viernes, 27 de septiembre de 2024

Bildad y la justicia divina (Job 8.1-13), Pbro. L. Cervantes-Ortiz


Andrei Rabodzeenko, Pensamientos sobre el libro de Job 04

29 de septiembre, 2024


¿Acaso torcerá Dios el derecho,

o pervertirá el Todopoderoso la justicia?

Job 8.3, RVR 1960

 

Trasfondo

Sin menoscabo de otras porciones de las Sagradas Escrituras en cuyas palabras es posible hallar el tratamiento más profundo y realista de las realidades humanas, presentar las bondades de la salvación, la justicia y la misericordia divinas, es en los libros sapienciales adonde aparecen algunas de las propuestas más complejas y enriquecedoras. No pueden olvidarse las enérgicas admoniciones dirigidas a controlar o someter los instintos humanos que se encuentran en los libros de la Ley, ni mucho menos el realismo de tantos episodios en los libros históricos. Ni mucho menos las profundidades en las que hurgaron los profetas al tratar de actualizar la palabra divina para las circunstancias que vivieron. Cuando varios de ellos debieron experimentar en su propia vida la intensidad apasionada con que Yahvé buscaba una y otra vez a su pueblo para reavivar las cenizas del pacto que en tantas ocasiones estuvo al borde del colapso, los lectores/as de hoy podemos ser testigos de la enorme capacidad expresiva de cada bloque de las Escrituras antiguas.

Pero si nos referimos a los libros sapienciales, concentrados como estuvieron desde su surgimiento mismo en la necesidad de aplicar la sabiduría divina y humana a las situaciones existenciales más complejas, hallaremos que, en los Proverbios, el Eclesiastés y el libro de Job, es adonde resplandece la búsqueda que en Occidente se impondría como reflexión filosófica. Por ello, se puede afirmar, sin ningún temor, que estos documentos constituyen una auténtica filosofía primigenia que debe atenderse así, con gran seriedad y una sólida disposición de aprender acerca de la condición humana confrontada por Dios desde las matrices más hondas del pensamiento hebreo antiguo. 

Job: las profundidades de la sabiduría

Tal y como lo reconoce la filósofa mexicana Isabel Cabrera, en su libro memorable, acercarse al libro de Job en particular es como tocar tímidamente las aguas de un océano inabarcable, pero cuyo contacto no deja igual a quien lo lee, con todo y sus peculiaridades. “Los religiosos, que convierten el contorno en manifestación de lo sagrado, viven lo que para otros es azar indiferente, como muestra de la voluntad de Dios. Job es uno más en el interminable coro de voces que buscan en Dios el sentido de la vida y el sentimiento del sufrimiento; es una voz bellísima que convierte en poesía estas preguntas y envuelve en misterio sus respuestas”.[1]

A cada paso que se da en el interior de esta portentosa obra poética y dramática, es posible hacer un alto y observar cómo, en medio de los diálogos y monólogos de Job y sus amigos, y finalmente, entre Dios y Job, se deslizan y se desdoblan continuamente los argumentos procedentes de la experiencia de la sabiduría que el antiguo Israel fue capaz de dejar como un legado. Harold Bloom, el crítico judío estadounidense que exploró como pocos las características de la literatura sapiencial haciendo la pregunta obligada desde el título de una de sus obras, ¿Dónde se encuentra la sabiduría?, afirma desde un punto de vista muy personal, muestra de la asimilación de sus análisis: 

A lo que leo y enseño sólo le aplico tres criterios: esplendor estético, fuerza intelectual y sabiduría. Las presiones sociales y las modas periodísticas pueden llegar a oscurecer estos criterios durante un tiempo, pero las obras con fecha de caducidad no perduran. La mente siempre retorna a su necesidad de belleza, verdad, discernimiento. La mortalidad acecha, y todos aprendemos que el tiempo siempre triunfa. “Disponemos de un intervalo y luego nuestro lugar ya no nos conoce”. […]

Seamos devotos o no, todos aprendemos a anhelar la sabiduría allí donde pueda encontrarse.[2] 

Bildad y la justicia divina cuestionada

Bildad (“hijo de contienda”), el suhita, segundo amigo de Job, y quizá descendiente de Súa, el hijo de Abraham y Cetura (Gn 25.2), aparece en el escenario para presentar una fuerte diatriba en contra de las afirmaciones de inocencia que había escuchado hasta ese momento. En primer lugar, fustiga a Job por la supuesta violencia verbal con que se había expresado (8.2). la base de su argumentación está en el v. 3: “¿Acaso torcerá Dios el derecho, / O pervertirá el Todopoderoso la justicia?”, lo que se complementa con una observación concisa (“Si tus hijos pecaron contra Dios, / él les ha dado su merecido”, 4) y una conclusión dura y directa (“Pero si tú eres inocente, / habla con él y pídele perdón; / él te protegerá y te recompensará / devolviéndote todo lo que tenías”, 5-6). Su razonamiento es simple: “…como Dios es justo, indujo el castigo final de tus hijos; a ti te ha castigado dejándote tiempo para pedir perdón y enmendarte”.[3] Dios no tuerce el derecho: ésa es su consigna máxima e irrefutable y, a partir de ella, desdobla el principio de la retribución para malos y buenos: 

