lunes, 25 de octubre de 2021

La lucha y el descubrimiento libertador de Lutero (Romanos 5.6-16), Pbro. Leopoldo Cervantes-Ortiz


Puerta de la Iglesia de Wittenberg con las 95 tesis esculpidas

31 de octubre, 2021

DIV Aniversario de la Reforma Protestante

 

El don de Dios no puede compararse con el pecado de Adán, porque por un solo pecado vino la condenación, pero el don de Dios vino por muchas transgresiones para justificación.                           Romanos 5.16, Reina-Valera Contemporánea

 

Me sentí acuciado por un deseo extraño de conocer a Pablo en la Carta a los Romanos. Mi dificultad estribaba entonces no en la entraña de ella sino en una sola palabra que se halla en el capítulo primero: “La justicia de Dios está revelada en él (en el evangelio)”. Odiaba la expresión “justicia divina” que siempre había aceptado, siguiendo el uso y costumbre de todos los doctores, en un sentido filológico de llamada justicia formal y activa, en virtud de la cual Dios es justo y castiga a los pecadores.                                   Martín Lutero, prólogo a la edición latina de sus obras (1545)

Trasfondo

H

ablar del esfuerzo y la lucha de los reformadores (y las reformadoras, también, porque vaya que las hubo y muy activas) a fin de transformar las conciencias y las mentalidades de su época para conseguir la recuperación del primado de la gracia justificadora en el mundo debe significar mucho para nosotros hoy, que ya disfrutamos de ese gran logro para nuestra vida y nuestra fe. Acercarnos a los momentos fundadores de la fe bíblica y protestante puede producirnos una enorme emoción y reconocimiento de la obra de Dios en esas vidas consagradas a obtener una nueva visión de la salvación, de la existencia y de la misión. Pero, más aún, replantearnos hoy, 504 años después de esas gestas gloriosas, la forma en que sigue impactando el descubrimiento libertador de Lutero, es decir, la inutilidad absoluta de las obras para ser salvos y la superioridad total de la justicia obtenida mediante la fe, nos permite unirnos a esta afirmación que, desde Francia, en voz de Laurent Gagnebin y Raphaël Picon, en un volumen de título impactante (El protestantismo, la fe insumisa) llega hasta nosotros con una fuerza inusitada:

 

Los reformadores: Lutero, Zwinglio, Calvino, Bucero, Farel y otro más, por unanimidad compartieron la convicción que ahora resuena en el corazón del protestantismo: ¡sólo Dios nos puede llevar a Dios! Ninguna institución eclesiástica, ningún papa, ningún clérigo nos puede conducir a él: porque, en primer lugar, Dios es quien viene a nuestro encuentro. Ninguna confesión de fe, ningún compromiso en la Iglesia, ninguna acción humana nos puede atraer la benevolencia de Dios: sólo su gracia nos salva. Ningún dogma, ninguna predicación, ninguna confesión de fe pueden hacernos conocer a Dios: sólo su Palabra nos lo revela. Dios no está sujeto a ninguna transacción posible, su gracia excede cualquier posibilidad de intercambio y reciprocidad. En el protestantismo, Dios es precisamente Dios en la medida en que nos precede y permanece libre ante cualquier forma de sumisión.[1]

 

1. De la enemistad total a la reconciliación absoluta (vv. 6-11)

Luego de obtener las conclusiones directas de la justificación (“El que es justo por la fe vivirá. ¿Qué significa esto en detalle? Fijemos ahora nuestra atención en las respuestas que Pablo da a esta pregunta. La primera es ésta: vivirá libre de la ira de Dios”[2]), Pablo se ocupa en Ro 5.6-11 de hacer una reconstrucción de la cronología teológica de la salvación a partir de la imagen de la “debilidad” de los pecadores por quienes Cristo murió (6) y reflexiona sobre la dificultad de que alguien muera, incluso por un justo (7). La gran paradoja consiste en que, contra toda lógica en ese sentido, Dios permitió que su Hijo muriera por los pecadores, contra toda condena (8). De ahí surge una inmensa profundización, paradójica también: “Con mucha más razón, ahora que ya hemos sido justificados en su sangre, seremos salvados del castigo por medio de él” (9). La enemistad con Dios ha sido ampliamente superada y la reconciliación con Él se ha impuesto por la mediación de su Hijo (10a). Siendo enemigos ya habíamos alcanzado la reconciliación unilateralmente por parte suya; ya reconciliados, la vida es el beneficio de la salvación (10b). La alegría que brota de todo ello es por causa de la realidad inequívoca de la reconciliación (11); katallagé, término profano, define la acción divina “que precede a todo obrar humano. Ese obrar humano, aun la penitencia y la confesión de los pecados, no es, pues, una actuación del hombre que provoca la reconciliación y a la que Dios ‘reacciona’, sino que más bien ocurre al revés: es ‘reacción’ del hombre, necesaria y exigida como tal”.[3]

