viernes, 2 de agosto de 2024

"Perezca el día en que yo nací" (Job 3.1-10), Pbro. L. Cervantes-Ortiz


Gustave Doré (1832-1883), Job habla con sus amigos (1866)


4 de agosto, 2024

Llegó el momento en que Job ya no pudo más y comenzó a maldecir el día en que nació. Entonces, dijo: “¡Maldito sea el día en que nací! Maldita la noche en que anunciaron: ‘¡Fue niño!’”.

Job 3.1-3, Traducción en Lenguaje Actual 

Trasfondo

La transición que va de Job 2 al cap. 3 está muy bien presentada por un momento de silencio que duró una semana completa. Paralelamente se pasa del relato en prosa a la explosión poética y discursiva que durará casi 39 capítulos más, toda una odisea expresiva llena de argumentos en pro y en contra. El cap. 2 termina Job aparecerá, entonces, como un verdadero torbellino de versos llenos de protesta y exigencia de justicia plagados de denuncias basadas en su integridad y honradez. Se advierten varias diferencias importantes entre ambas secciones del libro: “La imagen de Dios en el prólogo es antropomórfica, cercana, mientras que en el poemario es distante, majestuosa. [...] El Job del relato es sumiso, piadoso, acepta sus desgracias con admirable resignación; el Job del poemario es rebelde, crítico de Dios, casi altanero en la seguridad de su rectitud e inocencia, y exige a Dios que justifique sus ataques en su contra o que deje de destruirlo. El tema de la piedad auténtica en el prólogo cede el paso en el poemario al de la justicia divina”.[1] Es preciso prepararse para afrontar una verdadera avalancha poética y así seguir el impulso de quienes hablarán allí en busca de una definición y eventual resolución del problema, pero sobre todo a Job:

 

Escuchar el tormento del sobreviviente requiere una hospitalidad sin condición, la más difícil —y genuina— de todas (y los interlocutores de Job no dieron muestras de semejante hospitalidad radical). Se trata de un ejercicio de heteronomía, pues el otro, desde su dolor y su despojo, revela —o impone— una norma ajena que cambia el horizonte y el marco de referencia de quien lo escucha. La interpelación del otro, en la heteronomía, cuestiona de raíz toda certeza y autocomplacencia del sujeto interpelado. Al exponer su intemperie, la víctima de injusticia activa el desamparo reprimido de sus interlocutores, que buscan cobijo en una teodicea que se limita a instrumentalizar a Dios.[2] 

Explosión poética de Job (3.1-10)

Familiarizarse con una poesía religiosa antigua de protesta: ése es el desafío para la lectura del núcleo del libro de Job. “Tiene un vocabulario muy rico, abundante en sinónimos, que incluye más palabras exclusivas que cualquier otro libro de la Biblia. Los empleos de elocuentes metáforas, de precisas imágenes, y la abundancia de paralelismos, hacen de esta obra una delicia literaria, aun en traducción, sin hablar de lo picante de ciertas observaciones y de las ironías”.[3] El cap. 3 abre la secuencia de soliloquios o monólogos de Job (otros son los caps. 29-31) que enmarcan los intercambios de sus tres amigos con él. “Job […] tiene con Dios un diálogo de poeta. Y los tres escritores que le escuchan, atentos, le responderán también como poetas”.[4] En la poesía latinoamericana resuena la voz de otro Job, César Vallejo: “Yo nací un día / que Dios estuvo enfermo, / grave” (“Espergesia”, Los heraldos negros, 1919).

El capítulo tiene tres partes: 1. La maldición de los momentos de su concepción (3-10); 2. Lamentación por nacer para sufrir (11-19). 3. Lamentación por su condición actual (20-26). Sus primeras palabras son atronadoras y contundentes y el narrador las consigna con una advertencia: “Después de eso, Job habló y maldijo el día de su nacimiento. Y dijo: ‘Que perezca el día en que me concibieron, / y la noche en que dijeron: ‘¡Ya nació un varón!’. / Que se oscurezca ese día, / y que Dios en lo alto no lo tome en cuenta. / Que ese día el sol deje de brillar, / y las tinieblas de muerte lo oscurezcan. / Que lo envuelva un manto de oscuridad / y lo deje como un día horrible y bochornoso” (3.1-5). Al maldecir el día de su concepción Job no maldijo a Dios, aun cuando utiliza lenguaje indirecto, “su imprecación concierne al Creador, pero no es una maldición fríamente pronunciada ni pretende rechazar a Dios, sino que es un grito de herida mortal, que cuestiona el sentido de la vida en tales circunstancias”.[5] Aunque el lenguaje parece muy irreverente, el objeto directo de la explosión no fue Dios sino la vida de quien estaba herido. Job lamenta su suerte hasta el punto de desear no haber sido concebido. En el v. 8 se hace mención al monstruo marino Leviatán, señor del caos infructuoso que amenaza con regresar.

