sábado, 16 de marzo de 2024

"Que Cristo habite en los corazones" (Efesios 3.14-21), Pbro. L. Cervantes-Ortiz

17 de marzo, 2024

También le pido a Dios que Jesucristo viva en sus corazones, gracias a la confianza que tienen en él, y que ustedes se mantengan firmes en su amor por Dios y por los demás.

Efesios 3.17, Traducción en Lenguaje Actual 

Trasfondo

Como conclusión de Efesios 3, San Pablo afirma su deseo de que la presencia real del Señor Jesucristo en medio de la comunidad sea algo efectivo. En este caso, el gran anuncio forma parte de un instante espiritual en el que el apóstol se presenta a sí mismo en medio de una acción rogativa delante de Dios. En ella, solicita tres cosas muy específicas:

 

a) Que Dios los haga cristianos fuertes de ánimo (16)

b) Que Jesucristo viva en sus corazones (17a) y

c) Que se mantengan firmes en su amor por Dios y por los demás (17b)

 

La introducción a la petición es extremadamente solemne y no exenta hasta de un juego de palabras (Padre-Patria: “familia”, “paternidad”): “Por eso yo me arrodillo delante del Padre de nuestro Señor Jesucristo, de quien recibe su nombre toda familia en los cielos y en la tierra, para que por su Espíritu, y conforme a las riquezas de su gloria…” (14-16a). La visión cósmica del apóstol preside todo lo que dice a sus destinatarios y ésta no es la excepción, pues su lenguaje suntuoso, incluso para mostrar el contenido de su oración, invita a ampliar la comprensión de quién es Dios en Cristo. 

Que Cristo habite en los corazones (vv. 14-17)

La primera petición consiste en que “mediante el Espíritu y conforme a las riquezas de su gloria”, los efesios sean “fortalecidos interiormente con poder” (16b). “El apóstol ora a Dios para que haga poderosos a los cristianos, literalmente: para que ‘lleguen a ser poderosos en poder’”.[1] Esa fortaleza solicitada tiene que ver con “el hombre interior por su Espíritu” (16c), esto es, que la obra renovadora, la nueva humanidad, crezca en el interior de cada persona redimida. Para el apóstol, era preciso que “Dios, por la plenitud de su poder y su esplendor, haga que el hombre interior, el hombre de corazón, engendrado en el bautismo, se robustezca por medio del Espíritu de tal manera que, en la fe, abra su corazón a Cristo, que quiere tener en él su morada. […] Este hombre interior, que somos nosotros en Cristo, se robustece en aquellos que están en agápe erridsómenoi kai tethemeliómenoi [“en amor, arraigados y cimentados”, v. 17b]. La fe y el amor forman aquí también un conjunto”.[2]

A este ser humano quien lo hace poderoso es el Espíritu, el Pneuma, que es quien conserva y renueva sin cesar a los fieles al interior de la comunidad de fe. Aquí, en Efesios, se dice de qué manera llega Cristo a habitar en nosotros mediante la fe:

 

La fe hace que nuestro corazón sea morada de Cristo. […] el pneuma theou [Espíritu de Dios] fortalece al hombre interior […] En la fe se abre el hombre al Espíritu de Dios. Por medio del Espíritu se enciende la fe. […] El eso anthropos [‘hombre interior’] se robustece con la habitación de Cristo, y Cristo viene a habitar con el hombre interior que hay en nosotros y que va fortaleciéndose. La habitación de Cristo no es (sólo) un fenómeno psicológico, sino primordialmente un fenómeno existencial […] El hombre interior […] es el hombre de corazón, es decir, su dimensión es la del corazón.[3] 

“Conocer el amor de Dios que excede a todo conocimiento” (vv. 18-21)

La fortaleza solicitada en la oración del apóstol tiene como objetivo central obtener la capacidad de “comprender con todos los santos […] la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento” (vv. 18-19a). “Con esta fórmula se designa el universo o también el cosmos de los astros, cuya contemplación proporciona al ouranobaton [el ámbito de los cielos] el conocimiento de Dios”. Es un conocimiento que debe ser compartido con los demás, que hay que compartir con “los santos”, pues no es un conocimiento que deba permanecer en secreto ni encerrado. Todos quienes comparten ese conocimiento han de llegar a la unidad de la fe y de ese conocimiento a fin de alcanzar la “plenitud de Dios” (19b). El verbo “comprender” (katalabésthai), en este contexto, proviene del estoicismo y significa un conocimiento claro y preciso.[4] Conocer, para Pablo, es “un descubrimiento interior existencial, una ‘experiencia’ entendida en sentido existencial, no psicológico”. En Col 2.2 (“…hasta alcanzar todas las riquezas de pleno entendimiento, a fin de conocer el misterio de Dios el Padre, y de Cristo”) se aprecia más claramente ese matiz porque allí se describe el conducir a la epignosis del misterio de Dios o de Cristo como introducción “a toda riqueza de la plena seguridad del entendimiento”. Esta última realidad “presupone el consuelo del corazón y que se está firmemente arraigado en el amor. […] Es la plenitud del entendimiento que se adquiere con la revelación de lo que se intuye en el camino de la renovación del acto existencial”.[5]

Los vv. 20-21 son una doxología con la que cierra esta sección, la primera parte de toda la espístola, es una exclamación litúrgica y está en relación con otras doxologías paulinas (Gál 1.5; Rom 9.5; 11.33s, Fil 4.20; I Tim 1.17). Tal aclamación sirve para “coronar” una lectura. Lo que se acentúa profundamente es el incomparable poder de Dios. Se afirma, asimismo, que ese poder consiste en que Dios responde “mucho más abundantemente de lo que podemos entender” (v. 20b). 

Conclusión

Efesios 3 es un bloque textual en el que Pablo avizora ampliamente la forma en que el amor de Dios se manifiesta y se desdobla en la existencia de la iglesia como parte del gran proyecto divino. La magnificencia de este proyecto lleva a presentarte a la comunidad de fe las enormes dimensiones de ese proyecto para que, desde la existencia histórica concreta, ella consiga sumarse a las consecuencias derivadas de la acción de Dios en Cristo. Es Él quien está creando una nueva humanidad en el mundo y la iglesia es una muestra de que se está realizando. Al compartir esta gran realidad como algo efectivo que rebasa la comprensión humana, la iglesia vive como un espacio adonde el amor de Dios se hace presente en medio de las contradicciones de la existencia histórica.



[1] Heinrich Schlier, La carta a los efesios. Salamanca, Ediciones Sígueme 1991, p. 221.

[2] Ibid., p. 222.

[3] Ídem. Énfasis agregado.

[4] Ibid., p. 224.

[5] Ibid., p. 225.

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