sábado, 27 de abril de 2024

Crecer en la verdad en comunidad en la ética del Espíritu (Efesios 4.14-32), Pbro. L. Cervantes-Ortiz

28 de abril, 2024

…sino para que profesemos la verdad en amor y crezcamos [αξήσωμεν] en todo en Cristo, que es la cabeza, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento [αξησιν] para ir edificándose en amor.

Efesios 4.15, Reina Valera Contemporánea

Trasfondo

El remate del cuarto capítulo de Efesios centra su énfasis en la necesidad del crecimiento, un concepto que en épocas recientes es asumido mayoritariamente de manera cuantitativa, pero que debe ser visto como una realidad integral, abarcadora y totalizante. El crecimiento alude a la madurez, a la superación de una visión infantilista de la fe, menor, reducida. Ése es el verbo que domina toda la sección: “Una de las metas principales del uso de los dones en la iglesia es el crecimiento y la edificación de sus miembros, lo cual implica el ponerlos juntos, reconciliarlos y hacerlos crecer en armonía. No sólo es el aspecto individual del crecimiento de cada persona; es el crecimiento del cuerpo que implica un trabajo serio de poner juntos a sus miembros”.[1] 

Crecer en todo en Cristo y vivir de manera renovada (Ef 4.14-16)

La manera principal por la que dicho crecimiento se ha de dar es al vivir la verdad. Se trata de una actitud interna o virtud personal (“siendo verdadero, genuino, auténtico, leal”) hasta acciones que reflejen un continuo compromiso con la verdad (“hablar, mantener, hacer, ser fiel a, seguir, vivir en conformidad con la verdad”). Todos estos aspectos deben ser considerados al momento de superar las etapas iniciales de la fe (v. 14). Al concentrarse en la verdad (15a), la fe avanza y experimenta un crecimiento comprobable. A la luz del contexto de la carta, la expresión indica “el ser verdadero, genuino o íntegro y también el vivir continuamente de acuerdo con la verdad que Dios ha comunicado con su Palabra (1.13-14); vivir de acuerdo con la visión dada por Dios y no de acuerdo con la propaganda imperial o la del mercado”.[2] Vivir la verdad es una clara indicación del sentido comunitario y relacional que el término verdad conlleva. Así como Dios es fiel a su pacto y promesas de una relación constante y leal con su pueblo (sentido amplio de emeth), así se demanda del pueblo de Dios que encarne y se revista de esa verdad o fidelidad en sus relaciones dentro de la nueva humanidad que Dios ha creado. Sólo así podrá edificarse y crecer la iglesia adecuadamente, en todas direcciones.

 

Vivir la verdad en amor no es ningún ejercicio abstracto, sino una experiencia personal, práctica y completa. No existe ningún otro fundamento para una vida saludable. Como humanos preferimos vivir en lo ilusorio, escondernos de nosotros mismos y creer que estamos mejor (o peor) de lo que estamos. Nos mentimos a nosotros mismos, el uno al otro, y a Dios. […] Pero tarde o temprano, lo que hay de ilusorio en nuestras vidas se desmorona, y llega el sufrimiento, que no sólo nos afecta a nosotros sino también a quienes nos rodean. Hemos de hablar la verdad con Dios —aunque ello implique expresar nuestras dudas y temores— y también con nosotros mismos y con los demás, y hemos de vivir la verdad.[3] 

Si a esto se la frase en/con amor, que califica este estilo de vida, se descubre que “vivir la verdad tiene un marcado carácter ético, ya que se da en el ámbito (sentido locativo) del amor (cf. 3.17). La práctica de la verdad debe estar permeada por el amor. Ambos deben ir juntos. […] En esa dirección debemos crecer, para ser como Jesús”.[4]

Vivir con la ética del Espíritu (Ef 4.17-24)

