viernes, 26 de julio de 2024

Los amigos de Job, una presencia inquietante (Job 2.11-13), Mtra. Dulce Flores Montes



Ilya Repin (1844-1930), Job y sus amigos (1869)

28 de julio, 2024

Ya se ha examinado en pasadas predicaciones lo que pasó en el cielo en el diálogo entre Dios y el acusador, cómo a través de ese diálogo Job perdió todas sus posesiones, familia, ganado, y aun su salud, pues se cubrió de llagas todo su cuerpo y por ello tuvo que aislarse de los demás. Todo de forma inesperada, y también se vio la forma en que Job respondió a estos inesperados sucesos en su vida. Dice en 1.20: “Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré al sepulcro. El Señor me dio, y el Señor me quitó. ¡Bendito sea el nombre del Señor!”. Y también lo que dijo en 2.10: “¿Acaso hemos de recibir de Dios solo bendiciones, y no las calamidades?”.

Dice Albert Kamp en su artículo de la revista Concilium: “Su fe y confianza, demostradas de palabra y obra, confirman efectivamente la imagen previa de Job. Teme realmente a Dios. Los contenidos de lo que dice reflejan que es un verdadero creyente. Esto todavía se ajusta a una cosmovisión religiosa basada en la causalidad: Dios da y Dios quita”.[1] Job muestra en estas respuestas la fe que tenía en Dios. Sin embargo, debido a lo que estaba pasando, también se ha visto que Job se había rasgado las vestiduras y se había rapado la cabeza en señal de luto y estaba sentado en medio de ceniza. El polvo y las cenizas se utilizaban como signos de duelo en el mundo antiguo. Las cenizas se usaron en los tiempos del Antiguo Testamento como un símbolo de duelo o de arrepentimiento. Alguien que deseara mostrar un corazón arrepentido, a menudo se vestiría de cilicio, se sentaría sobre cenizas, y colocaría cenizas en la parte superior de su cabeza. Las cenizas significaban también desolación y ruina. Pero también podían ser una señal pública de arrepentimiento y humillación ante Dios.

Job era un hombre importante de todo el Oriente y probablemente lo que pasara en su tierra era de conocimiento general. Por lo que la situación que enfrentaba era conocida por sus conocidos cercanos y de otros lados como las regiones de donde provenían sus amigos. Se había esparcido la información del sufrimiento y calamidades de Job. Él tenía amigos en varios países que no se pueden ubicar actualmente, pero alrededor de Edom, lo que ahora es Arabia.

El pasaje que nos toca examinar es una transición entre el prólogo y los diálogos subsecuentes. Ahora bien, de acuerdo con otro comentarista, Jean Levêque, la llegada de los tres extranjeros, Elifaz, Bildad, y Zofar, los amigos de Job, bastaba para asegurar esta transición entre el prólogo en el que Job se muestra relativamente sereno y los diálogos inquietantes en que el autor del libro de Job pensaba presentar su propia visión de las cosas. Pero parece que el autor prefirió prolongar la transición por medio de un largo rato de silencio.[2]

Nos dice el texto que tres de sus amigos se enteraron y se pusieron de acuerdo para ir juntos a verle. Cuando hablamos de estos amigos creemos que se habían ya visitado con anterioridad, pues los tres amigos eran eminentes sabios y se conocían. Probablemente ya habían convivido y platicado mucho cada uno en su campo, tenían buena reputación por su conocimiento. Por eso los vemos preocupados por Job y desean expresarle sus condolencias y consuelo. Ellos eran Elifaz de Temán, ciudad importante de Edom y profeta, Bildad de Súah, también profeta, y Zofar de Namat, ciudad de Arabia.

Pues bien, cuando estos amigos estaban cerca del lugar donde vivía Job, lo vieron y no pudieron reconocerlo o casi no lo reconocen. Pues ¿como lo verían? Este hombre rico, de buen vestir y saludable, no estaba ahí. En su lugar vieron a un hombre enfermo, lleno de llagas, rapado, con su ropa rasgada y sentado en ceniza. ¿Que hicieron los amigos? Se condolieron de él de tal forma que también rasgaron sus mantos y se pusieron a llorar, y también en señal de dolor y que sintiera Job su acompañamiento se echaron ceniza sobre la cabeza, y parece ser que continuaron siendo sus amigos aún en la adversidad.