La raíz griega de la palabra reconciliación encierra efectivamente la idea de un cambio total de situación Como aquellos antiguos esclavos y libertos de ayer que, después del decreto de reconciliación emitido por Julio César cuando la reconstrucción completa de Corinto, empiezan una nueva vida de ciudadanos. En este nuevo contexto, la palabra reconciliación, no valorizada religiosamente hasta entonces en el helenismo, adquiere ahora en Pablo una resonancia nueva, a la vez social y moral más que una Simple reconciliación “moral” después de algunas discrepancias con los amigos e Incluso con Dios, se trata aquí de una vida que se reanuda en un nuevo contexto (cf. primero en Corinto en 2 Cor 5.18-20). En una palabra, si el motivo de la justificación alude más bien a un paso y a una relación nueva puesta primeramente por Dios, el de la reconciliación evoca la idea de una reconstrucción y recreación (Rom 11.15).[4]

 

2. Superar el esquema impuesto por Adán gracias al Salvador (vv. 12-16)

En la siguiente sección, Pablo plantea el paralelismo entre Adán y Cristo: el pecado del primer ser humano trajo la muerte a todos los demás, por cuanto éstos siguieron la tendencia pecaminosa (12). El pecado entró al mundo como un principio vital aceptado por muchos seres humanos (13a) y su relación con la ley es contradictoria, aun cuando si no hay ley, no se considera como tal (13b). La muerte se impuso desde Adán hasta Moisés incluso para quienes no pecaron igual que el primer hombre (14a), figura y anuncio (antitipo) de quien vendría a resolver el dilema (14b).

 

El dualismo de Adán y Cristo, mundo viejo y mundo nuevo, no es metafísico, sino dialéctico. Existe sólo aboliéndose a sí mismo. Es el dualismo de un movimiento, de un re-conocimiento, de un camino que va de aquí a allá. […] La realidad viviente de ambos polos opuestos es la necesidad con la que ellos apuntan a Dios como su origen y meta. Pero esta necesidad divina empuja de la culpa y el sino a la reconciliación y a la redención. Porque la crisis de muerte y resurrección, la crisis de la fe, es el giro del No divino al Sí divino, y nunca a la vez también lo inverso. Por tanto, hay que considerar y comentar aún que la pragmática invisible del mundo nuevo es, en su forma, la misma que la del mundo viejo, pero que no es la misma en su significado y fuerza, sino la absolutamente superior, la contrapuesta.[5]

 

De ahí parte Pablo para una importante constatación: “el pecado de Adán no puede compararse con el don de Dios” (15a), como si alguien se atreviera a suponerlo. Eso es parte del gran descubrimiento de Lutero: “…si por el pecado de un solo hombre muchos murieron, la gracia y el don que Dios nos dio por medio de un solo hombre, Jesucristo, abundaron para el bien de muchos” (15b). Atisbar la gracia divina de esta manera es lo que ha hecho decir al teólogo cubano Reinerio Arce:

 

El protestante no engaña a nadie. Al reconocerse pecador, un pecador accidental, es honesto hasta consigo mismo. Sabe que vive en un orden social en cuyo seno existe el pecado. Pero sabe también que puede luchar contra las fuerzas del pecado, contra las manifestaciones del pecado. Sólo debe insistir, trabajar para obedecer la voluntad divina. Ése es el camino. A pesar de ser como es, cuenta con algo a su favor: Dios lo ama y lo incorpora. A través de su Espíritu, Dios le da la oportunidad de luchar contra el pecado. Dios, que es poder, que es todopoderoso y, por eso, soberano. […] De hecho, una de las cosas que más fuerzas le da es reconocer que vive por la gracia de Dios, así como tener plena confianza en el poder de Dios y en el poder final de la verdad.[6]

