1 de septiembre, 2024
¡Cuán eficaces son las palabras rectas!
Pero ¿qué reprende la censura vuestra?
Cuando es justa la censura, es bienvenida;
pero ustedes me acusan sin razón.
Job 6.25, RVR 1960, TLA
Trasfondo
La segunda parte de la respuesta
de Job a Elifaz (6.18-30) está formada por un reproche ampliado a sus amigos
que inicia en los vv. 14-15 como afirmación central de su argumentación por
causa de la falta de comprensión y apoyo:
Si en
verdad fueran mis amigos,
no me
abandonarían,
aunque yo
no obedeciera a Dios.
Pero
ustedes, mis amigos,
cambian
tanto como los ríos:
unas veces
están secos,
y otras veces se desbordan. (TLA)
Jorge Pixley
propone un proverbio para traducir la idea expresada aquí: “Un hombre
desesperado necesita la lealtad de un amigo cuando pierde la fe en el
Todopoderoso”.[1] Lo que Job
esperaba de sus amigos era lo mismo que Yahvé de su pueblo: jesed, lealtad,
en ese caso al pacto humano-humano de la amistad (Prov 14.20-21):
Cuando uno
está en un trance tan agudo como el de Job necesita la lealtad de sus amigos,
pero ellos se han mostrado traicioneros. Esta traición es elaborada por Job con
la imagen de un arroyo que abunda en agua cuando no hace falta, pero que se
seca cuando en el tiempo de sequía los viajeros más necesidad tiene de sus
aguas [6.16b-17]. Así los amigos se han asustado ante el tormento a que Dios ha
sometido a Job [6.21], y se han apresurado a defender —¡a su enemigo! Y Job no
ha pedido auxilio material frente a su enemigo. Sólo lealtad.[2]
Una cadena de reproches (6.18-27)
“Lo terrible que ven [los
amigos]”, agregan L. Alonso Schökel y J.L. Sicre, “es el sufrimiento atroz del
amigo, como un golpe numinoso, como amenaza de contagio”.[3] La siguiente
comparación los muestra como mercaderes que se apartan del camino y al no
hallar los ríos, quedan “confundidos y frustrados”: “vieron algo espantoso y se
asustaron” (21). Ellos llegaron por voluntad propia y tampoco fue requerido su
apoyo económico (22-23). Pixley comenta que en los vv. 24-30 Job les pide que
no se pongan tan rápido del lado de Dios sin primero haber examinado su
justicia. Incluso pide que le demuestren en qué ha fallado y aceptará sin
chistar (24). Allí resuena el grito del v. 25: “¡Cuán eficaces son las palabras
rectas! / Pero ¿qué reprende la censura vuestra?” (“Si tuvieran razón, no me
ofendería; / ¡pero ustedes me acusan / y no tienen pruebas!”, TLA). Si no
conocen su error, ¿por qué lo fustigan de esa manera? La única razón por la que
lo juzgan son sus palabras (26), el peso de las cuales estaba creando un
universo nuevo de interpretación de lo su cedido, moviéndose peligrosamente más
allá de lo que tradicionalmente se aceptaba. Él debía callar y aceptar su
culpabilidad. El valor de las palabras entra en juego en esta triple mención de
ellas: a) son útiles para evidenciar; b) se han utilizado para
demandar justicia; y c) al usarlas irresponsablemente, se vuelven vanas
e inútiles (26b).
La siguiente
acusación es profundamente ética y sumamente puntillosa: “¡Ustedes son capaces
de todo, / hasta de vender a un huérfano / y abandonar a un amigo!” (27). La
segunda parte de este versículo, que puede leerse así: “Y caváis un hoyo para
vuestro amigo”, según explica Pixley, utiliza un verbo que también se refiere a
la especulación o el regateo en una compra. Por eso, la Biblia de Jerusalén
traduce: “especuláis con vuestro propio amigo”. “Job acusa a sus ‘amigos’ de
abandonarlo por su poderoso enemigo, como quien abandona un huérfano o vende
barato lo que ya no le conviene”.[4]
“Dígan si soy un mentiroso” (6.28-30)
Lo adecuado es ver si él miente
al quejarse así (28). Les exige que dejen de juzgarlo y que acepten su
inocencia (29). El v. 30 plantea la necesidad de distinguir entre la verdad y
la mentira, nuevamente el uso de la palabra para vehicular significados verdaderos
o falsos. Al final, el asunto se coloca en el ámbito de lo jurídico, pues “el
juramento de decir la verdad nos traslada al proceso en el que se aborda la
justicia o la injusticia, la inocencia o la culpabilidad. Es decir, Job
comienza a considerar el diálogo con los amigos como pleito en el que se debate
su propia inocencia; ya no le importa el consuelo, que los amigos no saben
dar. Ya no está en juego su vida o su bienestar; está en juego su
inocencia”.[5] Pero lo más
extraordinario es que Job conserva la lucidez para manejar el sentido y el peso
de su argumentación. De ahí que el peso de sus palabras como expresión humana
decantada, sublimada, purificada, sea capaz de verbalizar algo que pocas veces
la experiencia humana consigue: hacer del dolor y la tragedia inexplicables
algo inteligible y discutible, más allá de las doctrinas y de la sabiduría
acumulada.
Conclusión
Por eso se trata de una palabra
humana en busca de la divina, de esa palabra que pueda sintetizar
dialécticamente, bueno y lo malo, la vida y la muerte, la tristeza y la
felicidad, algo que solamente puede esperarse de las palabras divinas,
auténticas palabras rectas y eficaces. A eso aluden las palabras de los autores
del Nuevo Testamento (Hebreos, Pedro, Santiago, Timoteo) cuando apreciaron en
ellas su enorme poder profundizador, restaurador y renovador. Ahonda en la
experiencia humana más esencial, es la palabra profética (es decir, actual y
pertinente) más firme y reclama un ejercicio de obediencia por la manera en que
enseña el designio divino.
[1] J. Pixley, El libro de Job. Comentario bíblico latinoamericano. San
José, Seminario Bíblico Latinoamericano, 1982, p. 52.
[2] Ídem.
[3] L. Alonso Schökel y J.L. Sicre, Job. Comentario teológico y literario.
Madrid, Ediciones Cristiandad, 1983, p. 158. Énfasis agregado.
[4] J. Pixley, op. cit.
[5] L. Alonso Schökel y J.L. Sicre, op. cit.
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