Veamos un poco más sobre esta visita de los amigos de Job. Pensemos que son amigos que tuvo cuando era un hombre próspero y puede que hayan sido de la misma clase social. Tal vez eran todos buenos amigos y se habían hecho felices en los buenos días y se tenían en alta estima, se habían reunido tal vez a comer, se habían entretenido y edificado con su conversación. Pero ahora que Job estaba en la adversidad vinieron a compartir con él sus penas como habían compartido antes momentos buenos. A ellos no los llamaron, ni pidieron que vinieran, sino que vinieron por su propia voluntad a consolar, aunque como veremos después no hubo el resultado esperado. Los amigos de Job vinieron, no por curiosidad, sino para llorar con él, para mezclar sus lágrimas con las suyas, y así consolarlo. Vinieron a llorar con el en voz alta, expresando su dolor sincero.  Se sentaron con el en el suelo y se pusieron en el mismo lugar y postura humilde e incómoda que Job, compartir con él su dolor y pobreza porque habían compartido con él su alegría y abundancia.

Pero esta visita no fue breve, de un saludo o de un día solo para saludarlo e irse, sino que decidieron quedarse con él, hasta ver que pasaba. Se quedaron siete días con sus noches, se quedaron como sus compañeros en la tribulación. Ustedes saben que el número siete en la cultura hebrea tiene mucho simbolismo: se relaciona con la semana de la creación en el Génesis; el número siete significa culminación o perfección, que es el número de Dios; cumplimiento de algún tipo; en el Apocalipsis, el número siete se repite muchas veces (las siete iglesias, las siete trompetas, siete sellos, etcétera).

Esto da una idea de que los siete días que pasaron juntos sentados en la ceniza fuera de significancia para ellos, tal vez la duración de las penas de Job, y el empiezo a resolverlas, tal vez el cumplimiento del tiempo del duelo y sufrimiento.[3] Pero hay algo más que pasa mientras los amigos están estos siete días sentados con Job. No se atrevían a decirle nada a Job. No le hablaron. Lloraron con él, rasgaron sus vestiduras y se sentaron en ceniza junto a él, acompañándolo. ¿Que significaba ese silencio? En nuestra época, aunque no lo meditemos mucho, el silencio tiene significados varios: 

    • hay silencios musicales: una pausa que existe en una pieza de música, una nota sin ejecución, melodías con ese nombre,
    • falta de ruido, callar,
    • el silencio ayuda a reflexionar,
    • el silencio de una persona puede decir un sí o un no,
    • el silencio permite darle importancia a las palabras que se dijeron antes, etcétera. 

¿Qué tan importante era este silencio de los amigos y Job? Tal vez no tenían mucho que decir para no incomodarlo, tal vez le quisieron dar espacio en su soledad, tal vez meditaron entre ellos sobre lo que le pasaba a Job. ¿No les ha pasado a ustedes alguna vez, cuando alguien de su familia o amigo esta en una situación dura, que no tienen nada que decir, excepto estar con ellos?

Silencio siete días y sus noches. Job también pudo haber estado meditando sobre los acontecimientos, lo que pensaba sobre Dios y lo que estaba pasando con sus emociones, tristeza, desánimo, enojado, confundido, impaciente. Silencio para pensar las cosas detenidamente. Ya sabemos que en las Escrituras hay varias partes donde dice que hay momentos para guardar silencio y momentos para hablar como en Eclesiastés 3. ¿Sería algo de esto por lo que guardaron silencio?  Los momentos de guardar silencio en esta época de Job también se asocian con dolor y duelo. Así que era una forma más en que los amigos de Job le daban consuelo.

Sabemos que los amigos de Job sí llegaron a una conclusión que se desarrollará mas adelante y que es que tal aflicción de Job sólo podría deberse a sus grandes pecados y que no quería admitir. Indicación que los amigos también creían en la teología centrada en la retribución, premio y castigo. Conclusión a la que no llega Job.[4] Job, sin vestido, enfermo, cubierto de pústulas y expuesto a pública vergüenza, va a ser acusado por sus amigos. Aunque habían venido para consolarlo, los sabios amigos comienzan a decir numerosas imputaciones.[5]  Pero a los siete días, Job rompe el silencio Job, se ve su impaciencia al empezar con una maldición de su día de nacimiento (cap. 3).

Sabemos que nada que hubieran dicho los amigos hubiera mejorado las cosas. Claro que también sabemos por las siguientes lecturas y diálogos que lo que dijeron y pensaban de Job tampoco ayudaron a mejorar las cosas, sino que Job se tuvo que enfrentar a ellos y su forma de pensar sobre Dios. Sin embargo, lo que enseña esta porción del libro de Job es el consuelo que proviene de la presencia de los amigos en la adversidad, es la visita amable de los amigos de Job, su acompañamiento total siguiendo todas las costumbres de la pena y duelo de la época y su propósito de consuelo.


[1] Albert Kamp, “Con causa o sin ella. Imágenes de Dios y el hombre en Job 1-3”, en Concilium. Revista Internacional de Teología, núm. 307, septiembre de 2004, p. 522.

[2] Jean Levêque, Job: el libro y el mensaje. Estella, Verbo Divino,1987, p. 11.