 

Hay un gran desfase entre ambas realidades, la positiva y la negativa: el don de Dios no es comparable al llamado “pecado original” (16a), dado que hay una auténtica inversión de términos, en la que aflora gloriosamente el regalo divino de la justificación: un solo pecado acarreó la condenación y lo que ha entregado Dios aconteció por muchas desobediencias a fin de ganar la justificación de los pecadores (16b). Adán y Cristo representan dos eones, dos etapas: “cada cual es la cabeza de su era. Adán es la cabeza del antiguo eón, de la era de la muerte; Cristo es el jefe del nuevo eón, de la edad de la vida”.[7]

 

Conclusión

El descubrimiento revolucionario y libertador de Lutero es de dimensiones colosales: la justificación y la reconciliación son posibles por causa de la gracia manifestada en Cristo, quien se impuso sobre las fuerzas del pecado y de la muerte a fin de traer vida y salvación para todos los escogidos. El orden de salvación está determinado por lo que se puede denominar el triunfo de la gracia divina sobre esas fuerzas negativas opresoras. El esfuerzo de las reformas religiosas consistió en dar a conocer esa victoria de una manera nueva.



[1] L. Gagnebin y R. Picon, Le protestantisme, la foi insoumise. París, Flammarion, 2000, pp. 9-10. Énfasis agregado.

[2] Anders Nygren, La epístola a los Romanos. Buenos Aires, La Aurora, 1969, p. 160. Énfasis original.

[3] H. Vorländer, “Reconciliación”, en L. Coenen et al., dirs., Diccionario teológico del Nuevo testamento. IV. 2ª ed. Salamanca, Ediciones Sígueme, 1990, p. 42.

[4] Charles Perrot, La carta a los Romanos. Estella, Verbo Divino, 1989 (Cuadernos bíblicos, 65), p. 33.

[5] K. Barth, Carta a los Romanos. Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1998, p. 232.

[6] R. Arce, “La mentalidad teológica del protestante”, en Caminos, 23 de octubre de 2013, https://revista.ecaminos.org.

[7] A. Nygren, op. cit., p. 176.

domingo, 24 de octubre de 2021

Una nueva fuente de autoridad: la fuerza reformadora del mensaje cristiano, Pastor Carlos Martínez García, 24 de octubre de 2022

Lucas Cranach, el joven, Grupo de reformadores en la resurrección de Lázaro (1558, detalle)

24 de octubre, 2022

El tema que me han asignado es: Una nueva fuente de autoridad: la fuerza reformadora del mensaje cristiano. Esta carta a los Romanos, como muchas partes de la Escritura tiene un valor particular. No porque uno tenga en minusvalía otras partes. Cada uno de nosotros tiene una parte favorita de los pasajes bíblico por alguna identificación, quizá porque fue el mensaje basado en algún versículo. La carta a los Romanos ha sido muy importante en la historia de la iglesia cristiana desde el principio y hasta ahora que la podemos leer en varias traducciones o soportes. Ha tenido un papel importante en la vida de varios personajes cristianos que en la historia dejaron su huella. Por ejemplo, en el siglo IV fue San Agustín, quien leyendo Romanos inició su proceso de conversión. Llevaba una vida muy desenfrenada, malgastando muchas de sus capacidades y talentos. Leyendo la  carta a los Romanos descubrió lo que significa ser reconciliados con Dios. Y después, un monje agustino, Martín Lutero, en el siglo XVI, dando clases de Romanos en 1515-1516, primero es atormentado por lo que lee, porque dice que si la Palabra dice que "no hay justo ni aun uno", entonces no tenemos hacia dónde hacernos. No comprendía bien lo que significaba eso de que "el justo por la fe vivirá". Él decía, pues si no hay justos, nadie va a a vivir, no se pueden cumplir las demandas de Dios. Es cuando él descubre que no es que él tenga fe porque es justo sino porque es justificado, donde se le mueve todo su mundo de interpretación y dice que se le abrieron las puertas del cielo al leer y entender esas palabras. Y entró en el gozo de la salvación.

