viernes, 14 de junio de 2024

Armarse de Dios para el conflicto (II) (Efesios 6.14-17), Pbro. L. Cervantes-Ortiz

16 de junio, 2024

Que la salvación los proteja como un casco, y que los defienda la palabra de Dios, que es la espada del Espíritu Santo.

Efesios 6.17, Traducción en Lenguaje Actual 

Trasfondo

Un muy buen resumen sobre el conflicto espiritual que libran cotidianamente las y los creyentes en Jesucristo tal como lo presenta la carta a los Efesios es éste:

 

La batalla espiritual se libra, según Efesios, en todos estos frentes:

 

a) en la vida religiosa, cuando somos agradecidos, adoramos a Dios y vivimos para su gloria (1-3), en contraste con los ídolos de nuestra sociedad;

b) llenos del fruto del Espíritu (amor y humildad), manteniendo la unidad y practicando el servicio mutuo como pueblo de Dios (4.1-16);

c) ejercitando a diario el cambio de mentalidad (4.17-22);

d) revestidos como la nueva humanidad de Dios con verdad y justicia (4.23-24);

e) renunciando a las malas prácticas que destruyen la unidad del cuerpo (4.25-32);

f) viviendo sabiamente como hijos de luz y sociedad alternativa (5.1-14) y

g) modelando una nueva manera de vivir las relaciones familiares, en amor y entrega mutua (5.5-6.9).

 

En todos esos ámbitos se libra una batalla espiritual contra los poderes malignos de este mundo. Se libra con las armas de la humildad y el amor-servicio, haciendo la paz. Es una guerra sin tregua pero siempre con el poder del Espíritu.[1]

 

La imagen de la armadura divina proviene de Isaías (11.5, 59.17), ahora es la armadura romana “rediseñada”. El combate contra el mal enquistado en las estructuras sociales y humanas no se realiza mediante prácticas o actitudes de carácter mágico sino por la práctica constante de los valores y principios derivados del Evangelio del Reino de Dios, con todo lo que conlleva de exigencia, riesgo y, eventualmente, oposición y rechazo en diferentes niveles. La Iglesia, que era un movimiento terrenal en espera de la manifestación completa del Resucitado, también es una entidad cósmica y, por ende, en lucha contra entidades cósmicas. 

Mantenerse firmes en la verdad y en la justicia de Dios (6.14-15)

 

La estrategia cristiana no es darse a la fuga, despavoridos, sino enfrentar al maligno dejando que sea el mismo Dios quien desmantele y neutralice sus sutiles tácticas de combate. Contrario a toda lógica humana, se le vence con una actitud y desde una posición de aguante desafiante y proactiva, que ha de desarrollar con el tiempo y la experiencia una fe resiliente. Además, las huestes satánicas son enemigos ya vencidos y sometidos. Los efesios, antes de su conversión, estuvieron bajo el poder de los seres satánicos y de su líder (2.2), pero esa es noticia del pasado. El propósito divino es reunir “en Cristo” a todo el cosmos y colocarlo bajo su absoluta autoridad (1.10, 19-23). El poder de Dios fue ya mostrado en la resurrección de Jesús y su majestuosa instalación en el trono, a la derecha del Padre. Teológicamente peleamos contra un enemigo derrotado en la cruz.[2]

 

“Pablo describe algunas de las [partes] más importantes de la [armadura], pero al hacerlo introduce algunos valores anclados en el AT, que fortalecen la postura cristiana ante las situaciones difíciles de la vida, desafía modos de conducta tradicionales con respecto a la violencia y propone un lenguaje radicalmente diferente. Ante reiteradas y arraigadas muestras de mentira, injusticia, guerra, opresión y ‘evangelios’ de violencia en la sociedad, los efesios deben modelar un modo alternativo de vida”.[3] Tres son las partes de esa armadura que aparecen en principio: el cinto de la verdad (14a) , la coraza de justicia (14b) y los pies calzados con la disposición para predicar el evangelio de la paz (15). La asimilación alegórica concentra en esos elementos tres de las principales virtudes y valores que deben presidir la vida de quien lucha. Se trata de resistir espiritualmente los estratagemas y embates del maligno, sus huestes y las estructuras del mal presentes en el mundo.

