viernes, 29 de julio de 2022

"Él los guiará a toda la verdad" (Juan 16.1-6), Pbro. Leopoldo Cervantes-Ortiz

31 de julio, 2022

Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él los guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oiga, y les hará saber las cosas que habrán de venir.

Juan 16.13, Reina-Valera Contemporánea

 

Trasfondo

Ahora que se puso de moda el uso de la llamada “posverdad” como una forma de enmascarar u oscurecer la verdad de la vida pública, es bueno recordar que ya existe una definición aprobada por la Academia de la Lengua Española que dice como sigue: “Distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales. Los demagogos son maestros de la posverdad”.[1] Otra forma de definirla es: “Cuando la mentira es la verdad”, porque, según se explica: “No importa lo que sea, ni que implique elementos éticamente delicados. Lo que importa es que una mayoría así lo crea, más allá de sus argumentaciones”.[2] Y es que verdad es una de las palabras más socorridas en el Cuarto Evangelio (aletheia y sus derivados aparece 47 veces), por lo que, al llegar al cap. 16 y ver la forma en que el Señor Jesús calificó al Espíritu como “Espíritu de verdad” representa un momento fundamental en su discurso de despedida de los discípulos.

 

…la verdad, desde el punto de vista del que la conoce, se identifica con la experiencia de vida que produce en él el Espíritu (principio de vida) recibido de Jesús, en cuanto esa experiencia es consciente y de algún modo formulable (8.32). Ella descubre al hombre la verdad sobre Dios, al que conoce como al Padre que lo ama sin límite, y la verdad sobre sí mismo, comprendiendo la meta a que lo llama el proyecto de su amor, realizado en Jesús. Tal es la iluminación que produce conocer la verdad.[3] 

El Espíritu que infunde el Señor es “el Espíritu de la verdad” (15.26; cf. 14.17; 16.13; 20.22) o “de la lealtad”, el amor leal, según permite la doble acepción del término aletheia (cf. 4.23.24). Asimismo, la verdad se identifica con el amor, pues produce la experiencia de vida que ilumina al ser humano en el hecho de ser recibido de Jesús, y transmitir lo que de él procede (16.14). La verdad identifica con Jesús, quien en sí mismo es la Verdad (14.20).

 

“…si no me voy, el Consolador no vendrá a ustedes; pero si me voy, yo se lo enviaré” (16.1-7)

En Juan 16.1-4 reaparece el tema del odio del mundo a los discípulos, lo que trasluce la forma en que serían tratados por la Sinagoga. Esta fue la situación que corresponde a la década de los años 80 y 90, en la que se expulsó a quienes confesaron a Jesús como Mesías. Para Juan, la sinagoga representaba al mundo que se oponía al Padre: “No nos han reconocido ni al Padre ni a mí” (16.3). La sección sigue a la mención del Paráclito y se refiere a la manera específica de persecución que trataría de impedir que los cristianos dieran voz al testimonio del Paráclito. “Por dos veces (vv. 1, 4a) explica Jesús en estos versículos finales las razones que tiene para hablar a los discípulos acerca de la persecución futura. Es para impedir que su fe se venga abajo (‘escándalo’). Este tema del escándalo aparece en las palabras pronunciadas por Jesús durante la Última Cena en Mr 14.27 (Mt 26,31) cuando predice que todos ellos fallarán (‘se escandalizarán’) al verle perseguido. (Juan presenta aquí el tema del escándalo, pero el fallo de los discípulos no aparecerá hasta 16.32.)”.[4]

Jesús pasa a anunciar que volverá “al que me envió” (16.5a) y los discípulos no preguntaron dónde es eso (16.5b). Inmediatamente plantea la conveniencia de su partida para asegurar la venida del Paráclito (7b). “Ciertamente, en la mente del autor, la aplicación de las sentencias tradicionales de Jesús sobre la persecución al enfrentamiento polémico entre Iglesia y Sinagoga que se produjo a finales de siglo es obra del Paráclito, ya que el Espíritu recuerda de manera viva y adapta la tradición de las palabras de Jesús a cada contexto existencial. En su ‘os lo dejo dicho’, Jesús habla de nuevo a cada generación a través del Paráclito, que es ahora su presencia misma en medio de los hombres”.[5]

 

“Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él los guiará a toda la verdad” (16.8-16)

