domingo, 27 de febrero de 2022

Tiatira: "Deben conservar lo que tienen hasta que yo venga" (Apocalipsis 2.18-29), Pbro. Leopoldo Cervantes-Ortiz


Ruinas de Tiatira en Akhisar

27 de febrero, 2022

…yo les digo que no les impondré ninguna carga más; pero deben conservar lo que tienen hasta que yo venga.                      

Apocalipsis 2.24b-25, RVC

 

Trasfondo

L

a ciudad de Tiatira se encontraba al norte de Lidia, sobre el río Lico, en la vía que une a Pérgamo con Sardis, en la provincia de Manisa. Aunque no tenía la importancia de Éfeso o Esmirna, pero poseía una industria floreciente, con un gran número de gremios, especialmente el tintorero, atestiguado por un pasaje de Hechos (16.14, que menciona Lidia, una vendedora de telas, como originaria de allí) y algunas inscripciones.[1] Actualmente sus ruinas se encuentran dentro de Akhisar, dedicada a la fabricación de alfombras. La carta dirigida a la comunidad de Tiatira es la más larga y la más difícil y tiene como destinataria a la ciudad menos importante y menos notable de las siete. “La carta no era oscura para la iglesia en Tiatira; el problema radica en nuestra lejanía de los hechos contemporáneos. La epístola se ocupa mucho de los asuntos de la vida cotidiana, que son transitorios y rara vez accesibles al estudio histórico, y mucho menos desde un punto de vista distante en tiempo y lugar. La escasez de nuestros materiales habituales agudiza la dificultad”.[2]

Curiosamente, esta carta se encuentra en el centro de la estructura de esta sección del libro, lo que obliga a destacarla necesariamente, pues “refleja de manera ejemplar las tensiones del conjunto de la iglesia (personificadas en Jezabel, anticipo de la Prostituta de Ap 17)”.[3] Sobre el contexto, apunta Juan Stam: “La vida comercial de la ciudad y la red poderosa de gremios hicieron del culto al emperador un problema de sobrevivencia económica”.[4] De hecho, la cara menos hostil de dicho culto y el poco ímpetu de los judíos contra los cristianos hizo “más sutil y peligrosa la tentación de acomodarse a la idolatría”.[5]

 

“Tú toleras a Jezabel, esa mujer que se llama profetisa” (2.20)

 

Tiatira es una pequeña ciudad entregada por completo al comercio, pagana y corrompida. Cristo se le presenta como el mesías resucitado, explicitando en grado sumo su trascendencia: es el Hijo de Dios (v. 18). La situación de la iglesia es bastante compleja. Por una parte, se observan elementos de fermento positivo: amor a Cristo, vida de fe, dedicación al servicio de los demás, aguante y un tono de progreso ideal (v. 19). Pero por otra parte están las insidias de un paganismo materialista, compuesto de extrañas teorías (las profundidades de Satanás) y de prácticas reprochables (fornicación, en el sentido metafórico de idolatría: v. 20.24).[6] 

El vidente observa al Señor Jesús con ojos de fuego y pies de bronce, como ser divino (1.14-15; cf. Dt 10,6); aspecto que expresa la alta cristología del Apocalipsis, y es la única vez en el libro en que le llama “Hijo de Dios” (v. 1). El título en este contexto se refiere al Salmo 2, pero también podría relacionarse con el culto a Apolo Tirimneo, deidad tutelar de la ciudad: “Apolo era hijo de Zeus, y el emperador se consideraba encarnación de Apolo y por ende también hijo de Zeus”.[7] La afirmación de la filiación divina del Señor desenmascaró las pretensiones divinas del emperador. Los “pies semejantes al bronce pulido” puede ser una alusión a una de las industrias principales de la ciudad. La palabra griega para bronce (jalkolibanon) quizá se refiere a la aleación de bronce con cobre y zinc usada para los armamentos.

