sábado, 25 de marzo de 2023

Una espiritualidad cristiana plena: ser propiedad de Jesús (I Corintios 3.18-23), Pbro. L. Cervantes-Ortiz

26 de marzo, 2023

 …sea Pablo, Apolo, Cefas, el mundo, la vida, la muerte, lo presente o lo por venir, todo es de ustedes, y ustedes son de Cristo, y Cristo de Dios.

I Corintios 3.22-23, RVC

 

Trasfondo

“La espiritualidad, en el sentido estricto y hondo del término, es el dominio del Espíritu. Si ‘la verdad nos hará libres’ (Jn 8,32), el Espíritu que ‘nos llevará a la verdad completa’ (Jn 16.3), nos conducirá a la libertad plena. A la libertad de todo lo que nos impide realizarnos como hombres e hijos de Dios, y a la libertad para amar y entrar en comunión con Dios y con los demás”.[1] El máximo grado de la espiritualidad cristiana, según  san Pablo, consiste en la experiencia de ser propiedad del Señor Jesucristo. Llegar a ese nivel de comprensión en la vida de fe es presentado como algo deseable y alcanzable por parte de los corintios, pero antes deben superar las tendencias divisionistas que los hacían ver como parte de facciones bien delimitadas. Se trataba, más bien, de crecer en la espiritualidad genuina mediante un auténtico apego a Cristo, el Señor de la mies, y no a las falsas sabidurías supuestamente superiores y, mucho menos, a los liderazgos que, aun siendo muy carismáticos, podrían desviar del verdadero objetivo de la fe. Gustavo Gutiérrez (quien sigue a Bernardo de Claraval) resumió admirablemente esta búsqueda al referirse al pasaje de Proverbios 5.15: en la espiritualidad cristiana hay que “beber en el propio pozo”, es decir, recuperar aquello que ya se tiene, que ya conoce, que ha sido apreciado y disfrutado. Pero para ello hay que tener bien claro lo siguiente: “En el punto de arranque de toda espiritualidad hay un encuentro con el Señor. Esa experiencia es determinante para el camino a seguir; ella lleva siempre la marca e la iniciativa divina y del contexto histórico en el que tiene lugar”.[2]

 

La sabiduría de este mundo es insensatez (vv. 18-20)

Ante ello, un panorama en el que muchos admiraban el despliegue de conocimiento profundos, Pablo recalca que todo eso es “pura tontería ante Dios” (3.19 VP). Las razones de los sabios valen muy poco, en un eco de 1.18-2.5, donde aparece la misma paradoja: las distinguidas “razones de los sabios... no valen de nada” (3.20 BLA) para acceder a Dios (1.21). Los cristianos/as parecerían ignorantes en relación con esa sabiduría improductiva (3.18). Sólo así podrían descubrir, mediante la revelación del Espíritu (2.12, 14), “que el acceso a Dios lo provee Dios mismo, por medio de la "locura" del mensaje acerca de un crucificado (1.18, 21). Sólo las personas que comunican este mensaje se convierten en líderes de la comunidad, es decir, líderes servidores. Los sabedores, con sus pretensiones, se descalifican solos”.[3]

 

Lo que aquí se denomina sabiduría, que abarca todo aquello que deriva exclusivamente de las fuerzas naturales del hombre caído, no vale nada en la presencia de Dios. Para probarlo aduce Pablo dos pruebas escriturísticas. La primera de las citas está tomada de Job 5.13 […] Por sagaz que el hombre se crea, por grande que sea el refinamiento con que aplica su inteligencia, a la postre acabará experimentando que su sagacidad se le trueca en auténtica ruina. Y el Salmo 94.11 dice así: “Dios conoce los planes de los hombres, que son vanidad”. Pablo se refiere a los pensamiento de los “sabios”, y acomoda un tanto el texto veterotestamentario a su argumentación.[4]

 

Ser propiedad del Señor Jesús (vv. 21-23)