La verdad, como parte del cinto, debe apretar y exigir permanentemente para que las creencias, los sentimientos y las acciones sean moldeados por ella. No es un anuncio filosófico, moralista o politiquero, o un concepto abstracto, es es una realidad que debe vivirse en amor, teniendo a Cristo como modelo y meta. La justicia debe proteger a los cristianos contra los ataques de la sociedad, así como la coraza protege aquella parte del cuerpo del soldado donde están los órganos vitales, es decir desde el cuello hasta el ombligo. En un mundo donde muchas veces predomina la injusticia, los efesios debeían recordar todo su accionar debe estar presidido por la justicia. Finalmente, el conjunto se completa con la disposición o presteza para proclamar un mensaje de reconciliación, armonía y unidad. “Esto es lo que el autor llama las buenas noticias de la paz. En la visión de Dios para el mundo, esto implica armonía total en la creación y el correspondiente castigo a los malvados. Proclamar el Evangelio es mucho más que reproducir […] la muerte y la resurrección de Jesús, invitar al arrepentimiento y la fe en Cristo. Implica también predicar un mensaje que, eliminando los prejuicios y las barreras sociales, propicie encuentros fraternos”.[4] 

El escudo de la fe y la espada del espíritu (6.16-17)

El cuarto elemento es la fe, entendida como confianza en Dios y en Cristo, “es el largo e impenetrable escudo protector que hay que tomar para protegerse de las violentas arremetidas de las fuerzas anti-dios (v. 16). Es más que una disposición mental. La fe de la que Pablo habla es aquella que los efesios han profesado en Jesús como Señor […] Esta fe liberadora es uno de los pilares fundamentales de la unidad y de las creencias cristianas (4.5), las cuales deben madurar, y cuya meta es el ser como Cristo (4.13)”. Esta fe es la que puede preparar y salvaguardar al cristiano de los feroces ataques del maligno, pues gracias a este escudo, las flechas ardientes se extinguen. La fe posibilita una relación saludable con Dios y con los demás y libra de todo aquello que atenta contra la salud integral”.[5]

Quinto, cada creyente debe tener una plena conciencia de que la salvación de la vida tiene a Dios como autor, ejecutor y garantía. Cristo la hizo real en la cruz, y la vuelve real y accesible para la humanidad. “Creer en esta verdad y colocar la esperanza en ella, es lo que significa ponerse ‘el casco de la salvación’ (v. 17a). La redención es una bendición de la que se disfruta por la fe en el presente, pero que a la vez aguarda su total cumplimiento”.[6] Finalmente, cada fiel cuenta con la espada del Espíritu (17b) que es la Palabra divina y debe saber utilizarla. “Esta ‘palabra’ es todo lo que Dios dice, exige y espera de sus hijos, tal y como se ha revelado en la Escritura (Is 11.4; 49.2; Os 6.5; Heb 4.12), revelaciones proféticas e himnos, el mensaje de los apóstoles o el Evangelio. No son las ideas preconcebidas o las convicciones personales”.[7] 

Conclusión

En este pasaje crucial, previo a la conclusión de toda la epístola, la única arma ofensiva es la “espada”, es decir la Palabra divina, la “espada del Espíritu”:

 

Es Dios quien lucha por nosotros con sus propias armas, y no nosotros mismos. Nosotros debemos simplemente anunciar un mensaje de verdad, justicia, paz, fe y salvación. Según Efesios, este espíritu que nos defiende es el sello que nos identifica como propiedad exclusiva de Dios y nos sirve de garantía (1.13; 4.30). Además es uno y unifica a la iglesia (4.3-4), posibilitando nuestro acceso al Padre (2.18), que es morada divina (2.22) y nos revela el misterio de salvación a todos los pueblos (3.5). Este mismo Espíritu purificó a la Iglesia por medio del bautismo (5.26) y tiene la capacidad para fortalecernos internamente (3.16). Antes que ofenderlo con nuestra conducta inapropiada (4.30), debemos llenarnos de Él hasta “la embriaguez” (5.18) y cultivar una íntima relación con Él por medio de la oración (6.18). La postura y el breve discurso profético de Pablo contra las arremetidas sociales son claros.[8] 

O como lo expresó Irene Foulkes: “La lucha por una paz justa y duradera debe buscar que las formas de lucha sean coherentes con este objetivo. La metáfora de la ‘armadura de Dios’ ofrece criterios para la selección de los medios: que las acciones que se emprenden sean honestas, justas, no violentas, creativas, de nuevas oportunidades para el florecimiento de la vida de todas las personas y grupos involucrados”.[9] 