En el mismo siglo XVI, un teólogo y escritor que era monje también, pero después leyendo la palabra en Sevilla empieza un proceso de conversión, era monje jerónimo, Antonio del Corro, junto con Casiodoro de Reina, Cipriano de Valera y otros monjes de ese monasterio descubrieron también el gozo de la salvación. Eso los llevó a tener que huir de España y hacen todo su ministerio en el exilio. Del Corro escribió un libro que se llama Comentario dialogado a la Carta a los Romanos y es muy impactante leer lo que este español encontró en la Carta. Y lo hace así de una forma de diálogo, con preguntas y respuestas.

Después, en el siglo XVIII, Juan Wesley, escuchando el 24 de mayo de 1738, en una reunión de un grupo muy sencillo de cristianos, los moravos, que tenían un fe muy viva, y aunque Wesley era conocedor de teología y había inclusive ido de misionero a Estados Unidos, reconoció que no tenía el gozo de la salvación. En una reunión en la calle de Aldersgate, en la que hasta hoy hay una placa, al oír precisamente el comentario de Lutero que alguien estaba leyendo en voz alta, a los Romanos, Wesley fue capturado por el gozo de la salvación. Y dice que tiene la experiencia que le llaman él y después los metodistas, de "un corazón ardiente", inflamado por la Palabra y porque descubrió que la salvación era por fe por medio de Jesucristo.

Y podríamos seguir con muchos ejemplos en la historia de cómo esta carta ha sido muy importante. Un gran teólogo ya en el siglo XX escribió un comentario a los Romanos que se sigue usando. De hecho está aquí un fragmento, un libro también muy importante.

sábado, 16 de octubre de 2021

El poder revolucionario de la justificación por la fe, Pbro. Leopoldo Cervantes-Ortiz


Emile Delperée, Martín Lutero en la Dieta de Worms (1882)

17 de octubre, 2022

…plenamente convencido de que Dios era también poderoso para hacer todo lo que había prometido. Por eso su fe se le tomó en cuenta como justicia.                                                                                         Romanos 4.22, Reina-Valera Contemporánea

 

El verbo justificar (dikaioó), traduce aquí el verbo hebreo tsedek, en causativo (hifil). Es decir, Dios hace que los seres humanos hagan justicia. Si la gran calamidad que Pablo nos hizo ver era que no había ni un justo, nadie que hiciera el bien, ahora el mismo Pablo afirma lo contrario: por la manifestación de la Justicia de Dios mediante la fe de Jesucristo y su resurrección, se abre la posibilidad a todos de hacer justicia, pues han sido justificados, comenzando con Jesús.

Elsa Tamez, “Justicia y justificación” (1993)

 

Trasfondo

E

l 31 de octubre de 1999 se firmó en Augsburgo, Alemania, la Declaración Conjunta sobre la Doctrina de la Justificación por parte de la Iglesia Católico-Romana y la Federación Luterana Mundial Santa Sede. El documento establece que las confesiones católica y luterana profesan la misma doctrina sobre la justificación por la fe, aunque con desarrollos diferentes. En 2006, se unió el Consejo Metodista Mundial, y en octubre de 2017, la Comunión Mundial de Iglesias Reformadas.[1] “La justificación sólo por la fe (sola gratia-sola fide) es la característica teológica más específicamente protestante”,[2] es decir, lo que define el tono genuinamente protestante de la fe evangélica, tal como fue relanzada por los esfuerzos conjuntos de la Primera Reforma (husitas y valdenses), Martín Lutero y los demás reformadores magisteriales, además de las diversas alas de la llamada Reforma Radical. Ella define de manera central el nuevo apropiamiento de la salvación mediante Jesucristo en los albores de la modernidad occidental. Así lo expresa el documento mencionado: “En la fe, juntos tenemos la convicción de que la justificación es obra del Dios trino. El Padre envió a su Hijo al mundo para salvar a los pecadores. Fundamento y postulado de la justificación es la encarnación, muerte y resurrección de Cristo. Por lo tanto, la justificación significa que Cristo es justicia nuestra, en la cual compartimos mediante el Espíritu Santo, conforme con la voluntad del Padre”.[3] “La doctrina de la justificación no sólo es el primer criterio de toda auténtica reforma de la Iglesia; constituye a la vez una llamada permanente para que la Iglesia no olvide la razón y el sentido de su misión, que consiste en servir a la santidad de todos los hombres, en ayudar a que vivan en gracia y amistad con Dios. La doctrina de la justificación recuerda a la Iglesia la primacía del Evangelio y de la gracia, la necesidad de no absolutizar sus estructuras visibles o los programas de acción pastoral. La Iglesia no es primaria ni fundamentalmente una organización humana o una educadora moral de la sociedad, sino ‘la portadora de la gracia victoriosa de Cristo para el mundo’” (Jutta Burgraff). 

