sábado, 25 de mayo de 2024

Amor y mutualidad familiar (Efesios 5.21-6.4), Pbro. L. Cervantes-Ortiz

26 de mayo, 2024

Ustedes, que honran a Cristo, deben sujetarse los unos a los otros.

Efesios 5.21, Traducción en Lenguaje Actual

 

Trasfondo

Llegamos a la sección en que San Pablo expone, con una enorme amplitud de miras y a sabiendas del impacto que iba a causar su opinión, las relaciones familiares y laborales que debían surgir como producto del señorío cósmico, social y comunitario del Señor Jesucristo. Tal como lo resumió Juan A. Mackay, al referirse a la proyección familiar de la carta: “En el hogar viven los que están más cerca de los vínculos de sangre. La relación de la familia no es sólo la última, es la relación primera y fundamental de los seres humanos, de los unos para con los otros. Ello ha sido consagrado por la religión cristiana como símbolo de la relación entre Dios y los hombres que son hijos de Dios. El matrimonio, sobre el cual se funda el hogar, ha sido hecho el emblema, o la parábola, de la relación entre Jesucristo y su Iglesia”.[1] Otra manera de decirlo: “Cerca de la Iglesia se halla la casa del cristiano. Y al orden que debe haber en esta casa se dedica ahora san Pablo en su carta”.[2] O de este modo: “A la hora de concretar los principios morales expuestos, el autor, ampliando lo dicho en Colosenses, se concentra en la domus cristiana (5.21-6.9; Col 3.18-4.1), entendida según las estructuras de la época: una gran organización en la que sobresalen la esposa, los hijos y los esclavos”.[3] Ef 5.21-6.4 se divide en tres partes, que demuestran que el apóstol tenía presente la familia según la cultura antigua: los vv. 22-23 en adelante hablan de las relaciones fundamentales dentro del matrimonio, las casadas y sus maridos, de éstos con sus mujeres; el v. 33 es una síntesis; en 6.1-4 se habla de las relaciones mutuas entre hijos y padres; y, por último, 6.5-9 se ocupan de las relaciones entre esclavos y amos. Son los mismos órdenes planteados por Aristóteles en su Política. 

La sumisión mutua o recíproca en la familia “en el temor de Cristo” (5.21)

 

La idea de una sumisión universal “en el temor de Cristo” (cf. Fil 2.3) resulta especialmente fuerte para el cristiano, que llama “Señor” a alguien que se hizo más pobre que nosotros (2 Cor 8.9) y se sometió a humillaciones a las que nunca fuimos sometidos (Fil 2.3s). Se ha citado concretamente “el temor de Cristo” para más salir al paso a la tentación de prepotencia que asalta a unos y a otros. Según este principio, el marido se tiene que someter a la mujer tanto como ella a él, pero a él se lo dice recordando el ejemplo de Cristo; a ella, en cambio, pasando por las estructuras familiares tradicionales.[4] 

Los dos componentes de Efesios 5.21 se complementan admirablemente al momento de servir como introducción para la sección en que se hablará de la mutualidad que debe presidir la familia desde el punto de vista cristiano. Ciertamente el verbo utilizado por el apóstol (jupotassómenoi) es el que puede causar conflicto, aun cuando como es de esperarse y en continuidad con su discurso previo, no deberían imponerse cargas desiguales a nadie. Veamos algunas de las traducciones para tratar de apreciar los matices que pueden iluminar mejor su comprensión:

 

Estén sujetos los unos a los otros, por reverencia a Cristo. (DHH)

Sométanse unos a otros por respeto a Cristo. (NBV)

Sírvanse unos a otros por respeto a Cristo. (PDT)

Guárdense mutuamente respeto en atención a Cristo. (BLPH)

Cultiven entre ustedes la mutua sumisión, en el temor de Dios. (RVC)

Ustedes, que honran a Cristo, deben sujetarse los unos a los otros. (TLA)

Subordinándoos unos a otros en el temor de Cristo. (NTI) 

El apóstol estableció “su principio general, es decir, que hemos de vivir una vida caracterizada por el hecho de someterse unos a otros. Luego aplica este principio a tres ejemplos particulares, esposas y esposos, hijos y padres, siervos y amos”.[5] Y ese principio va a ser en verdad subversivo, pues al apuntar hacia la parte débil (esposas, hijos, siervos) no hay ninguna sorpresa; lo sorprendente está en que apunta también a la parte fuerte (esposos, padres, amos) y es en ella donde el impacto de la enseñanza es mayor. La subordinación de tipo militar (“colocar debajo” o “someter”) de la que se habla es recíproca y voluntaria: “El pronombre recíproco (gr. allêlois), unos a otros, no deja lugar a dudas y establece, de una vez por todas, una diferencia sustancial con cualquier esquema de poder jerárquico y vertical. Es una cualidad mutua y recíproca, horizontal”.[6] Además, la sumisión mutua es en atención al “respeto” de Cristo, como principio absoluto y superior: “El cristiano no se limita a hacer cosas porque sean buenas y correctas y porque esté mal hacer otras cosas; lo que distingue al cristiano es que todo lo hace ‘como al Señor’, ‘en el temor de Cristo’, porque Cristo es su Señor. Esto revoluciona todos nuestros pensamientos”.[7] 

Esposas y esposos a la luz de Cristo (5.22-33)

