domingo, 30 de enero de 2022

La nueva Jerusalén: Dios en medio de su pueblo (Apocalipsis 21.9-27), 30 de enero de 2022


Gustavo Doré, La nueva Jerusalén

Pbro. Leopoldo Cervantes-Ortiz

 

Y me llevó en el Espíritu a un monte grande y alto, y me mostró la gran ciudad santa de Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios, teniendo la gloria de Dios. […] Y no vi en ella templo; porque el Señor Dios Todopoderoso es el templo de ella, y el Cordero.                                                                                                

Apocalipsis 21.10-11a, 22, RVC

 

Trasfondo

“E

l primer contacto con el Apocalipsis deja una impresión desconcertante. Por una parte, su lectura arrastra, ejerce un hechizo misterioso y el lector sintoniza en seguida con el escritor. […] Pero, por otra parte, se tiene un sentimiento de vértigo. Nos encontramos ante imágenes atrevidas y complicadas hasta lo inverosímil; asistimos a las sacudidas cósmicas más extrañas; seres angélicos o demoníacos, en las más variadas y asombrosas actitudes, desfilan continuamente ante nosotros disputándose el terreno en una batalla sin tregua. Se vislumbra un simbolismo, pero sin que resulte fácilmente aprensible”.[1] Uno de los símbolos más llamativos cerca del final del libro es la visión de la nueva Jerusalén, “la gran ciudad santa”, sede de los mayores acontecimientos en la historia del antiguo Israel e imagen misma del proyecto divino de restauración de todas las cosas. Muchas cosas se pueden decir sobre esta importante figura, tal como lo hace Ignacio Rojas, especialista español en el tema:

 

La polis [ciudad] es el lugar de la relación y del encuentro de los hombres, el lugar donde el grupo creyente establece sus vínculos sociales. La ciudad aparece en negativo y en positivo; Babilonia es la imagen de la ciudad anti‑Dios imprime sobre sus habitantes el universo simbólico opresor que les conduce a la muerte, mientras que Jerusalén es el lugar de la comunión de Dios con la humanidad y de todos los hombres entre sí. A este propósito conviene apuntar que la comunidad eclesial, simbolizada por la novia destinada a convertirse en esposa, tiene como horizonte último convertirse en ciudad, la Nueva Jerusalén, espacio social de comunión con Dios.[2]

 

Ya desde el v. 2b aparece la visión de la ciudad que desciende del cielo, “ataviada como una novia que se adorna para su esposo”. La metáfora de las bodas (19.7-9) preside una vez más el anuncio simbólico de lo que Dios va a hacer para transformar todas las cosas y seguir conduciendo los rumbos de la historia para sus propósitos. 

“Ven acá, voy a mostrarte a la novia, la esposa del Cordero” (9b)

“Dos temas fundamentales, que juegan como un contrapunto a través de toda la biblia, encuentran aquí su resolución en un único acorde: el del matrimonio y el del templo. Este último expresaba la aspiración de la humanidad a ver a Dios habitando en ella; y Dios, partiendo del símbolo material del templo de Jerusalén, le había hecho comprender que era su deseo habitar no en un lugar, sino en un pueblo”.[3] La introducción, especialmente solemne (21.9-10a) prepara la descripción minuciosa de la Jerusalén celestial. Sobre la base literaria de Oseas (2.19, 21), Isaías (44.6; 54; 61.10) y Ezequiel (16), se despliega “gradualmente la imagen de la nueva Jerusalén como esposa en un entramado deslumbrante de símbolos”:[4] Hay un símbolo elemental, la ciudad, que se ramifica en tres líneas simbólicas: a) la gloria de Dios ilumina la ciudad y constituye la atmósfera que se respira (21.10b-11); b) una muralla grande y alta (21.12a) la delimita y determina sus dimensiones; c) allí se abren 12 puertas (21.12b), que indican las 12 tribus de Israel por las cuales todo el mundo tiene acceso. A este simbolismo básico y a sus tres ramificaciones principales se añaden luego otros elementos: primero, la medición por parte del ángel (21.15-17); luego, el esplendor de las piedras preciosas y del oro (21,18-21); después, la falta de templo (21.22-27); el río del agua de la vida (22.1); y el árbol de la ciudad (22.2). El trono de Dios y del Cordero en la plaza de la ciudad concluirán esta síntesis perfectamente lograda (22.3-5).

La gloria de Dios (11: shekináh, doxa), inexplicable, se compara con el resplandor de las piedras preciosas. Las 12 puertas, orientadas hacia los cuatro puntos cardinales, como en la Jerusalén ideal de Ezequiel (48.30-35), indican la universalidad del pueblo de Dios en su concreción. La forma cúbica de la ciudad indica su perfección; las cifras expresan la plenitud alcanzada. “Medición, dimensión, formas, todo ello tiene un valor simbólico. No es posible reconstruirlas con la fantasía y trazar un cuadro de ellas: el lado del cubo mediría 550 km, las murallas tendrían un espesor —no se trata de altura— de 144 brazos, es decir, 62.36 metros”.[5] Todo, absolutamente todo, pertenece a la esfera divina. 

