lunes, 15 de julio de 2024

"¿Recibiremos de Dios el bien y lo malo no?" (Job 2.1-10), Pbro. L. Cervantes-Ortiz


José de Ribera (1591-1652), Job sentado sobre cenizas (1630), colección privada

21 de julio, 2024

Pero Job le respondió: No digas tonterías. Si aceptamos todo lo bueno que Dios nos da, también debemos aceptar lo malo. Y a pesar de todo lo que le había sucedido, Job no pecó contra Dios diciendo algo malo.

Job 2.10, Traducción en Lenguaje Actual 

Trasfondo

 

¿Puede el ser humano creer en Dios en forma desinteresada, sin esperar recompensa y temer castigos? Y de manera más precisa: ¿existe alguien que desde el sufrimiento injusto sea capaz de afirmar su fe en Dios y hablar de él, gratuitamente? El satán, y con él todos los los que tienen una concepción mercantil de la religión, lo niega. El autor —que sin duda ha conocido la dificultad que el dolor humano, propio y ajeno, representa para la auténtica fe en Dios— piensa por el contrario que sí. El personaje Job, a quien carga con sus propias vivencias, será su heraldo.

Al final, Dios ganará la apuesta. A través de su sufrimiento y su queja, su compromiso con los pobres y su reconocimiento del amor del Señor, el rebelde pero justo Job demostrará que su religión es desinteresada, gratuita.[1] 

Así se puede plantear, desde una mirada de fe básica, el gran conflicto que se asoma en cada página de este libro sin par, puesto que la experiencia que vivió Job lo condujo a un rincón de la vida en la que es muy problemático sostenerse de manera estoica. La cantidad de pérdidas que había sufrido no preveía que aún vendría algo peor, pero ahora sobre su persona, en el nivel físico y corporal. Ignorando por completo cómo era objeto de una “apuesta divina” ahora se vería privado de la salud y todo lo que eso implicaba, con lo que estaría a prueba, de una modo mayúsculo, el desinterés de su fe que había pasado por la primera aduana favorablemente. Detrás del Job paciente de la primera parte del prólogo se escondía un Job im-paciente que estaba a punto de soltar su boca para exigir justicia y explicaciones. 

En la otra dimensión, segunda ronda (2.1-6)

Podría decirse, con Gustavo Gutiérrez, que en su primer intento por cuestionar la religión desinteresada de Job, el satán fracasó rotundamente. Yahvé iba ganando la apuesta y así lo reitera en una especie de segunda ronda celestial en la que subraya que Job lo seguía obedeciendo, le dice: “… a pesar de que me convenciste de hacerle mal sin ningún motivo” (v. 3b).

 

La escena comienza exactamente como la precedente. La duplicación o desdoblamiento es procedimiento literario conocido desde el relato sobre José en Egipto. Sirve para crear un ritmo narrativo y para preparar el acceso de elementos nuevos. ¿Es el mismo su significado? Ya los autores antiguos han notado que, después de la primera derrota, ni el satán viene en la misma actitud ni Dios pregunta en los mismos términos. Lo primero es un dato implícito en el relato, lo segundo se hace explícito en la adición de Dios. Aunque el satán no se ha excedido en los poderes otorgados por Dios, ha perdido la apuesta, fundada en su concepto de una religión puramente interesada.[2] 

Pero el satán volvió a la carga e insistió nuevamente con su ya clásica insidia y persistencia acusadora: “¡Mientras a uno no lo hieren donde más le duele, todo va bien! Pero si de salvar la vida se trata, el hombre es capaz de todo. Te aseguro que si lo maltratas, ¡te maldecirá en tu propia cara! (4b-5)”. En ese momento le pidió su cuerpo y Yahvé aceptó con la condición de que no lo matase (6). En el escenario celeste se da otra vez una negociación que colocaría a Job en una situación más precaria aún al ser presa de la enfermedad inesperada e intolerable.

 

El enemigo sigue considerando que la piedad y la justicia de Job no son desinteresadas: la razón de su comportamiento está en las compensaciones materiales recibidas, su actuar no es libre y gratuito. Por consiguiente, esta vez —atacando a la persona misma— el satán se siente más seguro de ganar el juego. Es la última escena en la corte celestial, en adelante todo (incluso la revelación final de Dios) transcurrirá en la tierra.

Job enferma. Herido “con llagas malignas, desde la planta del pie hasta la coronilla”, Job se sienta “en medio de la ceniza” (2.7-8). Job es a partir de ahora un pobre y un enfermo. A la muerte que lleva en su carne, se añade una muerte social; según la mentalidad de la época los que padecían enfermedades incurables vivían en una cierta marginación de la sociedad.[3]

 

Aceptar lo bueno y lo malo de parte de Dios (2.7-10)

