sábado, 27 de mayo de 2023

La proyección familiar cristiana en tiempos difíciles: los "códigos domésticos" del Nuevo Testamento (Efesios 5.25-6.4), Pbro. L. Cervantes-Ortiz

28 de mayo, 2023

Cultiven entre ustedes la mutua sumisión, en el temor de Dios [Cristo].

Efesios 5.21, Reina-Valera Contemporánea


El hogar es laboratorio para la comunidad cristiana y para el cosmos social. Lo que se aprende en el hogar se ha de practicar en la iglesia y la sociedad.[1]

M. Ávila

 

Trasfondo

 

Los Códigos domésticos del Nuevo Testamento, también conocidos como Códigos de hogar, consisten en instrucciones en los escritos del Nuevo Testamento asociados con los apóstoles Pablo y Pedro para parejas de cristianos dentro de la estructura de un hogar romano típico. Los focos principales de los Códigos del hogar son las relaciones marido/esposa, padres (padre)/hijo y amo/esclavo. […] Históricamente, los textos de prueba de los Códigos del hogar del Nuevo Testamento, desde el primer siglo hasta el día de hoy, se han utilizado para definir el papel de una mujer cristiana casada en relación con su esposo y para descalificar a las mujeres de los principales puestos ministeriales en las iglesias cristianas.[2] 

Tomada casi al azar, esta definición de los códigos domésticos sobre la familia que aparecen en el Nuevo Testamento apunta hacia el corazón del dilema que debieron enfrentar las comunidades cristianas del primer siglo al momento de redefinir, con base en el horizonte del Reino de Dios anunciado por Jesús de Nazaret, el nuevo modelo de relaciones familiares: seguir sometiendo o no a las personas consideradas como subalternas: mujeres, hijos, esclavos, discapacitados. “Esa tradición se formulaba en unos textos que se llaman los códigos domésticos, que se encuentran desde el siglo IV a C hasta varios siglos después. Los códigos domésticos tienen una forma estereotipada, prácticamente igual siempre. […] …todos hablan de lo mismo: la mujer sometida al marido, los hijos al padre, los esclavos al amo”.[3] Se trataba de mantener el orden patriarcal de la manera más legal posible (Patria Potestas).

 

Las conocidas instrucciones de los filósofos griegos sobre las relaciones asimétricas que debían regir dentro de aquella unidad de convivencia y de producción llamada la “casa” (oikos, oikia). Durante casi un milenio a partir del siglo IV a.C., los tratados de filosofía política incluían extensas secciones dedicadas a los temas (topoi) del gobierno del Estado, la ciudad y la unidad socioeconómica básica, la “casa”. En ésta se señalaban tres pares de actores sociales ligados por una relación de superior a inferior: esposo/esposa, amos/esclavos, padres/hijos. El autor de las cartas a las iglesias de Efeso y Colosas adaptó estos códigos morales a la comunidad cristiana e instó a su cumplimiento.[4] 

“El más cercano es el de Aristóteles en su Política. Allí menciona los tres pares de relaciones básicas en la oikia, que son los mismos que Pablo menciona […]. Allí plantea un modelo jerárquico en el que el hombre, el pater familias, ha sido dotado con habilidades en su alma para gobernar y mandar. La mujer, los hijos y los esclavos (en ese orden) por naturaleza existen para someterse”.[5] Los judíos helénicos “acentuaron la subordinación dentro de las tres relaciones domésticas para mostrar que el judaísmo, de hecho, no era subversivo sino que aceptaba la ética que la sociedad grecorromana demandaba”.[6] El más antiguo está en Col 3.18-4.1, pero como bien señala Rafael Aguirre, el de Efesios es más teológico, complicado y rico. La consigna de Ef 5.21 es la que preside todo el panorama del código reelaborado desde la fe en Jesucristo: “Cultiven entre ustedes la mutua sumisión [jupotassómenoi allélois], en el temor de Dios [fóbo Xristou]”. “Subordinándoos unos a otros en el temor de Cristo”, como dice la versión interlineal, la variante “Dios” es de manuscritos tardíos, según explica. El verbo utilizado tiene el sentido de “soportarse”, de “respaldarse mutuamente”.