“Y no vi en ella templo; porque el Señor Dios Todopoderoso es el templo de ella, y el Cordero” (22)

“En la ciudad celestial que visita, Juan no se extraña de que no haya ningún templo (21.22): no se necesita realmente el símbolo, ya que la realidad está allí, Dios y el cordero son ya visibles y están para siempre presentes a los hombres”.[6] La ciudad santa, representación máxima de la recepción de la presencia divina, no necesita por ello de templo ante la plenitud de esa cercanía: “Templo no vi ninguno: no se necesita para nada un lugar privilegiado, sagrado, para el encuentro del hombre con Dios. Ese encuentro se lleva a cabo directamente y en todas partes, ya que ahora todo es sagrado: Dios y el Cordero lo son todo en todos. Tenemos aquí el punto de llegada de la ‘teología del templo’, que interesa a todo el Antiguo y el Nuevo Testamento. Dios aquí se convierte en un templo para el hombre”.[7] Esa ausencia de santuario “significará que, si ahora son los hombres los que construyen para Dios una casa en donde puedan encontrarse con él, entonces será Dios mismo el que se preocupe de reunirse con los hombres; ese encuentro con Dios tendrá lugar y será permanente en una convivencia transparente con Cristo mismo y con Dios (cf. 21.22-23). El mundo renovado significará un mundo totalmente del hombre y totalmente de Dios”.[8]

La ciudad simbólica recibe los beneficios absolutos de la presencia divina: la gloria de Dios la ilumina (¡la omnipresencia de la luz!) y el Cordero es su luminaria (23), y, siendo un punto de atracción universal, como en el pasado antiguo, “las naciones caminarán a la luz de ella, y los reyes de la tierra traerán a ella sus riquezas y su honra” (24b). Sus puertas jamás cerrarán de día y la noche no existirá (25). Finalmente, recibirá las riquezas de todo el mundo (26) y nada impuro entrará en ella sino únicamente quienes estén “inscritos en el libro de la vida del Cordero” (27), otro de los símbolos imperecederos del libro. Tanta bendición solamente es concebible por la anunciada renovación radical de todas las cosas. Ése es el horizonte de fe desde el cual debemos acercarnos a estos textos para fortalecer nuestra esperanza y acción.

 

Conclusión

 

En definitiva, la simbólica juega un papel esencial en el bagaje de creencias y prácticas de dichos grupos apocalípticos. Una simbólica proyectada hacia el futuro que obvia el presente.[9]

 

Ese paraíso no es ante todo un lugar, sino una comunión: las bodas eternas de Jesús con la humanidad. Ese paraíso es la única realidad que permanece, pero no nos hace evadirnos de nuestra historia. Al contrario, nos arraiga en ella, en la certeza de que se trata de nuestra ciudad terrena, que hemos de preparar para las bodas. Exigencia de compromiso en lo concreto de nuestra historia, codo a codo con todos los hombres que luchan para que no haya más gritos, ni lágrimas, ni guerras. Lo que pasa es que el creyente tendrá que ser más exigente, ya que, en la historia y para la historia, mira hacia un término que la desborda. Jamás podrá contentarse con resultados adquiridos, que no harán más que remitirle al trabajo por la construcción de aquella ciudad que tiene un destino todavía más hermoso.[10]



[1] Ugo Vanni, Apocalipsis. Una asamblea litúrgica interpreta la historia. Estella, Verbo Divino, 1989, pp. 11-12.

[2] Ignacio Rojas, Qué se sabe de… Los símbolos del Apocalipsis. Estella, Verbo Divino, 2013, pp. 121-122.

[3] Etienne Charpentier, “Siguiendo el Apocalipsis”, en Equipo Cahiers Evangile, El Apocalipsis. Estella, Verbo Divino, 1990 (Cuadernos bíblicos, 9), p. 33.

[4] U. Vanni, op. cit., p. 59.

[5] Ibid., pp. 59-60.

[6] E. Charpentier, op. cit., p. 33.

[7] U. Vanni, op. cit., p. 81.

[8] Ibid., p. 180.

[9] I. Rojas, op. cit., p. 223.

[10] E. Charpentier, op. cit., p. 34. Énfasis agregado.

domingo, 23 de enero de 2022

"Yo soy el Alfa y la Omega": en camino hacia un éxito asegurado (Apocalipsis 21.6-8), 23 de enero de 2022

Pbro. Samuel Gallegos González

 

Y me dijo: Hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Al que tuviere sed, yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida. El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo. Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda.”.                                                                                                   

Apocalipsis 21.6-8, RVR 1960

Trasfondo

En el capítulo 21, todo apunta al triunfo. Juan de Patmos nos acerca a una visión final triunfante, después de habernos conducido por un gran túnel oscuro, lleno de obstáculos, catástrofes cósmicas y luchas sangrientas, pero quiere que sus lectores, además de tener la certeza de la victoria, la sientan. Que el punto de luz que se veía a lo lejos, no es un foco moribundo, sino la ventana a un mundo nuevo. Y Juan de Patmos, nos llena los sentidos, con una ciudad celeste-terrena, maravillosa y nos hace, saber y sentir, que esa ciudad es nuestra, que fue hecha para nosotros, que nos espera y que allí estará Dios confirmando su morada en nosotros y afirmando que le pertenecemos.