La enfermedad imprevista e inmediata hizo de Job, al momento, un pecador irrefutable y, al haber sido rico e importante, un “gran pecador”. Eso lo aisló en ese preciso momento y Job, sentado en un montón de ceniza, se rascaba intensamente con un ladrillo o una piedra (v. 8) fuera de la ciudad, en un basurero, separado totalmente de los demás. Ante esa nueva situación angustiante que les sobrevino a él y a su esposa, “afectada también por la desgracia y solidaria con él ante injusticia”,[4] ésta lo conminó a maldecir a Dios, usando las mismas palabras del satán (v. 9). Ella cuestionó la terquedad de su esposo ante lo que estaba sucediendo y por eso habló como una persona necia (nabal, v. 10) hacia quien se dirigió Job en términos muy duros por haber dado por sentado, si saberlo tampoco, lo que el satán sugirió. La esposa de Job es un personaje que debe ser releído y recuperado a fin de contar con una imagen adecuada y equilibrada. La Biblia Isha dio un paso importante en ese sentido al citar sus palabras recogidas en la Septuaginta: “Habiendo transcurrido mucho tiempo, le dijo su mujer: / “¿Hasta cuándo permanecerás firme diciendo: / he aquí soporto aún un breve tiempo / para recibir la esperanza de mi salvación? / Pues he aquí desapareció tu memoria de la tierra, / hijos e hijas, dolores de parto de mis entrañas y sufrimientos, / por los cuales en vano me esforcé con fatiga. / Y tú en persona, en la podredumbre de los gusanos permaneces. / Y yo, errante y sierva, / vagando de un lugar a otro, y de casa en casa, / recibiendo el sol hasta que se ponga, / para descansar de la fatiga y de las tristezas que ahora [me] oprimen. […]”.[5]

 

Ahora bien, la mujer no es simplemente instigadora a la blasfemia. Ella quiere defender al marido inocente frente a la injusticia de Dios. Y si Dios es injusto, no tiene derecho a la bendición del hombre. Y ya que su marido ha de morir, pues nada puede frente al poder de Dios, que deje constancia de su sentido de la justicia, como un testamento que puede ser un epitafio. El tema se va a agitar en todo el libro, hasta la cumbre de 40,8. (Es una relación de sentido que sólo se descubre después de leer y releer varias veces toda la obra).[6] 

La adversidad, subraya Gutiérrez, “no le hace perder su inocencia; el autor quiere hacer percibir que la perseverancia en su actitud religiosa expresa una vez más el desinterés de Job”.[7] Él no habló mal, no se atrevió a maldecir a Dios, como se le sugirió. Dios resulta ganador de la apuesta hasta este momento pues la religión de Job es gratis, “de balde”: “Todo es cuestión de dar y recibir” (4a). pero la historia no ha concluido ni mucho menos. La respuesta dada deberá profundizarse para abundar en el sentido de la “fe vivida desde la gratuidad”, “que da su sentido verdadero a la exigencia de establecer la justicia en la historia, se enriquecerá desde la experiencia de Job sufriente y por momentos acusador. No obstante, esto no se hará sin pasar por la dramática crisis que nos será presentada en la parte poética”.[8] 

Conclusión

El relato continúa guardando dentro de sí todo el estupor de que será capaz quien lo escribió, llevando de la mano a los lectores por los sinuosos caminos de la tragedia que se ha venido sobre Job. Los personajes han tomado su lugar y lo suq están por aparecer comenzarán a completar el cuadro: “Termina la segunda escena con otra victoria de Dios. El satán se retira de la apuesta; ¿o logrará instilar sus teorías en la mente de los amigos? Dios se esconde entre bastidores o, mejor, oscurece su presencia. La mujer de Job desaparece. Queda solo Job en escena, esperando quizá que alguien se acerque”.[9] Y nosotros, al lado de Job, sentimos cómo se sacude la fe que hemos recibido ante acontecimientos de este tamaño que, en ocasiones, apenas llegan a rozarnos y la creencia firme en Dios, honestamente, puede tambalearse.



[1] Gustavo Gutiérrez, Hablar de Dios desde el sufrimiento del inocente. Una reflexión sobre el libro de Job. Salamanca, Ediciones Sígueme, 1986 (Pedal, 183), p. 30.

[2] L. Alonso Schökel y J.L. Sicre Díaz, Job. Comentario teológico y literario. 2ª ed. Madrid, Ediciones Cristiandad, 2002, p. 133.

[3] Ibid., p. 37.

[4] Ibid., p. 38.

[5] “El discurso de la mujer de Job”, en Biblia Isha. Sociedades Bíblicas Unidas, 2009, p. 607. A la cita le sigue un análisis de sus palabras, con una conclusión: “Es notable que Job, famoso por su capacidad para dar respuestas sólidas, precisas y dignas de crédito a cada uno de sus interlocutores, […] sólo una vez responde con palabras, ahora sí, ‘insensatas’ y que en nada consuelan. Esta única ocasión es la respuesta que da a su mujer quien, paradójicamente, no viene a él con discursos de honduras filosóficas, sino que presenta la queja del dolor, el dolor de una madre huérfana de hijos”. Énfasis agregado. Cf. L.A. Schökel y J.L. Sicre Diaz, op. cit., p. 132.

[6] L.A. Schökel y J.L. Sicre Diaz, op. cit., p. 136.

[7] G. Gutiérrez, op. cit., p. 38.

[8] Ídem.

[9] L.A. Schökel y J.L. Sicre Díaz, op. cit., p. 137.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Pacto y promesa: la Reforma Protestante ante la fe de Job (Job 12.1-16), Pbro. L. Cervantes-Ortiz

6 de octubre, 2024   Antes, cuando yo llamaba a Dios, él siempre me respondía; en cambio, ahora, hasta mis amigos se burlan de mí; no soy cu...