sábado, 31 de agosto de 2024

"¡Cuán eficaces son las palabras rectas!" (Job 6.18-30), Pbro. L. Cervantes-Ortiz


William Blake, Job frente a sus amigos (1821)

1 de septiembre, 2024

¡Cuán eficaces son las palabras rectas!

Pero ¿qué reprende la censura vuestra?

 

Cuando es justa la censura, es bienvenida;

pero ustedes me acusan sin razón.

Job 6.25, RVR 1960, TLA

 

Trasfondo

La segunda parte de la respuesta de Job a Elifaz (6.18-30) está formada por un reproche ampliado a sus amigos que inicia en los vv. 14-15 como afirmación central de su argumentación por causa de la falta de comprensión y apoyo:

 

Si en verdad fueran mis amigos,

no me abandonarían,

aunque yo no obedeciera a Dios.

Pero ustedes, mis amigos,

cambian tanto como los ríos:

unas veces están secos,

y otras veces se desbordan. (TLA) 

Jorge Pixley propone un proverbio para traducir la idea expresada aquí: “Un hombre desesperado necesita la lealtad de un amigo cuando pierde la fe en el Todopoderoso”.[1] Lo que Job esperaba de sus amigos era lo mismo que Yahvé de su pueblo: jesed, lealtad, en ese caso al pacto humano-humano de la amistad (Prov 14.20-21):

 

Cuando uno está en un trance tan agudo como el de Job necesita la lealtad de sus amigos, pero ellos se han mostrado traicioneros. Esta traición es elaborada por Job con la imagen de un arroyo que abunda en agua cuando no hace falta, pero que se seca cuando en el tiempo de sequía los viajeros más necesidad tiene de sus aguas [6.16b-17]. Así los amigos se han asustado ante el tormento a que Dios ha sometido a Job [6.21], y se han apresurado a defender —¡a su enemigo! Y Job no ha pedido auxilio material frente a su enemigo. Sólo lealtad.[2]

 

Una cadena de reproches (6.18-27)

“Lo terrible que ven [los amigos]”, agregan L. Alonso Schökel y J.L. Sicre, “es el sufrimiento atroz del amigo, como un golpe numinoso, como amenaza de contagio”.[3] La siguiente comparación los muestra como mercaderes que se apartan del camino y al no hallar los ríos, quedan “confundidos y frustrados”: “vieron algo espantoso y se asustaron” (21). Ellos llegaron por voluntad propia y tampoco fue requerido su apoyo económico (22-23). Pixley comenta que en los vv. 24-30 Job les pide que no se pongan tan rápido del lado de Dios sin primero haber examinado su justicia. Incluso pide que le demuestren en qué ha fallado y aceptará sin chistar (24). Allí resuena el grito del v. 25: “¡Cuán eficaces son las palabras rectas! / Pero ¿qué reprende la censura vuestra?” (“Si tuvieran razón, no me ofendería; / ¡pero ustedes me acusan / y no tienen pruebas!”, TLA). Si no conocen su error, ¿por qué lo fustigan de esa manera? La única razón por la que lo juzgan son sus palabras (26), el peso de las cuales estaba creando un universo nuevo de interpretación de lo su cedido, moviéndose peligrosamente más allá de lo que tradicionalmente se aceptaba. Él debía callar y aceptar su culpabilidad. El valor de las palabras entra en juego en esta triple mención de ellas: a) son útiles para evidenciar; b) se han utilizado para demandar justicia; y c) al usarlas irresponsablemente, se vuelven vanas e inútiles (26b).

La siguiente acusación es profundamente ética y sumamente puntillosa: “¡Ustedes son capaces de todo, / hasta de vender a un huérfano / y abandonar a un amigo!” (27). La segunda parte de este versículo, que puede leerse así: “Y caváis un hoyo para vuestro amigo”, según explica Pixley, utiliza un verbo que también se refiere a la especulación o el regateo en una compra. Por eso, la Biblia de Jerusalén traduce: “especuláis con vuestro propio amigo”. “Job acusa a sus ‘amigos’ de abandonarlo por su poderoso enemigo, como quien abandona un huérfano o vende barato lo que ya no le conviene”.[4]

“Dígan si soy un mentiroso” (6.28-30)