En la última parte del cap. 3 queda muy claro que, para Pablo, es un verdadero un contrasentido que los creyentes corintios se jacten de pertenecer a una u otra de las corrientes en pugna, pues lejos de representar doctrinas en competencia, que no lo eran, Pablo, Apolos y Cefas son en realidad “servidores de la iglesia” (3.5). Cuando ellos decían : “Yo soy de Pablo” o “yo soy de Apolos" (3.4), Pablo contesta que en realidad era al revés: “nosotros somos de ustedes” (3.22). Los apóstoles pertenecían a los corintios porque les ministraban; los edificaban, contribuían a su edificación como espacio de Cristo, dado que solamente Dios hacía fructificar su labor (3.7, 9). Todos los ministros/diáconos son colaboradores iguales, de ninguna manera rivales. Pero había más: Pablo muestra a los corintios un panorama mucho más vasto que el limitado horizonte de sus pleitos y jactancias. “Además de estos ministros que les pertenecen, todo lo que existe es también suyo: ‘el mundo, la vida, la muerte, el presente, el futuro ...todo’”.[5]

El pequeño grupo cristiano, carente de fuerza y estima social (1.26-28), es llamado a ser el pueblo soberano de Dios y a ampliar la perspectiva de sun horizonte vital, espiritual, cultural e intelectual, integral en una palabra. “El mundo, es decir, el cosmos creado por Dios, les pertenece. Los creyentes ya no viven sometidos por el miedo a fuerzas naturales o sobrenaturales. Por la presencia de Cristo en su medio, la iglesia anticipa la nueva humanidad que recuperará el señorío primigenio sobre todo lo creado”.[6] Al final de esta larga oración (3.23) las cosas cambiana: ahora los creyentes son los que pertenecen a otro, a Cristo, quien a su vez pertenece a Dios. “El señorío que los cristianos ejercen sobre todas las cosas surge precisamente de esta unión con Cristo, creador y salvador”.[7] Más adelante, en conexión con otros temas, Pablo especificará esta pertenencia por medio de la expresión “han sido comprados por precio" (6.20; 7.23), y lo concreta en términos del cuerpo y el espíritu, que son de Dios (6.20). El principio “no sois vuestros” (6.19), emana del mensaje de la cruz (1.18) y exige que los creyentes en Jesucristo conformen su conducta a la de su Señor. 

 

Conclusión

 

En cuanto a que el cristiano utiliza las cosas según el recto orden éstas se pondrán a su servicio: el mundo, porque en Cristo sus dominadores ya no podrán esclavizar a los indefensos; la vida, porque sólo entonces se manifiesta su verdadero sentido; la muerte, porque ya ha sido vencida por Cristo; lo presente, puesto que ya no puede aterrar ni vencer al cristiano; lo futuro, porque traerá consigo la plenitud y consumación. El cristiano se sabe en posesión del amor infinito de Dios. Se sabe propiedad de su Señor, que le ha hecho libre. Al final todo desemboca en Dios, hacia quien sólo la acción de Cristo puede abrir un acceso.[8] 

Ésta es la proyección y las consecuencias claras de “ser propiedad del Señor Jesucristo”: la amplitud de miras y la confianza absoluta en que ese sentido de propiedad dirige todos los pensamientos y acciones en consonancia con la esperanza en la venida del Reino de Dios al mundo. Una espiritualidad dirigida es la única que puede garantizar la plena conciencia de encontrarse en los caminos activos y transformadores de la historia de la salvación.



[1] Gustavo Gutiérrez, Teología de la liberación. Perspectivas. 7ª ed. Salamanca, Ediciones Sígueme, 1975, pp. 266-267.

[2] G. Gutiérrez, Beber en su propio pozo. En el itinerario espiritual de un pueblo. 8ª ed. Salamanca, Ediciones Sígueme, 2007, pp. 11-12.

[3] I. Foulkes, Problemas pastorales en Corinto. San José, DEI, 1986, p. 116.

[4] Otto Kuss, Carta a los Romanos. Cartas a los Corintios. Carta a los Gálatas. Barcelona, Herder, 1976, pp. 206-207.

[5] I. Foulkes, op. cit., p. 116.

[6] Ídem.

[7] Ídem.

[8] O. Kuss, op. cit., p. 207.

sábado, 18 de marzo de 2023

La persona de cada creyente, templo del Espíritu Santo (I Corintios 3.10-17), Pbro. L. Cervantes-Ortiz

19 de marzo, 2023

¿Acaso no saben ustedes que son templo de Dios, y que el Espíritu de Dios vive en ustedes?