Mientras los malos son árbol que se seca, como los hijos, el bueno puede disfrutar de nuevo del favor de Dios. es decir, está metiendo a su amigo en el camino de la religiosidad interesada, y así está colaborando inocentemente con el satán y con la mujer de Job. Si ésta decía, “maldice a Dios y muérete”, Bildad viene a decir: “suplica a Dios y alégrate”; ambos proceden por sendas paralelas en la misma dirección. […] va a resultar que la venerable doctrina tradicional sobre la justicia de Dios en forma de retribución está más cerca del satán que del verdadero Dios (segundo énfasis agregado).[4] 

“Si Job es ‘intachable y recto’, Dios le otorgará un ‘espléndido futuro’ (esta es una ironía que encierra una acusación: Job es pecador). Bildad deja la impresión de darle una esperanza, pero en realidad le ha dictado cátedra, sin la menor compasión por la persona sufriente”.[5] Esta perspectiva coloca a Bildad en el horizonte del dogma impuesto sobre la realidad humana del sufrimiento inexplicable. 

Conclusión

En ello, no se aparta de Elifaz, aunque razonando así, “para defender la justicia de Dios, pronuncia un juicio injusto contra los hijos y contra Job. Este simplismo dialéctico ya ha sido rechazado por Job en 6.25-29”.[6] Bildad apela a la sabiduría de los ancestros, pues después de todo se consideraba una persona imberbe (vv. 8-10). Los malvados, agrega, necesitan la sabiduría divina, como las plantas acuáticas el agua (11-13). Esta imagen funciona para cerrar la argumentación deseada, pero que lleva hacia un complejo laberinto humano: ¿cómo defender la justicia divina sin incurrir en insensibilidad y desapego hacia el sufrimiento verdadero de los inocentes? He ahí el gran dilema de Bildad, de Job y de todo lector, ahora y siempre.



[1] I. Cabrera, El lado oscuro de Dios. México, UNAM/FFL-Paidós, 1999, pp. 83-84.

[2] H. Bloom, ¿Dónde se encuentra la sabiduría? México, Taurus, 2005, pp. 13-14.

[3] L. Alonso Schökel y J.L. Sicre, Job: comentario teológico y literario. Madrid, Ediciones Cristiandad, 1983, p. 167.

[4] Ibid., segundo énfasis agregado.

[5] Eduardo Arens, “Job”, en Armando Levoratti, ed., Comentario bíblico latinoamericano. A.T. II. Estella, Verbo Divino, 2007, p. 771.

[6] L. Alonso Schökel y J.L. Sicre, op cit.

sábado, 21 de septiembre de 2024

Un legado de fe (Salmo 71.1-18), Pbro. Emmanuel Flores-Rojas

 22 de septiembre, 2024

Señor, tú has sido nuestro refugio

generación tras generación.

Salmo 90.1

Introducción

El salmo 71 es una oración de confianza y petición a Dios, especialmente en tiempos de dificultad y vejez; por lo que, podríamos decir que se trata de un salmo que expresa la profunda confianza en Dios en todas y cada una de las etapas de la vida, pero, especialmente, en la senectud. El salmista está ante una urgente necesidad de salvación e intervención divina. Tal como está ubicado en el canon, pareciera que el salmo 70 fuera la introducción del 71.

La oración de un anciano

El salmo 71 contiene la oración de un anciano que ha depositado su confianza en Dios a lo largo de su vida, y ahora, en extrema necesidad no será la ocasión de resbalar en la fe, porque Dios es un refugio inconmovible. “El orante del salmo dice de sí mismo que es un anciano (vv. 9, 18). Se encuentra en gravísimo peligro para su vida (v. 20). Tal vez está marcado por una grave enfermedad. […] Pero el orante se halla en el recinto del asilo y protección del santuario (v. 1). Se siente seguro de que Yahvé va a intervenir pronto, y que le dará motivo de alabanza y acción de gracias”.[1] “Mi boca —enuncia el salmista— rebosa de alabanzas a tu nombre, y todo el día proclama tu grandeza” (v. 8).