Lo adecuado es ver si él miente al quejarse así (28). Les exige que dejen de juzgarlo y que acepten su inocencia (29). El v. 30 plantea la necesidad de distinguir entre la verdad y la mentira, nuevamente el uso de la palabra para vehicular significados verdaderos o falsos. Al final, el asunto se coloca en el ámbito de lo jurídico, pues “el juramento de decir la verdad nos traslada al proceso en el que se aborda la justicia o la injusticia, la inocencia o la culpabilidad. Es decir, Job comienza a considerar el diálogo con los amigos como pleito en el que se debate su propia inocencia; ya no le importa el consuelo, que los amigos no saben dar. Ya no está en juego su vida o su bienestar; está en juego su inocencia”.[5] Pero lo más extraordinario es que Job conserva la lucidez para manejar el sentido y el peso de su argumentación. De ahí que el peso de sus palabras como expresión humana decantada, sublimada, purificada, sea capaz de verbalizar algo que pocas veces la experiencia humana consigue: hacer del dolor y la tragedia inexplicables algo inteligible y discutible, más allá de las doctrinas y de la sabiduría acumulada.

Conclusión

Por eso se trata de una palabra humana en busca de la divina, de esa palabra que pueda sintetizar dialécticamente, bueno y lo malo, la vida y la muerte, la tristeza y la felicidad, algo que solamente puede esperarse de las palabras divinas, auténticas palabras rectas y eficaces. A eso aluden las palabras de los autores del Nuevo Testamento (Hebreos, Pedro, Santiago, Timoteo) cuando apreciaron en ellas su enorme poder profundizador, restaurador y renovador. Ahonda en la experiencia humana más esencial, es la palabra profética (es decir, actual y pertinente) más firme y reclama un ejercicio de obediencia por la manera en que enseña el designio divino.



[1] J. Pixley, El libro de Job. Comentario bíblico latinoamericano. San José, Seminario Bíblico Latinoamericano, 1982, p. 52.

[2] Ídem.

[3] L. Alonso Schökel y J.L. Sicre, Job. Comentario teológico y literario. Madrid, Ediciones Cristiandad, 1983, p. 158. Énfasis agregado.

[4] J. Pixley, op. cit.

[5] L. Alonso Schökel y J.L. Sicre, op. cit.

sábado, 24 de agosto de 2024

La providencia de Dios ante los imprevistos (Job 5.1-16), Pbro. L. Cervantes-Ortiz


Elifaz dialoga con Job.

25 de agosto, 2024

Dios da poder a los humildes

y ayuda a los afligidos;

Dios hace que los astutos

caigan en sus propias trampas;

les desbarata sus planes malvados

y les arruina sus malas acciones.

Job 5.11-13, RVC 

Trasfondo

A estas alturas del tema que nos ocupa bien vale la preguntar cuántos Jobs brotan del texto que lleva su nombre y con cuál/es de ellos nos podemos identificar. Primero, está el rico, lleno de bendiciones y de bienes materiales, dotado de una excelente reputación moral y de una espiritualidad intachable e intacable. Segundo, el que recibió el primer golpe con la pérdida de la familia y de sus propiedades, que reaccionó de manera estoica y moderada ante los embates de la desgracia repentina. Tercero, el que perdió la salud y cuyo cuerpo se convirtió en un vehículo de la enfermedad más traicionera e incontrolable, lo que sumó a su pobreza instantánea. Cuarto, el explosivo creyente que defiende su integridad a toda costa delante de Dios y de sus amigos que lo acosaron con una serie de acusaciones infundadas y pretendidamente muy teológicas (“El que estaba equivocado pretendiendo demostrar que estaba equivocado quien no lo estaba”, Edesio Sánchez C.). Y quinto, el nuevamente bendecido por Dios que recuperó sus bienes, la familia y la salud, y que reverdeció como algunos arboles ya casi marchitos para iniciar una nueva vida. Estamos delante de la exigencia de hacer una interpretación existencial de la Biblia, o como escribió un autor judío contemporáneo, de “embiblar” la voz y la vida.[1] Esto es, cubrir con una gruesa capa de Biblia todo lo que nos pasa y encontrar a Dios en ello. Y en las palabras de Elifaz ahora nos aguarda la alusión a la providencia divina. 