I Corintios 3.16, Dios Habla Hoy

 

Trasfondo

La corporalidad no ha sido un tema o realidad que haya interesado mucho a la espiritualidad evangélica convencional, precisamente porque se plantea una oposición entre cuerpo y espíritu basada supuestamente en algunas afirmaciones del Nuevo Testamento. Pero lo cierto es que, si se parte de la creencia en la resurrección corporal, tal como brota de los textos, la recuperación escatológica del cuerpo es una de las grandes afirmaciones de la fe cristiana. Hay que recordar solamente la forma en que san Pablo exhorta a presentar nuestros “cuerpos como ofrenda viva y agradable a Dios” (Ro 12.2). El apóstol también utiliza la metáfora del cuerpo para referirse a la iglesia como “cuerpo de Cristo” (I Co 12), nada menos. “Y el cuerpo no es para la inmoralidad sexual, sino para el Señor, y el Señor es para el cuerpo”, dice I Co 6.13b; “Glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios” (I Co 6.20).

La palabra soma se utiliza en I Co 46 veces, de modo que estamos delante de una realidad y un concepto que va mucho más allá de la resistencia espiritualizante para hablar del y vivir el cuerpo desde la matriz misma de la fe cristiana: “El cuerpo es el conjunto de la persona humana, su identificación y su realidad con sus valores y actividades, no es un elemento entre otros, describe al hombre puesto en situación y expresa sus posibilidades de relación y de solidaridad. Lo caracterizan la dinámica y la duración: es el hombre responsable de sus actos y de sus pensamientos, de su vida, de su todo, de su personalidad”.[1] Para Pablo el ser humano es un cuerpo animado y no un alma encarnada. “Pero este concepto de cuerpo no sólo es la clave de la unidad de la teología del apóstol; es asimismo el rasgo más acusado de su singularidad. Para ningún otro escritor del Nuevo Testamento tiene la palabra soma significado doctrinal alguno. Todo el desarrollo de la teología del cuerpo es típicamente paulino. Y con él se relaciona la casi totalidad de lo que Pablo aportó tanto al pensamiento como a la disciplina de la Iglesia primitiva”.[2]

 

El fundamento más firme del edificio (vv. 10-15)

Pablo recoge la doble metafora positiva de Jeremías (1.10, 18, 7.9): plantar y construir; Dios personalmente plantará y construirá a su pueblo en la tierra. Pablo aplica esta metáfora a la Iglesia. La Iglesia, como construcción o edificio de Dios (3, 10-15): esta imagen le permite al apóstol diversificar las aplicaciones y ubicar el lugar específico de cada uno. Él ha desempeñado una función unica (3.10), la de “perito arquitecto”, pero en el origen de todo está la acción divina en Jesucristo (11). Los demás no hacen más que construir por encima de ese fundamento: “Contratados también por Dios, tienen una función distinta. Entre ellos, algunos realizan un buen trabajo, pero otros no (3.10, 12-15).

Hay tres materiales preciosos que sirven para expresar la solidez y el valor de la construcción: el oro, la plata, las piedras preciosas, mientras que hay otros tres materiales perecederos la madera, el heno y la paja (12) indican la precariedad de la parte discutible de la construcción”.[3] Los “obreros apostólicos” tienen graves responsabilidades pues su obra se verá sometida a la prueba del fuego (13), la cual es una imagen que se presenta de una manera diferente: la prueba del fuego no será  destructora como en la antigüedad, pero no acaba de entenderse. “El fuego parece probar a la comunidad en su conjunto, lo cual explicarla mejor las conclusiones de 3.14-15, en donde finalmente “se salva cada uno, con o sin su recompensa”.[4] Los integrantes de la iglesia son, a la vez, constructores y construcción:

 

…por sus amonestaciones e instrucciones a todos los creyentes, Pablo demuestra que la responsabilidad de levantar este templo de Dios es de todos ellos. Llama a cada uno a corregir su manera de actuar, con el fin de que tocios contribuyan a edificar la congregación. A través de toda la carta a los corintios, veremos las varias maneras en que esta comunidad-templo de Dios debe cumplir su tarea de autoformación, con una buena dosis de autodisciplina y comprensión al emplear los dones que el Espíritu les da para el bien de todo el cuerpo.[5]

 

El Espíritu de Dios vive en ustedes (vv. 16-17)

De la imagen del edificio en construcción permanente se pasa a la del templo mismo mediante una transición que se puede calificar de natural, aun cuando ahora se refiera a la importancia del cuerpo como portador histórico del Espíritu divino. La pregunta del v. 16 es extremadamente incisiva: “¿No saben que ustedes son templo de Dios, y que el Espíritu de Dios habita en ustedes?”: “El objetivo y el uso de la construcción que ellos forman tienen que importarles más todavía que la manera como han sido edificados […]. La imagen del templo se toma en un sentido colectivo, mientras que en 6.16 se la tomará en un sentido personal. Luego, como Jeremías (18.6-9), Pablo denuncia a los posibles destructores de la construcción querida por Dios. Pero ¿quiénes son esos destructores? Han de buscarse entre los fieles seducidos por la sabiduría de este siglo”.[6] Ambas imágenes son complementarias.

