sábado, 7 de septiembre de 2024

"¡Quítame esta rebeldía y perdona mi maldad!" (Job 7.11-21), Pbro. L. Cervantes-Ortiz


Gustave Doré, Job y sus amigos

8 de septiembre, 2024

¿En qué te afecta que yo peque?

¿Acaso te soy una molestia?

¿Por qué no me perdonas

y te olvidas de mi maldad?

Job 7.20b-21, TLA 

Trasfondo

En la segunda parte de su respuesta a Elifaz (aunque en realidad se dirige a sus tres amigos), Job expone ante el público su lamentación por la existencia humana en el mundo: frágil, sufrida y efímera. Similar al cap. 3, habla tan hondamente que hace sentir su cercanía con la muerte. Pero dado que para él la razón de sus males es Dios mismo se dirige a él abiertamente, lo señala y le ruega que lo deje en paz, pues ya no soporta el mal que ha caído sobre él (“¡Aborrezco esta vida! ¡No quiero seguir viviendo! / ¡Déjame ya! ¡No vale la pena seguir viviendo!”, 7.16). “Porque tiene confianza en Dios, Job es franco y directo en su lamento, inclusive atrevido en sus acusaciones; no teme decir lo que siente, ni lo encubre con diplomacias, y por lo mismo exigirá luego un careo frente a frente con él”.[1] Su estado es deplorable: su piel está carcomida, “vestida de gusanos, y de costras de polvo” (v. 6) y ahora subraya la fugacidad del ser humano (7). Con base en ello le advierte a la divinidad: “A sabiendas de que soy como el polvo, si acabas conmigo (8), seré ‘como la nube [que] se desvanece y se va’ (9a) y me quedaré en el Seol (9b)”. “Job, íntegro  sabe que su dios le va a echar de menos […] Naturalmente. ¿Dónde iba a encontrar a otro fiel tan cabal, íntegro y temeroso de Elohim como él? […] ¿Qué persona puede decir que, después de morir, Dios la echará de menos?”.[2]

 

La amargura de Job no sólo se vuelve contra Dios; también se vuelve contra los amigos que vienen a consolarle. Todo el texto contenido en el capítulo 6 del libro es la demostración de esa clase de sentimientos. Y al mismo tiempo, le suplica a Dios que le dé la muerte, antes de que llegue a pronunciar palabras de maldición contra ese mismo Dios (6.8-10: “¡Cómo quisiera que Dios / me diera lo que le pido: / que de una vez me aplaste, / y me deje hecho polvo! / ¡Jamás he desobedecido a Dios! / Éste es el consuelo que me queda / en medio de mi dolor”).[3] 

“No puedo quedarme callado” y me acosas como monstruo marino (7.11-12)

A su decisión de no quedarse callado le sigue la intención de mostrar su angustia y su amargura, además de que quizá Dios lo ve como si fuera un representante del caos (Mar, Dragón, v. 12), porque le ha cargado la mano.

 

Cuando demuestra su amargura por el consuelo que le quieren dar sus amigos, Job no dice nada que alguna vez no hayamos pensado nosotros mismos, aunque no lo hayamos dicho. Siempre habrá un abismo entre los hombres que sufren y los hombres que los consuelan. Solamente Dios conoce los secretos que hay en ese abismo. Por cierto que hay palabras de consuelo sinceras. Por supuesto que todos sentimos alguna forma de alivio a nuestros dolores cuando alguien nos consuela. Pero muchas veces las palabras de consuelo son un disfraz: el que consuela al afligido quiere disimular su propio desconcierto ante la realidad del sufrimiento humano.

En el cap. 7, Job se dirige a ese Dios ausente, que no puede ser impasible a sus sufrimientos. No olvidemos que, según el Libro, Job pertenece a un pueblo pagano que no conoce a Dios Padre. Tal vez Job cree que ese Dios desconocido pero presentido solamente piensa en el hombre para hacerlo objeto de su cólera. Mejor sería escapar a tal divinidad (Ídem). 

“A veces pienso que durmiendo / hallaré consuelo” y “abomino de mi vida” (7.13-16)

Asimismo, la noche llega y lo atenaza, casi lo estrangula (13), y hasta allí no deja Dios de acosarlo en sueños y visiones: “Job se siente acosado por una divinidad controladora que no le quita el ojo de encima. […] el dios de Job ni siquiera respeta el sueño reparador de los mortales, pues le aterra y espanta con pesadillas y visiones”.[4] Job detesta su vida si tiene que seguir en esas condiciones (15-16). Sus palabras son terminantes: “¡Déjame ya! ¡No vale la pena seguir viviendo!” (16b).

 

“¿Qué es el hombre —pregunta Job—, para que lo engrandezcas, / y para que pongas sobre él tu corazón, / y lo visites todas las mañanas / y todos los momentos lo pruebes?” [7.17-18].