“Grita cuanto puedas; a ver quién te responde” (5.1-7)

Elifaz comienza esta segunda parte de su argumentación poética con unas palabras sumamente crueles: “Grita cuanto puedas; a ver quién te responde” (5.1a) que se complementan con la mención de los qedoshim, esos dioses, ángeles o santos que tampoco responderán. Job está condenado a recibir el silencio por respuesta… porque su amigo lo considera inevitablemente culpable de un pecado oculto. “En resumen: en los oídos de Job suena ya el tema de la reclamación judicial, continuando el tema de ‘tener razón frente a Dios’; el ángel puede ser abogado o árbitro. Es como si Elifaz se adelantara a disuadir a Job de apelar a un juicio con Dios, pues ya tiene la causa perdida y nadie saldrá por él. Sería insensatez (2-3)”.[2]

Con un lenguaje cercano al Eclesiastés, encadena una serie de observaciones que aplican la doctrina de la retribución que mezcla con sus propios deseos: “He visto cómo prospera el malvado, / pero al mismo tiempo he deseado su desgracia” (v. 3). Se nota claramente cómo evidenciar las “fallas” de ese principio trastornaba lo aprendido de manera dogmática, por lo que Elifaz desarrolla toda una argumentación alrededor del malvado exitoso, la anomalía que se observaba en la realidad social. El deseo porque no le vaya bien se desdobla en malos deseos para él (vv. 4-5). Su conclusión también tiene todo el sabor sapiencial para intentar justificar esa doctrina: “Ni la aflicción ni los sufrimientos / brotan de la tierra sin razón alguna; / en cambio nosotros somos como las chispas: / saltamos por el aire tan sólo para morir” (vv. 6-7). Porque siempre habrá, supuestamente una explicación moral para la presencia inesperada de lo imprevisto. Los sabios antiguos no encontraban otra explicación para “los azares del destino”, para las contingencias a las que todo ser humano está expuesto. 

La providencia al rescate de los pobres (5.8-16)

En la segunda parte del cap. 5, Elifaz recomienda a Job que busque a Dios y le habla de sus acciones grandiosas y providenciales: “Yo, en tu lugar, recurriría a Dios / y me pondría en sus manos. / Dios hace cosas grandes e incomprensibles; / ¡imposible contar las maravillas que realiza!” (vv. 8-9). “Afirmando y alabando el poder y la justicia de Dios, Elifaz pretende contrarrestar lo que Job quería destruir con su invocación al caos. El meollo del tema es el gobierno divino del mundo [la providencia], que incluye premios y castigos. Es la conocida doctrina de la retribución: ‘Yo soy testigo: quienes cultivan maldad y siembran desgracia, las cosechan’ (4.8). Elifaz ha insinuado repetidas veces que Job sufre por algún pecado”[3] El amigo de Job entra al terreno doctrinal de la providencia divina por el lado más sensible: Dios está atento a todo lo que sucede y lo conduce según su designio, especialmente en relación con su creación (10), con los malvados (12-14) y con los pobres y necesitados (15-16). Su lenguaje es plenamente liberador. Pero como Job no era ni lo uno ni lo otro, por lo tanto no aplicaba para él.

Pero Elifaz no quita el dedo del renglón: ha sugerido a Job buscar a Dios para que arregle cuentas con Él y así pueda superar su pecado oculto. Porque Elifaz no descartaba que su desgracia fuera una verdadera “lección del Altísimo” (“¡Dichoso aquél a quien Dios corrige! / Así que agradece la corrección del Todopoderoso”, v. 17; ¿alguien de verdad puede agradecer o estar a gusto en el momento de la disciplina?), que en realidad Dios se interesaba por él y que no tardaría en devolverle todo su bienestar. 