 

Sumisión mutua, reciprocidad y unión total en el matrimonio (5.22-33)

“Resulta desconcertante que, en Efesios, la mujer, los hijos y los esclavos reciban un lugar preponderante y un trato digno como personas. Es un hecho simple que puede pasar inadvertido, pero al referirse a ellos como sujetos iguales y apelar a la voluntaria sumisión de cada uno de ellos como miembros de la familia, se estaba socavando el código familiar prevalente y marcando una nueva manera de entender las relaciones en la familia. En Efesios, todas y todos, incluso el pater familias, tienen la obligación de someterse mutuamente”.[7] En el caso del matrimonio, el criterio de juicio es la relación del Señor con la Iglesia, lo que debía producir una nueva forma de relación aun cuando las esposas son exhortadas a someterse (vv. 22-25). Pero a los esposos (¡en 9 versículos!), sorpresivamente, se les exhorta a amar a sus esposas, “como Cristo a la iglesia” (22) y se agrega que deben hacerlo “como a su propio cuerpo” pues es como amarse a sí mismos (28-30): el que es “cabeza” “no ejerce una dominación sino que se entrega a sí misma para potenciar a la otra parte. En la cristianización del código doméstico, es solamente así que el varón demuestra su calidad de ‘cabeza’ del matrimonio, es decir, su calidad de fuente, origen y sustento de la unión tal como se conocía en la antigüedad”.[8] Se trata, efectivamente de un misterio como remata el texto (32), que concluye subrayando el amor y la honra dentro del matrimonio (33).

Irene Foulkes cuestiona si estas instrucciones paulinas obedecieron al interés por defenderse de las acusaciones de subversión por parte de las autoridades civiles. “Lo que queda evidente, sin embargo, es que este discurso choca con el Pablo de las amistades con mujeres independientes y activas en la lucha por la extensión del cristianismo”.[9] Mariano Ávila destaca que Pablo usó un “código oculto”: “…debido a la sensibilidad grecorromana ante los peligros políticos del igualitarismo cristiano, el autor de Efesios no podía arriesgar la supervivencia de los cristianos diciendo llanamente: ‘como las esposas se someten a sus maridos, así los maridos deben someterse; como los esclavos se someten, así deben someterse los amos’. Eso habría desafiado de manera frontal las normas sociales a tal grado que la represalia inmediata no se habría hecho esperar, incluso con persecución”.[10]

 

Sumisión mutua y equilibrio familiar (6.1-4)

Así como en la primera sección hay un verbo que preside la exhortación, en la que tiene que ver con los hijos/as hay al menos dos que resultan muy relevantes para comprenderla bien: primero, el muy obvio “obedecer” (jupakoúete, v. 1) , la actitud que debía esperarse siempre la nueva generación, aunque ahora en el nombre del Señor, una nota liberadora, además de la honra debida a los padres/madres con la promesa que la acompaña (vv. 2-3). “Esto ya socavaba el sistema patriarcal y daba a los hijos, hembra y varón, una visión distinta y una opción de disentir y aun desobedecer, lo cual era inesperado y desconcertante”.[11] El otro verbo es el sorprendente parorjídsete (v. 4), que se puede traducir como “no provoquen a ira”, “no hagan enojar”, “no exasperen”, “no irriten” a su hijos/as. El verbo parorjídsete, explica Ávila: “Se refiere a una exaltación extrema del odio. Es producir en nuestros hijos, con nuestras actitudes intolerantes, arbitrarias y violentas, ese tipo de sentimiento extremo”, explica Ávila.[12]

