viernes, 9 de agosto de 2024

Dios y el ser humano en conflicto (Job 4.1-11), Pbro. L. Cervantes-Ortiz


William Blake (1757-1827), La visión de Elifaz (1825)

11 de agosto, 2024

¿Desconfías acaso de tu temor a Dios?

¿Ya no crees que tu integridad puede salvarte?

Job 4.6, RVC

 

Trasfondo

En los caps. 4-27 del libro de Job, primera parte del poemario, no se puede hablar de diálogos propiamente dichos sino de reacciones y contrarreacciones que incluyen reflexiones, observaciones e interpelaciones. Cada quien presenta su punto de vista como si no hubiera escuchado al otro; parecería que son exposiciones pensadas para los/as lectores. Es más, los lectores son tácitamente invitados a participar en el debate. “El poeta ha ahondado hasta el extremo el abismo que separa a los interlocutores, es decir, entre la sabiduría tradicional y la experiencia vivida por el justo Job. Es decir, el abismo que separa a quien habla de justicia desde su comodidad y prosperidad, y el que lo hace desde su miseria y su desgracia”.[1] Una experiencia similar vivió el poeta kosovar Xhevdet Bajraj (1960-2022), quien debió venir a México a instalarse en una casa de refugio para escritores por causa de las acciones de “limpieza étinica” que sufrió en su país. Aquí se quedó hasta su muerte; el título de uno de sus libros conecta directamente con la experiencia de Job: El tamaño del dolor (2005), que describe el terror vivido en su país natal. 

Elifaz no guarda silencio (4.1-6)

En la primera parte de sus intervenciones los amigos quieren consolar a Job mostrando los sabios caminos de Dios. Subrayan los detalles de la doctrina de la retribución y lo exhortan a buscar a Dios. “De los tres amigos Elifaz es el de mayor edad y el más sabio y elocuente. Sabe cómo hablar a Job para que encuentre alivio en su aflicción, pero a éste sólo le preocupa conocer el porqué de su desgracia, para lo que Elifaz conoce también la doctrina al caso: sufre por alguna culpa, consciente o inadvertida, de la que Job ha de arrepentirse para recobrar el favor divino”.[2] Es el primero en reaccionar (en dos capítulos) para responder al pesimismo humanista y teológico mostrado por Job en su soliloquio con una pregunta directa en medio de la triste situación: “Tratar de hablarte te será molesto; pero, ¿quién podría quedarse callado?” (4.2). Su discurso expone básicamente la misma temática de los amigos: un resumen de la teología tradicional sobre el sufrimiento y la justicia divina.

 

Elifaz no se esperaba esa erupción tumultuosa de su amigo. Sin mucho tiempo para pensar, siente que le toca contestar el primero. En punto a desarrollo, su discurso es bastante claro. Empieza con una reflexión personal, un poco ad hominem, 2-7; después apela a su experiencia, 8-11; a una revelación, 4,12-5,2, y otra vez a la experiencia , 5,3-7; pasa a dar un consejo en tono personal, “yo que tú”, 5.8-16, y salta a una bienaventuranza, que le permite una brillante amplificación, 17-26; sigue un verso conclusivo, 5.27. En ese desarrollo notamos que la revelación se encuentra en el centro, entre dos piezas de experiencia. Si al comienzo parece Elifaz improvisar sin contenerse, al final apela a una reflexión precedente, que ha hecho madurar sus ideas.[3] 

Comienza recordando a su amigo lo que se consideraba un dogma de fe, que Job mismo enseñaba a otros (vv. 3-4), pero al sufrirlo en carne propia, parece no soportarlo (5): Dios nunca abandona al justo, en cambio, el malvado desaparece (7-11) porque Dios se encarga de él: es la doctrina de la retribución en toda su intensidad. Aun cuando reconoce la integridad de Job (6), más tarde cambiará de opinión. “Por eso, como amigo, quiere salvarlo de la inesperada inclinación a la autodestrucción que manifestó en su explosión del cap. 3: ‘¿Aguantarás si alguien te dirige la palabra? (4.2a)’”.[4] Las preguntas que siguen son incisivas y hasta hirientes: “¿Desconfías acaso de tu temor a Dios? / ¿Ya no crees que tu integridad puede salvarte?” (6). 