Pero esto es solo una visión de lo que nos espera. El trayecto aún no termina. La oscuridad del túnel continúa. Todavía Dios tiene lágrimas que enjugar, porque la lucha contra las fuerzas de la oscuridad no ha terminado. Pero lo que Juan quiere que sepamos, es que los dolores, cuales quiera que estos sean, terminarán. Es verdad que el sufrimiento y los dolores continúan, porque aún falta que Dios sustituya el orden antiguo y viejo, por su nuevo orden, el cual está pensado para dar paz total al cosmos y a los seres humanos. Por eso Juan de Patmos, nos vuelve a decir, para que no lo apartemos de nuestra conciencia y de nuestra mirada, que quien ocupa el trono del poder es Dios, no algún emperador, por muy poderoso que parezca.

Y para que quede constancia, para que se pueda leer, para que quienes escuchen puedan ayudarse a entender lo que sucede, para que sepan la realidad detrás del aparente caos en que los sumerge el imperio, Dios, le pide a Juan de Patmos, que escriba lo que él dice, como ya se lo ha pedido otras veces (1.19; 2.1, 8, 12 , 18; 3.1, 7, 14; 14.13; 19.9) y le confirma que su palabra es confiable y verdadera. Así que son palabras dignas de repetirse, dignas de comunicarse, dignas de tomarse en serio, dignas de tener en mente para interpretar la realidad, dignas de aferrarse a ellas contra toda evidencia, porque lo que está por venir, está en proceso, pero es seguro, y estas palabras son la garantía de que los seguidores del Cordero no tienen por qué preocuparse del resultado final. La historia está siendo conducida por el poder divino, a pesar de que sean tan mortales los encontronazos de los seguidores del Cordero, con las fuerzas oscuras del poder humano. Por eso dice: 

“Hecho está” (6a)

O “han sido ejecutadas”, como podría traducirse por ser el verbo griego perfecto, activo, indicativo. No nos extraña. Lo dice quien está sentado en el trono. Nosotros desde acá abajo solo vivimos el proceso. Pero Dios, sentado en su trono, es quien conduce la historia con poder y es Dios quien tiene la vista total y panorámica de la historia y es él quien tiene el poder para conducirla hacia un nuevo orden justo y nos asegura que ya ha sido hecho. No como una satisfacción del trabajo terminado, sino como una constatación segura y confiable. Porque quien está en el inicio y en el final del desarrollo de la historia humana, es Dios. Por eso dice: 

“Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin” (6b)

Dios es el que está a cargo de cada etapa del proceso, hasta llegar al nuevo orden justo. Quien hace que la beta, la gama, la delta, la épsilon, de la dseta, y cada letra del abecedario de la historia, sea ejecutada, es Dios. Esta expresión, nos remite a la dicha en Isaías 44.6: “Así dice Jehová Rey de Israel, y su Redentor, Jehová de los ejércitos: Yo soy el primero, y yo soy el postrero, y fuera de mí no hay Dios”. Esto se lo dice a un pueblo de Israel, que vive el exilio en Babilonia para animarlo y hacerles saber, que Dios los cuidará y que no debe tener miedo. En Isaías 48.12, se repite: “Yo mismo, yo el primero, yo también el postrero”, pero esta vez, lo dice Dios, después de anunciar a su pueblo que hará por ellos cosas grandes, nuevas y ocultas que nunca habían visto.

Desde mi punto de vista, Alfa y Omega y todos los términos relacionados (principio y fin, primero y postrero o primero y ultimo), se refieren al tiempo, significado y realización de la intervención divina en la historia humana. Están dichas en contextos, en el que el pueblo de Dios, pasa por adversidades y es una frase para expresar que Dios los acompaña desde el inicio de la historia y hasta el final pleno, pero también desde el inicio y hasta el final de un trayecto adverso en particular. Así, podemos decir que esta acción divina no solo es para el principio y el final ni se refiere solo a la creación y la consumación del tiempo, sino es una acción para el presente en su constante devenir, porque quien se hace cargo de la dirección de la historia, es “el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso (Apocalipsis 1:8).[1] Así que Dios, que está de principio a fin con su pueblo, nos dice: 

“Al que tuviere sed, yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida.” (6c)

Esta frase me lleva a pensar en que aún hay camino que recorrer para llegar a la omega. Es decir, aún falta que la vida, la historia, lo que está ya hecho, sea pleno y definitivo. Así que todavía sentiremos sed. Y qué bueno, porque significa que estamos vivos y que queremos vivir. A mí la frase me remite al desierto. Me hace recordar ese pasaje de Éxodo 17:1-7, donde el pueblo hebreo llega a Refidim y no encuentra agua y sienten que se mueren de sed y se enojan contra Dios y contra Moisés. Para colmo Dios, no les da el agua inmediatamente. Los hace caminar de Refidim a Horeb, que no es una distancia corta, y es allí donde por medio de Moisés, golpeando una roca, les da agua.

