sábado, 24 de agosto de 2024

La providencia de Dios ante los imprevistos (Job 5.1-16), Pbro. L. Cervantes-Ortiz


Elifaz dialoga con Job.

25 de agosto, 2024

Dios da poder a los humildes

y ayuda a los afligidos;

Dios hace que los astutos

caigan en sus propias trampas;

les desbarata sus planes malvados

y les arruina sus malas acciones.

Job 5.11-13, RVC 

Trasfondo

A estas alturas del tema que nos ocupa bien vale la preguntar cuántos Jobs brotan del texto que lleva su nombre y con cuál/es de ellos nos podemos identificar. Primero, está el rico, lleno de bendiciones y de bienes materiales, dotado de una excelente reputación moral y de una espiritualidad intachable e intacable. Segundo, el que recibió el primer golpe con la pérdida de la familia y de sus propiedades, que reaccionó de manera estoica y moderada ante los embates de la desgracia repentina. Tercero, el que perdió la salud y cuyo cuerpo se convirtió en un vehículo de la enfermedad más traicionera e incontrolable, lo que sumó a su pobreza instantánea. Cuarto, el explosivo creyente que defiende su integridad a toda costa delante de Dios y de sus amigos que lo acosaron con una serie de acusaciones infundadas y pretendidamente muy teológicas (“El que estaba equivocado pretendiendo demostrar que estaba equivocado quien no lo estaba”, Edesio Sánchez C.). Y quinto, el nuevamente bendecido por Dios que recuperó sus bienes, la familia y la salud, y que reverdeció como algunos arboles ya casi marchitos para iniciar una nueva vida. Estamos delante de la exigencia de hacer una interpretación existencial de la Biblia, o como escribió un autor judío contemporáneo, de “embiblar” la voz y la vida.[1] Esto es, cubrir con una gruesa capa de Biblia todo lo que nos pasa y encontrar a Dios en ello. Y en las palabras de Elifaz ahora nos aguarda la alusión a la providencia divina. 

“Grita cuanto puedas; a ver quién te responde” (5.1-7)

Elifaz comienza esta segunda parte de su argumentación poética con unas palabras sumamente crueles: “Grita cuanto puedas; a ver quién te responde” (5.1a) que se complementan con la mención de los qedoshim, esos dioses, ángeles o santos que tampoco responderán. Job está condenado a recibir el silencio por respuesta… porque su amigo lo considera inevitablemente culpable de un pecado oculto. “En resumen: en los oídos de Job suena ya el tema de la reclamación judicial, continuando el tema de ‘tener razón frente a Dios’; el ángel puede ser abogado o árbitro. Es como si Elifaz se adelantara a disuadir a Job de apelar a un juicio con Dios, pues ya tiene la causa perdida y nadie saldrá por él. Sería insensatez (2-3)”.[2]

Con un lenguaje cercano al Eclesiastés, encadena una serie de observaciones que aplican la doctrina de la retribución que mezcla con sus propios deseos: “He visto cómo prospera el malvado, / pero al mismo tiempo he deseado su desgracia” (v. 3). Se nota claramente cómo evidenciar las “fallas” de ese principio trastornaba lo aprendido de manera dogmática, por lo que Elifaz desarrolla toda una argumentación alrededor del malvado exitoso, la anomalía que se observaba en la realidad social. El deseo porque no le vaya bien se desdobla en malos deseos para él (vv. 4-5). Su conclusión también tiene todo el sabor sapiencial para intentar justificar esa doctrina: “Ni la aflicción ni los sufrimientos / brotan de la tierra sin razón alguna; / en cambio nosotros somos como las chispas: / saltamos por el aire tan sólo para morir” (vv. 6-7). Porque siempre habrá, supuestamente una explicación moral para la presencia inesperada de lo imprevisto. Los sabios antiguos no encontraban otra explicación para “los azares del destino”, para las contingencias a las que todo ser humano está expuesto. 