[3] Ídem.

[4] Pierre van Hecke, “Job y sus amigos a propósito de Dios”; David J. A. Clines, “El Dios de Job”, en Concilium, núm. 307, pp. 529,553.

[5] Julio Trebolle y Susana Pottecher, Job. Madrid, Trotta, 2011, p. 104.

lunes, 15 de julio de 2024

"¿Recibiremos de Dios el bien y lo malo no?" (Job 2.1-10), Pbro. L. Cervantes-Ortiz


José de Ribera (1591-1652), Job sentado sobre cenizas (1630), colección privada

21 de julio, 2024

Pero Job le respondió: No digas tonterías. Si aceptamos todo lo bueno que Dios nos da, también debemos aceptar lo malo. Y a pesar de todo lo que le había sucedido, Job no pecó contra Dios diciendo algo malo.

Job 2.10, Traducción en Lenguaje Actual 

Trasfondo

 

¿Puede el ser humano creer en Dios en forma desinteresada, sin esperar recompensa y temer castigos? Y de manera más precisa: ¿existe alguien que desde el sufrimiento injusto sea capaz de afirmar su fe en Dios y hablar de él, gratuitamente? El satán, y con él todos los los que tienen una concepción mercantil de la religión, lo niega. El autor —que sin duda ha conocido la dificultad que el dolor humano, propio y ajeno, representa para la auténtica fe en Dios— piensa por el contrario que sí. El personaje Job, a quien carga con sus propias vivencias, será su heraldo.

Al final, Dios ganará la apuesta. A través de su sufrimiento y su queja, su compromiso con los pobres y su reconocimiento del amor del Señor, el rebelde pero justo Job demostrará que su religión es desinteresada, gratuita.[1] 

Así se puede plantear, desde una mirada de fe básica, el gran conflicto que se asoma en cada página de este libro sin par, puesto que la experiencia que vivió Job lo condujo a un rincón de la vida en la que es muy problemático sostenerse de manera estoica. La cantidad de pérdidas que había sufrido no preveía que aún vendría algo peor, pero ahora sobre su persona, en el nivel físico y corporal. Ignorando por completo cómo era objeto de una “apuesta divina” ahora se vería privado de la salud y todo lo que eso implicaba, con lo que estaría a prueba, de una modo mayúsculo, el desinterés de su fe que había pasado por la primera aduana favorablemente. Detrás del Job paciente de la primera parte del prólogo se escondía un Job im-paciente que estaba a punto de soltar su boca para exigir justicia y explicaciones. 

En la otra dimensión, segunda ronda (2.1-6)

Podría decirse, con Gustavo Gutiérrez, que en su primer intento por cuestionar la religión desinteresada de Job, el satán fracasó rotundamente. Yahvé iba ganando la apuesta y así lo reitera en una especie de segunda ronda celestial en la que subraya que Job lo seguía obedeciendo, le dice: “… a pesar de que me convenciste de hacerle mal sin ningún motivo” (v. 3b).

 

La escena comienza exactamente como la precedente. La duplicación o desdoblamiento es procedimiento literario conocido desde el relato sobre José en Egipto. Sirve para crear un ritmo narrativo y para preparar el acceso de elementos nuevos. ¿Es el mismo su significado? Ya los autores antiguos han notado que, después de la primera derrota, ni el satán viene en la misma actitud ni Dios pregunta en los mismos términos. Lo primero es un dato implícito en el relato, lo segundo se hace explícito en la adición de Dios. Aunque el satán no se ha excedido en los poderes otorgados por Dios, ha perdido la apuesta, fundada en su concepto de una religión puramente interesada.[2] 

Pero el satán volvió a la carga e insistió nuevamente con su ya clásica insidia y persistencia acusadora: “¡Mientras a uno no lo hieren donde más le duele, todo va bien! Pero si de salvar la vida se trata, el hombre es capaz de todo. Te aseguro que si lo maltratas, ¡te maldecirá en tu propia cara! (4b-5)”. En ese momento le pidió su cuerpo y Yahvé aceptó con la condición de que no lo matase (6). En el escenario celeste se da otra vez una negociación que colocaría a Job en una situación más precaria aún al ser presa de la enfermedad inesperada e intolerable.

 

El enemigo sigue considerando que la piedad y la justicia de Job no son desinteresadas: la razón de su comportamiento está en las compensaciones materiales recibidas, su actuar no es libre y gratuito. Por consiguiente, esta vez —atacando a la persona misma— el satán se siente más seguro de ganar el juego. Es la última escena en la corte celestial, en adelante todo (incluso la revelación final de Dios) transcurrirá en la tierra.

