martes, 31 de enero de 2023

Los frutos de la reconciliación: unidos/as para adorar sinceramente al Señor (Génesis 33.15-20), Pbro. L. Cervantes-O.

 

29 de enero, 2023

 

Y allí edificó un altar y le puso por nombre El-Elohe-Israel [Dios, el Dios de Israel].

Génesis 33.20 Nueva Traducción Viviente


Jacob nos muestra una verdad que está en el centro de nuestra fe: nuestras relaciones con Dios y con las personas están ligadas. Nuestra reconciliación con Dios hace posible nuestra reconciliación con otros. Del mismo modo, en esa reconciliación humana, llegamos a ver y conocer mejor a Dios. El trabajo de la reconciliación aplica para familias, amigos, iglesias, compañías e incluso grupos de población y naciones.[1]

 

Trasfondo

Algunas iglesias o confesiones actuales han tenido que pedir perdón a otras por su comportamiento histórico en el que se ofendieron, humillaron e incluso condenaron a muerte a muchas personas por diferencias doctrinales o teológicas. Es el caso, por ejemplo, de los luteranos y calvinistas hacia los grupos anabautistas, a quienes despreciaron y persiguieron durante mucho tiempo,[2] y de la iglesia católica hacia la ortodoxa.[3] Uno de los resultados seculares de las afirmaciones cristianas sobre la reconciliación son las llamadas “ciencias de la paz” (disciplina que se imparte a nivel Maestría en la Universidad Mexiquense del Bicentenario), es decir, aquellas disciplinas mediante las cuales es posible: “Gestionar, como constructores de la Cultura de Paz, la vinculación de los actores gubernamentales, políticos y sociales en los procesos de diálogo, mediación, negociación y resolución pacífica de conflictos”.[4]

 

¿Desconfianza o conciencia tranquila?: los dilemas de Jacob (vv. 15-16)

“Con todo, los hermanos se separan, como en otro tiempo Lot y Abraham, para seguir cada uno su destino. Esaú parece sincero en su oferta ‘yo iré a tu lado’, lenegdeka, sin precedencias. Jacob declina la oferta y lo invita a ir por delante. Esaú insiste ofreciendo una escolta y Jacob no la acepta”.[5] Cargar a cuestas la responsabilidad de ser el origen de una nación era algo enorme, lo mismo para Jacob que para Esaú. Más allá de los designios profundos acerca de su destino, la historia se encargaría de desarrollar los cauces de cada uno. Israel y Edom tendrían nuevos y duros desencuentros, pero la marca de la reconciliación obrada por Yahvé estaba ahí, como un signo inequívoco de la buena voluntad divina. Poco se fiaba Jacob de la evolución de los acontecimientos, porque su desconfianza obedecía a las muchas veces que engañó a los demás. Esaú no insistió y regresó a Seir, pues el relato considera que vivía muy al sur. Todo indica que los hechos estuvieron ligados a la zona situada al oriente del río Jordán.[6] Schökel concluye que, “en clave de pueblo” se puede afirmar que Israel se separa de Aram y de Edom, para afirmar su identidad, porque su viaje no fue en balde al tomar posiciones que después hospedarían a una parte de Israel.


Jacob-Israel, ya reconciliado, edifica un altar a Dios (vv. 17-20)

En el relato de Génesis, la reconciliación entre Jacob y Esaú forma parte de un conjunto más amplio que indaga aún más en las complejas situaciones familiares que debió enfrentar, el terrible episodio de la violación de su hija Dina, particularmente.

 

Junto con la maduración humana y espiritual y posesionado genuinamente del rol de la paternidad, Jacob probará la amargura de algunos fracasos en el seno familiar […] Jacob que pensaba encontrar sosiego en un lugar tranquilo se ve obligado a partir nuevamente. En realidad, la tierra de la promesa no es un lecho de rosas. […]

Pero Jacob tiene ahora las cualidades esenciales del varón: compasión y coraje. Su estabilidad emocional le permite atravesar estos momentos traumáticos sin hundirse en la desesperación.[7] 

El final del cap. 33 conduce hacia ello, no sin antes mostrar a Jacob erigiendo un altar para Yahvé, una resonancia patriarcal especialmente significativa pues a cada paso los protagonistas de la historia hicieron algo similar. Jacob ha penetrado en la tierra de Canaán y ahora en Sucot edificó una casa e hizo cabañas para su ganado (33.17), tal como si quisiera convertirse en un pastor sedentario (una especie de redefinición de su vida y acción). En Siquem “toma posesión del terreno sacramentalmente, construyendo un altar: como Abraham en 12.8, 13.18, 22.9; como Isaac en 26.25” (33.18-19).[8] El cambio de vocabulario es  notable: el altar no se construyó sino que se erigió (20). En el verbo usado resuena la terminología de Betel y Galaad (28.12). Abraham e Isaac dedicaban el altar “al Señor”, Jacob ahora lo dedicó a “Dios, el Dios de Israel” (20b).[9] 