Al mencionar los materiales como el oro y las piedras preciosas (12) Pablo provocaba en sus lectores la memoria del templo de Dios en la antigüedad a fin de anticipar lo que vendrá en los vv. 16-17: el templo que los creyentes forman como un grupo. Antes de convertirse, los cristianos frecuentaban los templos de la ciudad, lugares en los que supuestamente vivían los dioses. Pero ahora, como seguidores/as de Jesús, al salir de ellos, se reunían en las casas. Pero por encima de todo, había un templo verdadero: “ellos mismos constituyen un templo, es decir, el lugar donde reside el Espíritu de Dios (3.16). No tienen local propio donde reunirse, pero sí tienen lo esencial de un templo: la presencia de Dios entre ellos como comunidad que lo adora y le sirve por medio del servicio mutuo”.[7] 

Conclusión

A diferencia del Antiguo testamento, la morada principal de Dios en el mundo ya no son los edificios impersonales e inhumanos, pues ahora la comunidad es la sede del Espíritu, de manera individual y colectiva. Es un tema que Pablo ampliará enormemente en el resto de la carta. El movimiento que va de la persona corporal hacia la comunidad es enormemente dinámico y manifiesta la forma en que cada integrante debía crecer en la espiritualidad, aunque no en aquélla que trataba de mostrar su falsa superioridad sobre los demás. La edificación del cuerpo de Cristo atravesaba, inevitablemente, por el crecimiento espiritual de cada creyente, de cada familia y de todo el conjunto. De ahí que hoy debamos de tomar muy en serio que nuestra persona, como una totalidad, es el espacio histórico y existencial en el que se mueve y manifiesta el Espíritu de Dios. Y eso tiene muchísimas consecuencias para los individuos, las iglesias y el mundo. Las palabras paulinas posteriores son elocuentes y precisas al respecto: “¿Acaso ignoran que el cuerpo de ustedes es templo del Espíritu Santo, que está en ustedes, y que recibieron de parte de Dios, y que ustedes no son dueños de sí mismos? 20 Porque ustedes han sido comprados; el precio de ustedes ya ha sido pagado. Por lo tanto, den gloria a Dios en su cuerpo y en su espíritu, los cuales son de Dios” (I Co 6.19-20).



[1] Maurice Carrez, La primera carta a los Corintios. Estella, Verbo Divino, 1989 (Cuadernos bíblicos, 66) p. 55.

[2] John A.T. Robinson, El cuerpo: ensayo de teología paulina. Barcelona, Ariel, 1968, pp. 12-13.

[3] Ibid., p. 18.

[4] Ídem.

[5] I. Foulkes, Problemas pastorales en Corinto. San José, DEI, 1986, p. 115.

[6] M. Carrez, op. cit., pp. 18-19.

[7] I. Foulkes, op. cit., p. 114.

domingo, 12 de marzo de 2023

Crecer en la espiritualidad como camino de fe (I Corintios 3.1-9) Pbro. L. Cervantes-Ortiz


Vincent van Gogh, Mujer en oración (1883)

12 de marzo, 2023


Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios. Así que ni el que siembra ni el que riega son algo, sino Dios, que da el crecimiento.

I Corintios 3.6-7, Reina-Valera Contemporánea

 

Trasfondo

Crecer espiritualmente, madurar, consolidarse, alcanzar buenas alturas, en fin, hay varias maneras de decirlo, pero siempre será posible acercarse al texto sagrado para puntualizar y redefinir adecuadamente lo que se tiene en mente a la hora de referirse a la necesidad de no quedarse en el mismo nivel indefinidamente. El verbo crecer (auxáno) y sus derivados aparece unas 22 veces en el Nuevo Testamento, 4 de las cuales en las cartas a los Corintios, 2 en Efesios y 3 en Colosenses. Siguiendo el uso de uno los verbos referidos se puede afirmar: “Sólo Dios puede hacer crecer la comunidad (1 Cor 3.5-11); es decir: sólo recordando el origen, que fue dado en Cristo Jesús (1 Cor 3.11), puede acontecer un crecimiento auténtico de la comunidad (firme, themélios). Por cierto que no se trata solamente de un aumento numérico, sino de un crecimiento cualitativo, o sea, del afianzamiento de la comunidad en Cristo, que tiene como consecuencia las buenas obras (2 Cor 9.6-11)”.[1] De modo que el uso paulino maneja este matiz fuertemente.