1. De la condenación a la justificación por la fe

Con esta frase bien se puede resumir el camino que va desde el principio de la carta a los Romanos (1.), en donde se habla firmemente de la realidad del pecado humano y cómo ha conducido al distanciamiento con Dios, aun cuando el texto propiamente dicho abre con la gran afirmación de 1.17: “Porque en el evangelio se revela la justicia de Dios, que de principio a fin es por medio de la fe, tal como está escrito: ‘El justo por la fe vivirá’ [Hab 2.4]”, hasta desarrollar la realidad grandiosa de la justificación por la fe a través de un extraordinario repaso de la figura fundamental de Abraham, padre de los creyentes, y su experiencia de esa misma realidad de salvación obrada por Dios en su vida. Partiendo de la ira de Dios (1.18), y de una dolorosísima enumeración de la maldad e injusticia humanas (1.21-32), en el siguiente capítulo diserta sobre el juicio divino contra ellas (2.1-16) y encarando la situación histórica del judaísmo conocedor de la Ley (2.17-29), pero poco practicante de la justicia, en contraposición con quienes no la conocieron, aunque por igual son objeto del juicio por causas de su injusticia. En 3.1 surge la pregunta: “¿Qué ventaja tiene, pues, el judío?”, que preside una sólida reflexión sobre la forma en que la injusticia humana resalta la justicia de Dios (3.5). “No hay justo ni aun uno” se afirma, citando extensamente el Salmo 14 (3.10-18), para llegar a los vv. 22-24 y afirmar enfáticamente: “La justicia de Dios, por medio de la fe en Jesucristo, es para todos los que creen en él. […] por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios; pero son justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que proveyó Cristo Jesús” y concluye con un alegato sobre la superioridad de la ley de la fe (3.27-28).

Allí es donde hace su aparición la figura paradigmática de Abraham como padre de los creyentes. El cap. 4 abre con una pregunta muy directa acerca de lo acontecido con él: “¿Qué fue lo que obtuvo nuestro antepasado Abraham?” (4.1). Esa interrogante pone sobre la mesa la explicación de lo que vivió el gran patriarca para ser justificado precisamente por la fe. La respuesta a la pregunta dio inicio a una de las exposiciones más ricas y exhaustivas sobre ello: “Porque si Abraham hubiera sido justificado por las obras, tendría de qué jactarse, pero no delante de Dios” (2). Pues la Escritura es muy clara: “Que Abraham le creyó a Dios, y esto se le tomó en cuenta como justicia” (3b). Y concluye: “Ahora bien, para el que trabaja, su salario no es un regalo sino algo que tiene merecido; pero al que no trabaja, sino que cree en aquel que justifica al pecador, su fe se le toma en cuenta como justicia”. El gran esquema jurídico asumido por el apóstol para explicar satisfactoriamente la realidad de la justificación por la fe aparece aquí en toda su dimensión para que uno como lector pueda comprender todo lo sucedido con Abraham. 