Conclusión

Y, sin embargo, Elifaz se asoma a unas zonas de cordura, autenticidad y clara profundidad espiritual cuando afirma lo mismo que Job ya había hecho sobre las paradojas divinas: “Porque él es quien hace la llaga, y él la vendará; / Él hiere, y sus manos curan” (5.18). Los vv. 19-24 son toda una lección de cómo asimilar el castigo divino, de cómo “crecerse” a él: “Podrás reírte de la destrucción y del hambre; / no temerás que te ataquen las fieras salvajes” (22) y de cómo el horizonte futuro se presenta como lleno de bendición y de retribución: “ Sabrás lo que es vivir en paz, / tendrás tu propio ganado, y nada te faltará” (v. 24), para terminar la larga vida con una gran descendencia (vv. 25-27). Pero semejante triunfalismo voluntarista no era la receta para Job… y tal vez tampoco para nosotros hoy porque lo que él veía delante suyo era todo lo contrario de lo que estaba escuchando. Afirmar la providencia divina es algo digno de reconocimiento, pero a Elifaz le faltó una gran dosis de compasión: “Ha dado una buena cátedra, pero no ha manifestado la menor simpatía. Él expresa con excesiva seguridad sus concepciones sobre Dios [“sana doctrina”] y sobre la condición humana, y asume una posición de superioridad frente a Job”.[4] La moraleja es clara: podemos aprobar muy bien el examen doctrinal, pero saldremos reprobados en empatía y en sensibilidad. Ése es nuestro dilema también en el presente.



[1] Henri Meschonnic, “Embiblar la voz”, en https://zacariasmarcopsicoanalista.com/biblioteca/embiblar-la-voz-por-henri-meschonnic/

[2] L Alonso Schökel y José Luis Sicre Díaz, Job. Comentario teológico y literario. 2ª ed. actualizada. Madrid, Ediciones Cristiandad, 2002, p. 177.

[3] Eduardo Arens, “Job”, en Armando J. Levoratti, dir., Comentario bíblico latinoamericano. Antiguo Testamento. II. Estella, Verbo Divino, 2007, p. 769.

[4] Ídem.

sábado, 17 de agosto de 2024

La Palabra de Dios eterna y la vida humana (Job 4.12-21), Pbro. Dr. Edesio Sánchez Cetina


Job y sus amigos, Catedral de la anunciación, Moscú

18 de agosto, 2024 

El texto que consideramos de manera más puntual se encuentra en Job 4.12-21 y forma parte de la primera ronda de diálogos entre Job y los tres amigos; sección que se extiende de Job del capítulo cuatro hasta el 27 (Job 4.1-27.23). Y, como ya se ha señalado en exposiciones anteriores, nuestro pasaje se coloca en la extensa sección poética.

Para quienes han trabajado con el libro o han escuchado y leído las exposiciones dominicales hasta ahora, recordarán que los tres amigos sustentan la conocida teología del principio de la retribución: cada persona en el mundo recibe de acuerdo con su conducta y estilo de vida: Si hace lo bueno recibirás todo tipo de respuestas positivas y vivificantes; si hace lo malo, te perseguirá la desgracia. Es obvio que, de acuerdo con la conducta vivencial de Job —de acuerdo con ese principio— no espera otra cosa en la vida que bienaventuranza y una vida abundante.

Los tres amigos de Job sustentan la postura tradicional del “principio de la retribución”; y la conclusión a la llegan —tomando en cuenta el estado en el que su “amigo” Job está— no puede ser resultado más que de la desgracia y el sufrimiento total.

La respuesta de Job no se hace esperar; y la única respuesta que puede dar —conociéndose así mismo— es que Dios, al no reconocer su estilo de vida y conducta, un Dios que se ha vuelto su enemigo por despiadado e injusto. Siendo las cosas así, Job se atreve a desafiar a Dios para que juntos vayan a juicio. Llama la atención —por la extensión que se dedica para ese diálogo interminable— que ese ir y venir de palabras de los tres amigos a Job y de Job a ellos se extienda por a lo largo de 24 capítulos. Esto lo han iniciado a considerar a partir del capítulo 4.

Pero antes de seguir, permítanme leerles el siguiente poema del autor peruano Juan Gonzalo Rose:

 

Mi madre me decía:

si matas a pedradas los pajaritos blancos,

Dios te va a castigar;

si pegas a tu amigo,

el de carita de asno.

Dios te va a castigar.

Era el signo de Dios

de dos palitos,

y sus diez teologales mandamientos

caían en mi mano

como diez dedos más.

Hoy me dicen:

si no amas la guerra,

si no matas diariamente una paloma,

Dios te castigará;

si no pegas al negro,

si no odias al rojo,

Dios te castigará;

si al pobre das ideas

en vez de darle un beso,

si le hablas de justicia

en vez de caridad

Dios te castigará;

Dios te castigará.

No es este nuestro Dios

¿verdad, mamá?

(“La pregunta”) 

Hoy tenemos el desafío de considerar el mensaje de Job 4.12-21.