La conveniencia de la partida de Jesús, de manera contradictoria, estribaba en que, gracias a ella, vendría el Paráclito y que, gracias a él, los discípulos podrían comprender plenamente el proyecto del Señor. El mundo, dicho en general, pero enfáticamente, no podía aceptar al Paráclito porque ni lo veía ni lo reconocía: “En el cap. 16 se pone en claro que esta incapacidad para ver al Paráclito no es fruto de una indiferencia, sino de una hostilidad; la misma hostilidad que marcó las relaciones del mundo con Jesús”.[6] La presencia del Paráclito en el mundo tendría un fuerte impacto: “convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio” (8b). “Se trata de una revisión del juicio a que fue sometido Jesús, en que el Paráclito hará brillar la verdad para que los discípulos la contemplen. Su efecto sobre el mundo consiste en que los discípulos, convencidos por actuación del Paráclito de la victoria de Jesús en ese juicio, marchan a dar testimonio (15.27) y de ese modo desafían al mundo con su interpretación del juicio”.[7]

Llegamos entonces al v. 13 y al tema del Paráclito como guía de los discípulos hacia la verdad plena, es decir, la comprensión del mensaje de Jesús, con todo y su trasfondo del Antiguo Testamento. Pero, además, “la orientación del Paráclito por el camino de la verdad plena implica algo más que un conocimiento profundo del mensaje salvífico, ya que lleva consigo un estilo de vida en conformidad con la enseñanza de Jesús”.[8] El Espíritu permitirá el acceso pleno a la verdad del Señor a través de la interpretación profética; no se trata de nuevas revelaciones sino de comprender a cabalidad el propósito y el plan suyo sin olvidar el elemento apocalíptico, aun cuando se trataba, sobre todo, de profundizar en las enseñanzas del Maestro: “La mejor preparación cristiana para el porvenir no es una previsión exacta del futuro, sino un conocimiento profundo de lo que Jesús significa para cada época”.[9] Así, el Espíritu completará la obra de “glorificar” al Señor Jesús (14a) y compartir lo suyo a la comunidad (14b). Él tomará de lo suyo y lo dará a conocer a sus discípulos (15).

Conclusión

“El Paráclito, igual que el mismo Jesús, actúa como emisario del Padre. Al declarar o interpretar lo que se refiere a Jesús, el Paráclito manifiesta en definitiva al Padre, puesto que el Padre y Jesús poseen todas las cosas en común”.[10] La verdad del Señor Jesús se impondrá y manifestará en el mundo gracias a la acción del Paráclito. El triunfo y el predominio de la verdad es una de las grandes aspiraciones de la fe cristiana como parte de la proyección del Reino de Dios para todas las formas de existencia.



[1] Juan Mateos y Juan Barreto, “Verdad”, en Vocabulario teológico del evangelio de Juan. Madrid, Ediciones Cristiandad, 1988, p. 291.

[2] Nicolás Panotto, “Fe, política y democracia en tiempos de posverdad”, conferencia en el Centro Martin Luther King, La Habana, 12 de julio de 2018, p. 1, www.academia.edu/37082231/Fe_politica_y_democracia_en_tiempos_de_posverdad_ Panotto_pdf.

[3] J. Mateos y J. Barreto, op. cit., p. .

[4] Raymond Brown, El evangelio según Juan. XIII-XXI. Madrid, Ediciones Cristiandad, 2000, p. 1047.

[5] Ibid., pp. 1048-1049.

[6] Ibid., p. 1061.

[7] Ibid., p. 1062.

[8] Ibid., p. 1066.

[9] Ibid., p. 1067.

[10] Ibid., p. 1068.

domingo, 24 de julio de 2022

“Él dará testimonio acerca de mí, y ustedes también darán testimonio” (Juan 15.20-27), Pbro. Leopoldo Cervantes-Ortiz



Tiziano, El descenso del Espíritu Santo (1545)

24 de julio, 2022

 

...él dará testimonio acerca de mí. Y ustedes también darán testimonio, porque han estado conmigo desde el principio.

Juan 15.26b-27, Reina-Valera Contemporánea

 

Trasfondo

 

La palabra marturései indica que el Espíritu es el poder de la proclamación en la comunidad y esto es plenamente establecido por la yuxtaposición del testimonio de los discípulos y el del Espíritu: ai jumeis dé martureite (v.- 27). Porque el testimonio de los discípulos no es algo secundario, paralelo al testimonio del Espíritu. ¿De qué otra manera podría, por ejemplo, el Paráclito, elegxei, tal como se describe en 16.8-11, ser cumplido en la proclamación de la comunidad? […] Puede que no confíen en el Espíritu, como si no tuvieran responsabilidad o necesidad de decisión; pero pueden y deben confiar en el Espíritu. Así, la peculiar dualidad, que existe en la obra del mismo Jesús, se repite en la predicación de la Iglesia: él da testimonio, y el Padre da testimonio (8.18).[1] 

La realidad y exigencia del testimonio cristiano no podía fundamentarse más que en la acción del Espíritu, el Paráclito, la compañía permanente de la comunidad anunciada por el Señor Jesús para fortalecer y dar sentido a la existencia de sus seguidores. De ahí que, al compartir con los discípulos la práctica del testimonio, éste tendría que ser sólido, consistente y acorde con las enseñanzas del Señor.

