decisiones acerca del mundo, de la libertad, y la responsabilidad. Pero las Escrituras pueden proporcionarnos recursos e imágenes que nos ayuden a comprender la vida y a aprovecha su riqueza. Porque la Biblia presenta la vida humana ligada a la vitalidad que resulta de formar parte de la historia junto a un aliado que dice cosas nuevas en un mundo más bien fatigado y exhausto. Lo más característico de este enfoque es precisamente que nos hemos aliado con alguien que habla de cosas nuevas, desarma todo lo viejo de nuestra vida y nos insta a acoger la novedad y a orientarnos hacia ella.[4]

 

Ése es el sentido de las frases que surgen desde el Nuevo Testamento y nos conminan a obedecer, vivir y practicar la voluntad divina revelada. Por un lado, ser “hacedores y no solamente oidores de la Palabra” (Stg 1.22) y entender que “no se puede poner vino nuevo en odres viejos porque éstos se romperán” (Mr 2.22), muestras y ejemplos claros de la novedad de vida hacia la que desea conducirnos esa Palabra antigua, pero siempre vigente.

 

Conclusión

No cabe duda de que necesitamos una teología cien por ciento bíblica para movernos por la vida con toda propiedad y seguridad, sin complejos de culpa, pero también sin la necesidad de “defender a Dios” al estar rodeados por la increencia, la blasfemia y la inmoralidad. La cotidianidad es el espacio de mayor exigencia para poner por obra los preceptos divinos y así conseguir plenamente reconciliación, estabilidad, espiritualidad, solidaridad, compasión, justicia y todos los demás valores y virtudes que están a prueba permanentemente. La cercanía de los hechos diarios reclama una actitud continua y transparente de actuar.



[1] W. Brueggemann, La Biblia, fuente de sentido. Barcelona, Claret, 2007, p. 20.

[2] Hans-Joachim Kraus, Los Salmos. II. 60-150. Salamanca, Ediciones Sígueme, p. .

[3] W. Brueggemann, El mensaje de los Salmos. México, Universidad Iberoamericana, 1998, p. 57. Énfasis agregado.

[4] W. Brueggemann, La Biblia, fuente…, p. 14.


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