Al reconocimiento de los extraordinarios méritos de la comunidad (amor, fe, servicio y aguante, 19a), así como que sus obras posteriores eran mejores (19b), algo que ninguna otra de las iglesias recibió, le sigue un fuerte reproche acerca de la tolerancia hacia Jezabel, la “profetisa” (20a), nombre simbólico y odioso de fuertes resonancias antiguas, “que seduce a mis siervos y los lleva a incurrir en inmoralidad sexual y a comer lo sacrificado a los ídolos” (20b). Lo que ella estaba haciendo era “dar un aval seudoprofético a la herejía nicolaíta” (J. Stam) que “buscaba integrar el Evangelio en la estructura económica y social del Imperio. […] Parece que muchos cristianos se han plegado (en un plano) a los dictados del paganismo oficial (cultural, social y militar) de Roma. Con fuerte lenguaje profético, escribe Juan contra ellos, exigiendo fidelidad a Jesús y resistencia frente a Roma”.[8] La terminología parece situarla entre la madre de 12.1 y la prostituta de 17.3, especialmente por el uso de la palabra porneías (2.20, 21). No se sabe su nombre real, pero este nombre es simbólico y despreciativo, pues alude a la reina perversa de I Re 21 y II Re 2.

Ella ha sido conminada a cambiar su enseñanza, pero sin resultado (21), por lo que se le anuncia mucho sufrimiento, junto a “los que adulteran con ella” (22). Sus hijos serán heridos de muerte y todas las iglesias se enterarán de que el Señor “escudriña la mente y el corazón” y cada uno recibirá su merecido (23). “El espectáculo del castigo infligido a la mujer y sus secuaces producirá un efecto saludable en las otras Iglesias, porque reconocerán que la mirada del Señor penetra hasta las más ocultas profundidades del corazón humano y que castiga rigurosamente todos los pecados”.[9]

 

“Pero deben conservar lo que tienen hasta que yo venga” (2.25)

La comunidad se dividió entre quienes apoyaban a “Jezabel” y quienes no lo hacían. A éstos, que se habían mantenido fieles, el Señor dirige la siguiente exhortación: “…no les impondré ninguna carga más; pero deben conservar lo que tienen hasta que yo venga” (24b-25). Les impone la obligación de no dejarse arrastrar por la falsa profetisa a la fornicación y a los banquetes idolátricos. Él está complacido con su conducta espiritual y moral; es preciso que siguieran haciendo las obras que antes ha elogiado hasta que se haga presente para efectuar el castigo.

 

El Señor recomienda mantener lo que se tiene. Este último verbo quiere decir, conforme a su uso en el libro del Apocalipsis, agarrar con fuerza (2.1; 7.1; 20.2), o bien, aplicado a una enseñanza (2.13-15, 25; 3.11), adherirse con firmeza a ella. Por el contexto, sabemos que la iglesia de Tiatira realiza unas obras, que han sido alabadas por el Señor […]. A esta conducta, que ya tiene, la comunidad debe atenerse; este comportamiento debe mantener. […]

Este “saber mantenerse en lo que ya se tiene” se revela a la comunidad, por parte del Señor, como el mejor camino para evitar el confuso sincretismo religioso, reinante en la comunidad, a causa de la profetisa Jezabel y sus adeptos. Y es la manera ideal de superar cualquier tipo de prueba que pueda sobrevenir.[10] 

Los que no se han sumergido en “las profundidades de Satanás” (24a), una frase que bien puede ser una referencia irónica de un reclamo nicolaíta de conocer “las profundidades de Dios”, que caracterizará a los movimientos gnósticos. A los vencedores el Señor les extiende una doble promesa: dará “autoridad sobre las naciones” (26b), recibida del Padre (27a), eco del Salmo 2.8-9 en la siguiente frase (27b); y la estrella de la mañana (28): “Como estrella matutina, en medio de la noche oscura Cristo es señal del ‘amanecer de la claridad eterna’” (J.A. Bengel).[11]


