Museo Judío de Nueva York
14 de julio, 2024
Nada he traído a este mundo
y nada me voy a llevar.
¡Bendigo a Dios cuando da!
¡Bendigo a Dios cuando quita!
Y a pesar de todo lo que le había sucedido, Job no ofendió a Dios ni le echó la culpa.
Job 1.21-22, Traducción en Lenguaje Actual
Trasfondo
Consumada la propuesta de Dios
para que el satán atente contra las propiedades y la familia de Job, el
siguiente paso fue precisamente la andanada de males que se vino sobre él. “De
la conversación celestial se deriva una serie de desastres en la tierra: cuatro
mensajeros llegan de manera sucesiva a informar a Job de las calamidades que
han destruido su buena fortuna. Pierde todo su ganado; mueren todos sus criados
y también sus hijos e hijas. Por sorprendente que pueda resultar, este contexto
de mala suerte clarifica una vez más la perspectiva de Job. Job reacciona ante
la situación de muerte aferrándose a su piedad habitual”.[1] La sensación de
pérdida inminente flota en el ambiente y la cadena catastrófica de calamidades
va a colocar a Job en una situación extrema. Sobre la figura del acusador,
escriben Schökel y Sicre:
El peso del relato no está en la enumeración de los acontecimientos trágicos sino en la reacción piadosa de Job. Pero no confundamos el satán de esta narración con nuestra imagen o concepción del demonio, ángel caído que odia a Dios y sus obras. Aunque algunos puntos de contacto nos empujen a la confusión, debemos defendernos para contemplar rigurosamente la función del personaje en la obra. El satán no es una afirmación teológica, sino un personaje funcional en la historia. […] Sin satán no comenzaría el drama. Si seguimos preguntando a qué realidad responde esa figura, el autor no nos contesta, nos abandona a nuestras suposiciones.[2]
La cadena de calamidades que recibe
Job (1.13-19)
A
cada paso del relato se suceden las calamidades en medio de un auténtico
vendaval: robo de animales y muerte de familiares (14-15), muerte fulminante de
ovejas y pastores (16), muerte de los esclavos y robo de camellos (17), muerte
intempestiva de todos sus hijos (18-19). Prácticamente nada quedaba en pie. No
era lógico que el viento embistiera por los cuatro costados, aunque ello
subraya el carácter teofánico del meteoro. Al mismo tiempo, se sugiere que al
satán se le concedió un dominio interino del elemento destructor, como el
“exterminador” de Éx 9.1, 3; I Cr 21.12 y II Sam 24.16 (peste o epidemia). Ésta
consideración brota del mecanismo narrativo. A partir de él es posible advertir
que fueron cuatro desgracias “naturales”, de la naturaleza y de los humanos,
meteoros y asaltantes; sucesos mortíferos que rivalizaron con el Dios de la vida:
Son cuatro desgracias, número clásico de totalidad: por ejemplo, Ez 14.21; Jr 15.3. Las repeticiones de fórmulas crean un ritmo regular, irresistible (recuérdese Is 24.17s). En las causas se alternan los hombres y los elementos: sabeos, un rayo, caldeos, un huracán. Con este ritmo contrasta sutilmente la repetición cuaternaria del verbo nofel = caer: caen los sabeos, cae el rayo, cae la casa, cae Job en tierra. La caída libre de Job responde con humildad y aceptación a las desgracias que le han caído encima. Las pérdidas comienzan con las posesiones y terminan con los hijos.[3]
La respuesta “dialéctica” de Job al
vendaval de males (1.20-22)
De Job podía esperarse una
exclamación de no aceptación y protesta, pero su reacción es contenida y sabia,
acompañada de tres gestos simbólicos propios de este tipo de situaciones: rasgó
sus vestiduras, se rapó la cabeza y se postró en tierra en actitud de adoración
(20-22). Sus palabras, firmes y enfáticas, daban cuenta de la fe que tenía en
Dios: “El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó. ¡Bendito sea el nombre del
Señor!”. A pesar de todo lo sucedido, Job no pecó ni maldijo a Dios” (1,20-22).