2. Dios justifica a todos/as mediante la fe, gran verdad revolucionaria

Romanos 4.15-25 puede ser leído como “un gran poema teológico” e incluso sus versículos pueden ser dispuestos como versos. A cada paso, la reflexión sobre la experiencia de Abraham va desplegando nuevas iluminaciones sobre la preeminencia de la fe. La afirmación de 1.15 es un punto de partida contundente: “Porque la ley produce castigo, pero donde no hay ley, tampoco hay transgresión”. La promesa es recibida por fe (16a) y, como todo es por gracia, la promesa se afirmó para toda la descendencia de Abraham (16b), lo mismo para los de la ley (judíos) que para la descendencia espiritual (16c). Así se cumple alegóricamente el gran anuncio: “Te he puesto por padre de muchas naciones” (17a). Como él creyó “contra toda esperanza” (18a), se realizó esa promesa y su fe no flaqueó, aun cuando todo estaba en su contra: su edad y la esterilidad de su esposa (19). Por el contrario: “Se fortaleció en la fe y dio gloria a Dios” (20b) ante la enorme posibilidad de que Dios haría lo que había dicho (21). De esa manera, obtuvo la gran misericordia divina: “Su fe se le tomó en cuenta como justicia” (22). Como afirma Karl Barth: “ ‘Por eso’, porque la fe de Abraham es su ‘fe ante Dios’ (4.17b), porque ella, no como una parte de su actitud, sino como su absoluta delimitación, concreción y abolición absoluta, es el milagro absoluto, el comienzo puro, la creación original; por eso, porque su fe no se agota en un suceso histórico sino que es al mismo tiempo la negación pura de todo suceso y no suceso histórico, por eso Dios lo califica como justicia, por eso Abraham —sólo por la fe— participa en Dios de la negación de la negación, de la muerte de la muerte; por eso, todo lo que hay de suceso histórico en Abraham no impide que su fe brille como luz de la Luz increada.[4]

Esta grandiosa realidad de salvación se extenderá a todos/as quienes siguen la huella de la fe de Abraham (23) y se aplica a “nosotros”, agrega san Pablo, “pues Dios tomará en cuenta nuestra fe” (24a) en quien resucitó a Jesucristo (23b), quien “fue entregado por nuestros pecados, y resucitó para nuestra justificación” (25). “La salvación sólo por la gracia de Dios en Cristo inspira toda la historia y el pensamiento protestantes. Es el principio rector, primero y esencial” (L. Gagnebin y R. Picon). Por eso en Ro 8.30 la justificación resplandece como parte central de la historia de salvación. 

Conclusión

“Queda patente que la doctrina de la justificación no es un problema meramente teórico o un asunto del pasado. Es más bien una cuestión que tiene implicaciones en la autocomprensión de la Iglesia misma. Constituye el punto de referencia de la vida cristiana: la autenticidad de la vida eclesial se fundamenta en la autenticidad de la vida de la gracia. En este sentido, la afirmación de Lutero, [de] que el artículo sobre la justificación es el articulus stantis et cadentis ecclesiae [la doctrina por la cual la Iglesia permanece de pie o se cae], es una afirmación verdadera. Lo pueden afirmar tanto los católicos como los protestantes”.[5]



[1] Cf. Declaración conjunta sobre la doctrina de la justificación. Ginebra, Federación Luterana Mundial-Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos, 2017, www.lutheranworld.org/sites/default/files/2019/documents/jddj_spanish.pdf, y Del conflicto a la comunión. Conmemoración conjunta Luterano-Católico Romana de la Reforma en el 2017. Maliaño, Federación Luterana Mundial-Sal Terrae, 2013, www.lutheranworld.org/sites/default/files/FCTC_ES-Del_conflicto_a_la_comunion.pdf.

[2] Jean Baubérot y Jean-Paul Willaime, “Justification par la foi”, en ABC du Protestantisme. Mots clés, lieux, noms. Ginebra, Labor et Fides, 1990 (Entrée libre, 10), p. 103.

[3] Declaración conjunta…, p. 4.

[4] K. Barth, Carta a los Romanos. Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1998, pp. 195-196.

[5] Jutta Burgraff, “La declaración conjunta católico-luterana de 1999 acerca de la justificación”, en AHlg 9 (2000), p. 513.

Liberación espiritual y transformación social, Pbro. Leopoldo Cervantes-Ortiz


Adriaen Pietersz van de Venne, La pesca de almas (1614), Rijksmuseum, Ámsterdam

10 de octubre, 2021

Así que, hermanos, yo les ruego, por las misericordias de Dios, que se presenten ustedes mismos como un sacrificio vivo, santo y agradable a Dios. ¡Así es como se debe adorar a Dios! Y no adopten las costumbres de este mundo, sino transfórmense por medio de la renovación de su mente, para que comprueben cuál es la voluntad de Dios, lo que es bueno, agradable y perfecto.                                                                                                      Romanos 12.1-2, Reina-Valera Contemporánea

 

Ruego pues, a vosotros, hermanos, por medio de las misericordias de Dios, presentar los cuerpos de vosotros como sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, el culto auténtico (racional) de vosotros; y no os amoldéis a la época esta, sino transformaos por la renovación de la mente para discernir vosotros cuál es la voluntad de Dios, la buena y agradable y perfecta.

