sábado, 31 de agosto de 2024

"¡Cuán eficaces son las palabras rectas!" (Job 6.18-30), Pbro. L. Cervantes-Ortiz


William Blake, Job frente a sus amigos (1821)

1 de septiembre, 2024

¡Cuán eficaces son las palabras rectas!

Pero ¿qué reprende la censura vuestra?

 

Cuando es justa la censura, es bienvenida;

pero ustedes me acusan sin razón.

Job 6.25, RVR 1960, TLA

 

Trasfondo

La segunda parte de la respuesta de Job a Elifaz (6.18-30) está formada por un reproche ampliado a sus amigos que inicia en los vv. 14-15 como afirmación central de su argumentación por causa de la falta de comprensión y apoyo:

 

Si en verdad fueran mis amigos,

no me abandonarían,

aunque yo no obedeciera a Dios.

Pero ustedes, mis amigos,

cambian tanto como los ríos:

unas veces están secos,

y otras veces se desbordan. (TLA) 

Jorge Pixley propone un proverbio para traducir la idea expresada aquí: “Un hombre desesperado necesita la lealtad de un amigo cuando pierde la fe en el Todopoderoso”.[1] Lo que Job esperaba de sus amigos era lo mismo que Yahvé de su pueblo: jesed, lealtad, en ese caso al pacto humano-humano de la amistad (Prov 14.20-21):

 

Cuando uno está en un trance tan agudo como el de Job necesita la lealtad de sus amigos, pero ellos se han mostrado traicioneros. Esta traición es elaborada por Job con la imagen de un arroyo que abunda en agua cuando no hace falta, pero que se seca cuando en el tiempo de sequía los viajeros más necesidad tiene de sus aguas [6.16b-17]. Así los amigos se han asustado ante el tormento a que Dios ha sometido a Job [6.21], y se han apresurado a defender —¡a su enemigo! Y Job no ha pedido auxilio material frente a su enemigo. Sólo lealtad.[2]

 

Una cadena de reproches (6.18-27)

“Lo terrible que ven [los amigos]”, agregan L. Alonso Schökel y J.L. Sicre, “es el sufrimiento atroz del amigo, como un golpe numinoso, como amenaza de contagio”.[3] La siguiente comparación los muestra como mercaderes que se apartan del camino y al no hallar los ríos, quedan “confundidos y frustrados”: “vieron algo espantoso y se asustaron” (21). Ellos llegaron por voluntad propia y tampoco fue requerido su apoyo económico (22-23). Pixley comenta que en los vv. 24-30 Job les pide que no se pongan tan rápido del lado de Dios sin primero haber examinado su justicia. Incluso pide que le demuestren en qué ha fallado y aceptará sin chistar (24). Allí resuena el grito del v. 25: “¡Cuán eficaces son las palabras rectas! / Pero ¿qué reprende la censura vuestra?” (“Si tuvieran razón, no me ofendería; / ¡pero ustedes me acusan / y no tienen pruebas!”, TLA). Si no conocen su error, ¿por qué lo fustigan de esa manera? La única razón por la que lo juzgan son sus palabras (26), el peso de las cuales estaba creando un universo nuevo de interpretación de lo su cedido, moviéndose peligrosamente más allá de lo que tradicionalmente se aceptaba. Él debía callar y aceptar su culpabilidad. El valor de las palabras entra en juego en esta triple mención de ellas: a) son útiles para evidenciar; b) se han utilizado para demandar justicia; y c) al usarlas irresponsablemente, se vuelven vanas e inútiles (26b).

La siguiente acusación es profundamente ética y sumamente puntillosa: “¡Ustedes son capaces de todo, / hasta de vender a un huérfano / y abandonar a un amigo!” (27). La segunda parte de este versículo, que puede leerse así: “Y caváis un hoyo para vuestro amigo”, según explica Pixley, utiliza un verbo que también se refiere a la especulación o el regateo en una compra. Por eso, la Biblia de Jerusalén traduce: “especuláis con vuestro propio amigo”. “Job acusa a sus ‘amigos’ de abandonarlo por su poderoso enemigo, como quien abandona un huérfano o vende barato lo que ya no le conviene”.[4]

“Dígan si soy un mentiroso” (6.28-30)

Lo adecuado es ver si él miente al quejarse así (28). Les exige que dejen de juzgarlo y que acepten su inocencia (29). El v. 30 plantea la necesidad de distinguir entre la verdad y la mentira, nuevamente el uso de la palabra para vehicular significados verdaderos o falsos. Al final, el asunto se coloca en el ámbito de lo jurídico, pues “el juramento de decir la verdad nos traslada al proceso en el que se aborda la justicia o la injusticia, la inocencia o la culpabilidad. Es decir, Job comienza a considerar el diálogo con los amigos como pleito en el que se debate su propia inocencia; ya no le importa el consuelo, que los amigos no saben dar. Ya no está en juego su vida o su bienestar; está en juego su inocencia”.[5] Pero lo más extraordinario es que Job conserva la lucidez para manejar el sentido y el peso de su argumentación. De ahí que el peso de sus palabras como expresión humana decantada, sublimada, purificada, sea capaz de verbalizar algo que pocas veces la experiencia humana consigue: hacer del dolor y la tragedia inexplicables algo inteligible y discutible, más allá de las doctrinas y de la sabiduría acumulada.

Conclusión

Por eso se trata de una palabra humana en busca de la divina, de esa palabra que pueda sintetizar dialécticamente, bueno y lo malo, la vida y la muerte, la tristeza y la felicidad, algo que solamente puede esperarse de las palabras divinas, auténticas palabras rectas y eficaces. A eso aluden las palabras de los autores del Nuevo Testamento (Hebreos, Pedro, Santiago, Timoteo) cuando apreciaron en ellas su enorme poder profundizador, restaurador y renovador. Ahonda en la experiencia humana más esencial, es la palabra profética (es decir, actual y pertinente) más firme y reclama un ejercicio de obediencia por la manera en que enseña el designio divino.



[1] J. Pixley, El libro de Job. Comentario bíblico latinoamericano. San José, Seminario Bíblico Latinoamericano, 1982, p. 52.

[2] Ídem.

[3] L. Alonso Schökel y J.L. Sicre, Job. Comentario teológico y literario. Madrid, Ediciones Cristiandad, 1983, p. 158. Énfasis agregado.

[4] J. Pixley, op. cit.

[5] L. Alonso Schökel y J.L. Sicre, op. cit.

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