13 de agosto, 2023
Tus mandamientos son mi alegría,
porque los amo profundamente.
Salmo 119.47, Reina-Valera Contemporánea
Trasfondo
Hablar de la belleza de la Palabra divina
no es un mero lugar común para resaltar también ese aspecto de su grandeza
verbal, lingüística, moral y espiritual. Es una auténtica postura que se basa
también en Hebreos 1.1: “Dios ha hablado muchas veces…” y ha hablado muy bien,
con hermosura, con elegancia y con muchos elementos literarios y poéticos.
Cuando vamos en busca del mensaje divino en los diferentes libros bíblicos, no
deberíamos dejar de lado la belleza literaria y artística con que Dios ha
hablado y con que buena parte de los escritores sagrados se expresaron para
hacer comprensible la voluntad del Señor en los diversos ámbitos sociales y
culturales. Uno de los grandes dilemas de los lectores/as de la traducción
Reina-Valera es la casi imposibilidad de separarse de ella por causa de la forma
en que se ha establecido en la memoria, pues es casi imposible separarse de los
grandes pasajes firmemente anclados en el lenguaje al que nos ha introducido
esa Biblia. ¿Alguien se imagina diciendo de otra manera: “Jehová es mi pastor,
nada me faltará. / En lugares de delicados pastos me hará descansar;”, por más
que las nuevas versiones facilitan la comprensión de pasajes como ése: “El Señor
es mi pastor; / tengo todo lo que necesito. / En verdes prados me deja
descansar; / me conduce junto a arroyos tranquilos” (NTV). O el otro clásico
reinavaleriano: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el
Verbo era Dios.”, comparado con En el principio la Palabra ya existía. / La
Palabra estaba con Dios, / y la Palabra era Dios” (NTV). Y así podríamos seguir
interminablemente. ¿Qué queremos decir cuando afirmamos el valor estético de la
Palabra divina?
Ese anhelo de
simplicidad y claridad pedagógicas, asombroso en tiempos cuando la iglesia
oficial pretendía mantener a cualquier costo el latín, tanto en la enseñanza
como en la liturgia, otorgó a la prosa de Reina la cristalina belleza y la musicalidad del idioma hablado, o
sea, de la lengua viva que se renueva constantemente en los labios de la gente
sencilla. Al mismo tiempo, ello hizo que esta Biblia pasara a formar parte de
las obras clásicas del “Siglo de Oro” de la literatura española, un periodo que
en pureza de verdad transcurre entre la segunda mitad del siglo XVI y la
primera mitad del siglo XVII. Tras el auge literario renacentista de inicios
del siglo, la traducción de Reina prácticamente inaugura el ciclo literario que
culminaría con la obra de Cervantes, Lope de Vega, Quevedo y Góngora.[1]
“Yo cumpliré siempre tu ley”: el desafío de la palabra bien dicha (vv. 41-44)
Puede decirse que el Salmo 119 produce el
efecto deseado por acumulación, un verdadero bombardeo de términos sinónimos en
relación con la Ley. “Con más claridad aún que en los v. 22s.33ss, se describe
en los v.41-48 la viva confrontación del creyente con los poderes hostiles. ‘Palabra’
en el v. 41 es la palabra salvífica de Yahvé que promete salvación. El plural ‘juicios’
nos recuerda al Deuteroisaías (55.3). Evidentemente, la actitud hostil continúa
aun después de la promesa salvadora pronunciada por Yahvé. Pero el perseguido
espera en los juicios”.[2] El contexto personal que se percibe va
orillando al salmista a tomar partido cada vez por la omnipresencia de la
palabra divina en sus acciones y pensamientos para transformar el ambiente que
lo rodea: “De la estrechez y opresión causadas por la actitud hostil hacia su
persona, el perseguido es llevado —por la obediencia a la palabra y a las
enseñanzas de Yahvé— a los lugares dilatados y amplios de la libertad”.[3]
En
esta sección presidida por la letra Vau, el salmista ruega, en primer lugar,
por la venida de la misericordia a su vida por causa del propio dicho del Señor
(v. 41) y anuncia que responderá “a quien me avergüenza” porque ha confiado en
la palabra divina (42). La siguiente petición implica directamente a la Ley:
“No quites de mi boca en ningún tiempo la palabra de verdad, / porque en tus
juicios espero” (43). Y la promesa personal que sigue es todo un programa de
vida: “Guardaré tu ley siempre, / para siempre y eternamente (44)”.