Vivir a la altura de nuestro llamado y mantener la unidad lograda por Dios es ineludible al realizar una permanente transformación personal y comunitaria de la forma de pensar y de comportarse. Ello es fundamental para realizar la misión de Dios en el mundo. Para lograr el cambio en todos los niveles es preciso renunciar diaria, consciente e intencionadamente a nuestros viejos hábitos mentales y de conducta (4.17, 22), una verdadera purga radical de nuestra manera de pensar. El v. 18 subraya que la ignorancia en relación con Dios y la dureza del corazón son los que producen el libertinaje y la avidez (19).[5] “Debemos abandonar nuestro antiguo andar. Al mismo tiempo, hemos de adoptar la novedad de vida dada por el Espíritu Santo. Esto debe practicarse como una disciplina, no sólo individual sino también comunitaria. Los miembros del cuerpo maduran en la medida en que la tarea educativa es efectuada constantemente, en que cada uno realiza su función para el beneficio común y en tanto todos estén comprometidos con esa meta común”.[6] Pablo, al exhortar para la práctica de la ética, señala lo que se debe evitar para luego afirmar lo que se debe vivir como parte de la nueva existencia. Su comprensión del problema del mal es profunda y radical: va hasta las raíces del ser, del corazón, y apunta hacia un cambio real en la manera de ver el mundo, como una nueva mentalidad. Se habla de una transformación radical de los valores, principios y creencias acerca de cómo entendemos a Dios, a nuestro prójimo, a nosotros mismos, y al cosmos. Por ello, el apóstol insiste en la metanoia, en el arrepentimiento, como un ejercicio diario para madurar en la fe (22-23) y revestirse del ser humano nuevo, caracterizado por tres virtudes centrales: justicia, santidad y verdad (24). 

Superar los hábitos contrarios al Espíritu (Ef 4.25-32)

La nueva humanidad debe imponerse en las situaciones cotidianas de la existencia. De ahí la necesidad de enumerar una serie de conductas concretas que deben superarse para experimentar de manera directa la realidad nueva producida por Dios en Jesucristo: la mentira (25), el enojo (26-27), el robo (28), las malas palabras (29, conversación obscena, palabras que edifiquen). Todo esto, entre tantas cosas más, tendría que ser superado para no contristar (o agraviar) al Espíritu (30), pues es él quien produce la ética que merezca llamarse “cristiana”. Todo lo que se prohibió antes puede entristecer al Espíritu: “…puesto que el Espíritu Santo está presente y activo cotidianamente en la vida de la comunidad, es necesario tomar conciencia de ello y actuar en conformidad. Esto le añade una dimensión profunda a la vida en comunidad que necesitamos tener siempre en mente”.[7] No se puede contrariar a quien es la prueba de nuestra pertenencia a Dios y a quien ha puesto su sello de propiedad en nosotros. Por lo tanto, hay que abandonar (“arrancar de raíz”) las actitudes que compliquen el proceso de crecimiento (31: amargura, la ira y el insulto, toda forma de malicia) con responsabilidad y sujeción, y practicar el bien, la compasión (eusplagjnoi, las entrañas: “profunda empatía de quien sufre ante la miseria y maldad ajenas y es movido a la acción para remediarlas”[8]) y el perdón (32) como principios de vida y de una moral superior a toda prueba. 

Conclusión

Crecer en la verdad en comunidad con la ética del Espíritu es un auténtico programa de existencia personal y comunitaria para apreciar claramente la realización de la nueva humanidad en el mundo como parte de la transformación profunda que Dios está llevando a cabo. La iglesia no puede quedar a un lado de ese gran cambio y debe ser una muestra del mismo. Dios se mueve en la comunidad de fe para adelantar y actualizar su proyecto máximo en el mundo y en el universo.



[1] Mariano Ávila Arteaga, Efesios. Tomo II. Capítulos 4-6. Buenos Aires, Kairós, 2018, p. 45.

[2] Ibid., p. 46.

[3] Klyne Snodgrass, Efesios: del texto bíblico a una aplicación contemporánea. Miami, Vida, 2012, p. 269.

[4] M. Ávila Arteaga, op. cit., p. 46.

[5] Luigi Schiavo, “En la plaza de la ciudad: la negociación cultural (Efesios 4.1-32)”, en Revista de Interpretación Bíblica Latinoamericana, núm. 68, 2011/1, p. 73.

[6] M. Ávila Arteaga, op,. cit., p. 57.

[7] Ibid., p. 90.

[8] Ibid., p. 94.

"Les aseguro que a menos que cambien y se vuelvan como niños, no entrarán en el Reino de los Cielos" (Mt 18.1-5), Pbro. Samuel Gallegos G.