Ellos/as eran propiedad del padre y sus derechos eran mínimos, por lo que el lenguaje paulino, al apuntar hacia su crianza: “Aquí no se instruye a los padres a controlar a sus hijos para maximizar el honor familiar, ni a manipular la dirección o la trayectoria social de sus vidas. Más bien, en una exhortación radical que con demasiada frecuencia se subestima, Pablo exhorta a los padres a evitar provocar la ira de sus hijos y, en cambio, a “criarlos” (ektréfete, “nutrirlos”, “alimentarlos”) en la “disciplina” (paideía) y la “instrucción” (nouthesía) del Señor (Ef 6.4). […] Además, exige que se consideren la dignidad y los deseos de los niños, ya que la provocación a la ira resultaría de padres que frustran las metas y deseos de sus hijos, actuando solo en el mejor interés percibido del honor familiar y explotando la posición más débil de sus hijos”.[13]

 

Conclusión

“El texto retrata un sistema social, un modus vivendi, en que el seno familiar era opresor y castrante. Implica, por ello, una manera de crianza donde el abuso de poder y el autoritarismo del padre eran moneda corriente en los hogares”.[14] Partiendo de los códigos domésticos, el texto apostólico abre amplias posibilidades para que la nueva existencia familiar refleje adecuadamente los perfiles de la nueva humanidad anunciada por Jesucristo. Dios está creando una nueva sociedad, una nueva humanidad, con la cual quiere mostrar al mundo la redención que él ofrece. “El hogar es un centro misionero por excelencia y es allí donde se libran las batallas más arduas de la vida cristiana, donde necesitamos abocarnos para tejer la nueva sociedad por la que Jesús dio su vida” (M. Ávila).



[1] M. Ávila, Efesios. Tomo II. Introducción y comentario. Buenos Aires, Kairós, 2018, p. 148.

[2] “Códigos domésticos del Nuevo Testamento”, en https://academia-lab.com/enciclopedia/codigos-domesticos-del-nuevo-testamento. Énfasis agregado. Cf. Timothy G. Gombis, “A radically new humanity: the function of the haustafel in Ephesians”; en Journal of Evangelical Theological Studies, 48/2, junio de 2005, pp. 317-330.

[3] Rafael Aguirre, “La casa/familia en Pablo y en la tradición paulina”, 9 de diciembre de 2014, en https://web.unican.es/campuscultural/Documents/Aula%20de%20estudios%20sobre%20religi%C3%B3n/CursoTeologiaCicloIILaCasaLaFamiliaEnPablo2014-2015.pdf.

[4] Irene Foulkes, “Pablo: ¿un militante misógino? (Teoría de género y relectura bíblica)”, en RIBLA, núm. 20, 1995, p. 161.

[5] Mariano Ávila, op. cit.

[6] A.T. Lincoln y A.J.M. Eedderburn, The Theology of the Later Pauline Letters. Cambridge-Nueva York, Universidad de Cambridge, 1993, p. 358, cit. por M. Ávila, op cit., p. .

[7] M. Ávila, op. cit., p. 141. Énfasis original.

[8] I. Foulkes, op. cit., pp. 161-162.

[9] Ibid., p. 162.

[10] Virginia Ramey Mollenkott, “Emancipating elements in Ephesians 5:21-33: Why feminist scholarship has (often) left them unmentioned and why they should be emphasized”, en A.-J. Levine y M. Blickenstaff, eds., A Feminist Companion to the Deutero-Pauline Epistles. Nueva York, T&T Clark International, p. 48, cit. por M. Ávila, op. cit., p. 144.

[11] M. Ávila, op. cit., p. 168.

[12] Ibid., p. 172.

[13] T.G. Gombis, op. cit., p. 328.

[14] M. Ávila, op. cit., p. 172.

sábado, 20 de mayo de 2023

La familia de Jesús revisitada (Juan 7.1-9), Pbro. L. Cervantes-Ortiz

 

21 de mayo, 2023

Y es que ni siquiera sus hermanos creían en él.

