sábado, 9 de septiembre de 2023

El Señor llama y envía al libertador (Éxodo 3.1-14), Pbro. L. Cervantes-Ortiz


Marc Chagall (1887-1985), Moisés y la zarza ardiente (1966) 

10 de septiembre, 2023

El clamor de los hijos de Israel ha llegado a mi presencia, y he visto además la opresión con que los egipcios los oprimen. Por lo tanto, ven ahora, que voy a enviarte al faraón para que saques de Egipto a mi pueblo, a los hijos de Israel”.                           

Éxodo 3.9-10

El acontecer del Éxodo. con el que se identificaba en Israel toda una nueva generación, permite hablar de Dios y de libertad sin tener, por así decirlo, que tragar una palabra al tomar aliento para pronunciar la otra; ni que definir al uno con la negación de la otra. De esta coincidencia entre “Dios” y “Libertad” es de donde, en las guerras bíblicas y en los grandes profetas, brota la nueva idea del Dios “que nos precede”, del Dios que va a la cabeza de la marcha que, desde la esclavitud v la servidumbre. nos lleva a la libertad omnímoda.[1]                                                                                                                    

Jürgen Moltmann 

Trasfondo

El famoso pasaje del llamado de Moisés para encabezar la liberación del pueblo de Israel en Egipto es uno de los más ricos y llenos de significado. Moisés se encontraba errante y vivía en una tierra extraña, ya con una familia y dedicado a las labores cotidianas. De entre los animales que cuidaba en el desierto, el Señor lo llamó para dirigir la gesta mediante la cual el pueblo recuperaría su libertad y saldría a adorarlo en el desierto. Al mismo tiempo, Dios revelaría su nombre dinámico para que el pueblo lo fuera reconociendo a medida de que avanzara el proceso de independencia a través de las grandes manifestaciones (plagas) que someterían el orgullo y la soberbia del faraón.

 

Esta unidad narra el momento en que Dios se revela por primera vez ante Moisés y se inicia una relación que lo acompañará toda la vida. Dios lo llama a una misión y Moisés interpone cinco objeciones, las cuales son contrarrestadas por otras tantas respuestas de Dios. Al comienzo Moisés no entiende por qué lo ha elegido a él (“¿Quién soy yo...?”, v. 11), pero luego busca excusas dentro de un estilo que evoca los relatos de vocación de los profetas. En ellos se produce un diálogo entre Dios, que propone una misión, y el profeta, que busca excusas para rechazarla. Finalmente, el profeta acepta la misión y se dedica a ella. En el caso de Moisés este modelo ha sido expandido hasta incluir cinco objeciones, lo que constituye una extensión única en el AT y ha llevado a pensar que su figura estaría vinculada a otro oficio de la antigüedad, que podríamos denominar el “proclamador de la ley” o el “mediador de la alianza”. Así se legitimaría la función de Moisés tanto de profeta como de dador de la ley.[2]

 

“He visto la aflicción de mi pueblo” (vv. 1-10)

De noble fugitivo, Moisés pasa, en el relato del cap. 3, a ser un pastor de ganado haciendo su trabajo que no es necesariamente para beneficio propio (v. 1), con lo que pudo entender mejor las condiciones del pueblo hebrero. Lo que está en el horizonte del relato es su primer encuentro con el Dios de ese pueblo, para lo cual debería ser más sensible al dolor experimentado por éste. Poco a poco podría comprender por qué estaba ahí y cuál sería el plan divino concreto, pues hasta ese momento la voz de Dios no había sido tan clara para él. A partir de esta escena, Dios toma el control de lo sucedido y va a dar instrucciones y a ordenar lo que debería hacerse para sacar de la esclavitud a los israelitas. El Señor se hizo presente en el monte Horeb (“monte de Dios”), en la figura del Ángel de Jehová (v. 2), en un arbusto que se quemaba, pero no se consumía, con lo que la manifestación divina se asoció al fuego, por causa de la extrañeza que ocasionaba. El encuentro con lo sagrado tiene todo el contexto de separación entre éste y lo profano, al momento de que Moisés recibe la orden de quitarse las sandalias luego de escuchar la voz que lo llamó por su nombre (vv. 4-5). Inmediatamente Dios se presenta como la divinidad relacionada con los patriarcas antiguos (6), ante lo cual Moisés cubre su rostro “porque tuvo miedo de mirar a Dios” (6b).