21 de abril de 2024




www.youtube.com/watch?v=_uuUtEWx174



sábado, 13 de abril de 2024

La riqueza comunitaria de los dones (Efesios 4.7-13), Pbro. L. Cervantes-Ortiz


Iglesia Evangélica del Río de la Plata (IERP)
https://ierp.org.ar/estudio-biblico-si-hay-diversidad-de-dones-hay-iglesia/

14 de abril, 2024

Hizo esto para que todos los que formamos la iglesia, que es su cuerpo, estemos capacitados para servir y dar instrucción a los creyentes.

Efesios 4.12, Traducción en Lenguaje Actual 

Trasfondo

En la segunda parte de Efesios 4, el texto presenta las consecuencias comunitarias de la acción de Dios para producir la unidad en la iglesia. Debido a la presencia inequívoca de la gracia Dios reparte dones al interior de la comunidad para que funcione como el verdadero cuerpo de Cristo. Dios distribuye esos “dones”, “carismas” o “capacidades” de manera individual a cada quien, de tal modo que nadie puede quedar ajeno a ello por causa de la gracia manifestada precisamente en la entrega de esas capacidades.

 

La gracia de Dios tiene manifestaciones diversas, según hemos aprendido en Efesios. Es la razón única por la cual estando muertos recibimos nueva vida (2.3-10). Es, además, la que nos capacita cotidianamente a responder al llamado de Dios a ser constructores de una nueva humanidad, como Pablo mismo describe su propio ministerio en virtud de la gracia de Dios (cap. 3.2, 7-8). Es la razón por la cual el Señor Dios reparte los dones (gr. karismata) que ya llevan en el nombre la idea implícita de ser gratuitos, concedidos por la generosidad de Dios.[1] 

La gracia viene a multiplicar la obra de Dios en las vidas de los integrantes de la iglesia quienes la recibirán en la forma de habilidades específicas para desarrollar las tareas que Él desea que se lleven a cabo. 

“Se nos ha dado la gracia” (4.7-10)

El autor recurre al Salmo 68.18 para explicar el contexto en el que los dones son repartidos a los miembros de la iglesia. La cita dice que el triunfador en lugar de dar dones los recibe de los rebeldes como tributo por su triunfo militar: “Asciendes a lo alto, llevando contigo a los cautivos / y el tributo que recibiste de gente rebelde, / y entre ellos, Señor y Dios, pondrás tu habitación”. La interpretación del texto antiguo —explica Mariano Ávila— “sirve para mostrar la imagen militar que alude a las prácticas de los reyes de Israel que, después de sus triunfos, literalmente ascendían a Jerusalén para sentarse en su trono”.[2] También era común en los generales romanos quienes, después de sus victorias, entraban a Roma en un desfile triunfal llamado Triunfo, exhibiendo los despojos y cautivos como botín de guerra y llevando presentes al César y al Senado.

La imagen del ascenso triunfante sirve aquí para mostrar cómo la supremacía del Señor granjea la obtención de los carismas que recibe la iglesia por causa de ese poder. Su triunfo definitivo sobre los poderes de la muerte lo ha puesto en una condición de superioridad que le permite compartir con sus seguidores los beneficios: “Habiendo logrado el dominio sobre los poderes gracias a su ascenso victorioso, Jesús distribuye soberanamente dones a los miembros de su cuerpo. La edificación del cuerpo está ligada inextricablemente con su intención de llenar el universo con su señorío, puesto que la iglesia es su instrumento para realizar sus propósitos para el cosmos”.[3] Su descenso “a las partes más bajas de la tierra” (9) alude a la encarnación física y también al “descenso a los infiernos” o al Hades (Ez 31.14; Sal 63.9; Hch 2.31; I P 3.18-20).

La riqueza y variedad de los dones (4.11-13)

Al ascender “por encima de todos los cielos, para llenarlo todo” (10), Jesucristo recuperó el poder para dar dones a los seres humanos. El descenso “acentúa la subida y afirma la victoria de Cristo sobre las potencias malas, mundanas y celestes (Ef 1.21; 2.2; 3.10; 6.12). La iglesia y su unidad son consecuencia de esa victoria, de la cual viene toda plenitud”.[4] Parte de esa plenitud es la diversidad y utilidad de los dones otorgados por el Señor Jesús mediante el Espíritu a la iglesia como respuesta de Dios a las necesidades del mundo: Dios responde con carismas a las urgencias humanas y a la comunión con Él. como pueblo de Dios”. El orden en que son mencionados los carismas (apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros, v. 11) no es necesariamente jerárquico, aunque se sugiere “cierto orden de importancia y centralidad en el plan de Dios, (2.20 indica que apóstoles y profetas son parte del fundamento de la iglesia), en otras listas de dones no parece ser tan estricto ese orden”:[5]