Juan 7.5, Reina-Valera Contemporánea


…muchos de los que le siguen abandonan a su familia y se quedan sin familia. Algunos que le siguen son, posiblemente, hombre y mujeres ya sin familia, marginados. Muchos se despiden de sus familias un tiempo para seguirle en su vida itinerante, escucar su mensaje, admirar sus curaciones, asombrarse de sus comidas con todos, estar cerca de él. Algunos tienen problemas con sus familias por vivir de un modo tan extraño como el que vive ese profeta de Nazaret que ni tiene domicilio fijo, ni está casado.[1]

 

Trasfondo

El evangelio de Juan es suficientemente categórico: la familia de Jesús (sus hermanos/as) no creía en él. Sin entrar a la vana discusión sobre si eran verdaderamente sus hermanos (Jacobo, José, Simón y Judas, Mt 13.55), resulta muy llamativo que durante su ministerio no lo acompañaran, ni física ni espiritualmente, en el proyecto que dominó completamente su vida: anunciar la venida inminente del Reino de Dios. Superando el hecho de que cada evangelio aporta algún aspecto relacionado con la familia de Jesús y que ello implica que éste se halle asociado al proyecto específico de los autores por separado, es posible elaborar una imagen consecuente y aceptable que explique las razones de la incredulidad de sus hermanos, porque sobre la de María podría especularse. Marcos (3.31-35) inaugura la semblanza de su familia mediante el famoso episodio en que lo buscaron y él prácticamente los desconoció con una pregunta que respondió directamente: “¿Y quién es mi madre, y mis hermanos? Miró entonces a los que estaban sentados a su alrededor, y dijo: ‘Mi madre y mis hermanos están aquí. Porque todo el que hace la voluntad de Dios es mi hermano, y mi hermana, y mi madre’” (3.33-35).[2] La historia es retomada por Mateo (12.46-50) y Lucas (8.19-21), pero no por Juan. En Marcos 3.20-21 se explica que sus familiares creían “que estaba fuera de sí” y trataron de alejarlo de la gente. Más allá de estos escasos datos, podrían agregarse las palabras de Jesús acerca de la forma en que el Reino de Dios vendría a dividir a las familias y a ocasionar conflictos dentro de ellas (Mateo 10.34-37; Lucas 12.51-53). Otras palabras que son contundentes: “Los enemigos del hombre serán los de su casa” (Mateo 10.36).

Todo esto significa que Jesús anunció el surgimiento de un nuevo modelo de familia basado en las relaciones que establece el Reino de Dios y que van más allá de la mera consanguinidad.[3] De modo que cualquier retrato edulcorado de las enseñanzas de Jesús sobre la familia hace a un lado este trasfondo complicado y grandemente paradójico. Renunciar a los lazos familiares era una de las condiciones más radicales para seguirlo en la ruta del Reino (Mt 10.37).

 

Los hermanos de jesús le aconsejan ir ajerusalén (Juan 7.1-4)

Después de la alimentación de la multitud y otros sucesos colaterales, tal como lo cuenta el Cuarto Evangelio (cap. 6), Jesús andaba en Galilea (de un lugar a otro, sin una vivienda estable) y no se acercaba a Jerusalén por causa de la oposición que había provocado, al grado de que lo querían matar (7.1). Al acercarse la fecha de la Fiesta de los Tabernáculos (7.2), sus hermanos le aconsejaron salir del anonimato o la clandestinidad para mostrarse ante sus discípulos en Jerusalén y divulgar sus acciones extraordinarias (7.3-4). Parecería que lo aconsejaron bien, aun cuando no estaban muy interesados en que obtuviera más éxitos con lo que hacía. El texto permite entender que su comportamiento no era bien visto ni comprendido por su familia. Se advierte que había roto con ella y que al salir para realizar las acciones relacionadas con el Reino de Dios, estaba rompiendo con la rutina y la tradición familiar que los demás también notaron. Marcos 6.1-6 desribe bien la sorpresa que causó la ocupación que escogió: al venir a Galilea (“su tierra”) y enseñar en la sinagoga la gente se adimró mucho, causando un verdadero escándalo: ¿cómo un hijo de carpintero podía dedicarse a eso? (Mr 6.3).  Es allí cuando pronunció las famosas palabras: “No hay profeta sin honra sino en su propia tierra, y entre sus parientes, y en su casa” (6.4). Allí no hizo ningún milagro y hasta le asombró la incredulidad de todos (6.6).