Job enferma. Herido “con llagas malignas, desde la planta del pie hasta la coronilla”, Job se sienta “en medio de la ceniza” (2.7-8). Job es a partir de ahora un pobre y un enfermo. A la muerte que lleva en su carne, se añade una muerte social; según la mentalidad de la época los que padecían enfermedades incurables vivían en una cierta marginación de la sociedad.[3]

 

Aceptar lo bueno y lo malo de parte de Dios (2.7-10)

La enfermedad imprevista e inmediata hizo de Job, al momento, un pecador irrefutable y, al haber sido rico e importante, un “gran pecador”. Eso lo aisló en ese preciso momento y Job, sentado en un montón de ceniza, se rascaba intensamente con un ladrillo o una piedra (v. 8) fuera de la ciudad, en un basurero, separado totalmente de los demás. Ante esa nueva situación angustiante que les sobrevino a él y a su esposa, “afectada también por la desgracia y solidaria con él ante injusticia”,[4] ésta lo conminó a maldecir a Dios, usando las mismas palabras del satán (v. 9). Ella cuestionó la terquedad de su esposo ante lo que estaba sucediendo y por eso habló como una persona necia (nabal, v. 10) hacia quien se dirigió Job en términos muy duros por haber dado por sentado, si saberlo tampoco, lo que el satán sugirió. La esposa de Job es un personaje que debe ser releído y recuperado a fin de contar con una imagen adecuada y equilibrada. La Biblia Isha dio un paso importante en ese sentido al citar sus palabras recogidas en la Septuaginta: “Habiendo transcurrido mucho tiempo, le dijo su mujer: / “¿Hasta cuándo permanecerás firme diciendo: / he aquí soporto aún un breve tiempo / para recibir la esperanza de mi salvación? / Pues he aquí desapareció tu memoria de la tierra, / hijos e hijas, dolores de parto de mis entrañas y sufrimientos, / por los cuales en vano me esforcé con fatiga. / Y tú en persona, en la podredumbre de los gusanos permaneces. / Y yo, errante y sierva, / vagando de un lugar a otro, y de casa en casa, / recibiendo el sol hasta que se ponga, / para descansar de la fatiga y de las tristezas que ahora [me] oprimen. […]”.[5]

 

Ahora bien, la mujer no es simplemente instigadora a la blasfemia. Ella quiere defender al marido inocente frente a la injusticia de Dios. Y si Dios es injusto, no tiene derecho a la bendición del hombre. Y ya que su marido ha de morir, pues nada puede frente al poder de Dios, que deje constancia de su sentido de la justicia, como un testamento que puede ser un epitafio. El tema se va a agitar en todo el libro, hasta la cumbre de 40,8. (Es una relación de sentido que sólo se descubre después de leer y releer varias veces toda la obra).[6] 

La adversidad, subraya Gutiérrez, “no le hace perder su inocencia; el autor quiere hacer percibir que la perseverancia en su actitud religiosa expresa una vez más el desinterés de Job”.[7] Él no habló mal, no se atrevió a maldecir a Dios, como se le sugirió. Dios resulta ganador de la apuesta hasta este momento pues la religión de Job es gratis, “de balde”: “Todo es cuestión de dar y recibir” (4a). pero la historia no ha concluido ni mucho menos. La respuesta dada deberá profundizarse para abundar en el sentido de la “fe vivida desde la gratuidad”, “que da su sentido verdadero a la exigencia de establecer la justicia en la historia, se enriquecerá desde la experiencia de Job sufriente y por momentos acusador. No obstante, esto no se hará sin pasar por la dramática crisis que nos será presentada en la parte poética”.[8] 

Conclusión

El relato continúa guardando dentro de sí todo el estupor de que será capaz quien lo escribió, llevando de la mano a los lectores por los sinuosos caminos de la tragedia que se ha venido sobre Job. Los personajes han tomado su lugar y lo suq están por aparecer comenzarán a completar el cuadro: “Termina la segunda escena con otra victoria de Dios. El satán se retira de la apuesta; ¿o logrará instilar sus teorías en la mente de los amigos? Dios se esconde entre bastidores o, mejor, oscurece su presencia. La mujer de Job desaparece. Queda solo Job en escena, esperando quizá que alguien se acerque”.[9] Y nosotros, al lado de Job, sentimos cómo se sacude la fe que hemos recibido ante acontecimientos de este tamaño que, en ocasiones, apenas llegan a rozarnos y la creencia firme en Dios, honestamente, puede tambalearse.



[1] Gustavo Gutiérrez, Hablar de Dios desde el sufrimiento del inocente. Una reflexión sobre el libro de Job. Salamanca, Ediciones Sígueme, 1986 (Pedal, 183), p. 30.

[2] L. Alonso Schökel y J.L. Sicre Díaz, Job. Comentario teológico y literario. 2ª ed. Madrid, Ediciones Cristiandad, 2002, p. 133.