 

Los charismata (dones), tanto en el sentido de “instancias de gracia” (4.7-8), como casi en el sentido de “oficios”, ayudan a los creyentes a crecer y alcanzar un grado de madurez en su posición en Cristo que ya tienen. Los apóstoles, profetas, evangelistas, maestros y pastores son regalos del Cristo triunfante a su iglesia; triunfante sobre los poderos maligno del cosmos (mundo). La posición que los creyentes tienen y que a la vez aspiran en Cristo les puede ser arrebatada en esa lucha cósmica entre Dios y los poderes de la oscuridad.[6]

 

Los apóstoles y profetas han sido receptores y mediadores de la revelación de Dios, tienen un lugar único en la iglesia y en la historia de la salvación; los evangelistas son las personas que predican y anuncian las buenas noticias de paz y para ello viajan de un lado a otro; los pastores (como metáfora) alimentan, dirigen y defienden a los integrantes de la comunidad, el nombre pastor es intercambiable con obispo (gr. episcopos) y también con anciano (gr. presbyteros); en el contexto de 4.11 maestros parece ser otro nombre de los pastores, aunque aquí se destaca la faceta docente (didascalous). El objetivo de los carismas es capacitar, perfeccionar o equipar (katartismon), un verbo que se usaba para describir la tarea del pescador al reparar sus redes y que aquí se usa para “preparar adecuadamente a sus miembros para que realicen con eficacia su función a favor de otros”.[7] La meta central es “edificar el cuerpo de Cristo” (12b), “estar unidos por la fe y el conocimiento del Hijo de Dios” (13a) y “llegar a ser un hombre perfecto” (13b) como el Señor Jesús. 

Conclusión

El objetivo de todo este esfuerzo del Espíritu para repartir los dones y ministerios es que todos y todas sean beneficiados: “El crecimiento y la madurez no se alcanzan aislados de los demás, individual y egoístamente. Todos debemos llegar juntos a la meta […]. Esto se debe enfatizar ya que el individualismo es muy fuerte en nuestras iglesias y necesitamos recuperar y cultivar una visión comunitaria de la vida, discipulado y misión cristianas. Además, en el contexto grecorromano que excluía a las mujeres de la educación, este mensaje era revolucionario”.[8] La diversidad de carismas se encamina al gran proyecto divino: “…el Cristo cósmico se propone como el modelo y el camino para la edificación de la Iglesia como cuerpo armónico y unido. El concepto clave es el crecimiento (v. 15), al cual los diferentes ministerios y funciones están al servicio. En síntesis, la unidad que es consecuencia de ‘una sola fe, un solo Dios’, es donada a la humanidad por el Cristo victorioso, y la consecuencia es una Iglesia unida, como un cuerpo armónico, a pesar de los diferentes ministerios y funciones”.[9]



[1] Mariano Ávila Arteaga, Efesios. Tomo II. Capítulos 4-6. Buenos Aires, Kairós, 2018, p. 34.

[2] Ibid., p. 35.

[3] Peter T. O’ Brien, Peter T., The Letter to the Ephesians. Grand Rapids, Eerdmans, 1999 (The Pillar New Testament Commentary), p. 297., cit. por M. Ávila Arteaga, op. cit., p. 35.

[4] Luigi Schiavo, “En la plaza de la ciudad: la negociación cultural (Efesios 4.1-32)”, en Revista de Interpretación Bíblica Latinoamericana, núm. 68, 2011/1, p. 72.

[5] M. Ávila Arteaga, op.cit., p. 36.

[6] Marlon Winedt, “La Carta a los Efesios: una breve orientación desde la retórica y la oralidad”, Revista de Interpretación Bíblica Latinoamericana, núm. 68, 2011/1, pp. 23-24.

[7] M. Ávila Arteaga, op. cit., p. 38.

[8] Ibid., p. 40.