Juan 7.15 muestra también algo similar cuando la gente en Jerusalén lo escucha enseñar: “Y los judíos se asombraban, y decían: ‘¿Cómo es que éste sabe de letras, sin haber estudiado?’”. El ambiente previo a la fiesta fue trabajado por este evangelio de manera diferente: Jesús fue varias veces a las fiestas (Jn 2; 4; 5) y la gente lo vio hacer maravillas, por lo que el consejo de sus hermanos tenía coherencia pero también un cierto sabor irónico. “Porque ninguno que procura darse a conocer hace algo en secreto. Si estas cosas haces, manifiéstate al mundo” (7.4). “Quieren que realice milagros en Judea de modo que la gente se asomvbre y crea en él”.[4] La respuesta de Jesús fue muy parecida a la que dio a María en las bodas de Caná (2.4) en el sentido de que aún no había llegado su tiempo, pero con un toque adicional: “Mi tiempo aún no ha llegado, mas vuestro tiempo siempre está presto.” (7.6). La supuesta “preocupación” de ellos no procedía de un genuino interés por el avance de su ministerio, más bien muestra bastante incomprensión: “Jesús, que no tiene ningún interés en recibir alabanzas bumanas, responde con una frase que tiene un doble significado. Su tiempo (la hora de la glorificación con el retorno al Padre) no ha llegado aún; por eso no subirá”.[5]

 

La incredulidad de sus hermanos (Juan 7.5-9) 

Pero esa forma de hablar de los hermanos de Jesús no procede de la fe; todo lo contrario, hablan así porque no creen, y por tal motivo no entienden a Jesús ni su conducta, ni pueden juzgarle atinadamente. Su manera de pensar es por completo mundana, indicando cómo debe actuar quien desea obtener éxito y prestigio en el mundo. Para ello se requiere la adecuada publicidad y propaganda. Sólo que respecto de lo que Jesús quiere, esa concepción mundana de la notoriedad y del éxito resulta en extremo problemática, porque, si bien se mira, Jesús no desea en modo alguno tal éxito, sino que persigue la adhesión de la fe, siendo dos cosas radicalmente distintas.[6] 

Es relativamente sencillo señalar con el dedo a los hermanos de Jesús por su incredulidad ante lo que él era y lo que hacía. Pero lo cierto es que la ruptura de Jesús con su familia (siendo el hermano mayor) por causa del llamado a servir a Dios, que se fue gestando desde su más tierna infancia, fue un duro golpe para la familia como tal. La incredulidad mostrada en este episodio fue parte de un largo proceso de aceptación de la propuesta de Jesús basada en la preeminencia del Reino de Dios para las vidas individuales y su impacto en la existencia familiar y comunitaria. “¿Cuánto tiempo duró esta alienación de su familia? Comenzó después de las bodas de Caná y posterior estancia en Cafarnaúm, donde Jesús pasó unos días con su madre, hermanos y discípulos”.[7] Los nuevos parámetros establecidos por él para esa forma de convivencia se fueron desplegando a medida de que avanzaba su ministerio. Comprenderlos les llevó tiempo y, así, posteriormente, pudieron reincorporarse doblemente a “la nueva familia de Jesús” (Hch 1.14). “Según los testimonios neotestamentarios sólo después de los acontecimientos pascuales se unieron los parientes de Jesús a la comunidad de los discípulos; lo que parece valer tanto para María, la madre de Jesús, como para Santiago ‘el hermano del Señor’, que poco a poco llegó a ejercer una influencia decisiva en la comunidad primera de Jerusalén”.[8]

 

Conclusión

Lo que subraya el texto es la diferencia en la comprensión de los tiempos y en la nueva dimensión de Reino de Dios para Jesús y para su hermanos. La forma en que trataron de adelantar su accionar evidenció sun incomprensión y la forma en que su incredulidad dirigió sus ideas y propósitos. Cuando porm fin comprendieron que su incredulidad los alejaba de Jesús y de su mensaje, progresivamente participaron de la esperanza y la práctica de una nueva comunidad, es decir, del nuevo modelode familia producido por el Reino de Dios.



