26 de junio de 2022
1. ¿Cómo acercarse al texto que hemos escuchado?
Las parábolas de Jesús son tal vez los textos
más sorprendentes porque se prestan a una gran variedad de lecturas. La que nos
ocupa hoy ha sido utilizada para respaldar una “teología de la prosperidad” que
promueve el capitalismo neoliberal, y no son pocos los manuales empresariales
que recurren a ella como un modelo de sabiduría económica. Y, por supuesto, se
utiliza frecuentemente para hablar de la multiplicación de los recursos y el crecimiento
numérico de la Iglesia.
¿Pero cuál sería una
lectura bíblicamente correcta de esta parábola? Para responder a ello
necesitamos comenzar señalando que el todo es lo que da sentido a las partes. Este
es un axioma válido para cualquier escrito que es parte de un texto mayor, sea
un fragmento de una novela, un poema o un manual científico.
Mas la Biblia no es
cualquier texto, es el espacio en que se revela la Palabra de Dios. Una Palabra
y su revelación que ha estado presente como una constante a lo largo de toda la
Biblia. Por ello la Biblia es consistente consigo misma de principio a fin y
por ello la revelación de la Palabra no se encuentra sólo en un fragmento sino
en toda la Biblia.
En el texto que nos
ocupa, de no seguir este acercamiento el sentido de la parábola es trivializado
hasta llegar a interpretaciones completamente contraria a su sentido correcto.
Así que lo quiero hacer
es empezar por señalando aquella totalidad narrativa de la cual la parábola es
una parte y, desde ahí, tratar de comprender su sentido legítimo. Y esto,
espero, nos llevaría a al objeto de mi predicación: ¿Qué es una iglesia
saludable y cuál es la razón de su existencia, en particular en vista de la
celebración del aniversario de esta comunidad?
2.
El contexto bíblico para comprender la parábola
Espero que concordemos en que la Biblia mantiene
una narrativa consistente lo largo de todos sus textos. Una narrativa que afirma
desde el principio que la naturaleza del ser humano radica en haber sido creado
a imagen y semejanza de Dios, cuyo propósito y sentido de su vida es conformar
un pueblo, una comunidad, cuyo fin es cuidar y labrar la tierra, es decir, la
Creación misma y todos sus componentes, incluyendo el mismo ser humano.
Pero también desde el
principio la Biblia nos deja con una interrogante ¿Qué significa ser imagen y
semejanza de Dios? La Biblia nos lleva entonces al acontecimiento específico en
que Dios mismo revela su Gloria a Moisés, es decir, su carácter, que es lo que
quiere decir la palabra gloria en Éxodo 34: 6-7 Dios se declara.
¡Jehová! ¡Jehová! fuerte, misericordioso y piadoso; tardo
para la ira, y grande en misericordia y verdad; que guarda misericordia a
millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, y que de ningún
modo tendrá por inocente al malvado; que visita la iniquidad de los padres
sobre los hijos y sobre los hijos de los hijos, hasta la tercera y cuarta
generación.
A pesar de que los teólogos posteriores añadieron innumerables atributos a Dios, lo cierto es que Dios mismo sólo revela dos cosas de sí mismo: Su compasión y su justicia. Este es su carácter, de tal manera que todo lo demás que queramos decir sobre Dios no es más que especulación.
Dios es amor, nos dice Juan en su primera carta, haciendo eco de la revelación ante Moisés, y añade más adelante “¿Cómo se puede amar a Dios a quien no ves y no a tu hermano al que si ves?”. Pues el amor de Dios y su justicia son indisolubles, y el amor a Dios sin la práctica de la justicia es hipocresía.
De esta manera, sobre la
pregunta de la identidad primigenia del ser humano, la Biblia también lo deja
claro desde el principio. Tenemos el carácter de Dios, su compasión y su
justicia, ambas indispensables para cuidar y labrar la tierra y a los seres
vivientes, incluyendo al prójimo y especial al más vulnerable.
Esta es la constante imprescindible
de toda la historia bíblica del Antiguo Testamento. Jesús mismo lo atestigua en
su predicación y su obra. Pero en él queda claro que esto es absolutamente sólo
por la Gracia de Dios, y esto se convierte en el mensaje central de Evangelio
que los apóstoles desarrollan en los evangelios y sus propios escritos.
Entendemos pues que el
carácter de Dios es un don otorgado a todas las personas sin distinción de
ningún tipo, es el tesoro guardado en el cuerpo de barro del ser humano, de ese
polvo en el que el Espíritu Divino insufló su propio carácter para que fuera un
ser consciente de su identidad y de la razón de ser de su existencia.
Poseemos, pues, el
carácter de Dios, su justicia y su compasión; esta es nuestra identidad, y el
propósito de nuestra vida es precisamente ser lo que somo, ejercer lo que
somos, ser justos y compasivos, ser Santos como Dios es santo.