El Nuevo Testamento interlineal palabra por palabra griego-español

 

Trasfondo

C

ada vez que somos confrontados/as por estas grandiosas palabras del apóstol Pablo, que resumen como pocas varios de los ideales de la renovación instaurada por la fe cristiana en el mundo, especialmente la profunda insatisfacción por las pretensiones de absoluto de las creencias, ideas y prácticas predominantes, estamos delante de la afirmación del inconformismo radical o, como lo definió el teólogo alemán Paul Tillich (1886-1965), del “principio protestante”, el cual consiste en no aceptar ninguna cosa en el mundo como absoluta, pues únicamente la realidad divina puede ser considerada así. Como corolario de toda la exposición previa de San Pablo, especialmente la relacionada con la salvación del pueblo de Israel en la historia, y después de la doxología de 11.33-36 que celebra “las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios”, el cap. 12 abre con una amonestación (parakalo) derivada de todo ello. Podría decirse que esa sección inicia con una recapitulación exhortativa que va a relanzar la vida de la comunidad hacia la cual se dirige para el presente y el futuro. “La reflexión paulina corresponde a lo que hoy nos agrada considerar como teología a partir de la práctica”,[1] por lo que las dos partes del capítulo se corresponden muy bien con la liberación espiritual (vv. 1-2) encaminada hacia la transformación social y comunitaria (vv. 3-12).

 

1. “Por las misericordias de Dios… presentar el cuerpo en el culto y cambiar de mentalidad (convertirse)”

Si se quisiera resumir a grandes rasgos la grandiosa enseñanza de los capítulos 1-11 de Romanos, podríamos tomar las palabras de Elsa Tamez: “Con la llegada de Jesucristo, quien inaugura el camino de la fe, se vive en los tiempos de gracia y no de la obediencia a las leyes. Los humanos que acogen el don de la justicia de Dios se orientan por la lógica de la fe, la cual es una manera diferente de conducirse en la vida, llenos de esperanza, al servicio de la justicia. Estos son llamados ‘los que están en Cristo’ y tratan de actuar como Jesús; se orientan por la lógica del espíritu, que es la lógica de la vida, justicia y paz”.[2] Con ello en mente, es posible abordar el par de extraordinarias exhortaciones planteadas en los primeros 2 vv. del cap. 12, la primera, sobre la naturaleza del culto y su relación con el cuerpo, y la segunda sobre la necesidad de una auténtica conversión para poder superar las imposiciones ideológicas y culturales del tiempo presente.

“Los postulados teológicos anteriores son fundamentos para orientarse en las acciones de la vida diaria”.[3] Pablo exige una permanente transformación (metamorfosis) de la mente y los cuerpos ¡para discernir la voluntad de Dios en cada momento sin ninguna duda! El discernimiento es fundamental: “Saber conducirse con la lógica del espíritu o la fe, implica actuar con mucha sabiduría. A veces implica someterse a la ley coyunturalmente para sobrevivir, a veces implica limitar nuestra libertad para no ser escándalo al hermano o hermana débil (cf. Rm 14). La renovación constante, el discernimiento sabio y el régimen del amor son la garantía que nos indica que estamos bajo la lógica del espíritu y la fe, cuyas aspiraciones son hacia la vida, la justicia y la paz”.[4] La entrega continua de los cuerpos (sómata; “…basta con recordar cómo ha hablado del cuerpo del pecado y de la muerte, y que en el capítulo 6 ha dicho que el cuerpo y los miembros que antes estaban al servicio del pecado y eran utilizados por él como instrumentos de iniquidad, ahora han de ser presentados como instrumentos de la justicia: 6.13, 19[5]) como un sacrificio litúrgico y la disposición permanente para no amoldarse (acomodarse) al espíritu de la época son bien resumidos por uno de los grandes maestros de la teología moderna: “Lo que sucede aquí ‘no se acomoda a la figura actual del mundo sino a su transformación’. Pero ¿qué podemos hacer para que en nuestras acciones resplandezca el sacrificio, la abnegación del hombre y, por tanto, la gloria de Dios, para que ellas no sean cáscaras huecas sino frutos maduros y sazonados? ¿A qué se puede exhortar, invitar y urgir al hombre en esta dirección?”[6]. A no acomodarse, amoldarse ni adaptarse “a la figura actual de este mundo, sino a su transformación futura”, según lo traduce el propio Karl Barth.