[1] Javier de la Torre, Jesús de Nazaret y la familia. Familias rotas, familias heridas, familias frágiles. Madrid, San Pablo, 2014, p. 12, https://issuu.com/editorialsanpablo/docs/jesus_de_nazaret_y_la_familia. Cf. David W. Jones y Andreas J. Köstenberger, “What did Jesus teach about family?”, en Crossway, 7 de noviembre de 2019, www.crossway.org/articles/what-did-jesus-teach-about-family.

[2] Cf. Jorge E. Maldonado, “La familia de Jesús”, en Aun en las mejores familias. Grand Rapids, Libros Desafío, 2003, pp. 11-22.

[3] Cf. Javier de la Torre, “Jesús de Nazaret y la familia”, 2 de diciembre de 2014, en https://web.unican.es/campuscultural/Documents/Aula%20de%20estudios%20sobre%20religi%C3%B3n/CursoTeologiaCicloIIJesusDeNazaretYLaFamilia2014-2015.pdf.

[4] Raymond Brown, El Evangelio y las Cartas de Juan. Bilbao, Desclée de Brouwer, 2010, p. 79.

[5] Ídem.

[6] Josef Blank, El evangelio según san Juan. Tomo I.b. Barcelona, Herder, 1984, pp. 82-83.

[7] John J. Gunther, “The family of Jesus”, en The Evangelical Quarterly, vol. 46, núm. 1, enero-marzo de 1974.

[8] J. Blank, op. cit., p. 85.

sábado, 13 de mayo de 2023

David y sus familias: amor, violencia y reconciliación (II Samuel 24.25-33), Pbro. L. Cervantes-Ortiz


Marc Chagall (1887-1985), David y Absalón

14 de mayo, 2023

Joab se presentó ante el rey y le comunicó el sentir de Absalón; entonces el rey mando llamar a Absalón, y cuando éste se presentó ante el rey, se inclinó hasta tocar el suelo. Por su parte, el rey besó a Absalón.

II Samuel 24.33, Reina-Valera Contemporánea

 

Trasfondo

Los libros históricos del antiguo Israel no fueron escritos con el propósito de contar las biografías de los personajes o de sus familias como tales. Todo lo expuesto giraba alrededor del desarrollo de la historia de la salvación y de la relación de pacto entre Dios y su pueblo. Los diferentes linajes, tal como se aprecia en los libros anteriores son presentados como parte del proceso religioso y espiritual de la vida del pueblo. Algunas familias o conjuntos de familias (tribus), producto de la organización patriarcal antigua tenían determinados derechos y atribuciones, como sucedió con Leví y Judá-David, ya en tiempos de la monarquía.

 

La unidad de base es naturalmente la familia, ‘ahel, que es un concepto relativamente amplio. Diversas familias emparentadas constituyen una fracción o un clan, que se llama hamûleh o ‘asireh según las religiones. La tribu misma se denomina qabíleh, antiguamente batn o hayy. dos vocablos que expresan la unidad de sangre en que está fundada. […] La bét ‘ab, la “casa paterna”, es la familia, que comprende no sólo al padre, a la esposa o esposas y a sus hijos no casados, sino también a los hijos casados, con sus esposas e hijos, y a la servidumbre. Varias familias componen un clan, la mispahah. Ésta vive ordinariamente en el mismo lugar o, por lo menos se reúne para fiestas religiosas comunes y comidas sacrificiales, I Sam 20.6, 29. […] La rigen los cabezas de familia, los zeqenim o “ancianos”.[1]

 

