10 de septiembre, 2023
El clamor de los hijos de Israel ha llegado a mi presencia, y he visto además la opresión con que los egipcios los oprimen. Por lo tanto, ven ahora, que voy a enviarte al faraón para que saques de Egipto a mi pueblo, a los hijos de Israel”.
Éxodo 3.9-10
El acontecer del Éxodo. con el que se identificaba en Israel toda una nueva generación, permite hablar de Dios y de libertad sin tener, por así decirlo, que tragar una palabra al tomar aliento para pronunciar la otra; ni que definir al uno con la negación de la otra. De esta coincidencia entre “Dios” y “Libertad” es de donde, en las guerras bíblicas y en los grandes profetas, brota la nueva idea del Dios “que nos precede”, del Dios que va a la cabeza de la marcha que, desde la esclavitud v la servidumbre. nos lleva a la libertad omnímoda.[1]
Jürgen Moltmann
Trasfondo
El
famoso pasaje del llamado de Moisés para encabezar la liberación del pueblo de
Israel en Egipto es uno de los más ricos y llenos de significado. Moisés se
encontraba errante y vivía en una tierra extraña, ya con una familia y dedicado
a las labores cotidianas. De entre los animales que cuidaba en el desierto, el
Señor lo llamó para dirigir la gesta mediante la cual el pueblo recuperaría su
libertad y saldría a adorarlo en el desierto. Al mismo tiempo, Dios revelaría
su nombre dinámico para que el pueblo lo fuera reconociendo a medida de que
avanzara el proceso de independencia a través de las grandes manifestaciones
(plagas) que someterían el orgullo y la soberbia del faraón.
Esta
unidad narra el momento en que Dios se revela por primera vez ante Moisés y se
inicia una relación que lo acompañará toda la vida. Dios lo llama a una misión
y Moisés interpone cinco objeciones, las cuales son contrarrestadas por otras
tantas respuestas de Dios. Al comienzo Moisés no entiende por qué lo ha elegido
a él (“¿Quién soy yo...?”, v. 11), pero luego busca excusas dentro de un estilo
que evoca los relatos de vocación de los profetas. En ellos se produce un
diálogo entre Dios, que propone una misión, y el profeta, que busca excusas
para rechazarla. Finalmente, el profeta acepta la misión y se dedica a ella. En
el caso de Moisés este modelo ha sido expandido hasta incluir cinco objeciones,
lo que constituye una extensión única en el AT y ha llevado a pensar que su
figura estaría vinculada a otro oficio de la antigüedad, que podríamos
denominar el “proclamador de la ley” o el “mediador de la alianza”. Así se
legitimaría la función de Moisés tanto de profeta como de dador de la ley.[2]
“He visto la aflicción de mi pueblo” (vv. 1-10)
De
noble fugitivo, Moisés pasa, en el relato del cap. 3, a ser un pastor de ganado
haciendo su trabajo que no es necesariamente para beneficio propio (v. 1), con
lo que pudo entender mejor las condiciones del pueblo hebrero. Lo que está en
el horizonte del relato es su primer encuentro con el Dios de ese pueblo, para
lo cual debería ser más sensible al dolor experimentado por éste. Poco a poco
podría comprender por qué estaba ahí y cuál sería el plan divino concreto, pues
hasta ese momento la voz de Dios no había sido tan clara para él. A partir de
esta escena, Dios toma el control de lo sucedido y va a dar instrucciones y a
ordenar lo que debería hacerse para sacar de la esclavitud a los israelitas. El
Señor se hizo presente en el monte Horeb (“monte de Dios”), en la figura del
Ángel de Jehová (v. 2), en un arbusto que se quemaba, pero no se consumía, con
lo que la manifestación divina se asoció al fuego, por causa de la extrañeza
que ocasionaba. El encuentro con lo sagrado tiene todo el contexto de
separación entre éste y lo profano, al momento de que Moisés recibe la orden de
quitarse las sandalias luego de escuchar la voz que lo llamó por su nombre (vv.
4-5). Inmediatamente Dios se presenta como la divinidad relacionada con los
patriarcas antiguos (6), ante lo cual Moisés cubre su rostro “porque tuvo miedo
de mirar a Dios” (6b).
