sábado, 6 de julio de 2024

Acuerdos y negociaciones en otra dimensión (Job 1.1-12), Pbro. L. Cervantes-Ortiz


William Blake (1757-1827), Job reprendido por sus amigos (1805)

7 de julio, 2024

El ángel acusador respondió: ¡Por supuesto! ¡Pero si Job te obedece, es por puro interés! Tú siempre lo proteges a él y a su familia; cuidas todo lo que tiene, y bendices lo que hace. ¡Sus vacas y ovejas llenan la región! Pero yo te aseguro que si lo maltratas y le quitas todo lo que tiene, ¡te maldecirá en tu propia cara!

Job 1.9-11, Traducción en Lenguaje Actual 

Trasfondo

Acercarse al libro de Job (“aquel que soporta penalidades”) es toda una aventura literaria, espiritual y existencial. La confluencia de estos elementos hace de esa obra un conjunto de realidades de fe que, al entrar en juego al mismo tiempo, producen un verdadero cortocircuito en el que solamente la lectura detenida y la reflexión minuciosa pueden colocar los acontecimientos en su justa dimensión. Las grandes alturas poéticas que alcanza cuando se va desarrollando el drama del protagonista se comprenden mejor si se aprecia adecuadamente. Las enormes preguntas que suscita a cada paso pueden ser respondidas por la manera en que sea posible articular el conflicto que es esbozado desde el principio: a la riqueza y bienestar casi absoluto que experimenta Job (“era el hombre más rico del este”, 1.2) le sucede de manera completamente inesperada la más absoluta desgracia que se va sumando por causa de la pérdida de todos sus bienes y posesiones, de su familia y de su estabilidad. La manera intempestiva en que acontece todo esto pone a prueba radicalmente su fe y su confianza en Dios. El prólogo en prosa (caps. 1-2) presenta el escenario de los sucesos que, en cascada, se acumularon sobre Job, su familia y sus posesiones. Un signo del interés por Job es la versión de Francisco Serrano publicada por el gobierno mexicano en 2011. Sus palabras son exactas y finas:

 

Hay quien considera El Libro de Job no sólo la cumbre del genio poético hebreo, un ejemplo supremo entre los antiguos textos sapienciales, sino el poema más alto de todas las literaturas, por encima de Homero, Dante, Virgilio, La Bhágavad Gita o Shakespeare. La apreciación es excesiva, sin duda. De cualquier modo se trata de una obra maestra excepcional, admirable fusión de narrativa popular, alto lirismo, lamento individual, oráculo profético, tragedia filosófica y poema didáctico. Jorge Luis Borges decía que si hay un libro que merezca el nombre de sublime, ése es el Libro de Job.[1] 

Job, hombre íntegro y bendecido ampliamente (1.1-5)

Job, el habitante de la tierra de Uz (identificada con Edom, al sur de Palestina) vivía recta y plácidamente “amando y honrando a Dios y no hacía ningún mal a nadie” (1.1b) mientras disfrutaba de su inmensa riqueza. Así es el retrato que nos ofrece el texto inicial del libro, que implícitamente relaciona ambas cosas (piedad y prosperidad) según la mentalidad religiosa antigua:

 

…en el comienzo mismo del libro de Job se establece una conexión entre la actitud de Job y su prosperidad, y, más en general, entre la conducta humana y el éxito en la vida. De este modo se activa una estructura concreta de causalidad, y dentro de este contexto se considera que la prosperidad es efecto de una actitud religiosa. […] Este modelo de causalidad, por tanto, entraña dos direcciones relacionadas entre sí. Lo mismo que la recompensa o el castigo divinos ejercen influencia sobre los actos de Job, la conducta humana ejerce influencia sobre los actos de Dios.[2] 

La enumeración de sus bienes es sintética (v. 3) y la forma en que vivía su familia también, pues se reunía periódicamente para convivir (v. 4). Las preocupaciones espirituales de Job lo llevaban a presentar sacrificios por si acaso habían ofendido a Dios en esas reuniones (v. 5a). Hasta aquí llega el resumen de la vida cotidiana y terrenal de Job y su familia como parte de un ambiente favorable y acogedor. La tradición judía acepta que Job no era de esa etnia, aunque la antigüedad de la época referida en el relato se acerca a la de los patriarcas remotos.[3] Estamos, pues, delante de “un jeque idumeo poderoso y respetado, un sabio cuya piedad extraordinaria es mencionada por el profeta Ezequiel [14.14, 20], comparándolo con Noé y Daniel, que vivió en los confines de Arabia y Edom —región célebre por sus sabios—”.[4] Job vivía en una rutina completamente apacible y sin cambios (5b). 