 

“Acuérdense de la palabra que les he dicho” (15.20-25)

La idea del amor entre Cristo y la Iglesia sugiere ahora, por vía de contraste, el odio que la Iglesia soporta por parte de un mundo hostil. Esto introduce las recomendaciones tradicionales sobre la persecución (15,18ss), pero se les da un giro peculiarmente juanino: “Como no son del mundo, por eso los odia el mundo” (15.19). La persecución, por tanto, es un signo de que los discípulos no pertenecen ya a “el mundo”. Es igualmente una forma de comunión con Cristo, puesto que también él es odiado por el mundo (15.20, 21, 23). Pero nuevamente, este mismo hecho, que el mundo odie a Cristo, manifiesta el juicio de Dios sobre el mundo (15.22). Reaparece así el tema del juicio y ocupa el primer plano hasta 16.11 (“y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ya ha sido juzgado”). La sentencia pronunciada por Jesús en 15.24 recuerda la de 9,39-41. Con esta clave percibimos que hay un cierto paralelismo entre este pasaje y el relato del juicio del ciego de nacimiento.[2]

Así aquí, los discípulos que, habiendo sido purificados por Cristo (13.5-10; 15.3), están en unión con él (15.7-10), son odiados por el mundo y conducidos a juicio para ser excomulgados (la frase es aposunágogos genésthai) y llevados a la muerte. Pero, por esto mismo, los pretendidos jueces demuestran que no conocen a Dios (16.3) y que le odian, puesto que odian a su Mesías, según la profecía (15.22-25). Éste es el signo de que son hallados culpables en el juicio de Dios. “Así, la venida de Cristo después de su muerte, que para los discípulos significa la consecución de la vida eterna, para el mundo significa el juicio final”.[3] Como esta venida se produce para ellos por el Espíritu, así también el juicio final es realizado por medio del Espíritu. Todo esto es inteligible teniendo en cuenta la enseñanza del libro de los signos acerca del juicio por medio de la luz. En cierto sentido, la luz estaba ya en el mundo durante el ministerio de Jesús, como la vida eterna estaba ya allí en él. Pero, de igual modo que necesitaba su muerte para sellar y universalizar su obra salvadora, así también necesitaba su muerte para sellar y universalizar el juicio que los hombres realizan sobre sí mismos por su actitud hacia él.

 

“Él dará testimonio acerca de mí. Y ustedes también darán testimonio” (26-27)

En la primera parte del discurso prometía Jesús a los discípulos la permanencia en ellos del Espíritu de la verdad (14.17), que los hará penetrar en su mensaje (14.26). En esta perícopa les anuncia la actividad del Espíritu en la misión, dando testimonio en favor de Jesús mismo, condenado por el mundo. “El Espíritu, palabra que originalmente significa ‘viento’ o ‘aliento’, representa figuradamente ‘el aliento de Dios’; es la expresión de su vida, procedente de lo íntimo de su ser. […] Este Espíritu, que es él mismo fuerza y vida y por eso es el Espíritu de la verdad (1.4: y la vida era la luz del hombre), es quien va a dar testimonio de Jesús, el dador de vida”.[4]

El Espíritu dará ese testimonio dentro de la comunidad, asegurándola de la verdad de su mensaje y actuación. Se trata del testimonio profético que sostiene al grupo cristiano, confirmando la experiencia interior de sus miembros y consolidando así su actitud de ruptura con el mundo. En este pasaje, Jesús no habla de “su Padre” (cf. 15.23, 24), sino “del Padre”, porque la relación con Dios como Padre va a ser propia de todo hombre que responda a su llamada. El Espíritu, la fuerza de vida, es la salvación que trae Jesús, ofrecida a la humanidad entera (3.17; 12.47). 27a: “Pero también ustedes darán testimonio”.