[3] Ibid., p. 37.

[4] Ibid., p. 38.

[5] “El discurso de la mujer de Job”, en Biblia Isha. Sociedades Bíblicas Unidas, 2009, p. 607. A la cita le sigue un análisis de sus palabras, con una conclusión: “Es notable que Job, famoso por su capacidad para dar respuestas sólidas, precisas y dignas de crédito a cada uno de sus interlocutores, […] sólo una vez responde con palabras, ahora sí, ‘insensatas’ y que en nada consuelan. Esta única ocasión es la respuesta que da a su mujer quien, paradójicamente, no viene a él con discursos de honduras filosóficas, sino que presenta la queja del dolor, el dolor de una madre huérfana de hijos”. Énfasis agregado. Cf. L.A. Schökel y J.L. Sicre Diaz, op. cit., p. 132.

[6] L.A. Schökel y J.L. Sicre Diaz, op. cit., p. 136.

[7] G. Gutiérrez, op. cit., p. 38.

[8] Ídem.

[9] L.A. Schökel y J.L. Sicre Díaz, op. cit., p. 137.


lunes, 8 de julio de 2024

Job enfrenta la catástrofe total (Job 1.13-22), Pbro. L. Cervantes-Ortiz


James Tissot (1836-1902), Job recibe malas noticias (1805)

Museo Judío de Nueva York

14 de julio, 2024


Nada he traído a este mundo

y nada me voy a llevar.

¡Bendigo a Dios cuando da!

¡Bendigo a Dios cuando quita!

Y a pesar de todo lo que le había sucedido, Job no ofendió a Dios ni le echó la culpa.

Job 1.21-22, Traducción en Lenguaje Actual

 

Trasfondo

Consumada la propuesta de Dios para que el satán atente contra las propiedades y la familia de Job, el siguiente paso fue precisamente la andanada de males que se vino sobre él. “De la conversación celestial se deriva una serie de desastres en la tierra: cuatro mensajeros llegan de manera sucesiva a informar a Job de las calamidades que han destruido su buena fortuna. Pierde todo su ganado; mueren todos sus criados y también sus hijos e hijas. Por sorprendente que pueda resultar, este contexto de mala suerte clarifica una vez más la perspectiva de Job. Job reacciona ante la situación de muerte aferrándose a su piedad habitual”.[1] La sensación de pérdida inminente flota en el ambiente y la cadena catastrófica de calamidades va a colocar a Job en una situación extrema. Sobre la figura del acusador, escriben Schökel y Sicre:

 

El peso del relato no está en la enumeración de los acontecimientos trágicos sino en la reacción piadosa de Job. Pero no confundamos el satán de esta narración con nuestra imagen o concepción del demonio, ángel caído que odia a Dios y sus obras. Aunque algunos puntos de contacto nos empujen a la confusión, debemos defendernos para contemplar rigurosamente la función del personaje en la obra. El satán no es una afirmación teológica, sino un personaje funcional en la historia. […] Sin satán no comenzaría el drama. Si seguimos preguntando a qué realidad responde esa figura, el autor no nos contesta, nos abandona a nuestras suposiciones.[2] 

La cadena de calamidades que recibe Job (1.13-19)

A cada paso del relato se suceden las calamidades en medio de un auténtico vendaval: robo de animales y muerte de familiares (14-15), muerte fulminante de ovejas y pastores (16), muerte de los esclavos y robo de camellos (17), muerte intempestiva de todos sus hijos (18-19). Prácticamente nada quedaba en pie. No era lógico que el viento embistiera por los cuatro costados, aunque ello subraya el carácter teofánico del meteoro. Al mismo tiempo, se sugiere que al satán se le concedió un dominio interino del elemento destructor, como el “exterminador” de Éx 9.1, 3; I Cr 21.12 y II Sam 24.16 (peste o epidemia). Ésta consideración brota del mecanismo narrativo. A partir de él es posible advertir que fueron cuatro desgracias “naturales”, de la naturaleza y de los humanos, meteoros y asaltantes; sucesos mortíferos que rivalizaron con el Dios de la vida:

 

Son cuatro desgracias, número clásico de totalidad: por ejemplo, Ez 14.21; Jr 15.3. Las repeticiones de fórmulas crean un ritmo regular, irresistible (recuérdese Is 24.17s). En las causas se alternan los hombres y los elementos: sabeos, un rayo, caldeos, un huracán. Con este ritmo contrasta sutilmente la repetición cuaternaria del verbo nofel = caer: caen los sabeos, cae el rayo, cae la casa, cae Job en tierra. La caída libre de Job responde con humildad y aceptación a las desgracias que le han caído encima. Las pérdidas comienzan con las posesiones y terminan con los hijos.[3] 

La respuesta “dialéctica” de Job al vendaval de males (1.20-22)

De Job podía esperarse una exclamación de no aceptación y protesta, pero su reacción es contenida y sabia, acompañada de tres gestos simbólicos propios de este tipo de situaciones: rasgó sus vestiduras, se rapó la cabeza y se postró en tierra en actitud de adoración (20-22). Sus palabras, firmes y enfáticas, daban cuenta de la fe que tenía en Dios: “El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó. ¡Bendito sea el nombre del Señor!”. A pesar de todo lo sucedido, Job no pecó ni maldijo a Dios” (1,20-22).