Conclusión

Un lugar tan importante como Siquem (allí reunirá Josué a todas las tribus israelitas: Jos 24) se ubica en la ruta patriarcal (“Los patriarcas han recorrido el país [… y] lo han sellado con su presencia y sus monumentos”[10]) y queda la impresión de que, sin haberse reconciliado, no hubiera sido acepto su altar delante de Dios. Al dedicar el altar, Jacob se presentaría ante Dios con otra actitud, ya reconciliado y en paz con su hermano y consigo mismo. Luego, en vez de dirigirse a Betel, como podría esperarse, Jacob deberá enfrentar lo sucedido a su hija, algo que vino a poner a prueba su estabilidad emocional y espiritual: “…unas relaciones que comienzan en concordia, terminan en violencia, frustrando el proyecto pacífico del patriarca”.[11] Lo que sucederá con los habitantes de Siquem excluyó cualquier forma de diálogo reconstructivo o reconciliación. “Tal vez este relato refleje la forma angustiosa y ambigua en que los pueblos marginales enfrentaron una nueva situación de tierra y prosperidad”.[12] Los frutos de la reconciliación se manifestaron en la genuina adoración a Dios y en una nueva visión de la realidad circundante para percibir los propósitos divinos.



[1] Bob Stallman, “La transformación de Jacob y su reconciliación con Esaú (Génesis 32-33)”, en Teología del Trabajo, www.teologiadeltrabajo.org/antiguo-testamento/genesis-12-50/jacob-genesis-25-49/la-transformacion-de-jacob-y-la-reconciliacion-con-esau-genesis-32-33.

[2] Cf. “Los luteranos pidieron perdón a los menonitas”, en Deutsche Welle, 26 de julio de 2010, www.dw.com/es/los-luteranos-pidieron-perd%C3%B3n-a-los-menonitas/a-5839941; y

[3] Cf. “El Papa pide perdón a la iglesia ortodoxa”, en El País, 4 de mayo de 2001, https://elpais.com/diario/2001/05/05/internacional/989013604_850215.html.

[4] Maestría en Ciencias para la Paz, en https://umb.edomex.gob.mx/maestria_en_ciencias_para_la_paz. Cf. Johan Galtung, Tras la violencia, 3R: reconstrucción, reconciliación, resolución. Afrontando los efectos visibles e invisibles de la guerra y la violencia. Bilbao, Gernika Gogoratuz, 1998. Este autor noruego propone la reconstrucción (tras la violencia directa), reconciliación (de las partes en conflicto) y más que nunca, resolución (del conflicto subyacente) como elementos para conformar una sólida cultura de la paz.

[5] Luis Alonso Schökel, ¿Dónde está tu hermano? Textos de fraternidad en el libro del Génesis. Estella, Verbo Divino, 1997, p. 215.

[6] Gerhard von Rad, El libro del Génesis. 2ª ed. Salamanca, Ediciones Sígueme, 1982, p. 404.

[7] Hugo Cáceres Guinet, “Algunos elementos de la espiritualidad masculina vistos a través de la narración bíblica de Jacob”, en RIBLA, núm. 56, 2007/1, pp. 25-26, www.centrobiblicoquito.org/images/ribla/56.pdf.

[8] L. Alonso Schökel, op. cit., p. 217.

[9] Ídem.

[10] Ídem.

[11] Ibid., p. 218.

[12] Walter Brueggemann, Genesis. Atlanta, John Knox Press, 1982, p. 274.

viernes, 20 de enero de 2023

"Verte es como ver el rostro de Dios": grandeza y bendiciones de la reconciliación, Pbro. L. Cervantes-Ortiz


George Frederic Watts (1817-1904), Jacob y Esaú (1878)

22 de enero, 2023

—No—insistió Jacob—, si he logrado tu favor, te ruego que aceptes este regalo de mi parte. ¡Y qué alivio es ver tu amigable sonrisa! ¡Es como ver el rostro de Dios!

Génesis 33.10 Nueva Traducción Viviente


Esta historia sagrada muestra cuán difícil es la reconciliación. Implica riesgo, se realiza con sacrificio, incluso con daño y toma fe y confianza en su Dios. El “Israel” de la Torá nos enseña, sin embargo, que cuando hacemos esto y finalmente podemos ver “el rostro de Dios” en el rostro de nuestro enemigo y reconciliarnos con nuestro hermano, seremos bendecidos.[1]

 

Trasfondo

Siguiendo la definición de reconciliación expuesta con anterioridad, el autor en cuestión amplía y desglosa el tema a partir de una mirada cristiana y espiritual, sin dejar de considerar la vertiente psicológica, para considerar el fundamento ético de la reconciliación y las relaciones fundamentales de la reconciliación con otros valores:

 

a) Con la verdad. No hay reconciliación auténtica sin reconocimiento de la verdad de las injusticias cometidas. Las verdades a medias no sirven; es preciso reconocer toda la verdad, o todo lo que es posible conocer de esa verdad. […]

b) Con la justicia. Tampoco hay reconciliación auténtica sin reparación de todas y cada una de las víctimas. […]

c) Con el diálogo. Un instrumento fundamental en el proceso de la reconciliación, válido para resolver conflictos familiares, vecinales, sociales, políticos o religiosos, es el diálogo. El diálogo ha evitado muchos enfrentamientos violentos a lo largo de la historia y a lo largo y ancho de los continentes… […]

d) Con el perdón. No hay reconciliación sin perdón. “No hay paz sin perdón”, decía Desmond Tutu, arzobispo sudafricano. Pedir perdón y otorgarlo. Ninguna ley civil podrá obligar a conceder o a pedir el perdón; solo la ley moral. Muchas veces es lo más difícil. Como dice el teólogo Moingt: “La paradoja del perdón consiste en que ninguna ley humana puede imponerlo, a pesar de ser la piedra angular de la vida en sociedad”. La reconciliación se consuma cuando se entrelaza el perdón postulado y el perdón ofrecido.[2]

 

“Ver tu rostro sonriente es como ver el rostro de Dios” (vv. 9-11)

El motivo dominante de esta sección es la repetición del hecho de “ver el rostro de Dios”, en este caso por segunda vez en el rostro sonriente del hermano. Walter Brueggemann expone esta relación que es bastante inmediata:

 

La historia de la reconciliación fraterna debe estar unida a la afirmación de la temida santidad. El encuentro con Dios y el encuentro con el hermano corren juntos en la experiencia de Jacob.

El narrador conoce esta interrelación por la forma en que ha dispuesto las declaraciones sobre el motivo del rostro: a) “Después veré su rostro...” (32.20). b) “Porque he visto a Dios cara a cara, y sin embargo mi vida ha sido guardada” (32.30). c) “Porque verdaderamente ver tu rostro es como ver el rostro de Dios” (33.10). Es difícil identificar a los participantes. En el Dios santo, hay algo del hermano distanciado. Y en el hermano que perdona, hay algo de la bendición de Dios. Jacob ha visto el rostro de Dios.[3]

 

La visión del rostro fraterno como rostro divino forma parte del forcejeo por aceptar los regalos, la reparación del daño, la retribución por lo sucedido tiempo atrás (v. 10a). Se subraya también la generosidad de Dios hacia Jacob quien pudo tener “más que suficiente” para sobrevivir (11a). La afirmación de Jacob sobre el rostro de Dios parece incidental, pero lo cierto es que esconde algo mucho más profundo, una intuición que va más allá del momento y la emoción:

 

Ahora sabe que ver el rostro de Esaú es así. No se nos dice de qué manera es como el rostro de Dios. Quizás en ambos sea la experiencia de alivio que uno no muere. El rostro perdonador de Esaú y el rostro bienhechor de Dios tienen una afinidad. Tal vez sea para enfrentar el pavor que se puede medir. En ambos casos, hay un imperativo, pero también algo paralizante. El lisiado no lo es hasta la muerte. El perdón no es incondicional.

Ni por un minuto el narrador confunde a Dios y al hermano, cielo y tierra. Pero se ve que lo más secular y lo más santo se superponen. El permiso para ser Israel (y no Jacob) depende de la lucha y la victoria. Pero también requiere encontrarse con el hermano. Tal vez sea necesario conocer al hermano para considerar la cojera como una bendición. El encuentro religioso y la renovación de la relación no son lo mismo. Pero vienen juntos y no deben separarse.[4]

 

Predicar la reconciliación es predicar el Evangelio

¿Cuántas historias de reconciliación no subyacen a ésta que es un modelo y un paradigma con un fuerte trasfondo teológico inexplicable?: “A Jacob amé mas aborrecí a Esaú” (Mal 1.2b-3a; Ro 9.13). Con todo eso, es preciso relacionar la predicación y el “ministerio de la reconciliación” de la que habla San Pablo (II Co 5.18b) con éste y otros episodios de reconciliaciones posibles (y también las aparentemente imposibles, que hay varias), puesto que cumplir con esa tarea es parte de la llamada abierta a que los seres humanos se reconcilien con Dios, que es el objetivo máximo de la salvación de la humanidad. Eso mismo es una invitación a volver a ver el rostro de Dios también:

 

El tema de la reconciliación toca la narrativa sobre Dios y la narrativa sobre el hermano. El texto es realista. Las reconciliaciones rara vez son tan inequívocas como anticipamos. El encuentro de Jacob con Dios lo dejó como un lisiado empoderado y renombrado. Su reconciliación con su hermano incluyó el engaño. Las dos reuniones van juntas en promesa y en precaución.