Me llama la atención —desde que estudié Job por primera vez— que inmediatamente después de terminados los diálogos entre Job y sus dizque amigos, aparece el excelente poema del capítulo 28: La Canción de la Sabiduría, que de alguna manera pone “en su lugar” a cada uno de los participantes del largo diálogo; sobre todo a los insistentes amigos que no pueden liberarse de la disque teología de la “retribución”. La sabiduría pertenece a Dios.

En relación con lo anterior, resaltan estos decires de Job (23.6-7 y 13-17):

 

3Si yo supiera dónde vive,

iría corriendo a buscarlo;

4le presentaría mi defensa

en forma detallada.

5Entonces él me explicaría

por qué me ha tratado así.

6Trataría de entenderme,

y sin violencia me respondería.

7En la presencia de Dios,

el inocente puede defenderse.

Yo creo que Dios es mi juez,                                                                         

y me declarará inocente. […]

13 Dios hace lo que quiere,

pues es el único Dios.

Nadie lo hace cambiar de planes.

14Así que él hará conmigo

todo lo que quiera hacer.

15Cuando pienso en todo esto,

me asusta el presentarme ante él.

16 ¡El Dios todopoderoso

me hace temblar de miedo!

17 Pero nada hará que me calle;

¡ni aun mi gran sufrimiento!

 

Con estos párrafos como trasfondo, consideremos el texto que no corresponde este domingo como tema central de nuestra reflexión esta mañana (Job 4.4.12-21 TLA):

 

12 Alguien me confió un secreto,

que apenas pude escuchar.

13 Mientras todo el mundo dormía,

tuve un sueño, y perdí la calma.

14 ¡Fue tanto el miedo que sentí,

que todo el cuerpo me temblaba!

15 Sentí en la cara un viento helado,

y se me erizaron los pelos.

16 ¡Sabía que alguien estaba allí,

pero no podía verlo!

Todo alrededor era silencio.

De pronto oí que alguien decía:

17 “Nadie es mejor que su creador.

¡Ante él, no hay inocentes!

18 Dios ni en sus ángeles confía,

pues hasta ellos le fallan;

19 ¡mucho menos va a confiar

en nosotros los humanos!

Estamos hechos de barro,

y somos frágiles como polillas.

20-21 En esta vida estamos de paso;

un día nacemos

y otro día morimos.

¡Desaparecemos para siempre,

sin que a nadie le importe!

¡Morimos sin llegar a ser sabios!”. 

Las palabras anteriores no son de Job, sino de Elifaz, uno de los tres amigos (Elifaz, Bildad y Zofar). Su afirmación sacude a todos, pues señala que cualquier comentario, queja o decir de Job es prácticamente una pérdida de tiempo, pues Dios ¡qué le va a prestar atención a un simple humano! De hecho, en el texto en negrita, este “teólogo de pacotilla” descuenta de tal forma lo que Job ha dicho; y rebaja tanto el valor humano al señalar que, hasta los ángeles en esta intención de aseveración teológica, salen perdiendo.

Es obvio que para Elifaz —como también lo podrían a ver dicho los otros dos— que sustenta el principio de la retribución en el accionar divino, ¡qué caso le va a hacer Dios si este sujeto, Job, no tiene salida. ¡Diga lo que diga! Su actual situación es el resultado de haber hecho mal y cometido pecado. Y, por lo tanto —considera él— Dios no va a prestarle atención de Job que considera que es un real pecador y culpable; ¡no tiene caso que el Santo Dios pierda tiempo escuchándolo!

¡Tan serio es este tema en la mente de estos tres “amigos” que repetirán y repetirán su sonsonete por los próximos veinte y más capítulos. De hecho, este mismo tema aparece de nuevo 9.2; 15.14-16; 25.4-6. El tema de estos y otros textos fuera de Job es que, frente a la perfección total de Dios, el ser humano y el ángel son imperfectos y condicionados, ya que ambos comparten una impureza ontológica. La afirmación da a entender que el ser humano, ante Dios, nunca tendrá razón. Así lo afirma también el profeta Jeremías (12.1 TLA):

 

Jeremías le dijo a Dios:

Dios mío,

en todos mis pleitos contigo,

tú siempre sales ganando;

pero de todas maneras,

insisto en mis demandas.

¿Por qué prosperan los malvados?

¿Por qué viven tranquilos los traidores? 