[9] L. Schiavo, op. cit.

sábado, 6 de abril de 2024

Un solo cuerpo y un solo Espíritu (Efesios 4.1-6), Pbro. L. Cervantes-Ortiz

7 de abril, 2024

Sólo hay una iglesia, sólo hay un Espíritu, y Dios los llamó a una sola esperanza de salvación. Sólo hay un Señor, una fe y un bautismo.

Efesios 4.4-5, Traducción en Lenguaje Actual 

Trasfondo

Entrar a la segunda parte de la carta a los Efesios representa trasponer el umbral para recibir las grandes afirmaciones paulinas sobre la fe y la salvación. La primera parte es más teológica y la segunda es exhortativa dirigida a la sana construcción y edificación de la comunidad. Se afirma aquí la unidad en medio de la diversidad.

 

Para Efesios 4, es central el tema de la cristología, fundamento de la eclesiología y de la antropología. Sin embargo, la imagen que se presenta es la del Cristo cósmico, resucitado, ascendido al cielo y sentado encima de todos los poderes, terrenos y celestiales. La vida y la ética cristiana son descritas como un pasar de un estado desordenado, a someterse al poder de Cristo y a la vida divina. El tema de la unidad tiene como finalidad expresar esos conceptos; más que una unidad sociológica, también necesaria, se refiere a la unidad con Cristo, que lleva de un lado a la unidad interior, entendida como dominio de las pasiones y superación del “hombre viejo” y, de otro lado, a la unidad sociológica que se encuentra en una nueva realidad social: la propia iglesia.[1] 

“Vivan como deben vivir… al ser parte del pueblo de Dios” (4.1-2)

La carta intenta legitimar la existencia de la Iglesia en medio de una realidad de sometimiento y dominio, descrita en la imagen del “cuerpo”, como un lugar donde judíos y no judíos se transforman en un único pueblo porque la salvación gratuita, conseguida por Cristo, derrumbó el muro de separación y reconcilió a los dos. Se esperaba de ellos que vivieran como debían vivir quienes habían sido “llamados a formar parte del pueblo de Dios” (4.1b).

 

El verdadero problema que tienen planteado las comunidades en torno a Éfeso en este momento es su trabajo y presencia de paz y reconciliación en un mundo que está todavía por pacificar, desde una fraternidad que aún no ha conseguido la comunión de la unidad. Sólo se podía dar una respuesta al evangelio político de la pax romana, defendido por el bloque dominante, como legitimación de la situación, si se realiza ya desde ahora la lucha escatológica en medio del mundo. Pero esta presencia en el cosmos sólo es posible desde una fraternidad reconciliada. El problema es la presencia en el mundo bajo el señorío del Kyrios.[2] 

El lenguaje de Pablo se mueve en la esfera del ruego (como en Ro 12.1) pues lleva implícita la idea del acompañamiento pastoral: “El apóstol, como un paracleto, se coloca al lado de la iglesia y la llama y motiva a la obediencia”.[3] El verbo utilizado (peripatésai, “andar”) es “un término ético que describe el comportamiento cristiano como un andar o vivir que debe darse de acuerdo con la voluntad de Dios (cf. Col. 1.10 y I Tes 2.12). Dicho vivir o conducta es la respuesta apropiada a lo que Dios ha hecho a favor nuestro en Cristo y de la visión que nos ha dado de su plan pacificador para toda la creación”.[4] Desde la prisión, el apóstol extiende su preocupación pastoral y comunitaria para exhortar a los efesios a vivir como parte de la nueva humanidad a la que han sido integrados desde sus variados orígenes étnicos, raciales, culturales y religiosos. Toda una obra divina de integración humana.

Como parte de la exhortación, el apóstol habla de algunas actitudes y formas de actuar: humildad, amabilidad, paciencia y tolerancia, además de la disposición a apoyarse mutuamente (v. 2). “Pablo no es un moralista tedioso, pero sí es un cristiano lúcido. No defiende moralismos, pero sí una ética que nace de la vocación cristiana, como respuesta nuestra a la riqueza extraordinaria del amor de Dios para con nosotros”.[5] Las actitudes y virtudes que Pablo solicitó a las comunidades daban por sentado que las relaciones personales estaban dañadas por el egoísmo y la maldad. Debía anteponerse el fruto moral de la acción del Espíritu para actuar como Jesús lo hizo con los demás. 