3.
El contraste: la injusticia y la impiedad del mundo
Desde luego, hay otra parte de la narración
bíblica que cuenta cómo este ser humano quiso añadir algo a lo que ya era: el
conocimiento del bien y del mal, a pesar de la advertencia divina de que no lo
hiciera. Una advertencia tan clara como cuando le decimos a nuestra hija o hijo:
si metes la mano en el fuego, te vas a quemar, te va a doler muchísimo y te
quedará una cicatriz horrible que te acompañará toda la vida y que se llama el
permanente temor a la muerte.
Y sí, el hombre y la
mujer cedieron a la tentación de adquirir el conocimiento del bien y del mal; y
sí, comenzaron a utilizarlo para dividir el mundo entre lo que es bueno y lo
que es malo según su propio criterio, es decir, con el criterio de que lo malo
es lo que no soy yo y lo bueno lo que si soy yo. El conocimiento del bien y del
mal fue la excusa para la discriminación, el racismo, la marginación, la violencia,
la mentira, la explotación de unos por los otros, etc., en fin injusticia e
impiedad.
El ser humano primigenio
que no conocía el bien y el mal sólo conocía la justicia y el amor, y su
criterio sólo podía ser ¿es esto justo, es un acto de amor? No había necesidad
del bien y del mal porque ya se tenía el carácter de Dios. El teólogo alemán Dietrich
Bonhoeffer lo resume de esta manera: “Quien tiene a Dios no conoce ni necesitaría
saber del bien y el más, sólo conoce a Dios”.
Así que podemos decir que
esto que llamamos la caída resultó en la invención del bien y del mal, de una
moralidad hipócrita, de una excusa para evadir la responsabilidad propia
culpando al otro, de una ley para oprimir a los más vulnerables y exaltar a los
poderosos. Eso que llamamos pecado es simplemente egoísmo, es someterse al
instinto de sobrevivencia, a la ley del más fuerte, a vivir siempre con el
temor de que alguien más me aplaste y por tanto yo debo aplastarlo primero,
rechazando la autoconciencia de la justicia y el amor que nos hace verdaderamente
humanos para convertirnos en entes puramente biológicos.
Desde luego, la verdadera
identidad del ser humano permaneció en él, pero fue cubierta por la máscara de
la falsa identidad, que eso quiere decir hipócrita, una máscara que seguimos
llevando y que nos impide reconocernos a nosotros mismos como lo que realmente
somos, como Dios nos ve, como sus hijas e hijos amados.
La narrativa bíblica nos
muestra entonces que esa es la historia que la humanidad se ha construido, pero
a la vez afirma una y otra vez que esa historia no refleja lo que realmente
somos sino lo que continuamos fingiendo ser.
La historia bíblica muestra las persistencia de Dios, la fidelidad de
Dios a su propia imagen y semejanza, en el llamado de personajes clave de la
historia divina, de un pueblo que sería diferente a los otros pueblos, y
finalmente, en un hombre que sería el mimo Dios encarnado para mostrar cual era
la verdadera identidad humana: Jesús de Nazareth, llamado a ser el Mesías.
4.
Las buenas nuevas del Reino de Dios
Pero la caída no es el mensaje más importante
de la biblia. Esto es sólo el trasfondo que hace que el Evangelio sea tan
importante y poderoso en la redención de la identidad humana. Por eso somos
llamados a proclamarlo a los cuatro vientos
En Mateo, Jesús comienza
su ministerio anunciando que nosotros somos la luz del mundo y la sal de la
tierra, y nos llama a buscar primeramente el reino de Dios y su justicia, es
decir, a recuperar nuestra identidad primigenia siguiéndole a él como la
encarnación de Dios, de ese amor y esa justicia que nos lleva a descubrir y a transformarnos
en lo que realmente somos: hijas e hijos de Dios. Él mismo muestra a lo largo
de su vida lo que esto significa, con sus palabras y sus acciones, de tal
manera que cuando llegamos a la parábola de los talentos no debería quedar duda
de que es aquello a lo que ésta se refiere. Es el final del ministerio terreno
de Jesús, y la urgencia de que los discípulos comprendan plenamente lo que
tienen demanda un llamado de atención. ¿Se han dado cuenta por qué los he
llamado? ¿Saben cuál es su misión en la tierra? ¿Comprenden en qué consiste su
identidad y el don que Dios les ha dado para realizar esa identidad y esa
misión?
El reino de los cielos es
como un hombre que dio talentos a tres siervos para ver qué hacían con ellos
mientras él estaba lejos. Los talentos eran un regalo, entregado sin ninguna
condición, pero con una expectativa de que los siervos los usaran, los
invirtieran, los multiplicaran. Uno podría decir que los talentos eran ellos
mismos, porque su manera de usarlos iba a mostrar su verdadero carácter.