Conclusión

Esta carta muestra la firmeza con que el Señor Jesús se dirigió a la comunidad para establecer pautas muy claras de comportamiento ante las enormes exigencias planteadas por las interferencias externas e internas para su vida moral y espiritual. En un tiempo en que han surgido nuevas formas de pensamiento y de práctica cristiana es preciso hacer suficiente caso a lo que plantea el Espíritu a fin de mantener la fidelidad al mensaje del Evangelio y así poder sortear las adversidades vengan de donde vengan.



[1] Alfred Wikenhauser, El Apocalipsis de san Juan. Barcelona, Herder, 1981 (Biblioteca Herder, Sagrada Escritura, 100), p. 73.

[2] Colin J. Hemer, The Letters to the Seven Churches of Asia in their Local Setting. Sheffield, 1986, p. 106.

[3] Xabier Pikaza, Apocalipsis. Estella, Verbo Divino, 1999, p. 56.

[4] J. Stam, Apocalipsis. Tomo I. Caps. 1-5. 2ª. ed. Buenos Aires, Ediciones Kairós, 2006, pp. 129-130.

[5] Ibid., p.130.

[6] U, Vanni, Apocalipsis Una asamblea litúrgica interpreta la historia. 6ª ed. Estella, Verbo Divino, 1998, p. 35.

[7] J. Stam, op. cit., p. 130.

[8] X. Pikaza, op. cit., p. 21.

[9] A. Wikenhauser, op. cit., p. 75.

[10] Francisco Contreras Molina, El Señor de la vida. Lectura cristológica del Apocalipsis. Salamanca, Ediciones Sígueme, 1991 (Biblioteca de estudios bíblicos, 76), p. 111.

[11] J. Stam, op. cit., p. 136.

sábado, 19 de febrero de 2022

Pérgamo: “Al que venciere, daré a comer del maná escondido” (Apocalipsis 2.12-17), Pbro. Leopoldo Cervantes-Ortiz

Acrópolis de Pérgamo

20 de febrero, 2022

Al que salga vencedor, le daré a comer del maná escondido, y le daré también una piedrecita blanca; en ella está escrito un nombre nuevo, que nadie conoce sino el que lo recibe.            

Apocalipsis 2.17, RVC 

Trasfondo

P

érgamo (“ciudadela”), al norte de Esmirna, es famosa por uno de los productos que surgieron allí, el pergamino, material hecho a partir de la piel de cordero o de otros animales, fabricado para escribir sobre él. Fue una de las ciudades más importantes del mundo antiguo desde el punto de vista religioso. Allí se ubicó el gobierno romano de la provincia. Templos impresionantes coronaban su ciudadela, de una altura de 300 metros. Con una larga historia helenística tras de sí, entre 180 y 160 a.C., Eumenes II construyó un imponente altar de mármol para Zeus (actualmente en un museo de Berlín), cuyo fuego se mantenía encendido todo el tiempo. En el año 29 a.C. se erigió en la parte más alta un templo dedicado a Augusto y a Roma, con lo que comenzó el culto imperial en Asia Menor. También se veneraba a Esculapio, deidad de la salud y los milagros que tenía allí su templo principal (Asklepion), lugar de peregrinación,[1] en el cual se ofrecían masajes, aguas medicinales y bañeras. De allí fue nativo el famoso médico Galeno.