La unidad que produce el Espíritu (4.3-6)

La siguiente demanda del apóstol rebasa por mucho lo que podría esperarse luego de referirse a actitudes cotidianas. Se trata ahora de que la comunidad se esfuerce activamente por “mantener la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz” (3). Tamaña exhortación hacia la unidad y la paz apunta hacia la conciencia que la comunidad debía tener de lo que ella representaba como resultado de la acción del Espíritu. En otras palabras, ninguna iniciativa que se oriente a la división y la enemistad puede venir del Espíritu de Dios, pues de éste sólo pueden surgir acciones serias, propositivas y edificantes: “Somos llamados a mantener la unidad que es fruto de la obra del Espíritu en la iglesia. […] La iglesia debe buscarla como una meta, resultado del servicio cotidiano y mutuo de todos y todas como pueblo de Dios”.[6] El vínculo (sundesmo, lazo, eslabón, cadena) de la paz es el medio por el que se ha de mantener la unidad en medio de un mundo severamente fragmentado.

Siete son los fundamentos de la unidad según lo que afirman los vv. 4-6: un cuerpo (Cristo), un Espíritu, una esperanza, un Señor (negación del emperador), una fe (doctrinas), un bautismo (pacto), y un Dios y Padre de todos (contra el César como Pater Patrias). Ellos ponen en jaque la ideología imperial y sus pretensiones de divinidad:

 

Los fundamentos de la nueva humanidad construida por Dios son muy distintos a cualquier otra construcción social de origen humano, sean familias, gremios, sociedades, naciones o imperios. Las bases de la nueva creación y humanidad de Dios consisten en la unidad del Dios trino, Espíritu, señor y Padre; en la unidad del único cuerpo que es la iglesia; en su visión y esperanza comunes; en una misma creencia; y en el único sello que todos sus miembros han recibido al ser incorporados al pueblo de Dios.[7] 

Conclusión

Es preciso subrayar que unidad de la iglesia no es lo mismo que homogeneidad. Durante muchos años el Consejo Mundial de Iglesias (CMI) fue acusado de querer subordinar a las iglesias protestantes al Vaticano y de intentar formar una superiglesia, algo que es formalmente imposible, lo que no excluye que se formen “iglesias unidas”, un esquema que ha funcionado en diversos países. En ese sentido, la intención del CMI es muy clara: “En un mundo lastrado por tanto dolor, angustia y miedo, creemos que el amor que hemos visto en Cristo trae la posibilidad liberadora de la alegría, de la justicia para todos y de la paz con la tierra. Movidos por el Espíritu Santo, impulsados por una visión de unidad, seguimos caminando juntos, determinados a poner en práctica el amor de Cristo, siguiendo sus pasos como discípulos suyos, llevando la antorcha del amor en el mundo, y confiando en la promesa de que el amor de Cristo lleva al mundo a la reconciliación y la unidad” (Declaración sobre la unidad de la 11ª Asamblea del CMI, Karlsruhe, Alemania, 2022). No se trata de “una unidad que no se imponga desde fuera, sino que proceda íntimamente de la acción del Espíritu”[8]



[1] Luigi Schiavo, “En la plaza de la ciudad: la negociación cultural (Efesios 4,1-32)”, Revista de Interpretación Bíblica Latinoamericana, núm. 68, 2011/1, p. 73.

[2] Marcelino Legido López, Fraternidad en el mundo. Un estudio de eclesiología paulina. Salamanca, Ediciones Sígueme, (Biblioteca de estudios bíblicos, 34), 1982, p. 150.

[3] Mariano Ávila Arteaga, Efesios. Tomo II. Capítulos 4-6. Buenos Aires, Kairós, 2018, p. 24.

[4] Ibid., p. 25.

[5] José Bortolini, Cómo leer la carta a los Efesios. Todo el universo reunido en Cristo. Bogotá, San Pablo, s.f., pp. 51-52.

[6] M. Ávila Arteaga, op. cit., pp. 29, 30.

[7] Ibid., p. 35.

[8] Edouard Cothenet, Las cartas los colosenses y los efesios. Estella, Verbo Divino, 1994, p. 51.

La paz, el amor y la fe en Dios (Efesios 6.21-24), Pbro. Dr. Mariano Ávila Arteaga

30 de junio de 2024 ¿Quién hubiera dicho que un movimiento que empezó con un grupito de 12 personas habría de transformar el mundo de mane...