El viejo rey David en apuros

El salmo 71 es una oración de confianza y súplica, atribuida tradicionalmente al rey David. Aunque el salmo no especifica un autor ni un contexto histórico exacto, se cree que fue escrito en una etapa avanzada de la vida del salmista, posiblemente durante un período de adversidad, persecución y/o enfermedad. Si el autor fue el rey David, como recién planteamos, este salmo estaría urgiendo a Dios para que actúe en favor de su ungido. Es la oración de un rey anciano que pide ayuda a Dios en una edad avanzada y precaria en que los enemigos le atacan implacablemente porque ven que la fortaleza del rey está disminuyendo:

No me rechaces cuando llegue a viejo;
   no me abandones cuando me falten las fuerzas.
10 Porque mis enemigos murmuran contra mí;
    los que me acechan se confabulan.
11 Y dicen: «¡Dios lo ha abandonado!
    ¡Persíganlo y aprésenlo,
    pues no hay quien lo libere!».
12 Dios mío, no te alejes de mí;
    Dios mío, ven pronto a socorrerme.
13 Que perezcan humillados mis acusadores;
    que se cubran de deshonra y de vergüenza
    los que buscan mi ruina. (vv. 9-13)

Hoy, los peligros para nuestros ancianos no son menores, también nuestros viejos sufren violencia verbal, psicológica, económica, física, patrimonial, espiritual, entre otros tipos de violencia que pueden darse también en el ámbito incluso de la propia iglesia. De ahí que, en el contexto de la precariedad física, la oración de aquel anciano sea vehemente:

1 En ti, Señor, busco refugio;
    jamás permitas que me avergüencen.
Por tu justicia, rescátame y líbrame.
    Inclina a mí tu oído y sálvame.
Sé tú mi roca de refugio
    adonde pueda yo siempre acudir;
    da la orden de salvarme,
    porque tú eres mi roca y mi fortaleza.
Líbrame, Dios mío, de manos de los malvados,
    del poder de los perversos y crueles. (vv. 1-4, NVI).

El salmista expresa cómo Dios ha estado con él en cada una de las etapas de su vida, especialmente en su nacimiento y en su juventud:

Tú, Soberano Señor, has sido mi esperanza;
    en ti he confiado desde mi juventud.
Desde el vientre de mi madre dependo de ti;
    desde el seno materno me has sostenido.
    ¡Por siempre te alabaré! (vv. 5-6, NVI)

El salmista expresa su confianza en Dios desde su juventud y cómo Dios ha sido su sustento desde el nacimiento mismo. En un contexto particularmente adverso, donde la ciencia médica no había alcanzado el desarrollo que hoy tenemos, la mortalidad materno-infantil era especialmente implacable. Por eso, las palabras del orante cobran mayor significado ante lo difícil que era nacer y permanecer vivo en una avanzada edad. El salmo 139 expresa la misma idea, apelando también a la soberanía de Dios sobre la vida, ante la gracia de haber nacido en un contexto particularmente adverso, el salmista proclama:

13 Tú creaste mis entrañas;
   me formaste en el vientre de mi madre.
14 ¡Te alabo porque soy una creación admirable!
    ¡Tus obras son maravillosas
    y esto lo sé muy bien!
15 Mis huesos no te fueron desconocidos
    cuando en lo más recóndito era yo formado,
    cuando en lo más profundo de la tierra era yo entretejido.
16 Tus ojos vieron mi cuerpo en gestación:
    todo estaba ya escrito en tu libro;
    todos mis días se estaban diseñando,
    aunque no existía uno solo de ellos. (Sal 139.13-16, NVI).

Hoy, debemos agradecer la gracia de estar vivos, sin importar las circunstancias de adversidad o no, por las que estemos atravesando. Y aquí, quiero recordar a mi querido maestro Paul Ricœur, quien decía que nuestro nacimiento ha sido un acontecimiento para los otros, pero no para nosotros mismos, y ya que hemos nacido sin ningún esfuerzo de nuestra voluntad, nuestro nacimiento forma parte de aquel involuntario absoluto:

He nacido en algún lugar: una vez puesto en el mundo, en adelante percibo este mundo mediante una serie de cambios y de innovaciones a partir de ese lugar que no he elegido y que no puedo recuperar en mi memoria. […]

Mi nacimiento es un suceso para los demás, no para mí. Es para los otros para quienes he nacido en Valence; pero yo estoy aquí, y es en relación con este aquí como los otros están allí o en otra parte. Mi nacimiento, como suceso para el otro, ocupa un lugar en relación con ese allí que, para el otro, es su aquí: mi nacimiento no pertenece, por consiguiente al aquí primordial, y no puedo engendrar todos mis aquí a partir de mi lugar de nacimiento; por el contrario, a partir del aquí absoluto, que es el aquí-ahora –el hic et nunc, pierdo el rastro de mis más antiguos aquí” y tomo prestado de la memoria del otro mi lugar de nacimiento; lo que equivale a decir que mi lugar de nacimiento no figura entre los aquí” de mi vida y que, por lo tanto, no puede engendrarlos[2].