a) El tema de la reconciliación puede apuntarnos a la afirmación paulina distintiva (II Co 5.16-21). En ese texto, somos invitados a discernir una nueva creación. Lo viejo ha dejado de existir. Mientras que los textos de Gn 32-33 y II Co 5.16-21 son muy diferentes, hay paralelos. En ambos, el comienzo está en la obra reconciliadora de Dios. En ambos, sigue el mandato de la reconciliación horizontal. La intuición paulina puede ayudarnos a comprender la extraña yuxtaposición de Penu’el y Esaú. La cojera de Penu’el puede evitar que hablemos con ligereza del “Nuevo Ser”, ya que la Nueva Criatura puede estar marcada por la cojera como señal de novedad (cf. II Co 4.7-12: “siempre llevamos en el cuerpo, y por todas partes, la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nosotros”, v. 10).[5] 

Conclusión

¿Qué rostro/s de Dios brotan de los textos bíblicos? Aquí, definitivamente es el de Esaú, el hermano agraviado y debilitado que reaparece con una enorme fortaleza para conmover a su hermano y hacerlo volver al orden, el amor y la justicia partiendo del temor, el pánico y la ansiedad. Habiendo visto el rostro de Dios en un extraño, Jacob fue confrontado a mirarlo en el de su hermano reconciliado. Y al conseguirse ese milagro (toda reconciliación concreta lo es) alcanza una nueva forma de humanidad con la que enfrentó las cosas que le esperarían, algunas de las cuales fueron muy difíciles de soportar.

 

“Nadie ha visto jamás a Dios (¿ni siquiera Jacob?). Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y su amor se perfecciona en nosotros. [...] Si alguno dice: 'Yo amo a Dios', pero odia a su hermano, es un mentiroso.  Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios, a quien no ha visto? Nosotros recibimos de él este mandamiento. El que ama a Dios, ame también a su hermano" (I Jn 4.12, 20-21).

      El amor a Dios y el amor al hermano van juntos. Queda por preguntar sobre ver y amar. ¿Qué significa ser hijos y herederos de ese hombre, lisiados y benditos, humillados y perdonados? Se dará más de una respuesta. Pero todas las respuestas deben pasar por el prisma del Crucificado. Él es el que sabe a cabalidad de cojear y de bendecir, de inclinarse y perdonar.[6]



[1] Andrea Schneider, “Jacob’s reconciliation with Esau: a sacred story of restorative justice”, en Indisputably, 9 de noviembre de 2015, http://indisputably.org/2015/11/jacobs-reconciliation-with-esau-a-sacred-story-of-restorative-justice/. Versión propia.

[2] Juan María Uriarte, “La reconciliación, tarea eclesial y social”, en Aula de Teología, 29 de octubre de 2019, p. 2, https://web.unican.es/campuscultural/Documents/Aula%20de%20estudios%20sobre%20religi%C3%B3n/2019-2020/1.%20La%20reconc.%20tarea%20ecls%20y%20social.%20JM%C2%AA%20Uriarte_.pdf. Énfasis agregado.

[3] W. Brueggemann, Genesis. Atlanta, John Knox Press, 1982, p. 272. Énfasis original.

[4] Ibid., p. 273.

[5] Ídem. Énfasis agregado.

[6] Ibid., pp. 273-274.

sábado, 14 de enero de 2023

Ganar la voluntad del hermano ofendido: encuentro en nuevas circunstancias (Génesis 33.1-9) , Pbro. L. Cervantes-Ortiz


15 de enero, 2023

Entonces Esaú corrió a su encuentro y lo abrazó, puso sus brazos alrededor de su cuello y lo besó. Y ambos lloraron.

Génesis 33.4 Nueva Traducción Viviente


La realización de la reconciliación tiene su lugar, no tanto en la justificación del individuo, cuanto en la convivencia concreta dentro de la comunidad (Ef 2.14ss) en un vivir que no es desde el principio de seres animados por los mismos sentimientos, sino de seres diversos (señores y esclavos, pobres y ricos) reconciliados con Dios y reconciliados entre sí (Gal 3.28).[1] 

Trasfondo

Retomemos una definición de reconciliación, de Juan María Uriarte: “…es un proceso en el que las personas o grupos enfrentados, bien sean ofensivos, bien sean defensivos, renuncian definitiva y visiblemente a perdurar en una relación destructiva y se comprometen, firme e irreversiblemente a encarar una relación constructiva, encaminada a reparar el pasado, a establecer un presente pacífico y a garantizar un futuro de paz y de colaboración al bien común”.[2] Y agrega este autor que, para hablar de reconciliación, no es necesario que ”los enemigos se conviertan en amigos, sino que vuelvan a respetarse mutuamente como miembros de una misma sociedad. No requiere necesariamente una interpretación común de la naturaleza y el origen de la confrontación violenta que ha durado 50 años, sino una voluntad firme y eficaz de evitar su repetición”.[3] Por otro lado, la reconciliación entre Dios y su pueblo (expiación) estaba mediada por una serie de procedimientos rituales y ofrendas (Lv 8.15, 9.7, 10.17, etcétera). Pero llegamos, por fin, al momento del reencuentro entre Esaú y Jacob, modelo y paradigma bíblico de reconciliación entre hermanos, es decir, entre familiares muy cercanos. Dejemos la palabra a Luis Alonso Schökel en su reconstrucción de este amor filial alterado por la conducta de Jacob, situada en el marco de la llamada y las promesas divinas:

 

Jacob tiene que proseguir su marcha porque lo reclama el Dios de Betel. No tiene raíces en Harán o Padán Aram, como no las tenía Abraham en Egipto […] Ha estado como huésped: de un mes a siete años, de siete años a catorce, de catorce a veinte. Ha recibido bendiciones de Dios, fecundidad y riqueza, y ha sido cauce de bendición. […]

Estaba unido a Esaú por hermandad y se ha separado forzosamente de él, primero espiritualmente, después corporalmente: más vale destierro que muerte. […] Lo reclama el Dios de Betel.

Pero el camino para la cita pasa por territorio de Esaú, zona peligrosa. Está “armado de odio antiguo” (Ez 35.5), odio armado de espada (Gn 27.40), que es su modo de vida. Lo respaldan cuatrocientos hombres: Abraham en el máximo de su poder reunió trescientos dieciocho (14.14). Pasar por los dominios de Esaú es arriesgado, quizá mortal: ¿no será mejor el destierro que la muerte? No puede ser; la llamada de Dios persiste, retorna, insiste, como también la promesa “estaré contigo”.[4]

 

El simbolismo es claro: su Dios lo llama, pero antes debe paasar la aduana y estar a cuentas con su hermano. (Toda mención a Edom en el A.T. tiene como trasfondo el conflicto original.) No hay alternativa. En el contexto de esa llamada parecen situarse los encuentros con los mensajeros divinos y con el personaje enigmático. Ahora se trataba de ganar, literalmente, la voluntad del hermano ofendido, en medio de las nuevas circunstancias.

 

El reencuentro largamente postergado (vv. 1-4)

“Esaú lo abraza, los temores desaparecen y el llanto de ambos es un signo de sanación de la vieja herida

(Gn 33,4) que empezó a abrirse en el vientre de la madre”.[5] Ahora Jacob se puso a la cabeza del grupo (3a) para recibir a su hermano con un ceremonial de saludos dignos el servilismo cortesano: postrarse siete veces (3b) era algo muy practicado en ambientes ligados a los faraones; hacerlo sólo una vez ya era demostración de respeto (Gn 18.2, 19.1). Por fin se desvaneció la tensión acumulada y el narrador presenta un noble retrato de Esaú, quien se dejó llevar por la alegría y la emoción del reencuentro. La terminología utilizada (hermano, bendición, postrarse) da cuenta de ello a fin de mostrar la reconciliación fraterna como una victoria sobre el pasado: “Al hecho profundo de la reconciliación, hacia el cual gravitan estos dos capítulos, servirá desde arriba la ayuda de Dios y abajo la prudencia calculadora del hombre. Al final se restablecerá el equilibrio”.[6] No hay ni una palabra sobre el pasado, pues el abrazo demuestra firmemente su perdón. El movimiento de Jacob es propio del homenaje de un siervo o vasallo a un jeque o señor.

 

La posible restitución o reparación del daño (vv. 5-9)

El texto continúa con el diálogo, porque aún hay algo importante por decir: la presentación de las familias de Jacob ante la pregunta de su hermano (5b). primero se postraron las esclavas ante él (6) y después las esposas (7). Al preguntar sobre las manadas que lo acompañaban (8a) y que llevaba como regalo, la respuesta de Jacob lo muestra en plena sumisión ante él: lo llama “señor” (8) y Esaú le responde como “hermano” (9). “Con la humildad se doblega el rencor de Esaú”.[7] La emoción de Jacob lo lleva a entregar todo ello, pero Esaú lo rechaza “por tener más que suficiente” (9a), aunque insistirá en que lo reciba para que finalmente lo acepte.

Adelantándonos un poco al v. 11, resuena una palabra que recuerda la posible restitución, restauración o reparación del daño:

 

El forcejeo [para aceptar los regalos] podría ser convencional; pero aquí tiene suma importancia la aceptación, que el don dea acepto. Es prueba de reconciliación. Hay que leer la palabra “obsequio” en el v. 11, que es en hebreo beraka. Hasta ahora los llamaba “presentes, regalos” = minha. Pero el último momento reserva una palabra que nos suena: beraka. En hebreo brk es desear un bien a otro que no lo ha conseguido aún, o felicitarle porque lo ha obtenido, o agradecerle el beneficio que nos ha hecho; y beraka puede ser el don que expresa el reconocimiento o agradecimiento. El que robó la beraka (bendición) ofrece ahora una abundante beraka (obsequio). Y Esaú lo acepta. Se rompe el maleficio y se cierra el ciclo del rencor.