La alegría que produce la Palabra:
estar conscientes de la belleza de los textos (vv. 45-48)
Los maestros de este salmo no están preocupados o seducidos
por el legalismo. No consideran que los mandamientos sean restrictivos o
pesados. Más bien son personas que han decidido algunos básicos compromisos de
vida. Saben a quién les compete, y responderán. Por tanto, saben quiénes son y
han establecido, en buena parte, la postura moral hacia la vida, que asumirán. Hay
un enfoque de la vida, una ausencia de frenético dilema moral. Un sentido de
prioridades acompañado de ausencia de ansiedad. En un mundo bien ordenado, tal
decisión puede salvarnos de un desgastante e interminable reiventar la decisión
moral. Debido a que el mundo se mantiene unido la forma de obediencia es segura,
y el resultado no es la opacidad o la amargura sino la libertad.[4]
Aparece
aquí el tema de la libertad, de acción y de pensamiento, como resultado de
buscar los mandamientos divinos (45). Esa libertad es consecuencia de una sana
relación con la Ley divina, con la que la familiaridad permite apropiarse de un
bagaje de vida suficiente para no tener ni malos pensamientos ni un sentido moral
de culpa, el cual surgiría si se distorsionaba esa relación. Así, podríamos decir
que esta libertad enseñada por el Salmo bien podría contrastarse con las
afirmaciones paulinas sobre el uso de la Ley antigua que pone en entredicho la
conciencia moral humana. Ese lugar ancho del v. 45 “es, por su origen, un concepto
característico del ‘sentimiento existencial de los nómadas’ (cf. Gn 26.22; Sal
4.2). En el v. 46 crece la valentía para hacer una libre confesión ante los
poderes políticos (cf. Ro 1.16). Se recoge un motivo de los ‘cánticos del rey’.
El v. 48 muestra al orante haciendo el gesto de alzar sus manos. Sumido en la oración,
medita acerca de los ‘estatutos’ de Yahvé”.[5]
Pero es quizá en el v. 47 adonde se
retoma el motivo de la belleza de la palabra, de la Ley divina, aparece con
mayor intensidad: “Tus mandamientos son mi alegría, / porque los amo
profundamente”, precisamente debido a sus características formales y
espirituales. En cuanto a su forma literaria y expresiva es posible referirse a
ella mediante múltiples ejemplos, como el libro de Job y el de Cantares, los cuales
en medio de circunstancias muy diferentes asumen el lenguaje sagrado de una
manera dramática, en el primer caso, y erótica en el segundo. Algo similar se
puede decir sobre los Evangelios y las Cartas apostólicas. Y la inmensa
variedad de registros existenciales, religiosos y teológicos que se encuentran
en la Biblia dan fe de su riqueza estética lado a lado con su calidad derivada
de su carácter de palabra sagrada.
Conclusión
Si
la palabra divina es el testimonio escrito de la voluntad del Señor para hacerse
presente en medio de la humanidad, es preciso valorar y disfrutar todos los
elementos que la constituyen pues incluso en las traducciones disponibles es
posible percibir las dimensiones de su capacidad estética para que, a través de
una expresividad de alto nivel, llegue hasta nosotros la apelación divina. Como
lectores y practicantes posibles de la Ley divina nos sumamos a esa gran cadena
humana que se ha visto beneficiada con las aportaciones del texto sagrado en
busca de la comprensión y experimentación de la voluntad de Dios, quien habló,
habla y sigue hablando de la mejor manera para que pongamos por obra sus designios
en todas las áreas de nuestra vida.
[1] Omar Díaz de Arce, “Belleza literaria de la Biblia Reina-Valera”, en https://vivelabiblia.com/belleza-literaria-de-la-biblia-reina-valera/
[2] Hans-Joachim
Kraus, Los Salmos. II. 60-150. Salamanca, Ediciones Sígueme, p. .
[3] Ídem.
[4] W.
Brueggemann, El mensaje de los Salmos. México,
Universidad Iberoamericana, 1998, p. 392. Énfasis agregado.
[5] H.-J.
Kraus, op. cit., p. .
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