En los años 60 y 70 del siglo pasado, el teólogo católico uruguayo Juan Luis Segundo, uno de los fundadores del nuevo pensamiento cristiano latinoamericano, lanzó una serie de “teología abierta” pensada para el “laico adulto”, es decir, aquella persona capaz de dialogar y discutir sobre su fe sin temores ni cortapisas de ningún tipo. Los subtítulos de los tomos son elocuentes: Esa comunidad llamada iglesia; Gracia y condición humana; Nuestra idea de Dios, Los sacramentos hoy; Evolución y fe.[2] Ese proyecto apuntaba precisamente a incluir a los integrantes de la iglesia en algo que ha parecido negado para ellos/as durante mucho tiempo, pues se duda, al parecer, de su madurez para participar.

 

Beber “leche”, en vez de alimento sólido (vv. 1-3)

 

“Crecer” significa que el evangelio no llama a los hombres a una existencia carente de historia, sino que los cristianos (dentro de la comunidad del pueblo de Dios) son situados en un proceso histórico determinado por la promesa del reino universal de Cristo. Supuesto que judíos y paganos se encuentran dentro del proceso de crecimiento como niños ante el Señor de la iglesia, se le abre a la comunidad una nueva dimensión en el crecimiento, que apunta a una construcción única. “El crecimiento de la iglesia hacia su propia santidad en Cristo es un proceso permanente. Así lo muestra el presente de aúxein. Aúxein es el modo de ser de la iglesia. Existe iglesia, en cuanto que crece. Sólo de este modo se ha de entender siempre su santidad: es santa y se va haciendo siempre santa; y ambas cosas in Christus” (H. Schlier, loc. cit., 144).[3] 

La rivalidad entre diversos grupos de la comunidad de fe de Corinto (que ya había mencionado en 1.10-17) es un signo, para san Pablo, de falta de crecimiento y de inmadurez. Por ello no pudo hablarles como a “personas espirituales” (pneumatikois) sino como a “gente carnal” (sarkínois), “niños en Cristo” (nepíois, v.1). “Pablo se dirige a toda la iglesia, no solamente a los que pudieran ser los líderes de los distintos bandos. Tanto líderes como seguidores son responsables de la situación de la iglesia, y todos deben cumplir su parte en corregirla”.[4] Pablo trata a los corintios como personas retrasadas, pues su escaso desarrollo en la fe no les ha permitido llegar a la adultez. Cuando estuvo entre ellos (casi dos años, desde el otoño de 50 d.C., Hch 18.1-21), debió alimentarlos como una madre que provee el alimento básico pues aún la criatura no puede digerir cómida sólida. Para él, los corintios aún no superaban esa etapa.

El contraste entre personas natuales y espirituales del cap. anterior es desarrollado aquí con un énfasis exhortativo al usar otra palabra para referise a quienes no son espirituales sino “carnales”, adonde aparece otra palabra (sarkínois). Los celos las contiendas y las disensiones (v. 3) entre ellos demuestran que lo son, aun cuando el término no es en sí despectivo, pues indica “la condición humana con todo lo que ésta conlleva de vulnerabilidad e impermanencia”,[5] pero cobrará un sentido negativo para quienes en esa ciudad pretendan haber superado esa condición corporal por medio de alguna iluminación religiosa superior o esotérica. Pablo usa luego otro término, sarkikoi, “carnales” (v. 3), ésta sí de fuertes connotaciones peyorativas, para decir a sus lectores que se comportan según “criterios puramente humanos” (VP), “igual a todos los demás” (BLA), que viven de acuerdo con el sistema de “este mundo” opuesto a Dios (cf. 2.6, 8). La carnalidad de los corintios queda patente en las “envidias y discordias” (3.3 VP) que surgieron al exaltar “una tendencia espiritual sobre otras (3.4), de su orgullo (3.21; 4.18), de su disposición a creerse sabios (3.18) y a juzgar a otros (4.3, 5)”.[6] ¿Por qué los condena tan fuertemente?: porque siendo cristianos/as —con todo lo que implica de “seguimiento de un crucificado” (“La aceptación de la cruz es la piedra de toque para reconocer a un hombre espiritual, y no la adhesión a un predicador u otro, ya que se les juzga con criterios meramente humanos y no segun la originalidad completa y total del evangelio”.[7])— los corintios “proceden como gente cualquiera” (NBE). Los cristianos de eran “carnales” porque se conducían según los valores de su sociedad, muy competitiva e individualista, orientada a la superación de unos sobre otros, sin importar lo que pasaba con los de abajo.