Esaú ha cambiado. El autor lo dice con tres expresiones: hnn [como Dios muestra al hombre su favor], rsh [Esaú acepta, se usa más para referirse a Dios], pny [como ver el rostro de Dios].[8] 

Conclusión

Evidentemente, estas reflexiones se mueven en el ámbito de lo religioso o espiritual y, de ninguna manera, se exponen como pautas absolutas o psicológicas (en donde se despliegan muchos más elementos en juego) para la realización plena de la reconciliación. No obstante ello, esta perspectiva conduce inevitablemente al terreno de la ética como algo que debemos tener muy presente, más allá de cualquier forma de ingenuidad:

 

Por una parte, la experiencia de fe se convierte en un elemento motivacional de primer orden: el perdonado y reconciliado con Dios encuentra en esta vivencia los resortes que le mueven a abrirse y a buscar activamente la reconciliación con sus semejantes. Por otro, la moral cristiana, condensada sucintamente en el mandamiento del amor, formula contenidos concretos que han de estar presentes en la actuación del fiel: ofrecer el perdón sin límites, incluso al enemigo; otorgar el perdón solicitado por el ofensor; tener iniciativa al pedir perdón y expresar arrepentimiento ante quien haya podido sufrir su ofensa.[9]



[1] H.-G. Link, “Reconciliación. Para la praxis pastoral”, en L. Coenen et al, dirs., Diccionario teológico del Nuevo Testamento. IV. 3ª ed. Salamanca, Ediciones Sígueme, 1994, p. 47. Énfasis original.

[2] Juan María Uriarte, “La reconciliación, tarea eclesial y social”, en Aula de Teología, 29 de octubre de 2019, https://web.unican.es/campuscultural/Documents/Aula%20de%20estudios%20sobre%20religi%C3%B3n/2019-2020/1.%20La%20reconc.%20tarea%20ecls%20y%20social.%20JM%C2%AA%20Uriarte_.pdf.

[3] J.M. Uriarte, La reconciliación. Santander, Sal Terrae, 2013, p. 23.

[4] L. Alonso Schökel, ¿Dónde está tu hermano? Textos de fraternidad en el libro del Génesis. 3ª ed. Estella, Verbo Divino, 1997, p. 193.

[5] H. Cáceres Guinet, “Algunos elementos de la espiritualidad masculina vistos a través de la narración bíblica de Jacob”, en RIBLA, núm. 56, 2007/1, p. 25, www.centrobiblicoquito.org/images/ribla/56.pdf, p. 25.

[6] L. Alonso Schökel, op. cit., p. 194.

[7] Ibid., p. 214.

[8] Ibid., p. 215. Énfasis agregado.

[9] Galo Bilbao Alberdi e Izaskun Sáez de la Fuente Aldama, Por una (contra)cultura de la reconciliación. Barcelona, Cristianismo y Justicia, 2020 (Cuadernos, 217), p. 9.

sábado, 7 de enero de 2023

Jacob lucha con el ángel: Dios conduce toda forma de reconciliación (Génesis 32.22-32), Pbro. L. Cervantes-Ortiz


Gustave Doré, Jacob lucha con el ángel (1855)


8 de enero, 2023


Tu nombre ya no será Jacob —le dijo el hombre—. De ahora en adelante, serás llamado Israel, porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido.

Génesis 32.28, Nueva Traducción Viviente


La llamada de Dios obliga a Jacob a enfrentarse con su pasado antes de afrontar el futuro. Ha de reconocerlo, superarlo, exorcizarlo. El pasado no es sólo el rencor de su hermano, es su propia conducta: su complicidad con la madre para engañar al anciano padre, suplantar y defraudar a sabiendas a su hermano. Fiel al nombre de ya’qob, ha echado zancadillas.[1]

Luis Alonso Schökel

 

Trasfondo

Intentar hacer un retrato de Jacob y acompañarlo narrativamente a través del Génesis puede ser una auténtica aventura literaria y espiritual. Los trazos ágiles del texto permiten verlo como un personaje redondo, sólido y bien trabajado, quizá el más consistente que aparece en todo ese libro, acaso superado únicamente por Abraham. Éste es una persona siempre bienintencionada, pero los claroscuros de la vida de Jacob entran más en el esquema de una novela que en los perfiles más legendarios de su padre y  su abuelo. El resumen de sus años iniciales puede ser muy duro y justo al mismo tiempo: “En su juventud Jacob actúa como un auténtico farsante, engaña a su padre con ayuda de su madre, Rebeca, reemplazando a su hermano para quedarse con la bendición correspondiente al primogénito. En su adultez la historia se revierte por medio de otra artimaña, Labán, hermano de Rebeca, engañará a Jacob el engañador es engañado casándolo con Lía, hermana de Raquel, quien reemplaza a su hermana la noche de bodas, así Lía hace valer sus derechos de hija primogénita”.[2] La antesala de su reconciliación con Esaú es uno de los momentos más enigmáticos de toda la Biblia, puesto que el encuentro con el ángel (o varón) lo muestra, como continuamente aparece en el relato, avezado y arriesgado, pero al mismo tiempo, al final, débil y sometido a una marca que lo acompañaría toda su vida. Nada hacía suponer, en medio del realismo de la historia, que sus tendencias religiosas lo pondrían en una situación de desventaja que le impediría actuar, una vez más, con la marrullería que lo caracterizó durante un buen tiempo.