 

Su fe y confianza, demostradas de palabra y obra, confirman efectivamente la imagen previa de Job. Teme realmente a Dios. Los contenidos de lo que dice reflejan que es un verdadero creyente. Esto todavía se ajusta a una cosmovisión religiosa basada en la causalidad: Dios da y Dios quita. Aunque las palabras de Job hacen pensar en una adopción de la perspectiva divina y en una explicación de los acontecimientos como sine causa, se aferra a su manera humana de pensar con leyes causales. Dios sigue siendo la causa última de los acontecimientos que se producen en la tierra.[4] 

“La cruel apuesta entre Yahvé y Satán dejan a Job a merced de unas manos inmisericordes. Job se gana las simpatías del narrador”[5] porque su comentario es comprensivo y aleccionador al referirse a su actitud equilibrada y paciente… hasta ese momento.

 

Aunque Dios aprueba la conducta de Job, y pese a la buena relación de ambos en el pasado, Dios puede actuar cambiando de postura como quiera. Debido a esta alteración, la imagen de Dios cambia también. Los acontecimientos que van a tener lugar en la tierra carecen de todo sentido, desde el punto de vista humano, y los desastres que van a sobrevenir son inexplicables. Desde un punto de vista celestial, sin embargo, los actos de Dios tienen una razón de ser. Su aceptación de la propuesta de Satán está motivada por cierto orgullo interior: “¿Te has fijado en mi siervo Job? No hay en la tierra nadie como él”. Es su relación misma con Satán, y no la que tiene con Job, la que hace a Dios reaccionar de determinada manera.[6] 

Conclusión

El conjunto de calamidades padecido por Job coloca un contrapunto que funciona en el relato como la anomalía que puso en el escenario la doctrina de la retribución para que, a partir de su cuestionamiento, salgan a la luz sus posibles consecuencias contradictorias. El Dios del pacto, que no es cuestionado, se encuentra en fondo del conflicto y su actuación sirve para plantear los más complejos interrogantes para una vida de fe y de obediencia:

 

…según el prólogo de Job, el satán es un emisario que Yahveh consulta y, aunque posee cierta iniciativa para sugerir, no es capaz de llevar a cabo lo sugerido. Es Yahveh quien decide y, por ende, es Yahveh el responsable frente a Job. El prólogo ofrece al lector una imagen de la doble naturaleza del dios hebreo que se deja tentar por su satán. Sin embargo Job, que nada sabe de cuanto sucede en los cielos, atribuye su desgracia a Yahveh. […] Su experiencia le revela un dios que da y que también quita, un único responsable de su suerte.[7]

 

Exactamente igual que nosotros hoy, que seguimos ajenos a lo que se trama en los cielos, vivimos una existencia que no está exenta de contingencias o situaciones como la de Job, nuestro hermano.



[1] Albert Kamp, “Con causa o sin ella. Imágenes de Dios y el hombre en Job 1-3”, en Concilium. Revista Internacional de Teología, núm. 307, septiembre de 2004, p. 17.

[2] L. Alonso Schökel y J.L. Sicre Díaz, Job. Comentario teológico y literario. 2ª ed. Madrid, Ediciones Cristiandad, 2002, p. 126.

[3] Ibid., p. 129.

[4] A. Kamp, op. cit., pp. 15-16.

[5] Víctor Morla, “El libro de Job”, en Libros sapienciales y otros escritos. Estella, Verbo Divino, 1994, p. 158.

[6] A. Kamp, op. cit., p. 17.

[7] I. Cabrera, El lado oscuro de Dios. México, UNAM/FFL-Paidós, 1998 (Biblioteca iberoamericana de ensayo, 2), p. 92. Énfasis agregado.

sábado, 6 de julio de 2024

Acuerdos y negociaciones en otra dimensión (Job 1.1-12), Pbro. L. Cervantes-Ortiz


William Blake (1757-1827), Job reprendido por sus amigos (1805)

7 de julio, 2024

El ángel acusador respondió: ¡Por supuesto! ¡Pero si Job te obedece, es por puro interés! Tú siempre lo proteges a él y a su familia; cuidas todo lo que tiene, y bendices lo que hace. ¡Sus vacas y ovejas llenan la región! Pero yo te aseguro que si lo maltratas y le quitas todo lo que tiene, ¡te maldecirá en tu propia cara!