Seguimos caminando por la vida, que a veces puede sentirse desértica, y mientras sigamos sintiendo sed, todo está bien. Pero a diferencia del pueblo hebreo, la fuente de agua de vida, la roca golpeada para que brote el agua, camina con nosotros. No tendremos que desplazarnos a ningún lugar para obtener el agua de vida. Y además es gratis. Como no recordar las palabras del profeta Isaías (55:1): A todos los sedientos: Venid á las aguas; y los que no tienen dinero, venid, comprad, y comed. Venid, comprad, sin dinero y sin precio, vino y leche.

Juan de Patmos, escribe a creyentes víctimas de un imperio opresor y criminal, que puede despertar sed de varias índoles, hasta sed de venganza. Son palabras que nos remiten también a las dichas por Jesús en Juan 7:37-38: Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba el que crea en mí; como dice la Escritura: de su seno correrán ríos de agua viva. Y aclara el evangelista, que se refiere al Espíritu, es decir, a la fuerza y orientación de vida como modo de pensar, hacer y sentir de Jesús. La fuente de agua de vida de Jesús, se vuelve ríos de agua viva en nosotros. No es sed de venganza contra el imperio. Es sed de justicia que será saciada y que es también agua viva dentro de nosotros operando ya. Es agua de vida que necesitamos beber, porque aún hay batallas que librar. Por eso dice: 

“El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo.” (7)

A mí esta frase me hace pensar, en que el agua de vida es gratis, pero no nos exime de la batalla, ni de una posible derrota. Vencer, es un tema importante en Apocalipsis, que tiene un énfasis significativo en los capítulos 2 y 3 (2:7, 11, 17, 26; 3:5, 12, 21). Dios llama a las 7 iglesias a vencer. Y en este versículo 7, se nos dice que el que venciere, heredará estas cosas, como dice el griego (tauta), y estas cosas, puede ser una lista larga, pero en este capítulo 21, podemos decir que alude al nuevo orden de Dios, en donde el mar no existe más (21:1); donde la muerte no existe más (21:4 ), donde no se llora más, ni se grita de dolor por sufrimiento (21:4), donde la nueva creación vence al caos y donde la justicia reina en una ciudad resplandeciente, que se levanta majestuosa bajo un cielo nuevo y está asentada en una tierra nueva.

Aún más, Dios dice que esa relación que ha tenido con su pueblo a lo largo de la historia, será definitiva. Si bien ser pueblo de Dios y ser su hijo, es una convicción real en el creyente hoy, en el final de la historia se vuelve una realidad absoluta, para quien triunfa sobre las vicisitudes de la vida, con fe. Desde el versículo 3, de este capítulo 21, la voz del cielo que le habla a Juan de Patmos, le ha hecho saber que Dios morará con los seres humanos y que ellos serán su pueblo y que Dios será su Dios. Es una afirmación más bien, general. Pero en este versículo 7, se sugiere que ese pueblo, está formado por vencedores, y Dios manifiesta una cercanía filial definitiva con los vencedores, y quien vence, es su hijo y lo dice ahora de modo particular, hablando de cada uno.

Más allá de que este texto nos remita al pacto de Dios con su pueblo en el Antiguo Testamento, como dicen algunos comentaristas, este hablar de la filiación de Dios en lo general y en lo particular, me hace pensar en la relación del pueblo entre sí, como grupo que lucha codo a codo por mantenerse fiel, y cómo esto incide en la victoria de cada uno en particular. Se trata de vencer juntos, ayudándose entre todos, pero se trata de estar unido todos juntos y cada uno, a Dios. Se trata de que cada miembro del pueblo se sienta unido a la comunidad y apoyado por ella y que la comunidad se preocupe por cada individuo, para que logre la victoria. Yo diría que no existen creyentes anónimos en el pueblo de Dios, que no hay individualismos en la fe, como para pensar en una victoria personal. 

Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda (8)

En el versículo 8, hay un breve catálogo de pecados, que deja claro cuales conductas no se admiten en el orden de Dios y deja claro que quienes las practican, están contra el orden definitivo y justo de su reino. Y a los primeros que se señalan es a los cobardes. Claro, porque los cobardes por definición en el Apocalipsis son los que se han dejado vencer ya por el miedo a ponerse de lado de la verdad y la justicia, que son principios distintivos de Dios y de su reinado. Luego se menciona a los que no le han creído a Dios ni a Jesucristo y por lo tanto no tienen su manera fiel de pensar y no son capaces de lealtad a Dios en medio de la confusión y la opresión malvada del imperio. Le siguen los repugnantes, es decir, los que hacen cosas sucias y ensucian a los demás. Continua con los que no se tientan el corazón para matar a quien se les oponga en conseguir lo que quieren. En seguida se enlista a los usan a las personas y abusan de ellas sexualmente, seguidos por los que usan y abusan de las personas emocional y psicológicamente, como los espiritistas, magos, astrólogos, brujos y todos los practicantes de artes ocultas. Casi para cerrar la lista, están que rinden culto a objetivos e ideas que no tienen que ver con la verdad ni la justicia de Dios y, finalmente, los que engañan y manipulan la verdad para conseguir sus fines.

La lista cierra diciendo que toda esta gente, tendrá su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda. Muchas cosas se dicen sobre el lago de fuego y azufre dentro del cristianismo. Una de las más antiguas la tenemos en el Apocalipsis de Pedro, aproximadamente del 135 d. C., que lo describe con “peñascos, desfiladeros, pozos y lagos flamígeros, con unos pocos árboles que sirven de horcas, todo envuelto en llamas, pero también dentro de una profunda oscuridad. Ángeles atormentadores se ocupan de castigar a los condenados con varillas y látigos incandescentes. La lista de tormentos es extensa y su descripción adopta un tono sádico y violento. Los blasfemos cuelgan de sus lenguas y se aplican hierros candentes sobre sus ojos; los idólatras bullen en el metal fundido de sus ídolos, los adúlteros son sumergidos en piletas ardientes y aguas fecales. Los asesinos, ubicados en desfiladeros ígneos y acosados por bestias venenosas y gusanos”.[2]

El Apocalipsis de Juan no llega a tanto. Yo lo diría de modo sencillo también: los que traicionan a Dios y a su reinado, mueren dos veces.

 

Conclusión

Una realidad nueva e insospechada, espera el creyente. Es un mundo salvífico, que Dios mismo afirma que ya está terminado. Y él ha estado, en el principio, está ahora y estará hasta el final. Pero mientras llegamos, la lucha en esta vida continúa, la travesía tiene que realizarse. Los cristianos que, siendo perseguidos, combatidos, muertos por oponerse a las fuerzas oscuras de los imperios humanos, salgan victoriosos por ser fieles a Dios, recibirán por herencia los nuevos cielos y la nueva tierra y experimentarán en absoluta plenitud, sin restricción, lo que es ser hijo de Dios. Sabrán qué es vivir sin llanto y sin muerte, en luz y alegría. Entre tanto, hemos de vivir con sed de Dios y hemos de beber del agua de vida que es Jesucristo, para serle fiel, para evitar caer en cualquier conducta destructiva, contraria y traicionera al reinado de Dios y para no tener que morir dos veces.



[1] Nelson, Wilton M., y Juan Rojas Mayo. Nuevo diccionario ilustrado de la Biblia. Nashville, Caribe, 1998.

[2] Gómez, Nora M.. (2010). Imágenes del castigo divino en un Beato regio. Cuadernos de historia de España, 84, 7-155. Recuperado en 20 de enero de 2022, de www.scielo.org.ar/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0325-11952010000100002&lng=es&tlng=es.

domingo, 16 de enero de 2022

Dios hace nuevas todas las cosas con su poder recreador (Apocalipsis 21.5), 16 de enero de 2022



Pbro. Leopoldo Cervantes-Ortiz


El que estaba sentado en el trono dijo: “Mira, yo hago nuevas todas las cosas”. Y me dijo: “Escribe, porque estas palabras son fieles y verdaderas”.                                                                     Apocalipsis 21.5, RVC

Trasfondo

L

a expectación que produce la visión de Juan a medida que se acerca el final del libro se acrecienta por el enorme suspenso creado por las palabras enigmáticas, pero profundamente esperanzadoras que escucha el vidente. A medida que avanzaba su comprensión simbólica de lo que Dios está haciendo en el mundo para revertir la presencia del mal, la injusticia y la muerte, la luminosidad del mensaje cristiano de resistencia espiritual adquirió una fuerza inusitada para sostener la fe de un pueblo perseguido y siempre al borde del martirio. La afirmación de que se superarían los aspectos negativos de la realidad para dar paso a la nueva acción recreadora de Dios se establece como razón de ser de la esperanza. Las características de la visión se ajustan muy bien a la definición de la literatura apocalíptica:

 

Un apocalipsis es un tipo de literatura de revelación que, en un marco narrativo, presenta una revelación transmitida por un ser celeste a un destinatario humano y que desvela una realidad trascendente, a la vez de orden temporal, en la medida en que concierne a la salvación escatológica, y de orden espacial, por tanto, que implica otro mundo, el mundo sobrenatural. [Semejante revelación] tiene como finalidad interpretar las circunstancias presentes y terrenas a la luz del mundo sobrenatural y futuro e influir a la vez en la comprensión y el comportamiento de los destinatarios por medio de la autoridad divina.[1]