Su fe y confianza, demostradas de palabra y obra, confirman efectivamente la imagen previa de Job. Teme realmente a Dios. Los contenidos de lo que dice reflejan que es un verdadero creyente. Esto todavía se ajusta a una cosmovisión religiosa basada en la causalidad: Dios da y Dios quita. Aunque las palabras de Job hacen pensar en una adopción de la perspectiva divina y en una explicación de los acontecimientos como sine causa, se aferra a su manera humana de pensar con leyes causales. Dios sigue siendo la causa última de los acontecimientos que se producen en la tierra.[4]
“La cruel
apuesta entre Yahvé y Satán dejan a Job a merced de unas manos inmisericordes.
Job se gana las simpatías del narrador”[5] porque su
comentario es comprensivo y aleccionador al referirse a su actitud equilibrada y
paciente… hasta ese momento.
Aunque Dios aprueba la conducta de Job, y pese a la buena relación de ambos en el pasado, Dios puede actuar cambiando de postura como quiera. Debido a esta alteración, la imagen de Dios cambia también. Los acontecimientos que van a tener lugar en la tierra carecen de todo sentido, desde el punto de vista humano, y los desastres que van a sobrevenir son inexplicables. Desde un punto de vista celestial, sin embargo, los actos de Dios tienen una razón de ser. Su aceptación de la propuesta de Satán está motivada por cierto orgullo interior: “¿Te has fijado en mi siervo Job? No hay en la tierra nadie como él”. Es su relación misma con Satán, y no la que tiene con Job, la que hace a Dios reaccionar de determinada manera.[6]
Conclusión
El conjunto de calamidades padecido por Job coloca un contrapunto que
funciona en el relato como la anomalía que puso en el escenario la doctrina de
la retribución para que, a partir de su cuestionamiento, salgan a la luz sus
posibles consecuencias contradictorias. El Dios del pacto, que no es
cuestionado, se encuentra en fondo del conflicto y su actuación sirve para
plantear los más complejos interrogantes para una vida de fe y de obediencia:
…según el prólogo de Job, el
satán es un emisario que Yahveh consulta y, aunque posee cierta iniciativa para
sugerir, no es capaz de llevar a cabo lo sugerido. Es Yahveh quien decide y,
por ende, es Yahveh el responsable frente a Job. El prólogo ofrece al
lector una imagen de la doble naturaleza del dios hebreo que se deja tentar por
su satán. Sin embargo Job, que nada sabe de cuanto sucede en los cielos,
atribuye su desgracia a Yahveh. […] Su experiencia le revela un dios que da y que
también quita, un único responsable de su suerte.[7]
Exactamente igual que nosotros hoy, que seguimos ajenos a lo que se
trama en los cielos, vivimos una existencia que no está exenta de contingencias
o situaciones como la de Job, nuestro hermano.
[1] Albert
Kamp, “Con causa o sin ella. Imágenes de Dios y el hombre en Job 1-3”, en Concilium.
Revista Internacional de Teología, núm. 307, septiembre de 2004, p. 17.
[2] L. Alonso
Schökel y J.L. Sicre Díaz,
Job. Comentario teológico y literario. 2ª ed.
Madrid, Ediciones Cristiandad, 2002, p. 126.
[3] Ibid., p. 129.
[4] A. Kamp, op. cit., pp.
15-16.
[5] Víctor Morla, “El libro de Job”, en Libros sapienciales y otros
escritos. Estella, Verbo Divino, 1994, p. 158.
[6] A. Kamp, op. cit., p. 17.
[7] I. Cabrera,
El lado oscuro de Dios. México, UNAM/FFL-Paidós, 1998 (Biblioteca
iberoamericana de ensayo, 2), p. 92. Énfasis agregado.
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