La “apuesta de Dios” por Job en otra dimensión (1.6-12)

A este hombre íntegro y aparentemente sin mancha le espera un episodio impredecible y complejo, una total contingencia. En el momento en que el texto cambia de dimensión y presenta, a partir del v. 6, los espacios celestiales, el lugar de Dios, la simultaneidad de sucesos acerca ambos contextos y la narración tiene otro tono: a la presencia suya llegaban los servidores (“ángeles”, “hijos de Dios”) como era su costumbre y entre ellos estaba el satán (“ángel acusador”, 6), a quien Dios le preguntó de dónde venía. Éste responde que de rondar o recorrer la tierra (7). En ese instante, algo ocurre en la mente de Dios quien interroga al satán por su “siervo Job” (8a) y sobre quien, acto seguido, el Señor “presume” sobre su conducta y actitud piadosa: “No hay en toda la tierra nadie tan bueno como él. Siempre me obedece en todo y evita hacer lo malo” (8b). La respuesta es incisiva y perturbadora, directa al corazón de la doctrina de la reribución: “Si él es así, es porque le has dado todo, ¡te obedece sólo por interés!” (9). Y agregó: “Tú siempre lo proteges a él y a su familia; cuidas todo lo que tiene, y bendices lo que hace. ¡Sus vacas y ovejas llenan la región! Pero yo te aseguro que si lo maltratas y le quitas todo lo que tiene, ¡te maldecirá en tu propia cara!” (10-11).

La suerte estaba echada: nunca hubiera dicho eso el satán porque a Dios le salió “lo apostador” y le propuso dejarlo en sus manos por un tiempo, siempre y cuando no lo matase (12). Y así, sucintamente el episodio concluye con la marcha del servidor divino (12b) y un halo de suspenso narrativo que abrirá las puertas a lo que estaba por suceder y que ya había sido acordado en las esferas celestes. Ni Job ni nadie estaban enterados de ese acuerdo o apuesta. Como lectores, nos asomamos al “lado oscuro de Dios” (Isabel Cabrera) pues parecería que ese trato, realizado por encima de la moralidad divina, escondía un designio incomprensible que para comprenderlo es necesario atravesar por 40 capítulos de la mejor poesía dramática de la antigüedad.

 

Aunque Dios aprueba la conducta de Job, y pese a la buena relación de ambos en el pasado, Dios puede actuar cambiando de postura como quiera. Debido a esta alteración, la imagen de Dios cambia también. Los acontecimientos que van a tener lugar en la tierra carecen de todo sentido, desde el punto de vista humano, y los desastres que van a sobrevenir son inexplicables. Desde un punto de vista celestial, sin embargo, los actos de Dios tienen una razón de ser. Su aceptación de la propuesta de Satán está motivada por cierto orgullo interior: “¿Te has fijado en mi siervo Job? No hay en la tierra nadie como él”. Es su relación misma con Satán, y no la que tiene con Job, la que hace a Dios reaccionar de determinada manera.[5] 

Conclusión

La cadena de preguntas que desata el inicio del libro de Job tiene una actualidad indiscutible: “¿es la fe un disfraz del temor o del interés personal?, ¿hasta qué punto Dios es responsable de lo que le sucede a los hombres?, ¿porqué sufren quiénes no merecen sufrir?, ¿qué sentido tiene la vida cuando sólo es sufrimiento?”,[6] ¿nuestra fe es verdaderamente desinteresada? Y lo mejor de todo es que deberíamos reconocer que nos mueve el interés, aunque a éste le llamemos “espiritual” porque solemos decir que lo que más nos interesa es la salvación o la bendición de Dios y que “no nos mueve” (Fray Miguel de Guevara) otro deseo: “el cielo que nos tiene prometido” es lo principal, aseguramos, y que los bienes materiales como resultado de la bendición divina no nos interesan. Cabrera sugiere una clave de lectura a partir de la prosa y el verso: “El Job de la prosa es un Job paciente que se resigna frente a un dios del que sólo ha oído hablar; el de la parte poética, en cambio, es un Job impaciente que se enfrenta a Dios con la dignidad que le da su inocencia y que no calla hasta quedar convencido”.[7] Comencemos a asomarnos a este texto grandioso con estas y otras preguntas en mente.



[1] Libro de Job. Versión de F. Serrano. México, Consejo Nacional para la cultura y las Artes, 2011 (Cien del mundo), énfasis agregado. Algunos fragmentos se pueden leer en el sitio: www.francisco-serrano.com/translation/job.pdf.

[2] Albert Kamp, “Con causa o sin ella. Imáganes de Dios y el hombre en Job 1-3”, en Concilium. Revista Internacional de Teología, núm. 307, septiembre de 2004, pp. 15-16.

[3] Cf. L. Alonso Schökel y J.L. Sicre Díaz, Job. Comentario teológico y literario. 2ª ed. Madrid, Ediciones Cristiandad, 2002, pp. 121-122.

[4] El libro de Job, op cit.

[5] A. Kamp, op. cit., p. 17.

[6] I. Cabrera, El lado oscuro de Dios. México, UNAM/FFL-Paidós, 1998 (Biblioteca iberoamericana de ensayo, 2), p. 83.

[7] Ibid., p. 87.

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