 

El trasfondo de los textos antiguos es sumamente importante: “Juan emplea imágenes, tradiciones y símbolos del Antiguo Testamento que describían la restauración de Jerusalén después del exilio, pero que ya fueron reinterpretados en el sentido de los tiempos escatológicos, en los que una nueva Jerusalén y un Templo purificado serían dados por Dios a Israel. En 21.1-8, la fuente principal es Is 65.16b-19 (nueva creación, nuevo Templo, Jerusalén escatológica), pero igualmente Is 25.8 (ya no hay muerte ni lágrimas), así como Lv 26.11 (la tienda de Dios con los hombres)”. 

“Mira, yo hago nuevas todas las cosas” (5a)

El que estaba sentado en el trono no era el emperador romano. El recurso expresivo utilizado (que también proviene del AT: Is 6.1; Ez 1.26; Sal 47.8)[2] demuestra una sólida teología política que es capaz de ver más allá de las apariencias, con una mirada tenaz que se centra en la realidad absoluta sobre el origen del poder. “El trono reaparece en 22.1, 3 como la fuente de vida y el centro del culto de la comunidad, uniendo estrechamente toda la visión culminante”.[3] Sin decir el nombre de Dios propone una alternativa radical a los poderes del momento: el que verdaderamente manda es. Dios, el Padre de Jesús, del Cordero, y que es quien verdaderamente domina todo. Él habla e invita al vidente a mirar, a " abrir los ojos", a ver la realidad de otra manera. A todo lo escuchado y observado anteriormente, ahora se agrega que el verdadero Señor de todo anuncia una nueva creación absoluta, completamente renovada. Su capacidad creadora, poética (pues ése es el verbo utilizado en el texto original, poío), es puesta en marcha una vez más, en medio de circunstancias por demás extremas. La invitación es a mirar a Dios mientras ejerce su poder creador a fin de superar lo que estaba sucediendo. De tal dimensión era esto que Dios debe intervenir con todo el peso de su potencia creadora para solucionar la gran problemática humana y cósmica. “A través de su integración en el marco de Isa. 65.17-20, la promesa articulada en Is 43.19 escala a proporciones cósmicas. […] El efecto de esta asociación es que la alusión a Is 43.19 proporciona un nuevo contexto de éxodo para el escenario escatológico final en 21.1-5a”.[4]

Dios siempre introduce lo nuevo como parte de sus planes para atender la gravedad de la situación. Toda alusión a la novedad, a la recreación de todas las cosas representa o alude a la venida de su Reino pleno de bondades y satisfacciones para la humanidad y la creación. Dios, desde su más insondable eternidad, se presenta como quien se identifica con lo nuevo, con lo que va más allá, siempre en la vanguardia de la vida y del tiempo. “Esto nuevo es enteramente de Dios. El hombre no participa en ello ni lo contempla en su formación; lo recibe”.[5] 

“Escribe, porque estas palabras son fieles y verdaderas” (5b)

Ese ser dominador y portentoso es quien ordena al vidente que escriba, esto es, que registre, que haga inteligibles todas estas cosas (órdenes similares aparecen en 1.19; 2.1, 8.12, 18; 3.1, 7, 14; 14.13; 19.9), que las comparta con los destinatarios obligados de este mensaje, pues las palabras en cuestión son "fieles y verdaderas", es decir, que se cumplirán plenamente y que ya son una realidad para quien asuma este mensaje como genuino y confiable. A la invitación a mirar (que se repite varias veces en el libro) le sigue la orden de escribir, de desarrollar una labor comunicativa expresamente dirigida a explicar, a interpretar los tiempos y las acciones divinas: lo que está por venir, pero también lo que está transcurriendo delante de sus ojos de fe como parte del pueblo de Dios. Transmitir lo visto y oído es parte del mensaje mismo, puesto que la cadena revelatoria se va desplegando progresivamente para tener un panorama completo y cumplido de la historia de salvación en marcha: “…el mandato de escribir en 21.5b sugiere que la ‘composición está escrita por mandato divino y por esa razón constituye un libro profético’”.[6]

Las palabras fieles y verdaderas, dignas de confianza y aceptación, funden los tiempos y las sazones del proyecto escatológico de Dios por encima de los avatares cotidianos y de los proyectos humanos ligados al poder político y material: “Estos dos adjetivos individualmente se aplican a Cristo en 1.5 (‘fiel’) y 3.7 (‘verdadero’), describen a Dios en 6.10 (‘verdadero’) y sus juicios en 15.3 (‘verdaderos’) y 16.7 (‘verdaderos’), y garantizan el contenido de lo dicho en 19.9b (‘verdadero’). Además, las dos palabras aparecen en otra parte en 3.14 y 19.11 para describir a Cristo, y en 22.6 para garantizar las palabras de todo el libro”.[7] Cada evento que le da cauce a la salvación final es como una instantánea que se va proyectando, una y otra vez, para hacer saber a los seguidores del Cordero que la historia está completamente bajo la conducción divina a pesar de los episodios mortíferos en que los adversarios de Dios parecen obtener la victoria.