Aquí no se trata de si se ha cometido pecado o no, sino solo por el hecho de la misma condición humana que se confirma con la caducidad y la muerte.

Cuando traemos estas afirmaciones y principios “desviados” a la realidad de hoy, no podemos hacer otra cosa que esa equivocada teología —principio de “la retribución”— les conviene mantenerla como medio de amedrentar y manipular a individuos y grupos enteros. En muchas iglesias donde se practica la confesión de pecados ante el cura, sacerdote o pastor este es “un excelente recurso para crear temor y así facilitar que la persona víctima para con dinero sus “pecados” e incluso —sobre todo con mujeres, jovencitas y niños— esos falsos pastores cometen atroces pecados de todo tipo con el fin de obtener lo que desean y consideran que pueden lograr.

No nos extrañemos que algunos padres y madres se aprovechan de esta argucia para chantajear a sus pequeños.

Si tomamos en cuenta los sujetos de esta extraña “enseñanza” —no podría esperarse nada bueno de esos falsos amigos de Job. Así que no nos sorprendamos que muchos que se dan de grandes teólogos y maestros aparezcan en la escena para negociar con una teología equivocada y destructiva— sé que hasta a niveles de liderazgo en algunos espacios de la iglesia presbiteriana en México eso se práctica para conseguir puestos importantes y fácil acceso al dinero para enriquecerse.

Para serles sincero, así como para empezar a finalizar esta reflexión, no me esperaba tener algún día como tema central un texto bíblico cuyo contenido no fuera lo esperado y lo realmente bíblico —en el sentido del mensaje del evangelio y la Palabra divina. Sin embargo, lo acepté sin darle tantas vueltas al asunto, por el desafío de encontrar vías de llegar al verdadero evangelio y a la verdadera enseñanza de la Palabra de Dios por la vía negativa. De hecho, no se puede negar que en varios espacios de la Biblia —tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento— la enseñanza de la palabra de Dios viene por la vía negativa. Varios ejemplos en Jueces, así como en Reyes y otros textos afirman que la enseñanza de lo bueno, su puede obtener a partir de algo que de entrada no es lo correcto.

De hecho, después de considerar el texto de mi exposición, sentí la necesidad de buscar en el libro de Job —un escrito cuyo contenida pudiera partir de épocas antiguas en la historia del Pueblo de Dios del AT, y encontrar su conclusión en la época del posexilio, cuando la nación —acabada y destruida por su propia decisión— recibe de Dios el regalo de un nuevo empezar, y así, el libro de Job adquiere el tono más sanamente teológico que nos ofrece pasajes tales como los que cité al principio de esta reflexión Job 28 y 23.6-7 y 13-17. Aquí les comparto el final del capítulo 28 de Job:

 

20 Vuelvo, pues, a preguntar:

¿dónde está la sabiduría?

21 Ella se esconde del mundo,

y hasta de las aves del cielo.

22 Aunque la muerte destructora

dice conocerla,

23 solo Dios sabe dónde vive,

y cómo llegar hasta ella.

24 Dios ve los rincones más lejanos

y todo lo que hay debajo del cielo,

25-27 y mientras daba su fuerza al viento

y medía el agua de los mares

fijó su mirada en la sabiduría;

mientras establecía la época de lluvias

y la dirección de las tormentas,

decidió ponerla a prueba;

una vez que confirmó su gran valor,

le dio su aprobación.

28 Luego dijo a todo el mundo:

“Si ustedes me obedecen

y se apartan del mal,

habrán hallado la sabiduría”. 

Algunos puntos a considerar la reflexión de un pasaje que no nos lleva a nada claro respecto a la postura de los “mal llamados amigos de Job”. En el libro de Job Dios cambia el asunto central del tema de la justicia al de la sabiduría. ¿Quién a fin de cuentas era más sabio —y ultimadamente justos—: ¿los tres amigos o Job? Por otro lado, cuando se considera el mensaje de Job en toda su dimensión, Dios necesita de la lealtad de Job, y con de su honor divino. Honor que viene cada vez que un ser humano —al estilo de Job— le es fiel y leal con toda la libertad que tiene como humano, sin considerar si hay un premio o un castigo. Esos diálogos en el escenario celestial entre Dios y Satán demuestran que en verdad Dios necesitaba a alguien como Job. Es decir —el sabio y literato autor del libro saca de la esfera común humana una diálogo y desafío para probar que hay seres humanos como Job, que hacen trizas la falsa teología de la retribución, que tanto daño le ha hecho al ser humano, a la realidad de la divinidad y la posibilidad de que todos cuantos estamos aquí podemos demostrarle al resto del mundo ¡que hay muchos Jobes en este mundo!

viernes, 9 de agosto de 2024

Dios y el ser humano en conflicto (Job 4.1-11), Pbro. L. Cervantes-Ortiz


William Blake (1757-1827), La visión de Elifaz (1825)

11 de agosto, 2024

¿Desconfías acaso de tu temor a Dios?