La palabra del Señor Jesucristo dirigida a esta iglesia pone en acto toda su fuerza irresistible: él es quien “tiene la espada aguda de dos filos” (v. 12): “La ‘espada’ del v. 12 se recoge en ‘la espada de mi boca’ en el v. 16: ambas expresiones se combinan en la visión de Patmos (1.16). La idea de un arma saliendo de la boca se basa en Isaías 11.4 y 49.2, pero se modifica deliberadamente. […] Sugiere la autoridad de la palabra hablada, en particular la sentencia del juez, y se asocia en Ap 19.13 y 15 con la ‘palabra de Dios’” (cf. Heb 4.12 y Ef 6.17).[2] A esta comunidad de fe “Cristo se le presenta armado de esta gran espada, y antes del final de la carta amenaza con blandirla contra el grupo infiel dentro de la iglesia”.[3]

 

“Yo sé dónde vives, y dónde está el trono de Satanás” (2.13a)

El Señor Jesucristo reconoce desde un principio que la situación de esta comunidad era extremadamente difícil: “Sé dónde vives: allí donde Satanás tiene su trono” (13a). En relación temática con la “sinagoga de Satanás” (2.9; 3.9), esta expresión puede referirse a varias cosas al mismo tiempo: a) el protagonismo de Pérgamo en el culto al emperador, pues era algo así como la “Roma oriental”; b) el culto a Esculapio, por la centralidad de la serpiente en el mismo; y c) el aspecto de sillón de la gran acrópolis, que bien podía simbolizar a Satanás sentado en las alturas para ejercer su poder nefasto. El Señor felicita a la comunidad por haber sido fiel en un medio tan hostil incluso ante el martirio de uno de sus integrantes, Antipas (13b). “Fueron incitados a negar la fe, pero no renegaron de Cristo sino que se negaron a llamar kurios al César”.[4] Según algunos testimonios históricos, los acusados podían exculparse si maldecían el nombre de Jesús. La palabra griega mártus aún no había adquirido el significado de “testigo por la sangre”, que recibirá más tarde.

Otra posibilidad para explicar este martirio e identificar el trono satánico es que podía asociarse con el templo de Esculapio, puesto que el símbolo de ese dios era la vara con la serpiente (figura de Satán) “y que sus curaciones eran para los cristianos caricaturas diabólicas de los milagros de Cristo. Otros, finalmente, piensan que el trono de Satán es el gigantesco altar de Zeus”.[5] Stam subraya: “El santuario se mantenía lleno de culebras, símbolo de la medicina y la curación, debido a la leyenda de que resucitaban cada año”.[6]

 

“Al que salga vencedor, le daré a comer del maná escondido (2.17b)

Pero la iglesia de Pérgamo mereció también un reproche porque toleraba a un pequeño grupo de personas que profesaban “la doctrina de Balaam” (14a), “designación metafórica de una herejía con características innegables de libertinaje en el sentido propio del término, es decir, de desenfreno moral”.[7] La alusión a Balaam indica que el prototipo es aquel personaje y el consejo que dio a Balac (Nm 22-24; 31.16). Su consejo fue que las mujeres moabitas se entregaran a los israelitas para que éstos se convirtieran a los ídolos y participaran de sus comidas sagradas. “A imitación de aquel, también los herejes de Pérgamo seducen a los miembros de la iglesia, persuadiéndolos a actos idolátricos (comer carne inmolada en los sacrificios paganos) y a entregarse a la fornicación”,[8] entendiendo esta última palabra en sentido metafórico. Hay un consenso general acerca de que los nicolaítas (15) son los mismos personajes mencionados en la carta a Éfeso: Debía tratarse de gente entregada a especulaciones judeo-gnósticas, como aquellas que ya san Pablo había tenido que combatir en las cartas a los Colosenses y a los Efesios, y que prepararon la gnosis del siglo II. Cristo exige a la comunidad que no tolere por más tiempo ese desorden; de lo contrario, vendrá él pronto en persona, y con la fuerte irresistible de la palabra de Dios los arrojará de la iglesia y los entregará a la condenación eterna [16]”.[9]