Estando todo dominado por el sistema patriarcal (en los dos sentidos del término), la responsabilidad de los padres era mayúscula, pues prácticamente eran dueños de la vida de su descendencia. “En el tipo normal del matrimonio israelita, el marido es el señor, ba’al de su esposa”.[2] Los relatos de la creación insisten el matrimonio monógamo como la voluntad divina original, pero, en todo caso, En todo caso, los patriarcas siguieron las costumbres de su ambiente. Según el Código de Hamurabi (1700 a.C.), el marido podía tomar otra esposa sólo en caso de esterilidad e incluso estaba privado de ese derecho si su esposa le proporcionaba una concubina esclava. El hombre podía tener sólo una concubina, pero ésta nunca tuvo los mismos derechos que la esposa.[3] Lo que predominó, entonces, fue una monogamia relativa.

 

Las familias e hijos de david: los problemas de Amnón y Absalón (13.29, 37-39; 14. 21-23)

La biografía de David, entrelazada con la historia de su pueblo, es larga y sumamente complicada: abarca I Sam 16-I Re 2.12, y I Cr 11-29. Sus ocho esposas fueron Mical (hija de Saúl), Ajinoán de Jezreel, Abigaíl, la carmelita exesposa del malvado Nabal), Macá (hija de Talmai, rey de Gesur), Jaguit, Abital, Egla y Betsabé (exesposa de Urías, el hitita). Por lo tanto, estaríamos hablando de unas ocho familias como mínimo. Sus hijos nacidos en Hebrón, seis: “Amnón, hijo de Ajinoán la jezreelita; […] Quilab, hijo de Abigaíl […]; Absalón, hijo de Macá […]; Adonías, hijo de Jaguit; Sefatías, hijo de Abital; Itreán, hijo de Egla […]” (II Sam 3.3-5a). En Jerusalén, once: Samúa, Sobab, Natán, Salomón (de Betsabé), Ibejar, Elisúa, Nefeg, Jafía, Elisama, Eliada y Elifelet (II Sam 5.14b-16). I Crónicas 3.1-9 dice que fueron en total 19 hijos y una hija, Tamar, sin contar los de sus concubinas (harén, unas 10, II Sam 15.16[4]). De modo que estamos delante de un gran universo familiar en el que las envidias y las ambiciones estuvieron a la orden del día, además de los duros problemas entre medios hermanos (Amnón y Tamar: II Sam 13), especialmente por sus aspiraciones al trono (Adonías y Absalón).

El realismo extremo con que se narran los sucesos no excluye los detalles relacionados con los hijos de David: Amnón violó a Tamar (II Sam 13.8-17) y su acción fue vengada violentamente por Absalón (II Sam 13.20-29), lo que desencadenó la huida de éste (II Sam 13.34, 37-38), su regreso por voluntad de David (II Sam 14.21-22) y el inicio de su rebelión. Un gran filtro de la historia fue el interés de la corte (representada por Joab) por estabilizar la situación del monarca por encima, incluso, de sus deberes como padre y jefe de familia: “No olvidemos que esta familia es la Casa de David, y como tal está incluida en la promesa dinástica. Por la misma razón, el autor nos da el punto de vista de la corte, los efectos de la acción más que la acción misma. […] Lo cierto del caso es que las semillas sembradas por la violación y el asesinato de David están empezando a despuntar. Amnón violó a Tamar. Absalón asesinó a Amnón. Ha empezado una cosecha de desgracias”.[5] El rey debió actuar con firmeza y justicia en medio de su familia y no lo hizo:

 

Permitió que el conflicto entre algunos de sus hijos sumerja a su familia en la tragedia. Su hijo mayor, Amnón, violó y deshonró a su media hermana, Tamar (2 S 13.19). El hermano de Tamar, Absalón, odió a Amnón por ese crimen, pero no le dijo nada al respecto. David conoce el problema pero decidió ignorar la situación (2 S 13.21). [...] Todo parece estar bien durante dos años, pero un conflicto sin resolver de esta magnitud nunca desaparece por sí solo. […] El conflicto atrae a más miembros de la familia de David, los aristócratas y el ejército, hasta que toda la nación se sume en la guerra civil.[6]

 