¿Ya no crees que tu integridad puede salvarte?

Job 4.6, RVC

 

Trasfondo

En los caps. 4-27 del libro de Job, primera parte del poemario, no se puede hablar de diálogos propiamente dichos sino de reacciones y contrarreacciones que incluyen reflexiones, observaciones e interpelaciones. Cada quien presenta su punto de vista como si no hubiera escuchado al otro; parecería que son exposiciones pensadas para los/as lectores. Es más, los lectores son tácitamente invitados a participar en el debate. “El poeta ha ahondado hasta el extremo el abismo que separa a los interlocutores, es decir, entre la sabiduría tradicional y la experiencia vivida por el justo Job. Es decir, el abismo que separa a quien habla de justicia desde su comodidad y prosperidad, y el que lo hace desde su miseria y su desgracia”.[1] Una experiencia similar vivió el poeta kosovar Xhevdet Bajraj (1960-2022), quien debió venir a México a instalarse en una casa de refugio para escritores por causa de las acciones de “limpieza étinica” que sufrió en su país. Aquí se quedó hasta su muerte; el título de uno de sus libros conecta directamente con la experiencia de Job: El tamaño del dolor (2005), que describe el terror vivido en su país natal. 

Elifaz no guarda silencio (4.1-6)

En la primera parte de sus intervenciones los amigos quieren consolar a Job mostrando los sabios caminos de Dios. Subrayan los detalles de la doctrina de la retribución y lo exhortan a buscar a Dios. “De los tres amigos Elifaz es el de mayor edad y el más sabio y elocuente. Sabe cómo hablar a Job para que encuentre alivio en su aflicción, pero a éste sólo le preocupa conocer el porqué de su desgracia, para lo que Elifaz conoce también la doctrina al caso: sufre por alguna culpa, consciente o inadvertida, de la que Job ha de arrepentirse para recobrar el favor divino”.[2] Es el primero en reaccionar (en dos capítulos) para responder al pesimismo humanista y teológico mostrado por Job en su soliloquio con una pregunta directa en medio de la triste situación: “Tratar de hablarte te será molesto; pero, ¿quién podría quedarse callado?” (4.2). Su discurso expone básicamente la misma temática de los amigos: un resumen de la teología tradicional sobre el sufrimiento y la justicia divina.

 

Elifaz no se esperaba esa erupción tumultuosa de su amigo. Sin mucho tiempo para pensar, siente que le toca contestar el primero. En punto a desarrollo, su discurso es bastante claro. Empieza con una reflexión personal, un poco ad hominem, 2-7; después apela a su experiencia, 8-11; a una revelación, 4,12-5,2, y otra vez a la experiencia , 5,3-7; pasa a dar un consejo en tono personal, “yo que tú”, 5.8-16, y salta a una bienaventuranza, que le permite una brillante amplificación, 17-26; sigue un verso conclusivo, 5.27. En ese desarrollo notamos que la revelación se encuentra en el centro, entre dos piezas de experiencia. Si al comienzo parece Elifaz improvisar sin contenerse, al final apela a una reflexión precedente, que ha hecho madurar sus ideas.[3] 

Comienza recordando a su amigo lo que se consideraba un dogma de fe, que Job mismo enseñaba a otros (vv. 3-4), pero al sufrirlo en carne propia, parece no soportarlo (5): Dios nunca abandona al justo, en cambio, el malvado desaparece (7-11) porque Dios se encarga de él: es la doctrina de la retribución en toda su intensidad. Aun cuando reconoce la integridad de Job (6), más tarde cambiará de opinión. “Por eso, como amigo, quiere salvarlo de la inesperada inclinación a la autodestrucción que manifestó en su explosión del cap. 3: ‘¿Aguantarás si alguien te dirige la palabra? (4.2a)’”.[4] Las preguntas que siguen son incisivas y hasta hirientes: “¿Desconfías acaso de tu temor a Dios? / ¿Ya no crees que tu integridad puede salvarte?” (6). 