Jacob se hallaba aterrado ante la perspectiva de encontrarse con su hermano; este acontecimiento que se le avecinaba había movilizado todos sus pensamientos. Y entonces fue cuando se produjo este otro encuentro, inesperado y mucho más peligroso para él. Por otra parte, si […] entendemos este acontecimiento como una respuesta a la oración de Jacob (Gn 32.10s) que hasta entonces no había recibido ninguna, dicho suceso nocturno constituirá un presagio aún más extraño, por esa su calidad de respuesta a una oración.[3]


“Jacob se quedó solo…”: la soledad previa al combate y la purificación (vv. 22-26)

Jacob hizo un gran esfuerzo logístico para preparar el reencuentro con su hermano: su preocupación para cuidar a sus familias lo llevó a que los rebaños y las caravanas atravesaran el río Jaboc (actual Nahr Ez-Serka), que corre por un profundo vado, afluente del Jordán por el lado oriental.[4] Cuando ya toda la gente estaba del otro lado y Jacob se había quedado atrás para vigilar, es cuando acontece aquel suceso terrible. Seguramente en sus cavilaciones y en un horario extremo durante la noche, la mente de Jacob se ocupó de múltiples cosas. El texto subraya que se apareció “un hombre” para pelear con él, de una manera muy escueta (v. 24) que queda abierta a diversas interpretaciones, lo que coloca la posición de Jacob “que únicamente pudio percibir una presencia masculina que se abalanzó sobre él”.[5]

 

Jacob se queda solo, la noche oscura se inicia, lo que provoca el encuentro con el ser misterioso aún la Biblia es ambigua, primero un hombre (32,25), después Dios (32,29) por medio de lo único que Jacob sabe hacer: luchar. En la penumbra y los horrores nocturnos, Jacob libra su última reyerta no con un individuo sino con todos los hombres con quienes ha peleado y a quienes ha engañado: su hermano Esaú, su padre Isaac, su suegro Labán. Ésta es la noche espiritual masculina, su naturaleza se aferra, lucha, exige, pregunta por el nombre de su contrincante. Pero es noche del alma y no hay respuesta a su pregunta, está por nacer otro hombre, el hombre transformado por la superación de las experiencias de enfrentamiento y frustraciones y dar paso a la experiencia auténtica de paternidad: no esperar nada excepto la salvación de la prole.[6]

 

La identidad de este hombre es sumamente misteriosa, lo que permite al texto desarrollar ese misterio en una dirección estrictamente teológica: este ser humano enigmático ¡resultará ser Dios mismo! “El ‘hombre sin nombre’ simboliza a cada una de las personas con las que Jacob ha luchado”.[7]

 

El cambio de nombre de Jacob: nueva personalidad para afrontar la reconciliación (vv. 27-32)

Fue una larga lucha que se prolongó durante toda la noche: “el combate permaneció indeciso hasta que el misterioso contrincante […] logró alcanzarle en la cadera dislocándosela como por arte de magia”.[8] Las fuerzas de Jacob pusieron en un aprieto a su adversario (25a) y éste solicita que lo deje ir (26a).

 

En la oscuridad ve el rostro de Dios y éste le revela un nuevo nombre, Israel el que lucha con Dios, (šarita = has luchado) nombre de una nación (Gn 32.24). Jacob ha tenido la experiencia de los místicos que reconocen que nada se parece más a Dios que la oscuridad. De allí puede regresar a reconciliarse a fondo con su hermano, a convertirse en verdadero padre y esposo, el varón liberado de oposición y temor. Pero esa noche deja su huella, Jacob sale herido a buscar a su hermano y cojeará el resto de su vida. Está herido en la articulación del muslo (yārak), una zona bíblicamente vinculada a la masculinidad. El camino de regreso a casa implica el doloroso reconocimiento de su humanidad y no volver a caminar erguido como el joven autosuficiente que partió sino como el hombre completo que vive plenamente su virilidad en el reconocimiento de sus miedos y limitaciones, sin embargo suficientemente dispuesto a vivir para los demás.[9] 