La providencia al rescate de los pobres (5.8-16)

En la segunda parte del cap. 5, Elifaz recomienda a Job que busque a Dios y le habla de sus acciones grandiosas y providenciales: “Yo, en tu lugar, recurriría a Dios / y me pondría en sus manos. / Dios hace cosas grandes e incomprensibles; / ¡imposible contar las maravillas que realiza!” (vv. 8-9). “Afirmando y alabando el poder y la justicia de Dios, Elifaz pretende contrarrestar lo que Job quería destruir con su invocación al caos. El meollo del tema es el gobierno divino del mundo [la providencia], que incluye premios y castigos. Es la conocida doctrina de la retribución: ‘Yo soy testigo: quienes cultivan maldad y siembran desgracia, las cosechan’ (4.8). Elifaz ha insinuado repetidas veces que Job sufre por algún pecado”[3] El amigo de Job entra al terreno doctrinal de la providencia divina por el lado más sensible: Dios está atento a todo lo que sucede y lo conduce según su designio, especialmente en relación con su creación (10), con los malvados (12-14) y con los pobres y necesitados (15-16). Su lenguaje es plenamente liberador. Pero como Job no era ni lo uno ni lo otro, por lo tanto no aplicaba para él.

Pero Elifaz no quita el dedo del renglón: ha sugerido a Job buscar a Dios para que arregle cuentas con Él y así pueda superar su pecado oculto. Porque Elifaz no descartaba que su desgracia fuera una verdadera “lección del Altísimo” (“¡Dichoso aquél a quien Dios corrige! / Así que agradece la corrección del Todopoderoso”, v. 17; ¿alguien de verdad puede agradecer o estar a gusto en el momento de la disciplina?), que en realidad Dios se interesaba por él y que no tardaría en devolverle todo su bienestar. 

Conclusión

Y, sin embargo, Elifaz se asoma a unas zonas de cordura, autenticidad y clara profundidad espiritual cuando afirma lo mismo que Job ya había hecho sobre las paradojas divinas: “Porque él es quien hace la llaga, y él la vendará; / Él hiere, y sus manos curan” (5.18). Los vv. 19-24 son toda una lección de cómo asimilar el castigo divino, de cómo “crecerse” a él: “Podrás reírte de la destrucción y del hambre; / no temerás que te ataquen las fieras salvajes” (22) y de cómo el horizonte futuro se presenta como lleno de bendición y de retribución: “ Sabrás lo que es vivir en paz, / tendrás tu propio ganado, y nada te faltará” (v. 24), para terminar la larga vida con una gran descendencia (vv. 25-27). Pero semejante triunfalismo voluntarista no era la receta para Job… y tal vez tampoco para nosotros hoy porque lo que él veía delante suyo era todo lo contrario de lo que estaba escuchando. Afirmar la providencia divina es algo digno de reconocimiento, pero a Elifaz le faltó una gran dosis de compasión: “Ha dado una buena cátedra, pero no ha manifestado la menor simpatía. Él expresa con excesiva seguridad sus concepciones sobre Dios [“sana doctrina”] y sobre la condición humana, y asume una posición de superioridad frente a Job”.[4] La moraleja es clara: podemos aprobar muy bien el examen doctrinal, pero saldremos reprobados en empatía y en sensibilidad. Ése es nuestro dilema también en el presente.



[1] Henri Meschonnic, “Embiblar la voz”, en https://zacariasmarcopsicoanalista.com/biblioteca/embiblar-la-voz-por-henri-meschonnic/

[2] L Alonso Schökel y José Luis Sicre Díaz, Job. Comentario teológico y literario. 2ª ed. actualizada. Madrid, Ediciones Cristiandad, 2002, p. 177.

[3] Eduardo Arens, “Job”, en Armando J. Levoratti, dir., Comentario bíblico latinoamericano. Antiguo Testamento. II. Estella, Verbo Divino, 2007, p. 769.

[4] Ídem.

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