Nacer para sufrir las tribulaciones (3.11-19)

En la segunda parte, Job observa el hecho de su nacimiento como tal y lo lamenta. Hubiera sido preferible pasar del seno materno al sheol: “¿Por qué no morí yo en la matriz? […] ¡Ahora estaría yo tranquilo y en reposo!” (11a, 13a). No menciona a los demás, ni a sus padres: “Es su dolor y sufrimiento; es su vida que le absorbe. Por lo mismo Job no maldice al mundo, ni desea que sea destruido; Job no pretende arrastrar consigo en su desgracia al universo o a otras personas”.[6] La mirada de la realidad no deja de ser abrumadora y cuestionante de toda la realidad, pero todo eso se pasa por el filtro de la poesía de lamentación, la endecha, que aparece en muchos lugares de la Escritura: “¿Por qué no fui escondido como abortivo, / Como los pequeñitos que nunca vieron la luz? / Allí los impíos dejan de perturbar, / Y allí descansan los de agotadas fuerzas. / Allí también reposan los cautivos; / No oyen la voz del capataz” (16-18).

 

En esta parte del soliloquio se trasluce la acusa del sufrimiento de Job: no se trata de una enfermedad ni de la pérdida de sus bienes; es sustancialmente su estado de humillación, de deshonor. Si hubiera muerto antes de su desgracia, descansaría con reyes y príncipes, vale decir, con gente investida de dignidad (14s), mientras que en los vv. 17-19 Job se siente más cercano a los malvados, prisioneros y esclavos. A estas alturas él ve el sentido de la vida en su posición social, en la cuestión del honor o, como diríamos hoy, en su apreciación de su dignidad humana.[7] 

Una visión sapiencial y amarga (3.20-26)

“¿Por qué llega a ver la luz el que trabaja, / y se deja vivir al de espíritu amargado? / Esperan la muerte, y ésta no llega, / aunque la anhelan más que al oro, / ¡pero cuán grande es su alegría / cuando al fin encuentran el sepulcro!” (3.20-22). El tono sapiencial domina la tercera sección, la cual se centra en el presente como una realidad dada, con una proyección futura en este mundo. Es una lamentación por las penurias de la vida humana y de la propia vida del hablante que se prolonga sin ningún sentido. Es un eco del Eclesiastés en su observación del sinsentido de la existencia, la proyección universal a la que aspira toda poesía y más ésta, de carácter metafísico. Al pasar a la tercera persona, el poema va más allá de la situación personal de Job, pues sin compararse con la gente feliz, no pregunta si su sufrimiento es parte de un castigo, se pregunta “en general por el sentido de una vida desdichada. Pregunta qué sentido tiene una creación a la cual su Creador mismo le ha quitado, o al menos le ha ocultado su sentido, toda vez que vive en una angustia ‘carente de futuro’. Por tanto no es el dolor por alguna enfermedad física, sino un dolor del alma”,[8] esto es, una angustia metafísica y existencial, al mismo tiempo. Job expresa en forma dramática su anhelo de liberación para ser escuchado por Dios.

Conclusión

La explosión de la poesía rebelde de Job expresa la protesta por lo que en el prólogo aparecía como una especie de “idealización de la pasividad absoluta” o de la resignación extrema ante las desgracias experimentadas por un inocente. El lenguaje y el vocabulario manifiestan la carga de una poesía que vehicula el sufrimiento acumulado en tan breve tiempo. Allí donde Eclesiastés expone el absurdo eventual de la vida, Job protesta poéticamente:

 

El poeta se pone del lado de la víctima y se convierte en voz de ese silencioso sufriente; se convierte en su defensor y abogado, que por eso se enfrentará con los amigos. Así se presenta a un Job que se atreve a decir en voz alta lo que a menudo pensamos, pero no nos atrevemos a proferir cuando la vida se hace insoportable. En el poemario Job ya no se circunscribe al lenguaje piadoso que se espera de la persona temerosa de Dios, sino que ahora su discurso suena a blasfemia. Dios y el público deben saber lo que sufre en su alma que vive las desgracias que recaen sobre los Job de la historia. Job protesta enérgicamente, y lo hace en el nombre de la vida, por sus sinsentidos.[9]



[1] Eduardo Arens, “Job”, en Armando J. Levoratti, dir., Comentario bíblico latinoamericano. Antiguo Testamento II, Estella, Verbo Divino,2007, pp. 762-763. Énfasis original.

[2] Silvana Rabinovich,Heteronomía de la justicia: traducir a Job en clave de utopía”, en Interpretatio, 9.1, marzo 2024-agosto 2024, p. 134.

[3] E. Arens, op. cit., p. 750.

[4] Elisa Martín Ortega, “Tres lecturas de Job”, p. 98.

[5] E. Arens, op. cit., p. 764. Énfasis original.

[6] Ibid., p. 765. Énfasis original.

[7] Ídem.

[8] Ibid., pp. 765-766. Énfasis agregado.

[9] Ibid., p. 764.

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