Job 1.9-11, Traducción en Lenguaje Actual 

Trasfondo

Acercarse al libro de Job (“aquel que soporta penalidades”) es toda una aventura literaria, espiritual y existencial. La confluencia de estos elementos hace de esa obra un conjunto de realidades de fe que, al entrar en juego al mismo tiempo, producen un verdadero cortocircuito en el que solamente la lectura detenida y la reflexión minuciosa pueden colocar los acontecimientos en su justa dimensión. Las grandes alturas poéticas que alcanza cuando se va desarrollando el drama del protagonista se comprenden mejor si se aprecia adecuadamente. Las enormes preguntas que suscita a cada paso pueden ser respondidas por la manera en que sea posible articular el conflicto que es esbozado desde el principio: a la riqueza y bienestar casi absoluto que experimenta Job (“era el hombre más rico del este”, 1.2) le sucede de manera completamente inesperada la más absoluta desgracia que se va sumando por causa de la pérdida de todos sus bienes y posesiones, de su familia y de su estabilidad. La manera intempestiva en que acontece todo esto pone a prueba radicalmente su fe y su confianza en Dios. El prólogo en prosa (caps. 1-2) presenta el escenario de los sucesos que, en cascada, se acumularon sobre Job, su familia y sus posesiones. Un signo del interés por Job es la versión de Francisco Serrano publicada por el gobierno mexicano en 2011. Sus palabras son exactas y finas:

 

Hay quien considera El Libro de Job no sólo la cumbre del genio poético hebreo, un ejemplo supremo entre los antiguos textos sapienciales, sino el poema más alto de todas las literaturas, por encima de Homero, Dante, Virgilio, La Bhágavad Gita o Shakespeare. La apreciación es excesiva, sin duda. De cualquier modo se trata de una obra maestra excepcional, admirable fusión de narrativa popular, alto lirismo, lamento individual, oráculo profético, tragedia filosófica y poema didáctico. Jorge Luis Borges decía que si hay un libro que merezca el nombre de sublime, ése es el Libro de Job.[1] 

Job, hombre íntegro y bendecido ampliamente (1.1-5)

Job, el habitante de la tierra de Uz (identificada con Edom, al sur de Palestina) vivía recta y plácidamente “amando y honrando a Dios y no hacía ningún mal a nadie” (1.1b) mientras disfrutaba de su inmensa riqueza. Así es el retrato que nos ofrece el texto inicial del libro, que implícitamente relaciona ambas cosas (piedad y prosperidad) según la mentalidad religiosa antigua:

 

…en el comienzo mismo del libro de Job se establece una conexión entre la actitud de Job y su prosperidad, y, más en general, entre la conducta humana y el éxito en la vida. De este modo se activa una estructura concreta de causalidad, y dentro de este contexto se considera que la prosperidad es efecto de una actitud religiosa. […] Este modelo de causalidad, por tanto, entraña dos direcciones relacionadas entre sí. Lo mismo que la recompensa o el castigo divinos ejercen influencia sobre los actos de Job, la conducta humana ejerce influencia sobre los actos de Dios.[2] 

La enumeración de sus bienes es sintética (v. 3) y la forma en que vivía su familia también, pues se reunía periódicamente para convivir (v. 4). Las preocupaciones espirituales de Job lo llevaban a presentar sacrificios por si acaso habían ofendido a Dios en esas reuniones (v. 5a). Hasta aquí llega el resumen de la vida cotidiana y terrenal de Job y su familia como parte de un ambiente favorable y acogedor. La tradición judía acepta que Job no era de esa etnia, aunque la antigüedad de la época referida en el relato se acerca a la de los patriarcas remotos.[3] Estamos, pues, delante de “un jeque idumeo poderoso y respetado, un sabio cuya piedad extraordinaria es mencionada por el profeta Ezequiel [14.14, 20], comparándolo con Noé y Daniel, que vivió en los confines de Arabia y Edom —región célebre por sus sabios—”.[4] Job vivía en una rutina completamente apacible y sin cambios (5b). 