Y ya que hemos nacido, por decirlo así, sin haberlo decidido, hemos de aceptar el desafío de enfrentar la vida, incluso con todos sus sinsabores; principalmente nosotros, los creyentes, porque Dios lo ha querido así: “De ti he dependido desde que nací; / del vientre materno me hiciste nacer. /  ¡Por siempre te alabaré!” (v. 6). Y ya que dependemos de Dios desde nuestra más tierna infancia, podemos estar confiados en que aún en nuestra vejez, el Señor nos sustentará, por eso, el salmista ruega: “No me rechaces cuando llegue a viejo; / no me abandones cuando me falten las fuerzas” (v. 9). Los ancianos no son ningún desecho, ni estorbo, como el capitalismo neoliberal lo quisiera. Ahí tenemos al multimillonario Carlos Slim quien recientemente dijo que estaba en contra de las pensiones a adultos mayores en México.[3] Es increíble la mezquindad del hombre que se ha enriquecido sobre la miseria de millones de mexicanos. También tenemos el caso de Argentina, donde el presidente Javier Milei, “un ultraliberal que ha hecho del recorte al gasto público su principal objetivo, vetó la ley de reforma del sistema de jubilaciones y pensiones promovida por fuerzas opositoras alegando que su implementación desequilibraría las cuentas fiscales”.[4]

Un legado de fe

El Salmo 71 nos ofrece un modelo de cómo vivir una vida de fe y confianza en Dios, desde la juventud hasta la vejez. Nos anima a buscar a Dios en tiempos de necesidad, a mantener una actitud de alabanza y gratitud, y a compartir nuestra fe con las futuras generaciones. Al aplicar estos principios, podemos fortalecer nuestra relación con Dios y encontrar paz y esperanza en todas las etapas de nuestra vida. Por lo que el gran desafío para los ancianos es transmitir su fe a las nuevas generaciones:

17 Tú, oh Dios, me enseñaste desde mi juventud
 y aún hoy anuncio todos tus prodigios.
18 Aun cuando sea yo anciano y peine canas,
    no me abandones, oh Dios,
    hasta que anuncie tu poder a la generación venidera,
    y dé a conocer tus proezas a los que aún no han nacido.

Conclusión poética

Y ahora, un himno que a mí particularmente me encanta, porque —igual que el salmo 71— nos habla de nuestro compromiso con Dios en todas las etapas de la vida:

Pronto la noche viene, tiempo es de trabajar;
los que lucháis por Cristo, no hay que descansar,
cuando la vida es sueño, gozo, vigor, salud,
y es la mañana hermosa de la juventud.

Pronto la noche viene, tiempo es de trabajar;
para salvar al mundo hay que batallar,
cuando la vida alcanza toda su esplendidez,
cuando es el medio día de la madurez.

Pronto la noche viene, tiempo es de trabajar;
si el pecador perece, idlo a rescatar,
aun a la edad provecta, débil y sin salud,
aun a la misma tarde de la senectud.

Pronto la noche viene, ¡listos a trabajar!
¡Listos! que muchas almas hay que rescatar.
¿Quién de la vida el día puede desperdiciar?
viene la noche cuando nadie puede obrar.

Annie Louisa Walker Coghill

Traductor: Epigmenio Velasco Urda



[1] H.-J. Kraus, Los Salmos. Sal. 60-150. Vol. II. Salamanca, Ediciones Sígueme, 1995, pp. 112-113.

[2] P. Ricœur, “El hombre falible”, en Finitud y culpabilidad. Madrid, Trotta, 2017, pp. 41-42.

[3] “Carlos Slim critica sistema de pensiones en México: ‘Se están dando muchos ingresos a jubilados”, en El Financiero, 19 de septiembre de 2024, www.elfinanciero.com.mx/empresas/2024/09/19/carlos-slim-critica-sistema-de-pensiones-en-mexico-se-estan-dando-muchos-ingresos-a-jubilados/

[4] “Milei veta ley que aumenta jubilaciones y pensiones; la oposición insistirá en el Congreso”, en Los Angeles Times, 3 de septiembre de 2024, www.latimes.com/espanol/politica/articulo/2024-09-03/milei-veta-ley-que-aumenta-jubilaciones-y-pensiones-la-oposicion-insistira-en-el-congreso.

sábado, 14 de septiembre de 2024

La libertad que viene de Dios [en Cristo] (Gálatas 5.1-13), Pbro. L. Cervantes-Ortiz

15 de septiembre, 2024

Manténgase, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no se sometan otra vez al yugo de la esclavitud.

Gálatas 5.1, RVC 

Trasfondo

La libertad que Dios ofrece en Jesucristo es uno de los grandes temas del Nuevo Testamento y un desafío permanente para proclamar, una y otra vez, las acciones liberadoras de Dios en el mundo. Al evocarlas, siempre deben resonar en los oídos las palabra del profeta Amós en las que Él asume y anuncia el hecho de que dirigió varios procesos libertadores además del famoso y fundamental episodio de Egipto: “Hijos de Israel, ¿no me veis vosotros como hijos de etíopes, dice Jehová? ¿No hice yo subir a Israel de la tierra de Egipto, y a los filisteos de Caftor, y de Kir a los arameos?” (9.7). Ello “para que los israelitas no se creyeran mejor o más privilegiados que otros pueblos”.[1] El verbo subir (הֶעֱלֵ֨יתִי֙) es aquí sinónimo de levantar, de libertad, de otorgar una nueva forma de existencia histórica marcada por la libertad como consigna de fe y de salvación.