Los villanos del relato, como se verá más adelante, no tienen la capacidad de controlar lo que acontece, pues son actores de un drama en el que no impondrán sus condiciones ni sus propósitos. Por todo ello, llegar hasta este punto en el Apocalipsis permite verificar cómo se cumplen los designios divinos cuya intención es hacer sentir la supremacía de Dios y de su Ungido a través de la experiencia de fe de su pueblo.

 

Conclusión


El nuevo orden cósmico indica un nuevo orden de realidad y de recreación anunciada, y culmina en el establecimiento de nuevas relaciones de los seres humanos con Dios, de unos con otros, entre ellos, con los otros seres creados y con el medio ambiente. Esa perspectiva apocalíptica, al presentar el deseo de un mundo de justicia, el cual fue creado por Dios que lo mantiene incorrupto consigo, como en la primera creación, se transforma en una respuesta a la situación en la cual se encontraba la comunidad.[8]



[1] John J. Collins, cit. por Elian Cuvilier, Los apocalipsis del Nuevo Testamento. Estella,Verbo Divino, 2002 (Cuadernos bíblicos, 110), p. 6.

[2] David Mathewson, A New Heaven and a New Earth The meaning and function of the Old Testament in Revelation 21.1–22.5. Londres-Nueva York, Sheffield Academic Press, 2003, p. 60.

[3] Ibid., p. 61.

[4] Ibid., pp. 62, 63.

[5] E. Cuvilier, op. cit., pp. 55-56.

[6] D. Mathewson, op.cit., p. 74. Cita a David Aune, Prophecy, p. 331.

[7] Ibid., p. 75.

[8] José Adriano Filho, “Caos y recreación del cosmos. Una percepción del Apocalipsis de Juan”, en RIBLA, núm. 34, 1999, p. 111.

domingo, 9 de enero de 2022

“…Porque las primeras cosas pasaron”: la utopía divina en acción (Apocalipsis 21.4), 9 de enero de 2022

Pat Wagner, Apocalipsis 21.3

Pbro. Leopoldo Cervantes-Ortiz

Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron.                                                              Apocalipsis 21.4, RVC

Trasfondo

L

a actualidad permanente del Apocalipsis es indiscutible. Hay espacios eclesiales en donde se practica una lectura muy fundamentalista que lo interpreta al pie de la letra y se extraen conclusiones sumamente catastrofistas. Otros lo leen desde el punto de vista esotérico y mezclan ideas y creencias muchas veces incompatibles, bastante arbitrarias, que no respetan sus simbolismos y el lenguaje cifrado que lo caracteriza. Ello produce temor y hasta se traiciona su finalidad original, que es proporcionar esperanza a los que sufren. Su fuerza es ambigua: es capaz de dar vida y también de quitarla. “Por eso, necesitamos tener una profunda experiencia de Jesucristo y hacer una lectura atenta para entender el Apocalipsis y descubrirlo como un libro lleno de esperanza, que nos corre el velo de la historia y nos indica el camino a la salvación”.[1] Tres claves nos pueden ayudar a descubrir el sentido esperanzador del libro: a) la histórica (cómo estaban las cosas en aquel tiempo); b) la simbólica (significado de 21 imágenes que aparecen en el libro); y la teológica (experiencia de Dios, Jesús y la Iglesia). Ap 21.1-8 culmina y contrasta con los eventos escatológicos de los capítulos anteriores, y tiene relación con 21.9-22.9 por su contenido y uso de imágenes. “Una voz del trono proclama que Dios está viviendo entre su pueblo e introduce la proposición de la alianza (21.2). La aflicción y el tormento ya no existen y las primeras cosas pasaron (21.4), el agua de la vida es ofrecida al sediento, y se hace una promesa de reconocimiento como hijo al vencedor (21.7)”.[2] 

Dios se opone a toda forma de sufrimiento (4a)

 

El Apocalipsis de Juan presenta un mensaje que trata básicamente de la ejecución de la justicia de Dios en la historia, realizada principalmente por medio de tres series de juicios escatológicos. Estos juicios consisten en ciclos de plagas (siete sellos, siete trompetas y siete copas) […]. Los dos primeros ciclos son parciales, pero el último, el de las copas, no. Las plagas de las copas siendo una por una radicales, completan lo que no fue alcanzado en las dos primeras. En el ciclo de las copas, el juicio de Dios alcanza su clímax con el juicio de Babilonia y de todos los enemigos escatológicos. […]

…a la descripción de la nueva creación (21.1-22.9), que culmina y contrasta con los eventos escatológicos anteriores y abre un nuevo horizonte: el futuro está abierto gracias al juicio justo de Dios sobre todos los enemigos escatológicos. La nueva creación abre a las comunidades a otra perspectiva[3]