La “apuesta de Dios” por Job en otra dimensión (1.6-12)

A este hombre íntegro y aparentemente sin mancha le espera un episodio impredecible y complejo, una total contingencia. En el momento en que el texto cambia de dimensión y presenta, a partir del v. 6, los espacios celestiales, el lugar de Dios, la simultaneidad de sucesos acerca ambos contextos y la narración tiene otro tono: a la presencia suya llegaban los servidores (“ángeles”, “hijos de Dios”) como era su costumbre y entre ellos estaba el satán (“ángel acusador”, 6), a quien Dios le preguntó de dónde venía. Éste responde que de rondar o recorrer la tierra (7). En ese instante, algo ocurre en la mente de Dios quien interroga al satán por su “siervo Job” (8a) y sobre quien, acto seguido, el Señor “presume” sobre su conducta y actitud piadosa: “No hay en toda la tierra nadie tan bueno como él. Siempre me obedece en todo y evita hacer lo malo” (8b). La respuesta es incisiva y perturbadora, directa al corazón de la doctrina de la reribución: “Si él es así, es porque le has dado todo, ¡te obedece sólo por interés!” (9). Y agregó: “Tú siempre lo proteges a él y a su familia; cuidas todo lo que tiene, y bendices lo que hace. ¡Sus vacas y ovejas llenan la región! Pero yo te aseguro que si lo maltratas y le quitas todo lo que tiene, ¡te maldecirá en tu propia cara!” (10-11).

La suerte estaba echada: nunca hubiera dicho eso el satán porque a Dios le salió “lo apostador” y le propuso dejarlo en sus manos por un tiempo, siempre y cuando no lo matase (12). Y así, sucintamente el episodio concluye con la marcha del servidor divino (12b) y un halo de suspenso narrativo que abrirá las puertas a lo que estaba por suceder y que ya había sido acordado en las esferas celestes. Ni Job ni nadie estaban enterados de ese acuerdo o apuesta. Como lectores, nos asomamos al “lado oscuro de Dios” (Isabel Cabrera) pues parecería que ese trato, realizado por encima de la moralidad divina, escondía un designio incomprensible que para comprenderlo es necesario atravesar por 40 capítulos de la mejor poesía dramática de la antigüedad.

 

Aunque Dios aprueba la conducta de Job, y pese a la buena relación de ambos en el pasado, Dios puede actuar cambiando de postura como quiera. Debido a esta alteración, la imagen de Dios cambia también. Los acontecimientos que van a tener lugar en la tierra carecen de todo sentido, desde el punto de vista humano, y los desastres que van a sobrevenir son inexplicables. Desde un punto de vista celestial, sin embargo, los actos de Dios tienen una razón de ser. Su aceptación de la propuesta de Satán está motivada por cierto orgullo interior: “¿Te has fijado en mi siervo Job? No hay en la tierra nadie como él”. Es su relación misma con Satán, y no la que tiene con Job, la que hace a Dios reaccionar de determinada manera.[5] 

Conclusión

La cadena de preguntas que desata el inicio del libro de Job tiene una actualidad indiscutible: “¿es la fe un disfraz del temor o del interés personal?, ¿hasta qué punto Dios es responsable de lo que le sucede a los hombres?, ¿porqué sufren quiénes no merecen sufrir?, ¿qué sentido tiene la vida cuando sólo es sufrimiento?”,[6] ¿nuestra fe es verdaderamente desinteresada? Y lo mejor de todo es que deberíamos reconocer que nos mueve el interés, aunque a éste le llamemos “espiritual” porque solemos decir que lo que más nos interesa es la salvación o la bendición de Dios y que “no nos mueve” (Fray Miguel de Guevara) otro deseo: “el cielo que nos tiene prometido” es lo principal, aseguramos, y que los bienes materiales como resultado de la bendición divina no nos interesan. Cabrera sugiere una clave de lectura a partir de la prosa y el verso: “El Job de la prosa es un Job paciente que se resigna frente a un dios del que sólo ha oído hablar; el de la parte poética, en cambio, es un Job impaciente que se enfrenta a Dios con la dignidad que le da su inocencia y que no calla hasta quedar convencido”.[7] Comencemos a asomarnos a este texto grandioso con estas y otras preguntas en mente.



[1] Libro de Job. Versión de F. Serrano. México, Consejo Nacional para la cultura y las Artes, 2011 (Cien del mundo), énfasis agregado. Algunos fragmentos se pueden leer en el sitio: www.francisco-serrano.com/translation/job.pdf.

[2] Albert Kamp, “Con causa o sin ella. Imáganes de Dios y el hombre en Job 1-3”, en Concilium. Revista Internacional de Teología, núm. 307, septiembre de 2004, pp. 15-16.

[3] Cf. L. Alonso Schökel y J.L. Sicre Díaz, Job. Comentario teológico y literario. 2ª ed. Madrid, Ediciones Cristiandad, 2002, pp. 121-122.

[4] El libro de Job, op cit.

[5] A. Kamp, op. cit., p. 17.

[6] I. Cabrera, El lado oscuro de Dios. México, UNAM/FFL-Paidós, 1998 (Biblioteca iberoamericana de ensayo, 2), p. 83.

[7] Ibid., p. 87.

Pacto y promesa: la Reforma Protestante ante la fe de Job (Job 12.1-16), Pbro. L. Cervantes-Ortiz

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