Al vencedor en estas lides ideológicas y espirituales se le promete una doble recompensa: le será dado comer del “maná escondido” (17a), es decir, del alimento celestial, que se niega a los mortales, símbolo supremo de la unión con Dios en la eternidad, además de recibir una piedra blanca, con un nombre nuevo escrito (17b), expresión de su nueva naturaleza, cuya magnificencia sólo puede comprender y apreciar quien la posee. Entre los griegos, a los competidores en justas atléticas se les entregaba una tablilla blanca con su nombre. La promesa del maná tiene resonancias mesiánicas, tal como se afirma en 2 Baruc 29, que anuncia que ese alimento volvería a caer en los días del Mesías. Otra tradición judía dice que el maná fue escondido en una cueva. Sobre la segunda promesa: “Posiblemente la piedrecita blanca, pura, hermosa y duradera, no sea más que un objeto apropiado para grabar el Nombre, el mismo que el mártir no ha negado bajo prueba y cuya bendición ahora lo ha de acompañar siempre. A la luz de la promesa paralela en la carta a Filadelfia (3.12), podemos entender que el Nombre aquí es el de Cristo”.[10]

 

Conclusión

 

Aunque en general la congregación de Pérgamo había sido ejemplarmente fiel (2.13) y sólo un grupo se había desviado de la verdad (2.14), sin embargo, todos compartían la culpa y estaban llamados (en la persona de su ángel) a volver a Dios: “Por lo tanto, ¡arrepiéntete!...” (2.16). Dos veces Cristo habla a la congregación en segunda persona del singular (arrepiéntete, iré …a ti), pero después cambia a la tercera persona del plural (contra ellos). Tanto la herejía de algunos como la tolerancia de otros serán juzgadas por la aguda espada de la palabra del Señor”.[11]

 

De manera similar, hoy, toda iglesia que quiera reivindicar de verdad el apelativo de cristiana deberá considerar seriamente su fidelidad al Evangelio de Jesucristo en todos los niveles a fin de no ser objeto del juicio de su Señor y Salvador. Grande es el desafío para todas las comunidades de fe.



[1] Alfred Wikenhauser, El Apocalipsis de san Juan. Barcelona, Herder, 1981 (Biblioteca Herder, Sagrada Escritura, 100), p. 70.

[2] Ugo Vanni, Apocalipsis. Una asamblea litúrgica interpreta la historia, Estella, Verbo Divino, 1989, pp. 43-44.

[3] Juan Stam, Apocalipsis. Tomo I. Caps. 1-5. 2ª. ed. Buenos Aires, Ediciones Kairós, 2006, p. 118.

[4] Ibid., p. 119.

[5] A. Wikenhauser, op. cit., p. 71.

[6] J. Stam, op. cit., p. 117.

[7] A. Wikenhauser, op. cit., p. 71.

[8] Ídem.

[9] Ibid., p. 72.

[10] J. Stam, op. cit., p. 122.

[11] Ibid., p. 121.

domingo, 13 de febrero de 2022

Esmirna: "Sé fiel hasta la muerte y te daré la corona de la vida" (Apocalipsis 2.8-11), Pbro. Leopoldo Cervantes-Ortiz


13 de febrero, 2022

No tengas miedo de lo que vas a sufrir, pues el diablo pondrá a prueba a algunos de ustedes y los echará en la cárcel, y allí tendrán que sufrir durante diez días. Tú sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida.                                  
Apocalipsis 2.10, RVC

 

Trasfondo

L

a ciudad de Esmirna (actual Izmir, tercera ciudad de Turquía) se halla al norte de Éfeso a unos 80 km; con ella y con Pérgamo se disputaba ser la primera ciudad de Asia. Hacia el 195 a.C. consagró un templo en honor de Roma y en el 26 d.C. obtuvo el privilegio de erigir un templo en honor de Tiberio, Livia y el Senado. Vivía allí una importante colonia judía, que en tiempos del martirio del obispo Policarpo (c. 70-c. 155) se mostró fuertemente hostil hacia la comunidad cristiana. A esa iglesia dirigió Ignacio de Antioquía una carta, alrededor del año 110.[1] Policarpo, junto con Ignacio y Clemente de Roma, son considerados los Padres Apostólicos principales.