 

El v. 7, en su universalidad, quiebra el sentimiento de superioridad y exclusividad de Israel de ser el pueblo escogido por Yahvé y de haber experimentado la acción liberadora de Dios en el éxodo de los hebreos. Es la tradición que discurre en los textos de la escritura hebraica y que aparecen fijados en la confesión de que “Yahvé nos sacó de Egipto, de la casa de la servidumbre” (Cf. Éx 20.2; Dt 5.6; Sal 107; 135.8; 136.10-15, etcétera). Por lo tanto, la profecía del libro de Amós apunta a otros éxodos y allí radica su gran importancia. Es decir, lo que Israel consideraba como episodio único, la profecía pone al mismo nivel las experiencias de los etíopes, de los filisteos y de los sirios. La profecía de estas palabras no niega la experiencia de huida/salida del Egipto, sino que dice que ésa no es la única, por eso abre los ojos de la comunidad para que vea el éxodo de otras tradiciones y naciones.[2]

En otras palabras, Dios es quien conduce todos los procesos de liberación de la humanidad que involucren a pueblos, naciones o conglomerados humanos que buscan su emancipación y superar el sometimiento por parte de otros pueblos o imperios (como el que sería mexicano y que conmemoramos hoy). El orgullo que llegaron a tener los judíos sobre su libertad, palpable en su intercambio con Jesús en Juan 8, lo llevó a afimar: “Yo les aseguro que todo el que comete pecado es esclavo del pecado. […] Por eso, si el Hijo les da la libertad, serán verdaderamente libres” (Jn 8.34, 36, BLPH). 

La libertad total a la que Dios conduce (5.1-6)

Lo que inició Jesús, al trasladar la idea de libertad a la necesidad de superar la esclavitud del pecado, fue llevado a su máxima expresión cuando Pablo escribió a los Gálatas acerca de “estar firmes en la libertad con que el Señor los había hecho libres” para que así “no estuvieran otra vez sujetos al yugo [nuevas formas] de la esclavitud” (5.1), que es como abre el cap. 5. Él trasladó esa posibilidad a la relación con las leyes antiguas y el acto específico de circuncidarse (v. 2) como un auténtico retroceso en su experiencia colectiva de fe, pues eso los situaría ante la necesidad de obedecer la ley completa (3). La experiencia de la libertad que puede rastrearse en buena parte de las Escrituras llega hasta nosotros para recordarnos permanentemente que Dios siempre ha estado del lado de ella y que, así como condujo esos procesos aludidos por amós, lo sucedido con su Hijo en el mundo se encamina en la misma línea de superación de todas las esclavitudes, en el caso de Gálatas, de las tendencias arcaicas ya superadas por el advenimiento del acontecimiento de Cristo (como sucede también con la carta a los Hebreos).

Ese retorno a ciertas prácticas y mentalidades (renuncia a la libertad cristiana, como lo es la exhibición y peregrinación de la reliquia de san Judas, el “apóstol de lo imposible”,[3] ¡una práctica medieval de urgencia en pleno siglo XXI! Desde la óptica protestante, quizá lo mejor sea que se promueva la lectura de su epístola[4]) es riesgoso por causa de que ponen en entredicho, según el apóstol Pablo, la relación misma con Jesucristo (“…se han deslligado de Cristo”, 4a), el Libertador por excelencia, y las consecuencias son monumentales: “han caído de la gracia” (4b). La fe basada en la obra del Espíritu es la garantía de esta nueva condición de libertad y gratuidad (5). Ante ello, ya no valen la circuncisión ni la incircuncisión, pues la libertad que viene de Dios lo relativiza todo gracias a la obra de Jesucristo. Tal como lo escribió el teólogo reformado Jürgen Moltmann, varios años antes del surgimiento de la teología latinoamericana de la liberación:

 

Sólo un mundo libre corresponde efectivamente al Dios de la Libertad. Mientras el Reino de la Libertad no sea un hecho, Dios no se permite descanso en el mundo; mientras Dios no ha llegado a su derecho y a su identidad en el mundo, se encuentra aún. con éste, en camino. Mientras el pobre sea humillado: mientras viudas y huérfanos séan privados de sus derechos, mientras el poderoso no sea humillado y el humilde no sea ensalzado, dicen los profetas, no habrá reposo. En tanto los poderosos de la tierra gobiernen con violencia, dice Daniel, mientras la injusticia y la muerte opriman el mundo, la historia continúa, sólo el Reino humano del Hijo del Hombre pondrá fin a la soberanía del hombre sobre el hombre.[5] 

Es preciso perseverar en esa libertad (5.7-12)