Apéndice: Irene Foulkes

 

Este texto del mundo antiguo, que refleja a la vez la tradición cosmología helenística y la tradición apocalíptica judía acerca de las potencias espirituales, emplea términos referentes a autoridades políticas del Imperio Romano para crear una impresionante metáfora que ilustrar la fuerza que tiene “el mal” para dominar y dañar la vida humana. Este artificio literario sirve a la vez para descalificar y deslegitimar esas mismas autoridades opresoras. La percepción de este aspecto de Ef 6.10-12 contrasta con la interpretación “demonológica”, mencionada al principio de este estudio, que desemboca en las prácticas de una “guerra espiritual” contra espíritus particulares que presuntamente causan los males que afectan a individuos y a sectores enteros de la población. El papel de las autoridades y de los sistemas humanos, en la creación y perpetuación de esos males, es pasado por alto y los/las creyentes quedan desmovilizados/as como agentes del reino de Cristo (Ef 5.5) en el mundo real.

En cambio, si percibimos en este texto una incitación a las comunidades cristianas a emprender una lucha de resistencia activa, no violenta, contra las formas reales con que las instituciones y sistemas gobiernan la sociedad, imponen condiciones que deshumanizan y destruyen la vida de ciertos sectores de la población, podemos construir sobre esa base una praxis cristiana actual de discernimiento y acción social y política. Con los descriptores aplicados a las diferentes piezas de la armadura encomendada para esta tarea se señalan las cualidades y valores que deben caracterizar a las personas y las comunidades que encaran a estos potentes adversarios. “La resistencia de los cristianos no consiste en responder a los poderosos con sus armas. El cristiano solamente depende de la verdad, de la justicia, del evangelio, de la fe y de la palabra de Dios. Con ellos puede resistir de una manera eficaz a los opresores del mundo. Su resistencia no es caer en la misma lógica de la retribución violenta, sino responder a la opresión con la nueva lógica que el reinado de Dios va haciendo irrumpir en este mundo”.[10]

Los valores citados proveen también los criterios para que los/las creyentes que se involucran en esta lucha definan los cambios que deben exigir a las estructuras que gobiernan la sociedad. Sin embargo, cuando estas estructuras rechazan, sea de manera sutil o abiertamente agresiva, a transformar su praxis, la lucha tiene que seguir y este texto simbólico es capaz de provocar una esperanza que dé “el coraje y la fuerza contra el derrotismo y el abatimiento frente al mal… y la fuerza para imaginar algo diferente”.

El plan de Dios (Ef 3.10) para las comunidades cristianas del mundo antiguo, formadas mayormente por personas sin capacidad para ejercer mucha influencia en el mundo, no las reducía ni a una pasividad sumisa ante los poderes del mal que imperaban en su medio, ni a una asimilación inconsciente de sus valores deshonrosos. Debían encarnar en su propia vivencia de grupo una visión alternativa de cómo un pueblo puede vivir en forma digna, no discriminatoria ni explotadora sino en paz. Hoy, esta vocación sigue vigente.[11]



[1] Mariano Ávila Arteaga, Efesios. T. II. Buenos Aires, Ediciones Kairós, 2018, pp. 205-206.

[2] Aquiles Ernesto Martínez, “‘Firmes y de pie’. Violencia, resistencia y contra-discurso en Efesios 6.10-20”, en RIBLA, núm. 68, 2011/1, p. 105.

[3] Ibid., p. 106.

[4] Ibid., p. 107.

[5] Ídem.

[6] Ídem.

[7] Ibid., pp. 107-108.

[8] Ibid., p. 108.

[9] I. Foulkes, “Autoridades, potestades, dominios… ¿Qué hacer con ‘los poderes’ en Efesios?”, en Revista de Interpretación Bíblica Latinoamericana, núm. 68, 2011/1, p. 139. Cf. , Hendrikus Berkhof, Cristo y los poderes. Grand Rapids, TELL, 1985 y Albert H. Van den Heuvel, Estos rebeldes poderes. Montevideo, ULAJE, 1967.

[10] Antonio González, Reinado de Dios e Imperio. Santander, Sal Terrae, 2003, p. 272.

[11] I. Foulkes, op. cit., pp. 141-142.

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