En los vv. 7-10 se expone el plan divino a partir de los antecedentes anunciados al final del capítulo anterior: a) habiendo visto la aflicción del pueblo y b) oído su clamor, el Señor c) ha conocido sus angustias y d) ha descendido para librarlos de los egipcios. “Este ‘clamor’ es la palabra del oprimido que brota de su situación y no debe entenderse como un mero canto triste y pasivo, sino como una palabra activa que al expresarse manifiesta que está en busca de un camino de liberación”.[3] Lo que sigue es: e) sacarlos y llevarlos a una tierra buena y ancha, ya ocupada, aunque aún sin la idea de una conquista territorial. El v. 9 recapitula la respuesta divina ante la situación, y en el 10 se hace explícita la orden para ir ante el faraón y sacar al pueblo de Egipto. Esta sección conecta con lo narrado anteriormente y anuncia los pasos a seguir para alcanzar la libertad del pueblo.

 

“Ve, pues yo estaré contigo” (vv. 11-14)

El problema apareció cuando Moisés le planteó a Dios la duda acerca de su futuro papel como dirigente del proceso de liberación: “¿Quién soy yo para hacer todo eso?” (11). La construcción de un liderazgo de esas dimensiones debía ser parte de un plan mucho más amplio, lleno de estrategias para realizarlo y él no se veía al frente del mismo. El otro aspecto del problema era la identidad del Dios que llamaba a encabezar el movimiento (13b). “Para Moisés debe ser todo muy extraño: un Dios que él apenas conoce, que hasta ese momento no ha sido significativo en su vida y hasta se podría decir bastante ausente, de repente lo llama y le pide que vuelva a la tierra de donde había salido como fugitivo. Su pregunta es normal y sincera (‘¿Quién soy yo...?’), que debe entenderse como: ‘¿Con qué autoridad iré al faraón...?’. La respuesta consiste en dos partes: una afirmación y un signo. La afirmación es que la autoridad le vendrá de la compañía de Dios en todo momento. El signo apunta a las consecuencias de la aceptación de la misión a la que lo llama”.[4] Después de todo, según el hilo de la historia, Moisés había sido apartado desde su nacimiento.

Lo más profundo del relato es la pregunta sobre la naturaleza del Dios que llama a este hombre para dirigir el movimiento de salida: Moisés quiere conocerlo para hacerlo palpable y creíble ante el pueblo que preguntará por él. La pregunta es directa sobre su nombre y la clásica traducción de la respuesta (“Yo soy el que soy”) plantea otras posibilidades que van más allá de ella: “Seré el que seré” o “Soy el que seré” como revelación dinámica y activa en todos los sucesos que estaban por venir, sin descartar que se trata de una forma de eludir la respuesta a la pregunta. Una lectura “militante” debe asumir el carácter dinámico del nombre del Dios libertador como consigna para los hechos que estaban por acontecer: “Yo soy el que estoy...” (“el que acompaña, el que no te abandona”) y “el que está me envió a vosotros”, tal como propone Pablo Andiñach.[5] El v. 15 lo clarifica suficientemente: “Así dirás a los hijos de Israel: Yahvé, el Dios de vuestros padres…”. El nombre mismo de Dios es una afirmación del compromiso de Dios de estar con el pueblo en todo momento.

 

Conclusión

Con el llamado y el encargo de Moisés, el proyecto divino de liberación estaba en marcha y él debía seguir al pie de la letra las instrucciones recibidas (3.15-4.17) con las señales que estarían de por medio. El envío del dirigente humano fue una decisión fundamental para echar a andar un proceso que abarcaría todas las áreas de la libertad, como lo diríamos hoy: libertad espiritual, moral, psicológica y cultural, desde lo individual hasta abarcar todos los aspectos colectivos. En nuestro caso, debemos explorar todas ellas para advertir sus alcances, limitaciones y posibilidades.



[1] P.R. Andiñach, El libro del Éxodo. Salamanca, Ediciones Sígueme, 2006 (Biblioteca de estudios bíblicos, 119), p. 64.

[2] Ibid., pp. 123-124.

[3] Ibid., p. 72.

[4] Ibid., pp. 76-77.

[5] Ibid., p. 84.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Pacto y promesa: la Reforma Protestante ante la fe de Job (Job 12.1-16), Pbro. L. Cervantes-Ortiz

6 de octubre, 2024   Antes, cuando yo llamaba a Dios, él siempre me respondía; en cambio, ahora, hasta mis amigos se burlan de mí; no soy cu...