La retribución como doctrina básica (4.7-11)

Con un imperativo dirigido a su amigo, Elifaz lo conmina a recordar y, por ende, a comprobar en su experiencia cómo jamás una persona inocente y justa ha sido maltratada o aniquilada por Dios (7), pues ésa es la esencia antropológica y teológica de la doctrina de la retribución y Dios no puede fallar en esa ecuación tan aparentemente perfecta. “Elifaz pretende probar la doctrina de la retribución a partir de la experiencia de la vida como un axioma de la historia […] No tiene en cuenta la experiencia contraria de Job”.[5] También afirma que él ha sido “testigo” de esa realidad (8) y recurre sin dudarlo a la piedad popular que atesora ese aprendizaje de manera casi absoluta: “Los que siembran maldad, cosechan lo que siembran” (8b). Todas las culturas han producido refranes como éste. A trasmano Elifaz acusa indirectamente a Job de ser culpable e injusto. Pero incluso los lectores podrían/mos aportar testimonios de destinos azarosos, de personas que no se han sembrado, ni regado. “Esos imponderables llevan el calificativo de ‘mal’”.[6]

A continuación, Elifaz ofrece un sesgo teológico que se suma a la experiencia, pues es la propia divinidad la que interviene: “el aliento de Dios sopla sobre ellos, / y su enojo contra ellos los consume” (9). Es la mismísima ruáj, el soplo divino, su “espíritu” que viene sobre los malvados para consumirlos. En los vv. 10-11 aparecen rasgos de la sabiduría popular: con la figura del león y sus cachorros se ejemplifica la transición general que no necesariamente hereda la fuerza: “El segundo refrán (v. 11) abunda en el contenido del primero, aunque con un matiz peculiar: en el primero, el poderoso león no iba a tener una descendencia a su mismo nivel; en el segundo, sin embargo, muere, obligando a que los cachorros se dispersen hambrientos en busca del alimento que los mantenga con vida. En cualquiera de los dos casos, Elifaz está aplicando los refranes al propio Job”.[7] 

Conclusión

Al “abrir el fuego” en contra de Job, Elifaz pasó de la solidaridad silenciosa a la incomprensión militante. En su afán por afirmar la enseñanza dogmática tradicional incurrió en una espiral de acusaciones que se acumularán más adelante. Desde un principio, aparecen en germen las acusaciones que se irán desdoblando, lo cual lleva a plantearse, como lectores, preguntas inquietantes: “¿De qué lado nos ponemos nosotros? ¿Somos, como Job, conscientes de las inseguridades de la vida y andamos en busca de sentido ante los sinsentidos, o somos como los amigos, herméticamente seguros de nuestras verdades? Como auditorio debemos tomar en serio ambos lados, para descubrir dónde nos encontramos más ‘en casa’, conscientes de nuestra realidad, con sus prejuicios, intereses y máscaras. Así el libro de Job podrá ser realmente ‘palabra de Dios para mí’”.[8] Arriesguémonos a responder con honestidad y autocrítica.



[1] Eduardo Arens, “Job”, en Armando J. Levoratti, dir., Comentario bíblico latinoamericano. Antiguo Testamento. II. Estella, Verbo Divino,2007, p. 766.

[2] Julio Trebolle y Susana Pottecher, Job. Madrid, Trotta, 2011, p. 16, nota 22.

[3] L. Alonso Schökel y J.L. Sicre, Job. Comentario teológico y literario. 2ª ed. Madrid, Ediciones Cristiandad, 2002, p. 168.

[4] E. Arens, op. cit., p. 769.

[5] J. Trebolle y S. Pottecher, op. cit., p. 17, nota 24.

[6] Víctor Morla, Job 1-28. Bilbao, Desclée de Brouwer, 2007 (Comentarios a la Nueva Biblia de Jerusalén, 15A), p. 76.

[7] Ibid., p. 77.

[8] E. Arens, op. cit., p. 769.

Pacto y promesa: la Reforma Protestante ante la fe de Job (Job 12.1-16), Pbro. L. Cervantes-Ortiz

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