La salida del sol coincidió maravillosamente con el fin del combate y la desaparición del terror de Jacob. Su masculinidad quedó herida para siempre (25b: Dios se la descoyuntó, ¡vaya metáfora tan directa de la oposición divina contra el patriarcado autoritario!) y él intuyó algo de la naturaleza divina de su adversario pues, en contraste con la resistencia que le había opuesto, se aferró a él para solicitar su bendición, esto es, “una fuerza vital divina” (26b). Al depositarse en la mano de Dios y en su poder para bendecir, manifestó una reacción del ser humano ante lo divino. Pero él también debía dejarse interrogar sobre sí mismo, sobre su nombre que se creía entonces contenía algo o mucho de la esencia del portador. “Al decir cuál era su nombre, Jacob tenía pues que revelar todo su ser, y de hecho […] el nombre ‘Jacob’ lo calificaba de trapacero (cf. Gn 25.26; 27.36”.[10] Jacob tuvo que abrirse completamente ante Dios para estar en condiciones de afrontar su nuevo carácter y personalidad (Gn 35.10), además de la reconciliación con su hermano. Su nombre nuevo lo ligó para siempre a un nuevo estatus social y espiritual (“Termina la etapa de las trampas, de y’qb, comienza la etapa de Israel, padre de un pueblo. El pueblo de Israel que ha de aprender a luchar con Dios, a retenerlo y a soltarlo: el auténtico Israel”.[11]). La lectura de orientación mística es apasionante y seductora:

 

Dios mismo provoca al hombre a la pelea, a la búsqueda insatisfecha, al esfuerzo tenaz: para bendecirlo al final. En otros tiempos la pelea es por el nombre: el auténtico y limpio, no el que se ha gastado y viciado con el uso y el abuso humanos. Y hay que quedarse a solas y pelear de nuevo con el ser misterioso, para escuchar su nombre, fresco, recién pronunciado, por él mismo. Dios bendice, calla su nombre. Haber oído su palabra, haber sentido su contacto es ya descubrimiento de su presencia. De la lucha sale el hombre cojeando, el pobre peregrino hacia la tierra prometida.[12] 

 

Conclusión

Si, efectivamente, “Dios pega donde más duele”,[13] habría que leer este pasaje desde la perspectiva de la reconstrucción conflictiva de una personalidad dominada por el engaño y el embuste para canalizarla hacia los rumbos del plan divino más amplio y abarcador. En Oseas se “interpreta que la lucha de Jacob con su hermano, al inicio de su vida, está ligada a su lucha con Dios en la plenitud de su virilidad (Os 12.4-5). Lo interesante es que el profeta traza el recorrido de la vida de Jacob indicando sus luchas (A) y (B) pero culminando con una afirmación luminosa, sus reyertas fueron el acceso para encontrar a Dios, cruce vital que abre una puerta de comunicación entre Dios y, nosotros, el resto del género masculino (C)”.[14] La reconciliación de Jacob con su con su hermano estaría, entonces, en función de algo más relevante: el nacimiento de un pueblo desde la entraña de la fraternidad reelaborada:

 

El que luchó con Dios y le arrancó su bendición regresa ahora a las luchas de la vida con otra perspectiva. A diferencia de su abuelo y su padre que se escudaron tras las mujeres para salvar la vida (Gn 12.10-20; 20; 26.6-1), Jacob se coloca delante de su hermano protegiendo el clan para humildemente solicitar misericordia del poderoso Esaú (Gn 33.3). Sin embargo, asumida la vía negativa, Jacob debe aceptar algunas sorpresas de Dios. La reconciliación con su hermano desciende gratuitamente como una bendición.[15]



[1] L. Alonso Schökel, ¿Dónde está tu hermano? Textos de fraternidad en el libro del Génesis. 3ª ed. Estella, Verbo Divino, 1997, pp. 193-194.

[2] Hugo Cáceres Guinet, “Algunos elementos de la espiritualidad masculina vistos a través de la narración bíblica de Jacob”, en RIBLA, núm. 56, 2007/1, pp. 22-23, www.centrobiblicoquito.org/images/ribla/56.pdf

[3] Gerhard von Rad, El libro de Génesis. 2ª ed. Salamanca, Ediciones Sígueme, 1982 (Biblioteca de estudios bíblicos, 18), p. 394.

[4] Ibid., p. 395.

[5] Ídem.

[6] H. Cáceres Guinet, op. cit., p. 25. Énfasis agregados.

[7] Félix García López, El Pentateuco. Introducción a los primeros cinco libros de la Biblia. Estella, Verbo Divino, 2003, p. 116.

[8] G. von Rad, op. cit., p. 395.

[9] H. Cáceres Guinet, op. cit., p. 25. Énfasis original.

[10] G. von Rad, op. cit., p. 396.

[11] L. Alonso Schökel, op. cit., p. 209.

[12] L. Alonso Schökel, op. cit., p. 206.

[13] Cf. Mark Gignilliat, “Cuando Dios pega donde más duele”, en Christianity Today, 23 de noviembre de 2015, www.christianitytoday.com/ct/en-espanol/cuando-dios-pega-donde-mas-duele.html

[14] H. Cáceres Guinet, op. cit., p. 27.

[15] Ibid., p. 25.

La paz, el amor y la fe en Dios (Efesios 6.21-24), Pbro. Dr. Mariano Ávila Arteaga

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