 

Al anuncio de los nuevos cielos y la nueva tierra le sigue inmediatamente un anuncio de inaudita ternura y compasión: “Lo que el Apocalipsis muestra (es una visión) no es la totalidad de la historia, ni siquiera la acción clausuradora del juicio de Dios sobre la historia, sino el amor de Dios y su voluntad redentora”.[4] La primera acción de Dios en el establecimiento de la Nueva Jerusalén es “enjugar lágrimas del rostro de los sufrientes, consolándolos con la certeza del fin de sus dolores (21.4)”. Resulta difícil imaginar una figura más maternal y compasiva que ésa. Se trata de superar, mediante una actuación directa de Dios, el sufrimiento humano en todas sus manifestaciones, especialmente el causado por la obediencia a la fe en el Cordero sacrificado de Dios, una de las imágenes cristológicas más socorridas de todo el libro. Se eliminan la muerte, el llanto, el clamor y el dolor, las experiencias humanas más desgarradoras. 

“…porque las primeras cosas pasaron” (4b)

La referencia a las cosas y experiencias pasadas no es gratuita, pues el objetivo es sustituir completamente lo antiguo y demostrar su obsolescencia. El viejo orden es sustituido por el gobierno divino que no puede dejar de ofrecer un bienestar humano y cósmico absoluto. La superación de los viejos poderes viene a constituir la realización de la utopía divina: “Esa perspectiva apocalíptica, al presentar el deseo de un mundo de justicia, el cual fue creado por Dios que lo mantiene incorrupto consigo, como en la primera creación, se transforma en una respuesta a la situación en la cual se encontraba la comunidad. Sucede la destrucción cósmica. El viejo orden pasa y el mar, que representa las fuerzas míticas del caos —la bestia surge del mar—, ya no existe más: la victoria final requiere la eliminación del mar como símbolo del caos y la destrucción, origen de la oposición a Dios”.[5]

Los tiempos pasados aluden a experiencias poco amables, negativas en su mayoría, pues, tal como lo presagió el libro de Isaías, el pueblo de Dios estaba urgido de atravesar por nuevos horizontes según el designio divino. La nueva situación hace que se ponga a un lado todo el mal transcurrido y que ha dejado tristes recuerdos en la memoria. Ir más allá de lo antiguo es una capacidad que transmite Dios a los seguidores/as de Jesús para vislumbrar su futuro siempre lleno de promesas bienhechoras. La ternura del Señor se muestra en toda su plenitud: “Esta imagen de Dios, la de su paciente cariño de madre o de abuelo que sienta sobre sus rodillas al niño lastimado para consolarlo, restañarle sus heridas, alentarlo a la alegría, es la imagen que perdura, la que nos ofrece el Apocalipsis como la imagen final del Dios triunfante. Sin corte burocrática ni séquito de elegidos, Dios se pasea entre su pueblo, al que ha redimido y consolado”.[6]

 

Conclusión

 

Hay una apuesta a la fidelidad de Dios que promete y persiste en la continuidad de las esperanzas, en la certeza de su intervención y en la expectativa de la destrucción de la historia de desgracias. La nueva creación ocurre solamente después de la destrucción cósmica, una destrucción que se volvió necesaria pues el orden se transformó en desorden en la experiencia de vida de las comunidades. Como en la primera creación el poder del caos necesita ser sometido para que la nueva creación sea establecida. Este modo de decir reafirma en las comunidades la certeza de la victoria final sobre el caos, que no sólo cumple sino que también sobrepasa el primer orden de cosas. Por esta razón es que, siguiendo la batalla final, el surgimiento del nuevo orden representa la restauración y confirmación del nuevo orden.[7]



[1] El Apocalipsis: la fuerza de los símbolos. Quito, Centro Bíblico Verbo Divino, s.f., p. 3.

[2] José Adriano Filho, “El Apocalipsis de Juan como relato de una experiencia visionaria. Anotaciones sobre la estructura del libro”, en RIBLA; núm. 56, 1999, p. 23.

[3] Ídem, “Caos y recreación del cosmos. Una percepción del Apocalipsis de Juan”, en RIBLA, núm. 56, pp. 94-95, 105.

[4] Néstor O. Míguez, “Juan de Patmos, el visionario y su visión”, en RIBLA, núm. 56, p. 40. Énfasis agregado.

[5] J.A. Filho, “Caos y recreación…”, p. 111.

[6] N.O. Míguez, Juan de Patmos, el visionario y su visión. Una aproximación al Apocalipsis, su autor y sus imágenes. Buenos Aires, La Aurora, 2019, p. 202.

[7] J.A. Filho, “Caos y recreación…”, p. 111.

La paz, el amor y la fe en Dios (Efesios 6.21-24), Pbro. Dr. Mariano Ávila Arteaga

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