Las derivaciones de ese principio fundamental se aplican en primer lugar a la relación conyugal entre esposo y esposa con base en el modelo de la relación entre Cristo y la iglesia. Lo que entra en juego es cómo se relacionan la sumisión y el amor en el comportamiento de cada cónyuge: el gran punto de quiebre aparece en el v. 25, pues en 22-24 se equipara la sumisión de la mujer con la de la iglesia. “Como al Señor significa que la mujer se somete a su esposo como se somete a Jesús, su Señor, en respuesta a su amor que la dignifica y restaura, que la salva y transforma”.[8] Al referirse a que los esposos deben amar a sus mujeres como Cristo a la iglesia con una afirmación subrayada: “¡Amen a sus mujeres!” (25) la exigencia dirigida a los maridos es totalmente cristológica, pues el amor de Cristo se mostró “como entrega de sí mismo en favor de la iglesia”.[9] El énfasis reivindicador es claro: “Lo que es realmente emancipador en nuestro texto es que, al referirse en los tres casos a la segunda parte (esposos, padres, amos), es a esta a la que se le dedica más espacio y se le dan instrucciones más detalladas sobre la manera en que han de expresar la sumisión. Esto es notable en el caso de los esposos. Es algo que simplemente no sucede en los códigos conocidos de aquellos días y culturas. Además, ¡son los “sometidos” quienes mejor encarnan la actitud de Jesús!”.[10]

 

En el caso del marido significa abandonar deliberadamente sus privilegios patriarcales, de pater familias, para asumir la actitud de amor-entrega. Esta actitud no surge de la condescendencia sino del amor que no tolera ver a quien ama en una condición de marginación y abuso. Así, el marido ha de entregar su vida por la mujer y hacer suya la lucha por su dignificación y valoración como compañera del camino, en igualdad de condiciones, posibilidades y oportunidades en el ministerio y en la vida. Y esto lo ha de manifestar en su trato cotidiano.[11] 

La reflexión de los vv. 26-29 conecta las acciones amorosas de Cristo para la iglesia con lo que debe hacer el esposo al amarla como a sí mismo (28-29). El recuerdo de Génesis 2.24 subraya la unidad que representa la unión integral entre el esposo y la esposa para ser una sola carne. 

Padres, madres e hijos/as en la mutualidad cristiana (6.1-4)

Pablo se enfrentó al modelo tradicional y patriarcal de la familia; en este código familiar se refleja la realidad de su época. Aunque parece reforzar la estructura prevaleciente, aparecen notas profundamente liberadoras. Ellas son las que rescatan la dignidad de la familia para ser sana y bien nutrida. No bastaba con mantener el orden mediante disciplina y autoridad sino que también era necesario mostrar una buena sensibilidad hacia las nuevas generaciones. Aunque en un principio se exhorta a los hijos/as a obedecer (que era de esperarse, v. 1a), se subraya la pertenencia a Cristo (1b), lo que viene a complementar su filiación, destacada por la ley antigua (2-3): “En lugar de simplemente mantener el orden con disciplina y autoridad, el padre es amonestado a promover la formación de sus hijos e hijas y fomentar su desarrollo integral. Lo administrativo debe ir de la mano de lo pedagógico. Lo que es cierto para toda la comunidad cristiana, lo es también en el hogar”.[12] La intención es colocar a la familia como vanguardia del Reino de Dios en el mundo mediante su accionar cotidiano. Los padres deben saber reconocer cuando ejercen excesos con sus hijos y necesitan valorar su actuación (v. 4). La crianza debe ser un proceso pedagógico dirigido con amor, ternura y comprensión. 

Conclusión

 

La familia de Dios deja de ser un concepto creíble si no está subdividida en familias humanas que demuestran el amor de Dios. ¿Para qué sirve la paz en la iglesia si no hay paz en el hogar? [...] Estas dos responsabilidades (el hogar y el trabajo por un lado, y el combate espiritual por el otro) son bastante diferentes entre sí. El esposo y la esposa, los padres y los hijos, los amos y los siervos son seres humanos visibles y tangibles, mientras que “los principados y potestades”, atrincherados en contra de nosotros, son seres demoníacos, invisibles, e intangibles. Sin embargo, si nuestra fe cristiana ha de tener algún valor práctico, debe ser capaz de afrontar ambas situaciones. Debe enseñamos cómo comportarnos cristianamente en el hogar y en el trabajo, y debe capacitamos para luchar en contra del mal de tal manera que estemos firmes y sin caer.[13]



[1] J.A. Mackay, El orden de Dios y el desorden del hombre. La epístola a los Efesios y este tiempo presente. México, Casa Unida de Publicaciones, 1964, p. 209.

[2] Heinrich Schlier, Efesios. Salamanca, Ediciones Sígueme, 1991, p. 328.

[3] Jordi Sánchez Bosch, “Carta a los Efesios”, en Armando Levoratti, ed., Comentario bíblico latinoamericano. Nuevo Testamento. Estella, Verbo Divino, 2007, p. 937.

[4] Ibid., p. 938.

[5] D. Martyn Lloyd-Jones, La vida en el Espíritu en el matrimonio, el hogar y el trabajo. Una exposición de Efesios 5.18-6.9. Grand Rapids, TELL, 1983, p. 63.

[6] Mariano Ávila Arteaga, Efesios. T. 2. Buenos Aires, Ediciones Kairós, 2018, p. 134.

[7] M. Lloyd-Jones, op. cit., p. 64.

[8] M. Ávila Arteaga, op. cit., p. 145.

[9] H. Schlier, op. cit., p. 335.

[10] M. Ávila Arteaga, op. cit., p. 144.

[11] Ibid., p. 149.

[12] Ibid., p. 165.

[13] J.R.W. Stott, La nueva humanidad. El mensaje de Efesios. Quito, Ediciones Certeza, 1984.

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