En la parábola, el hombre
que se va, sólo puede ser Jesús mismo. Jesús
ha sido para los discípulos y para nosotros el paradigma por excelencia de la
verdadera identidad humana, la imagen y semejanza de Dios, y lo muestra una y
otra vez en su obra y en su enseñanza. Él
es nuestro referente concreto de lo que podríamos ser si aceptáramos ser lo que
realmente somos y no la máscara que nos hemos puesto los unos a los otros. Por
ello los evangelistas escriben el Evangelio, para mostrarnos quienes somos en
Jesús. Y por eso el encargo del hombre a sus siervos, porque no los considera
siervos sino personas responsables que sabrán que hacer con el don recibido. De
ahí que su encargo es por su inminente partida, pero también por su inevitable
regreso. Y en este periodo de tiempo histórico, el deja a los siervos con una
misión.
Si comprendemos esto
entenderemos que los talentos de nuestra parábola no tienen que ver para nada
con inversiones o intereses, con dinero o con la creación de capital, sino con la
compasión y la justicia con la que hemos recibido como imagen de Dios y la
pregunta inevitable es ¿qué estás haciendo con eso?
Como hemos visto, el
trasfondo de la narrativa bíblica invita a la pregunta y a una respuesta. ¿Qué
se espera entonces que hagamos? Es obvio ¿no? Usarlo, multiplicarlo, hacer que
rinda fruto, que todo mundo. ¿Y si los talentos son el reino de Dios y su
justicia y su compasión? Pues que se manifieste que la justicia y la compasión
es una realidad, que puede multiplicarse y rendir fruto, a la vez, mostrar que
las mentiras del mundo son precisamente eso, mentiras. Que lo que calificamos
como bien y mal es una parodia de la verdadera justicia y el amor, y que sólo
sirve para crear temor y con ello, someternos a los poderes del mundo.
Hemos recibido un tesoro,
pero lo tenemos en ollas de barro, como nos dice Pablo en segunda de Corintios.
Creo que todos somos conscientes de los tiempos en que vivimos, que no son
diferentes a otros tiempos, sólo que ahora los padecemos nosotros en carne propia,
en este contenedor frágil de barro que puede quebrarse en cualquier momento, y eso
nos atemoriza y nos angustia. Una pandemia, la corrupción política rampante, la
desigualdad y la discriminación que se agudiza y polariza a la sociedad, la
violencia, el aumento incontrolado de la desigualdad económica y, por tanto, de
la pobreza y el egoísmo. Y todo esto afecta la salud social, espiritual,
psicológica, que toca aún a las comunidades de fe.
CONCLUSIÓN
Una
iglesia saludable, una iglesia que manifiesta el amor y la justicia de Dios
La parábola nos recuerda, sin embargo, que
tenemos algo que se nos ha sido dado desde el principio, de tal manera que es
el momento de considerar ¿y qué hacemos con ello? La respuesta está a la vista.
Puedes ponerlo a trabajar, o puedes enterrarlo por temor y vivir
angustiado. Me gustaría pensar que la
iglesia, esta iglesia, es y será una comunidad saludable en la medida en que
busque primeramente el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás será
añadido. Debe ser la luz del mundo, la sal de la tierra, en fin, debe invertir
y multiplicar lo que ya tiene desde el principio. Y continuará siendo saludable también en la
medida en que lleve constantemente su razón de ser, cuidar y labrar la tierra
para los demás.
“Y todo lo demás será
añadido”: la tranquilidad material y espiritual, la satisfacción, la alegría,
el gozo de ver y experimentar la realización de la justicia y el amor en
nosotros y entre nosotros y nosotras. Y entonces la oración, nuestro culto,
nuestra alabanza, nuestra vida comunitaria, será más significativa y
enriquecedora no sólo para nosotros sino para todos aquellos que comiencen a
buscar primeramente el reino de Dios y su Justicia, y descubran los talentos
que ya tienen, y se unan y se multipliquen.
Mi experiencia de esta
comunidad a través de los años que he tenido la bendición de conocerla es que
es una iglesia saludable y con un propósito evidente. Lo sé por las amigos y amigos con los que he
compartido. Y espero, por la gracia de Dios, que esto siga avanzando durante
muchos años y varias generaciones, porque para ello fue creada, para diseminar
su amor y su justicia.
Éste es el talento, el regalo, la Gracias de Dios dada a todos los seres humanos sin distinción ni discriminación, el don de la verdadera humanidad, el don que da sentido y propósito a la vida.
Y la Gracia de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo sea con ustedes ahora y siempre.
El Señor nos bendiga y
nos guarde.
El Señor haga
resplandecer su rostro sobre nosotros
Y tenga compasión de
nosotros.
El Seños con vea con
favor y nos de la paz. Amén.