Rebeldía, ambición y excesos de Absalón: su muerte trágica (II Sam 14.25-29; 15.1-6; 17.7-13; 18.14-17)

Absalón era un hombre muy atractivo, tal como lo describe II Sam 14.25-29 (algo así como Saúl), y era muy amado por su padre. “Absalón intenta ejercer influencia sobre las tribus del sur y del norte, criticando la actuación jurídica de la corte. Parado delante de la puerta, se anticipa a la corte, dirigiendo la palabra a las personas que vienen al rey para resolver cuestiones jurídicas. Les da la razón en su causa, critica la administración real y promete un régimen mejor que el actual (II Sam 15.2-4)”.[7] Encabezó una revuelta que se venía incubando durante años, actuó paralelamente al rey y David se vio obligado a desplazarse para huir de la violencia (II Sam 15.13-14).[8] “Paulatinamente, una insana impaciencia se apoderó de Absalón; se empecinó en abreviar su tiempo de espera. En las condiciones dadas, eso no era posible, a no ser por sobre el cadáver de su padre. Pero los escrúpulos del príncipe en relación con eso no deben de haber sido muy grandes; la indecisión no formaba parte de sus defectos. Así, al final, dio un paso en dirección al levantamiento contra su padre, el golpe de Estado”.[9] Los mayores excesos acontecieron cuando tuvo relaciones con las concubinas de su padre a los ojos de todo el pueblo por consejo de Ajitofel (II Sam 16.21-23) y cuando lo persiguió en la disputa por el trono (II Sam 15.10, 13-18), hasta que perdió la vida en el campo de batalla (II Sam 18.14-17). El dolor experimentado por David ante esa muerte fue enorme (I Sam 18.33-19.4): su familia se desgajó irremediablemente y él no pudo evitarlo.

 

Conclusión

Si buscamos modelos de familia para nuestros tiempos en el Antiguo Testamento, tendremos muchas dificultades, pues ni las de Abraham ni las de David parecen cubrir los requerimientos. En el segundo caso, David debió arrastrar la carga de los errores matrimoniales y familiares que cometió en diferentes momentos. Con todo y el revisionismo practicado por las Crónicas, ha llegado hasta nosotros la imagen de un personaje con virtudes y defectos, que delante de situaciones muy exigentes tomó decisiones cuestionables cuyas consecuencias impactaron notablemente en su reinado. El amor, la violencia y la reconciliación se mezclaron en su familia de diversas maneras y demuestran la enorme complejidad de la vida familiar en la antigüedad bíblica.



[1] Henri Cazelles, Instituciones del Antiguo Testamento. Barcelona, Herder, 1976 (Biblioteca Herder, Sagrada Escritura, 63), p. 30.

[2] Ibid., p. 50.

[3] Ibid., pp. 55-56.

[4] Ibid., p. 169.

[5] La Biblia de Nuestro Pueblo. Bilbao, Mensajero, 2008, pp. 411-412.

[6] J. Baker, B. Housman y Alice Mathews, “El manejo deficiente de David del conflicto familiar desemboca en una guerra civil (2 Samuel 13-19)”, en www.teologiadeltrabajo.org.


[7] Carlos Dreher, “Resistencia popular en los inicios de la monarquía israelita”, en RIBLA, núm. 32, 1999, p. 54.


[8] Alicia Winters, “Ollas, lentejas y queso... Brindando esperanza a los desplazados por la violencia (2 Samuel 15-17)”, en RIBLA, núm. 39, 2001/2, pp. 44-51.

[9] Herbert Donner, História de Israel e dos povos vizinhos. Vol.1. San Leopoldo-Petrópolis, Sinodal-Vozes, 1997, p. 245, cit. por Carlos Dreher, op. cit., p. 53.

La paz, el amor y la fe en Dios (Efesios 6.21-24), Pbro. Dr. Mariano Ávila Arteaga

30 de junio de 2024 ¿Quién hubiera dicho que un movimiento que empezó con un grupito de 12 personas habría de transformar el mundo de mane...