El apóstol insiste en que persuadirse de volver al pasado, a la esclavitud de la ley (7), obviamente no puede proceder de “aquel que os llamó” (8), pues “un poco de levadura leuda toda la masa” (8; cf. I Cor 5.6-8), esto es, la pequeña influencia de los judaizantes, si es aceptada, podrá impactar en la totalidad del procesod de slavación, viciándolo y trastornándolo. El asunto era grave: la libertad ganada mediante Cristo estaba en riesgo de perderse por estos “coqueteos” con el judaísmo ritual (el histórico y cultural es todo un tema de análisis y estudio). El apóstol confiaba en que los gálatas no cambiarían de opinión (10a), que no se apartarían de su enseñanza. Los culpables del retroceso recibirían su sentencia (10b). “Si Cristo nos ha comprado, declara Pablo, no ha sido para hacernos cambiar una esclavitud por otra, sino para concedernos la libertad de los hijos de Dios”.[6]

Pablo ni por error podía ser predicador “de la circuncisión” (v. 11a, es decir, del pasado ritual, especialmente después del Concilio de Jerusalén, Hch 15), pues se había dedicado a servir al “tropiezo [escándalo] de la cruz” (11b), lo más chocante para el judaísmo de la época. Pero en ese escándalo, como sugiere el apóstol, estaba escondido el misterio de la libertad a la que llama el Señor. Así como lo resume Moltmann: “La primera Iiberación es la unión de la naturaleza humana caída con la naturaleza eterna de Dios por medio de la Encarnación de Cristo. La segunda es la victoria sobre la muerte por la Resurrección de Jesucristo. La tercera es la superación del pecado por medio de la justicia. […] Por la Cruz de Jesucristo la liberación será: 1º una liberación del pecado por la fe que justifica, 2º una liberación de la muerte por la Resurrección y 3º una liberación del diablo por el Reino eterno”.[7] 

Conclusión

¿Cómo estuvo y está presente el Dios de Jesús en los procesos y luchas populares de hoy? Es evidente que la apuesta divina ante los procesos históricos humanos está marcada por el hecho de que “Él nunca se equivoca” en sus preferencias. Esto, a diferencia de los seres humanos quienes, debido a la complejidad y las contradicciones inherentes a los procesos mismos y a la falta de visión de las situaciones presentes enfrentamos los riesgos de fallar y responder de manera errónea. Las palabras del v. 13 son una excelente conclusión del pasaje y un auténtico manifiesto válido para todas las épocas desde entonces: “Hermanos, Dios los llamó a ustedes a ser libres, pero no usen esa libertad como pretexto para hacer lo malo. Al contrario, ayúdense por amor los unos a los otros” (TLA). Porque la iglesia, afirma san Pablo, debe ser un conjunto de voceros/as y practicantes de la libertad en todas sus formas y manifestaciones, y, en ningún sentido un obstáculo para hacer visible la libertad de Dios para todas las personas que se sientan atraídas por el poder liberador de Jesucristo.

 

Después de la muerte del Cura Hidalgo, toma su relevo como general en jefe de los ejércitos de la libertad otro cura, José María Morelos, quien ruega: “Señor, nada hagamos, nada intentemos si antes y en este lugar no juramos todos en presencia de este Dios benéfico, salvar la patria […] formar la dicha de los pueblos”. Morelos exclama todavía que el Espíritu Santo “quitó el vendaje a nuestros ojos y tornó la apatía vergonzosa en que yacíamos en un furor belicoso y terrible”. El apacible cura se transformó en el guerrero, en el profeta que libera…[8]



[1] Edesio Sánchez Cetina, “El poeta: quien juzga y sufre por la palabra”, en Revista de Interpretación Bíblica Latinoamericana, núm, 71, 2012/1, p.16, www.centrobiblicoquito.org/images/ribla/71.pdf.

[2] Rafael Rodrigues da Silva, “¡Llegó el fin! Las palabras finales de la profecía de Amós (Am 9,1-10)” en Revista de Interpretación Bíblica Latinoamericana, núm. 71, 2012/1, p. 147.

[3] Cf. El sitio oficial: https://reliquiasanjudas.mx, adonde aparece el calendario de exhibición desde la Ciudad de México hasta Veracruz.

[4] Cf. Carlos Méndez, “‘Reliquia de San Judas es una bendición para el pueblo de México’: devotos hacen filas para entrar a San Hipólito”, en El Heraldo de México, 1 de agosto de 2014; y Bernardo Barranco, “Judas Tadeo y el pensamiento mágico de los marginados”, en La Jornada, 31 de julio de 2024, www.jornada.com.mx/2024/07/31/opinion/018a2pol.

[5] J. Moltmann, “El cristianismo como religión de libertad”, ponencia en la reunión de la Paulus Gcsellschaft en Marienbad, primavera de 1967, en Convivium. Revista de Filosofía, núm. 26, 1968, pp. 33-34.

[6] Edouard Cothenet, La carta a los gálatas. Estella, Verbo Divino, 1981, p. 49.

[7] J. Moltmann, op. cit., pp. 54-55.