La retribución como doctrina básica (4.7-11)

Con un imperativo dirigido a su amigo, Elifaz lo conmina a recordar y, por ende, a comprobar en su experiencia cómo jamás una persona inocente y justa ha sido maltratada o aniquilada por Dios (7), pues ésa es la esencia antropológica y teológica de la doctrina de la retribución y Dios no puede fallar en esa ecuación tan aparentemente perfecta. “Elifaz pretende probar la doctrina de la retribución a partir de la experiencia de la vida como un axioma de la historia […] No tiene en cuenta la experiencia contraria de Job”.[5] También afirma que él ha sido “testigo” de esa realidad (8) y recurre sin dudarlo a la piedad popular que atesora ese aprendizaje de manera casi absoluta: “Los que siembran maldad, cosechan lo que siembran” (8b). Todas las culturas han producido refranes como éste. A trasmano Elifaz acusa indirectamente a Job de ser culpable e injusto. Pero incluso los lectores podrían/mos aportar testimonios de destinos azarosos, de personas que no se han sembrado, ni regado. “Esos imponderables llevan el calificativo de ‘mal’”.[6]

A continuación, Elifaz ofrece un sesgo teológico que se suma a la experiencia, pues es la propia divinidad la que interviene: “el aliento de Dios sopla sobre ellos, / y su enojo contra ellos los consume” (9). Es la mismísima ruáj, el soplo divino, su “espíritu” que viene sobre los malvados para consumirlos. En los vv. 10-11 aparecen rasgos de la sabiduría popular: con la figura del león y sus cachorros se ejemplifica la transición general que no necesariamente hereda la fuerza: “El segundo refrán (v. 11) abunda en el contenido del primero, aunque con un matiz peculiar: en el primero, el poderoso león no iba a tener una descendencia a su mismo nivel; en el segundo, sin embargo, muere, obligando a que los cachorros se dispersen hambrientos en busca del alimento que los mantenga con vida. En cualquiera de los dos casos, Elifaz está aplicando los refranes al propio Job”.[7] 

Conclusión

Al “abrir el fuego” en contra de Job, Elifaz pasó de la solidaridad silenciosa a la incomprensión militante. En su afán por afirmar la enseñanza dogmática tradicional incurrió en una espiral de acusaciones que se acumularán más adelante. Desde un principio, aparecen en germen las acusaciones que se irán desdoblando, lo cual lleva a plantearse, como lectores, preguntas inquietantes: “¿De qué lado nos ponemos nosotros? ¿Somos, como Job, conscientes de las inseguridades de la vida y andamos en busca de sentido ante los sinsentidos, o somos como los amigos, herméticamente seguros de nuestras verdades? Como auditorio debemos tomar en serio ambos lados, para descubrir dónde nos encontramos más ‘en casa’, conscientes de nuestra realidad, con sus prejuicios, intereses y máscaras. Así el libro de Job podrá ser realmente ‘palabra de Dios para mí’”.[8] Arriesguémonos a responder con honestidad y autocrítica.



[1] Eduardo Arens, “Job”, en Armando J. Levoratti, dir., Comentario bíblico latinoamericano. Antiguo Testamento. II. Estella, Verbo Divino,2007, p. 766.

[2] Julio Trebolle y Susana Pottecher, Job. Madrid, Trotta, 2011, p. 16, nota 22.

[3] L. Alonso Schökel y J.L. Sicre, Job. Comentario teológico y literario. 2ª ed. Madrid, Ediciones Cristiandad, 2002, p. 168.

[4] E. Arens, op. cit., p. 769.

[5] J. Trebolle y S. Pottecher, op. cit., p. 17, nota 24.

[6] Víctor Morla, Job 1-28. Bilbao, Desclée de Brouwer, 2007 (Comentarios a la Nueva Biblia de Jerusalén, 15A), p. 76.

[7] Ibid., p. 77.

[8] E. Arens, op. cit., p. 769.

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