En
los vv. 7-10 se expone el plan divino a partir de los antecedentes anunciados
al final del capítulo anterior: a) habiendo visto la aflicción del
pueblo y b) oído su clamor, el Señor c) ha conocido sus angustias
y d) ha descendido para librarlos de los egipcios. “Este ‘clamor’ es la
palabra del oprimido que brota de su situación y no debe entenderse como un
mero canto triste y pasivo, sino como una palabra activa que al expresarse
manifiesta que está en busca de un camino de liberación”.[3] Lo
que sigue es: e) sacarlos y llevarlos a una tierra buena y ancha, ya
ocupada, aunque aún sin la idea de una conquista territorial. El v. 9
recapitula la respuesta divina ante la situación, y en el 10 se hace explícita
la orden para ir ante el faraón y sacar al pueblo de Egipto. Esta sección
conecta con lo narrado anteriormente y anuncia los pasos a seguir para alcanzar
la libertad del pueblo.
“Ve, pues yo estaré contigo” (vv. 11-14)
El
problema apareció cuando Moisés le planteó a Dios la duda acerca de su futuro
papel como dirigente del proceso de liberación: “¿Quién soy yo para hacer todo
eso?” (11). La construcción de un liderazgo de esas dimensiones debía ser parte
de un plan mucho más amplio, lleno de estrategias para realizarlo y él no se
veía al frente del mismo. El otro aspecto del problema era la identidad del
Dios que llamaba a encabezar el movimiento (13b). “Para Moisés debe ser todo
muy extraño: un Dios que él apenas conoce, que hasta ese momento no ha sido
significativo en su vida y hasta se podría decir bastante ausente, de repente
lo llama y le pide que vuelva a la tierra de donde había salido como fugitivo.
Su pregunta es normal y sincera (‘¿Quién soy yo...?’), que debe entenderse
como: ‘¿Con qué autoridad iré al faraón...?’. La respuesta consiste en dos
partes: una afirmación y un signo. La afirmación es que la autoridad le vendrá
de la compañía de Dios en todo momento. El signo apunta a las consecuencias de
la aceptación de la misión a la que lo llama”.[4] Después
de todo, según el hilo de la historia, Moisés había sido apartado desde su
nacimiento.
Lo
más profundo del relato es la pregunta sobre la naturaleza del Dios que llama a
este hombre para dirigir el movimiento de salida: Moisés quiere conocerlo para
hacerlo palpable y creíble ante el pueblo que preguntará por él. La pregunta es
directa sobre su nombre y la clásica traducción de la respuesta (“Yo soy el que
soy”) plantea otras posibilidades que van más allá de ella: “Seré el que seré”
o “Soy el que seré” como revelación dinámica y activa en todos los sucesos que
estaban por venir, sin descartar que se trata de una forma de eludir la
respuesta a la pregunta. Una lectura “militante” debe asumir el carácter
dinámico del nombre del Dios libertador como consigna para los hechos que
estaban por acontecer: “Yo soy el que estoy...” (“el que acompaña, el que no te
abandona”) y “el que está me envió a vosotros”, tal como propone Pablo
Andiñach.[5] El
v. 15 lo clarifica suficientemente: “Así dirás a los hijos de Israel: Yahvé, el
Dios de vuestros padres…”. El nombre mismo de Dios es una afirmación del
compromiso de Dios de estar con el pueblo en todo momento.
Conclusión
Con
el llamado y el encargo de Moisés, el proyecto divino de liberación estaba en
marcha y él debía seguir al pie de la letra las instrucciones recibidas
(3.15-4.17) con las señales que estarían de por medio. El envío del dirigente
humano fue una decisión fundamental para echar a andar un proceso que abarcaría
todas las áreas de la libertad, como lo diríamos hoy: libertad espiritual,
moral, psicológica y cultural, desde lo individual hasta abarcar todos los
aspectos colectivos. En nuestro caso, debemos explorar todas ellas para
advertir sus alcances, limitaciones y posibilidades.
[1] P.R. Andiñach, El
libro del Éxodo. Salamanca, Ediciones Sígueme, 2006 (Biblioteca de estudios
bíblicos, 119), p. 64.
[2] Ibid., pp.
123-124.
[3] Ibid., p. 72.
[4] Ibid., pp. 76-77.
[5] Ibid., p. 84.
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