Esta queja de Job contra Dios nos recuerda los conflictos y las tensiones entre los seres humanos que se aman: padres e hijos; esposos; hermanos; amigos. Porque se aman, se muestran exigentes los unos con los otros. Cuando vivimos esos conflictos, también nosotros podemos preguntar: “¿Qué soy yo para que te fijes tanto en mí?”. Y de inmediato sabemos que el otro no puede vivir sin nosotros ni nosotros sin él (Ibid., pp. 32-33, énfasis agregado). 

“¿Qué es el hombre… para que lo visites todos los días…?” (7.17-19)

Estas palabras recuerdan las del Salmo 8, de alto contenido religioso, aunque aquí la pregunta es modificada: “…que lo engrandeces, / y lo tienes tan cerca de tu corazón? / ¿Por qué lo visitas todos los días, y a todas horas lo pones a prueba?” (17b-18). Estamos, sugiere, Job, delante de un “Dios acosador”: Job, a diferencia del salmo, que observa en Dios un constante y amoroso cuidado hacia el ser humano, “‘pervierte’ la solicitud divina que canta el salmista, y que él considera agobiante y llena de mala fe. Elohim se interesa por el hombre, se ocupa de él con la intención de pillarle en algún desliz que le sirva de motivo para machacarle y destruirle”.[5] Job solicita un poco de tregua, de ”espacio vital”…

 

En sus quejas, Job está soñando con un Dios lleno de cariño para él. En su silencio, no hay la seguridad de que ese Dios nos ha olvidado (Ibid., p. 33). 

“¿En qué te afecta que yo peque?” (7.20-21)

La pregunta del v. 20 pone en riesgo todo el sistema religioso judío: “¿En qué te afecta que yo peque?”, puesto que se pone en tela de juicio si el pecado humano toca en realidad a esa gran persona cósmica, al “Centinela de los hombres”. La RVC propone una traducción muy inquietante: “¡Deja ya de vigilar a los seres humanos!”. La RVR60 también refleja la desazón jobiana: “¿Por qué me pones por blanco tuyo, / hasta convertirme en una carga para mí mismo?”. “De hecho, la integridad éticaparece no afectar a Elohim, que no ha tenido en cuenta la honradez de Job; antes bien, ha reducido a su siervo a la mínima expresión física y psicológica. Entonces, ¿por qué habrían de afectarle los desvíos humanos?”. Se trata de una peligrosa lógica, “pues si el bien y el mal no afectasen a la divinidad, los beneficios o sinsabores que experimentan los seres humanos se deberían al puro azar. Y entonces no habrá relación alguna de la divinidad con el orden de la moral”.[6] Dios sería un ser supremo amoral, por definición.[7]

 

En medio de nuestros sufrimientos humanos, llega el momento en que nos sentimos como Job: sabemos que Dios está vigilando a su criatura predilecta, que sigue siendo el hombre (Ibid., p. 33). 

Conclusión

“A diferencia de los salmistas, Job no pide a Dios ser liberado de sus desgracias, sino que lo deje en paz. No pide auxilio a Dios, sino que no le preste atención confiado en que así cesarán sus sufrimientos. El pedido de que olvide su posible ‘ofensa’, su ‘culpa’ en los vv. 20-21, visto en el contexto del discurso, es un recurso retórico para zafarse de la sombra ‘guardiana’ de Dios (vv. 12-19)”.[8] La plegaria-grito es estentórea: “¿Y por qué no quitas mi rebelión…?” (21a). Cuando a nuestra mente llegan esos pensamientos, sintonizamos con Job y podemos ver un nuevo rostro de Dios, quien nos recibe y comprende gracias a la humanidad de su Hijo incorporada en el interior trinitario.

 

Comprendemos que en medio de la vida y de la muerte, Dios no puede vivir sin el hombre (Ídem).



[1] Eduardo Arens, “Job”, en A. Levoratti, ed., Comentario bíblico latinoamericano. Antiguo Testamento II. Estella, Verbo Divino, 2007, p. 771.

[2] Víctor Morla, Job 1-28. Menao, Desclée de Brouwer, 2007 (Comentarios a la Nueva Biblia de Jerusalén, 15A), p. 102. Énfasis agregado.

[3] Julio Barreiro, “Dios no puede vivir sin el hombre”, en El hombre de la Biblia. Buenos Aires, Ediciones La Aurora, 1983, p. 32.

[4] V. Morla, op. cit., p. 104.

[5] Ibid., p. 105. Énfasis agregado.

[6] Ibid., pp. 105-106.

[7] Carl Gustav Jung, Respuesta a Job. México, Fondo de Cultura Económica, 1964, pp. 16-17.

[8] E. Arens, op. cit., p. 771.

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