 

A la iglesia de Esmirna, Cristo se presenta en la realidad de su misterio pascual: muerto y resucitado. Está al comienzo y al final de la historia de la salvación (es primero y último: v. 8). La iglesia se encuentra en una situación difícil: es objeto de persecución incluso por parte de los judíos (v. 9), y es pobre. Y esas dificultades irán incluso acentuándose en un próximo futuro (v. 9-10). Pero Cristo asiste a su iglesia; así, su pobreza se cambiará en riqueza, los días de la tribulación están contados (diez días); si la iglesia sigue siendo fiel hasta la muerte, obtendrá como regalo la plenitud de la vida y no tendrá que temer la perdición definitiva (la muerte segunda: v. 11).[2] 

“Yo conozco tus obras, tus sufrimientos, y tu pobreza (aunque en realidad eres rico)” (2.9a)

Todo lo contrario de otras iglesias, como Laodicea, la de Esmirna recibe un cálido elogio, sin ningún reproche o recriminación, por el contrario, se reconoce sus obras, su sufrimiento y su pobreza, en ese orden (2.9a). “Expresamente se pone de relieve su pobreza, o sea, su estrechez económica, consecuencia del reducido número de sus miembros, o bien de las dificultades en que se debatía. Por fortuna esta pobreza se ve ampliamente superada por su riqueza en bienes espirituales”.[3] La comunidad de fe se encontraba en medio de fuertes hostilidades, y especialmente se reconoce que ha sido calumniada ante sus conciudadanos romanos, incluso ante las autoridades acusándola de agitadora. Como consecuencia de esas acusaciones falsas, se suscitó la amenaza de una gran persecución, en la cual se encarcelarían algunos de sus miembros (10a), aun cuando no duraría mucho (“diez días”).

Precisamente sobre el problema de la presencia del judaísmo, particularmente por el fuerte lenguaje utilizado para referirse a él: “Sé cómo te calumnian los que dicen ser judíos, pero que en realidad no son sino una sinagoga de Satanás” (9b), afirma Xabier Pikaza:

 

Significativamente, las dos iglesias más frágiles por su pobreza y falta de poder (Esmirna y Filadelfia: 2,4) son para Juan las más fuertes al estar amenazadas por el riesgo de aquellos que llama “falsos judíos”, que expulsan de su seno a los cristianos, privándoles de la protección social que el judaísmo gozaba dentro del Imperio. En otro tiempo, los judeocristianos podían presentarse como miembros de la sinagoga: un grupo dentro del judaísmo. Ahora se han cerrado las fronteras: el “falso” judaísmo, vinculado a sus purezas y gestos nacionales, ha dejado a los cristianos sin defensa legal ante el Imperio. Juan responde con dureza, llamándole sinagoga de Satán y defendiendo el “verdadero” judaísmo de la iglesia.[4]

 

La censura del Señor Jesús a los judíos por su oposición hacia los cristianos los estigmatiza como gente “que lleva indignamente el título honorífico de judío; no son en realidad aquella ‘sinagoga (o asamblea) de Dios’ que pretenden ser”[5] puesto que se ligaron al adversario de Dios y de su iglesia, razón por la cual el lenguaje se acerca al del Cuarto Evangelio en su fustigamiento de los judíos como “hijos del diablo” (Juan 8.44). 

“Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida” (10b)

La exhortación a mantenerse fieles hasta la entrega de la vida expone la enorme gravedad de la persecución que se avecinaba. La corona de la vida (stéphanon tes zoes), prometida como premio a tal fidelidad, simboliza la vida eterna. “Esmirna es celebrada por los antiguos autores por el conjunto de magnificas monumentos que rodeaban su cima; se hablaba de la ‘corona de Esmirna’, pero la verdadera corona de la vida es la que da Jesús. […] Podría pensarse en la recompensa concedida a los corredores del estadio. Pero los textos cristianos hacen de la corona el símbolo de la salvación reservada a los elegidos y ciertos ritos antiguos del bautismo suponían la entrega de una corona”.[6]

 

Stéphanos es generalmente una guirnalda de victoria, fiesta, honor o adoración. Tal distinción probablemente se aplique estrictamente en el Apocalipsis, donde diádema se usa para referirse a la realeza del dragón (12.3), de la bestia (13.1) y de Cristo (19.12), pero stéphanos en otros lugares, donde predominan otras ideas. Ciertamente no hay razón para negar a stéphanos su sentido más usual aquí. Es “corona”, no “diadema” […]. La “corona de espinas” es reconocidamente stéphanos; en los evangelistas (Mt 27.29; Mc 15.17; Jn 19.2, 5), pero eso era literalmente una guirnalda. Para los soldados significaba realeza fingida; quizás para los escritores también implicaba victoria.[7] 

La segunda muerte, de la cual es librado el que vence, es la condenación eterna. Está contrapuesta a la muerte física que quizá algunos creyentes cristianos recibirían pronto en el martirio. “La separación de las comunidades cristiana y judía puede ayudar a explicar la falta comparativa de alusión judía en esta carta. La referencia a la ‘segunda muerte’, una frase comúnmente considerada rabínica, quizás respondió a una burla judía en Esmirna”.[8] “Así como la ciudad ha renacido de sus cenizas, Cristo, por medio del profeta de la Revelación, promete a la comunidad cristiana de Esmirna darle la corona de la vida por haber permanecido fiel hasta la muerte”.[9]

 

Conclusión

 

En conclusión, Esmirna, junto con Filadelfia, es la única comunidad que no es objeto de reproche por parte del profeta; en cambio, alaba su riqueza espiritual, la anima en el sufrimiento y le promete la corona de la vida, para que podamos considerar que estos cristianos poseían una mentalidad acorde con la del autor del Apocalipsis. Es decir, era una comunidad que se sentía rodeada por un mundo hostil, formado por cristianos judaizantes que sentían el tirón de su comunidad judía de origen, por un lado, y por otro lado, aceptaron como referentes de su fe cristiana la autoridad de Juan, siendo como él reticente a las prácticas de un paulinismo radical. Siguiendo esta misma línea, asumiendo la tradición joánica, la comunidad de Esmirna también se identificó con los postulados del Evangelio y sobre todo con las cartas de Juan y consideraba el docetismo como un peligro inminente para la fe cristiana.[10]



[1] Alfred Wikenhauser, El Apocalipsis de san Juan. Barcelona, Herder, 1981 (Biblioteca Herder, Sagrada Escritura, 100), p. 68.

[2] Ugo Vanni, Apocalipsis. Una asamblea litúrgica interpreta la historia, Estella, Verbo Divino, 1989, pp. 43-44.

[3] A. Wikenhauser, op. cit.

[4] X. Pikaza, Apocalipsis. Estella, Verbo Divino, 1999, p. 57.

[5] A. Wikenhauser, op. cit.

[6] Etienne Charpentier, “Siguiendo el Apocalipsis”, en Equipo Cahiers Evangile, El Apocalipsis. Estella, Verbo Divino, 1990 (Cuadernos bíblicos, 9), p.20.

[7] Colin J. Hemer, The letters to the seven churches of Asia in their local setting. Sheffield, Sheffield Academic Press, 1989, p. 72.

[8] Ibid., pp. 76-77.

[9] Mauricio Saavedra Monroy, The Church of Smyrna. History and theology of a primitive Christian community. Frankfurt am Main, Peter Lang, 2015, p. 277.

[10] Ídem.

La paz, el amor y la fe en Dios (Efesios 6.21-24), Pbro. Dr. Mariano Ávila Arteaga

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