El llamado segundo es a convertirse, a entrar en la experiencia de una metamorfosis continua: “Penitencia [o conversión] significa cambiar de modo de pensar. Este cambio de mentalidad es la clave del problema ético, el lugar en el que se produce el giro que apunta a un actuar nuevo”.[7]

 

Los cristianos deben tener presente que ya ahora pertenecen al nuevo eón y que esto tiene consecuencias definidas para su manera de vivir. Por la misericordia de Dios en Cristo han sido librados del presente eón malo (cf. Gál 1.4) en el cual ejercen su severo gobierno la ira, el pecado, la ley y la muerte. En consecuencia, no es posible que sigan viviendo en eI estado antiguo, como si nada hubiera acontecido, por medio de Cristo. […] La mente y la memoria, la razón y la emoción; en fin, todo en la vida del cristiano, desde lo más íntimo hasta lo más externo debe entrar en esta metamorfosis para estar en conformidad con el nuevo eón.[8]

 2. Sabiduría cotidiana y transformación social

La sensatez y, el equilibrio y el dominio propio aparecen en 12.3 como consigna de lo que viene a continuación. La visión de la iglesia como un organismo viviente preside todo el conjunto de exhortaciones para la vida comunitaria (4-5). “La medida de la fe” de cada quien es el único criterio dominante para la práctica de la existencia colectiva transformada a través de los dones recibidos (6-8): “La iglesia, que es el cuerpo de Cristo, no puede existir o crecer sin profecía, sin servidores de la congregación, sin ministerio. sin gobierno, etcétera […] Cada cual ha de servir con su don y en la forma específica que corresponde al mismo; sin olvidar jamás que su don es sólo uno entre otros igualmente necesarios. Por tanto, debe emplearlo de acuerdo con la medida dada por la fe”.[9]

El amor vivido sin fingimiento (9a), así como la superación del mal y la opción irrestricta por lo bueno (9b) deben presidir todas las relaciones humanas, además del respeto y la deferencia hacia los demás (10). En el servicio al Señor el valor primordial es la disposición continua (11). Gozarse en la esperanza es la actitud que debe prevalecer (12), además de la ayuda mutua y la hospitalidad (13): “…con estas amonestaciones Pablo quiere mostrar qué es lo que significa ‘andar en amor’. El amor es así. Así procede en las diversas situaciones de la vida. A ello añade Pablo por medio de sus amonestaciones un llamado personal. Sois justificados por la fe, de modo que observad una conducta correspondiente. ¡Andad en amor!”.[10]

Conclusión

La base de la transformación social auténtica es la entrega verdadera y la conversión auténtica. La premisa profunda de toda modificación en la conducta social pasa por la transformación efectiva de las mentalidades para que, de ese modo, pueda advertirse la fuerza del cambio espiritual y cultural. Quiera Dios que su pueblo comprenda con claridad la eficacia de la renovación profunda de las actitudes y la conducta colectiva como muestra clara de una efectiva reforma que vaya más allá de lo religioso y se aplique en todas las áreas de la vida.



[1] Sebastião Armando Gameleira Soares, “Relectura de Pablo: desafío para la iglesia”, en Revista de Interpretación Bíblica Latinoamericana, núm. 20, 1995, p. 39.

[2] E. Tamez, “¿Cómo entender la carta a los Romanos?”, en Revista de Interpretación Bíblica Latinoamericana, núm. 20, 1995, p. 86.

[3] Ibid., p. 87.

[4] Ídem.

[5] Anders Nygren, La epístola a los Romanos. Buenos Aires, La Aurora, 1969, p. 343.

[6] Karl Barth, Carta a los Romanos. Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1998, p. 511.

[7] Ídem.

[8] A. Nygren, op. cit., p. 344.

[9] Ibid., p. 348.

[10] Ibid., p. 350.

La paz, el amor y la fe en Dios (Efesios 6.21-24), Pbro. Dr. Mariano Ávila Arteaga

30 de junio de 2024 ¿Quién hubiera dicho que un movimiento que empezó con un grupito de 12 personas habría de transformar el mundo de mane...