[8] Enrique Dussel, Para una ética de la liberación latinoamericana. Vol. III. Política y arqueológica. Buenos Aires, Docencia, 2012, p. 985, https://enriquedussel.com/txt/Textos_Obras_Selectas/(F)8.3Politica_arqueologica.pdf. Las citas de Morelos proceden de Ernesto Lemoine Villicaña, Morelos. Su vida revolucionaria a través de sus escritos y de otros testimonios de la época. México, UNAM, 1965, pp. 369 y 366, respectivamente. Reedición: 1991.

sábado, 7 de septiembre de 2024

"¡Quítame esta rebeldía y perdona mi maldad!" (Job 7.11-21), Pbro. L. Cervantes-Ortiz


Gustave Doré, Job y sus amigos

8 de septiembre, 2024

¿En qué te afecta que yo peque?

¿Acaso te soy una molestia?

¿Por qué no me perdonas

y te olvidas de mi maldad?

Job 7.20b-21, TLA 

Trasfondo

En la segunda parte de su respuesta a Elifaz (aunque en realidad se dirige a sus tres amigos), Job expone ante el público su lamentación por la existencia humana en el mundo: frágil, sufrida y efímera. Similar al cap. 3, habla tan hondamente que hace sentir su cercanía con la muerte. Pero dado que para él la razón de sus males es Dios mismo se dirige a él abiertamente, lo señala y le ruega que lo deje en paz, pues ya no soporta el mal que ha caído sobre él (“¡Aborrezco esta vida! ¡No quiero seguir viviendo! / ¡Déjame ya! ¡No vale la pena seguir viviendo!”, 7.16). “Porque tiene confianza en Dios, Job es franco y directo en su lamento, inclusive atrevido en sus acusaciones; no teme decir lo que siente, ni lo encubre con diplomacias, y por lo mismo exigirá luego un careo frente a frente con él”.[1] Su estado es deplorable: su piel está carcomida, “vestida de gusanos, y de costras de polvo” (v. 6) y ahora subraya la fugacidad del ser humano (7). Con base en ello le advierte a la divinidad: “A sabiendas de que soy como el polvo, si acabas conmigo (8), seré ‘como la nube [que] se desvanece y se va’ (9a) y me quedaré en el Seol (9b)”. “Job, íntegro  sabe que su dios le va a echar de menos […] Naturalmente. ¿Dónde iba a encontrar a otro fiel tan cabal, íntegro y temeroso de Elohim como él? […] ¿Qué persona puede decir que, después de morir, Dios la echará de menos?”.[2]

 

La amargura de Job no sólo se vuelve contra Dios; también se vuelve contra los amigos que vienen a consolarle. Todo el texto contenido en el capítulo 6 del libro es la demostración de esa clase de sentimientos. Y al mismo tiempo, le suplica a Dios que le dé la muerte, antes de que llegue a pronunciar palabras de maldición contra ese mismo Dios (6.8-10: “¡Cómo quisiera que Dios / me diera lo que le pido: / que de una vez me aplaste, / y me deje hecho polvo! / ¡Jamás he desobedecido a Dios! / Éste es el consuelo que me queda / en medio de mi dolor”).[3] 

“No puedo quedarme callado” y me acosas como monstruo marino (7.11-12)

A su decisión de no quedarse callado le sigue la intención de mostrar su angustia y su amargura, además de que quizá Dios lo ve como si fuera un representante del caos (Mar, Dragón, v. 12), porque le ha cargado la mano.

 

Cuando demuestra su amargura por el consuelo que le quieren dar sus amigos, Job no dice nada que alguna vez no hayamos pensado nosotros mismos, aunque no lo hayamos dicho. Siempre habrá un abismo entre los hombres que sufren y los hombres que los consuelan. Solamente Dios conoce los secretos que hay en ese abismo. Por cierto que hay palabras de consuelo sinceras. Por supuesto que todos sentimos alguna forma de alivio a nuestros dolores cuando alguien nos consuela. Pero muchas veces las palabras de consuelo son un disfraz: el que consuela al afligido quiere disimular su propio desconcierto ante la realidad del sufrimiento humano.

En el cap. 7, Job se dirige a ese Dios ausente, que no puede ser impasible a sus sufrimientos. No olvidemos que, según el Libro, Job pertenece a un pueblo pagano que no conoce a Dios Padre. Tal vez Job cree que ese Dios desconocido pero presentido solamente piensa en el hombre para hacerlo objeto de su cólera. Mejor sería escapar a tal divinidad (Ídem). 

“A veces pienso que durmiendo / hallaré consuelo” y “abomino de mi vida” (7.13-16)

Asimismo, la noche llega y lo atenaza, casi lo estrangula (13), y hasta allí no deja Dios de acosarlo en sueños y visiones: “Job se siente acosado por una divinidad controladora que no le quita el ojo de encima. […] el dios de Job ni siquiera respeta el sueño reparador de los mortales, pues le aterra y espanta con pesadillas y visiones”.[4] Job detesta su vida si tiene que seguir en esas condiciones (15-16). Sus palabras son terminantes: “¡Déjame ya! ¡No vale la pena seguir viviendo!” (16b).