 

El crecimiento lo da el Señor (vv. 4-9)

Decir que se pertenece a Pablo o a Apolo (v. 4) es la actitud más carnal que podía identificarse: “Los líderes son servidores, no competidores”, escribió Irene Foulkes,[8] porque, en efecto, no existió competencia alguna entre Pablo y Apolo como colaboradores (diákonoi, v. 5) de Dios en Cristo para anunciar el Evangelio a los corintios. “A distinción de lo que pretenden los grupos en pugna, los apóstoles no representan escuelas rivales de pensamiento que compiten por la adhesión de los hermanos. Tampoco son caudillos que forman bandos propios. Al contrario, Pablo reclama en forma enfática que son ‘simplemente servidores’ (VP) que abrieron el camino para que los corintios llegaran a la fe”.[9] Pablo, siendo apóstol fundador, no asume, así, un lugar de conducción que le proporcione preeminencia sino que lo expone con humildad y rechaza que algunos se llamen “paulinos” en su honor: “¿Acaso Pablo fue crucificado por ustedes? ¿O fueron ustedes bautizados en el nombre de Pablo?” (1.13b), frases que luego repetiría Lutero. Pablo sembó y Apolo regó, pero el crecimiento únicamente lo proporcionó el Señor Jesús (6-7), siguiendo la metáfora agrícola. La relación labradores-plantación fue la que causó el conflicto… y lo sigue causando hasta hoy; y cada quien “recibirá su recompensa” (8) como “compañeros de trabajo de Dios” (NT interlineal; synergoi, “sinergia”, “colaboración estrecha”) que es (9a).

Porque la iglesia es una construcción de Dios únicamente, la “tierra de cultivo” (geórgion) y el “edificio” (oikodomé) que son solamente suyos (9b). la única ambición de cada líder-servidor/a debe ser la de gloficar a Dios mediante la promoción de la vida de todos/as y la capacitación para desarrollar sus propios dones: “Con este lenguaje parabólico Pablo comunica una vez más a los corintios que en la labor eclesial no se trata de enseñanzas rivales sino de ministerios distintos, todos necesarios para la vida de la congregación. En cada ministro y en cada tipo de ministerio, Dios es el que está a la obra. Con esto Pablo ilustra anticipadamente las conclusiones a que llegará en 4.1-5. 112 Queda desbaratada cualquier pretensión polémica que los quisiera poner en competencia unos contra otros”.[10]

 

Conclusión: O crecemos todos o no crece nadie

 

¿Cómo podemos dejar de ser carnales [y así, crecer de verdad]?

En algo la sociedad de nuestro tiempo se parece a aquella de Corinto. Fomenta el egoísmo y defiende la estratificación social; nos induce a pensar que la persona que triunfa sobre los demás merece elogios. La mayoría de los cristianos tenemos que confesarnos carnales, pues. Somos carnales cuando aceptamos esas normas sin cuestionarlas basados en los valores que Dios nos comunicó en la persona de Jesucristo. Estos valores contradicen los criterios que predominan en la gente y la sociedad, como el egoísmo, el arribismo, la manipulación de otros para nuestro propio bien y la explotación sistemática de los más débiles.[11]



[1] W. Günther, “Crecimiento”, en L. Coenen et al., dirs., Diccionario teológico del Nuevo Testamento. I. 2ª ed. Salamanca, Ediciones Sígueme, 1991, p. 354.

[2] J. L. Segundo, Teología abierta para el laico adulto. 5 vols. Buenos Aires, Carlos Lohlé, 1968-1984.

[3] W. Günther, op. cit., p. 354. Énfasis agregado.

[4] I. Foulkes, Problemas pastorales en Corinto. San José, DEI, 1986, p. 108.

[5] Ibid., p. 109.

[6] Ídem.

[7] Maurice Carrez, La primera carta a los Corintios. Estella, Verbo Divino, 1989 (Cuadernos bíblicos, 66) p. 17.

[8] I. Foulkes, op. cit., p. 111.

[9] Ídem.

[10] Ibid., p. 112.

[11] Ibid., p. 109.

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