 

“¿Qué es el hombre —pregunta Job—, para que lo engrandezcas, / y para que pongas sobre él tu corazón, / y lo visites todas las mañanas / y todos los momentos lo pruebes?” [7.17-18].

Esta queja de Job contra Dios nos recuerda los conflictos y las tensiones entre los seres humanos que se aman: padres e hijos; esposos; hermanos; amigos. Porque se aman, se muestran exigentes los unos con los otros. Cuando vivimos esos conflictos, también nosotros podemos preguntar: “¿Qué soy yo para que te fijes tanto en mí?”. Y de inmediato sabemos que el otro no puede vivir sin nosotros ni nosotros sin él (Ibid., pp. 32-33, énfasis agregado). 

“¿Qué es el hombre… para que lo visites todos los días…?” (7.17-19)

Estas palabras recuerdan las del Salmo 8, de alto contenido religioso, aunque aquí la pregunta es modificada: “…que lo engrandeces, / y lo tienes tan cerca de tu corazón? / ¿Por qué lo visitas todos los días, y a todas horas lo pones a prueba?” (17b-18). Estamos, sugiere, Job, delante de un “Dios acosador”: Job, a diferencia del salmo, que observa en Dios un constante y amoroso cuidado hacia el ser humano, “‘pervierte’ la solicitud divina que canta el salmista, y que él considera agobiante y llena de mala fe. Elohim se interesa por el hombre, se ocupa de él con la intención de pillarle en algún desliz que le sirva de motivo para machacarle y destruirle”.[5] Job solicita un poco de tregua, de ”espacio vital”…

 

En sus quejas, Job está soñando con un Dios lleno de cariño para él. En su silencio, no hay la seguridad de que ese Dios nos ha olvidado (Ibid., p. 33). 

“¿En qué te afecta que yo peque?” (7.20-21)

La pregunta del v. 20 pone en riesgo todo el sistema religioso judío: “¿En qué te afecta que yo peque?”, puesto que se pone en tela de juicio si el pecado humano toca en realidad a esa gran persona cósmica, al “Centinela de los hombres”. La RVC propone una traducción muy inquietante: “¡Deja ya de vigilar a los seres humanos!”. La RVR60 también refleja la desazón jobiana: “¿Por qué me pones por blanco tuyo, / hasta convertirme en una carga para mí mismo?”. “De hecho, la integridad éticaparece no afectar a Elohim, que no ha tenido en cuenta la honradez de Job; antes bien, ha reducido a su siervo a la mínima expresión física y psicológica. Entonces, ¿por qué habrían de afectarle los desvíos humanos?”. Se trata de una peligrosa lógica, “pues si el bien y el mal no afectasen a la divinidad, los beneficios o sinsabores que experimentan los seres humanos se deberían al puro azar. Y entonces no habrá relación alguna de la divinidad con el orden de la moral”.[6] Dios sería un ser supremo amoral, por definición.[7]

 

En medio de nuestros sufrimientos humanos, llega el momento en que nos sentimos como Job: sabemos que Dios está vigilando a su criatura predilecta, que sigue siendo el hombre (Ibid., p. 33). 

Conclusión

“A diferencia de los salmistas, Job no pide a Dios ser liberado de sus desgracias, sino que lo deje en paz. No pide auxilio a Dios, sino que no le preste atención confiado en que así cesarán sus sufrimientos. El pedido de que olvide su posible ‘ofensa’, su ‘culpa’ en los vv. 20-21, visto en el contexto del discurso, es un recurso retórico para zafarse de la sombra ‘guardiana’ de Dios (vv. 12-19)”.[8] La plegaria-grito es estentórea: “¿Y por qué no quitas mi rebelión…?” (21a). Cuando a nuestra mente llegan esos pensamientos, sintonizamos con Job y podemos ver un nuevo rostro de Dios, quien nos recibe y comprende gracias a la humanidad de su Hijo incorporada en el interior trinitario.

 

Comprendemos que en medio de la vida y de la muerte, Dios no puede vivir sin el hombre (Ídem).



[1] Eduardo Arens, “Job”, en A. Levoratti, ed., Comentario bíblico latinoamericano. Antiguo Testamento II. Estella, Verbo Divino, 2007, p. 771.

[2] Víctor Morla, Job 1-28. Menao, Desclée de Brouwer, 2007 (Comentarios a la Nueva Biblia de Jerusalén, 15A), p. 102. Énfasis agregado.

[3] Julio Barreiro, “Dios no puede vivir sin el hombre”, en El hombre de la Biblia. Buenos Aires, Ediciones La Aurora, 1983, p. 32.

[4] V. Morla, op. cit., p. 104.

[5] Ibid., p. 105. Énfasis agregado.

[6] Ibid., pp. 105-106.

[7] Carl Gustav Jung, Respuesta a Job. México, Fondo de Cultura Económica, 1964, pp. 16-17.

[8] E. Arens, op. cit., p. 771.

Pacto y promesa: la Reforma Protestante ante la fe de Job (Job 12.1-16), Pbro. L. Cervantes-Ortiz

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