 

El testimonio de los discípulos ante el mundo continúa el del Espíritu en la comunidad. El enfrentamiento entre Jesús y el mundo no va a terminar con su muerte; al contrario, va a multiplicarse por medio de los suyos. El Padre realiza su designio: dar vida al hombre (6.40), enviando a Jesús, a quien comunica plenamente su Espíritu (1.32-34; 3.16s; 4.34; 5.30; 6.39.40). Jesús lo comunica a los suyos para que continúen su obra. El Espíritu, en su testimonio acerca de Jesús, la interpreta (14.25-26.); el grupo, que recibe ese testimonio, renueva en cada época la obra de Jesús, y en eso consiste su propio testimonio.[5] 

Conclusión

 

Los discípulos pueden dar testimonio de Jesús por estar con él desde el principio. Hay que preguntarse qué significa esta expresión. En el evangelio sólo aparecen con Jesús desde el principio Andrés y otro discípulo de Juan, Pedro, Felipe y Natanael (1,35-51). La expresión desde el principio no puede, pues, tener un mero sentido cronológico. Todo discípulo, en cualquier época, está llamado a dar testimonio de Jesús. Estas palabras son, por tanto, válidas y aplicables siempre. Lo que el evangelista afirma es que para dar ese testimonio hay que aceptar como norma toda la vida de Jesús, desde el principio, sin separar a Jesús resucitado del Jesús terrestre. Relacionarse únicamente con Jesús glorioso es la tentación espiritualista y gnóstica (1 Jn 4,2-3; 5,6); insiste Jn por eso en la aceptación de Jesús Hombre-Dios.[6]

 

El testimonio de la iglesia al mundo es continuación del Espíritu del Señor acerca de su persona y obra. Hemos de seguir en esas pisadas a fin de que nuestro testimonio presente forme parte de ese anuncio, promesa y realidad que recibieron los seguidores/as de Juan en su momento. El testimonio siempre será la parte fuerte de la proclamación del Evangelio de Jesucristo en el mundo.



[1] Rudolf Bultmann, The Gospel of John. A commentary. Filadelfia, The Westminster Press, 1971, p. 553-554. Versión propia.

[2] C.H. Dodd, Interpretación del Cuarto Evangelio. Madrid, Ediciones Cristiandad, 1978, p. 413.

[3] Ídem.

[4] Juan Mateos y Juan Barreto, El evangelio de Juan. Análisis lingüístico y comentario exegético. 2ª ed. Madrid, Ediciones Cristiandad, 1982, p. 678. Énfasis agregado.

[5] Ídem. Énfasis agregado.

[6] Ibid., pp. 678-679.

sábado, 16 de julio de 2022

"Si obedecen mis mandamientos, permanecerán en mi amor" (Juan 15.1-11), Pbro. Leopoldo Cervantes-Ortiz


Jacob Jordaens, Los cuatro evangelistas (1620), Museo del Louvre

17 de julio, 2022

Si obedecen mis mandamientos, permanecerán en mi amor; así como yo he obedecido los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor.

Juan 15.10, Reina-Valera Contemporánea

 

Trasfondo

 

El discurso que va de 15.1 a 15.17, sin ninguna interrupción para el diálogo, es un comentario de 13.34s [“Un mandamiento nuevo les doy…”], en el sentido de que se adentra más profundamente en los terrenos del mandamiento del amor, ya definido brevemente como “así como yo los he amado”. La exposición del mandamiento del amor como el elemento esencial en la constancia de la fe deja claro que la fe y el amor forman una unidad, esto es, que la fe, de la cual se puede decir “así como yo los he amado”, es auténtica solamente cuando conduce a amar los unos a los otros. Así, la primera parte del discurso, vv. 1-8, es una exhortación a la constancia de la fe en el lenguaje de meínate en emoí [“permanezcan en mí”, v. 4], y la segunda parte (vv. 9-17) define en mí más estrechamente que en mi amor, y coloca el mandamiento del amor sobre esta base. De este modo, 15.1-7 es también un comentario de 13.1-20, porque las dos partes aquí corresponden a las dos interpretaciones del lavamiento de los pies.[1]

 

Con la reconocida frase “yo soy”, el Señor Jesús se presenta a sí mismo como la vid verdadera. No hay comparación o alegoría; más bien, Jesús como la verdadera y auténtica “vid” se contrasta con cualquier cosa que también pretenda serlo. Estamos delante del monólogo más largo de todo el Cuarto Evangelio, y está precedido por una orden: “Levántense, vámonos de aquí” (14.31b). “La imagen de la vid domina el discurso hasta el v. 8. La idea es, primeramente, que Dios cuida de su vid. […] …la idea de Dios como labrador que planta y cultiva el mundo, el género humano y el alma individual sería bastante familiar a los lectores helenísticos. Pero pronto alcanzamos la segunda etapa de la alegoría, en la que la mirada ya no está puesta en la relación entre la vid y su cultivador, sino en la que existe entre la vid y sus sarmientos”.[2] Hay un uso frecuente de la imagen de la vid en el A.T. como figura del pueblo de Israel, especialmente en el Salmo 80, lo que se suma a las asociaciones eucarísticas de los demás evangelios. En una plegaria de la Didajé se decía: “Te damos gracias, Padre nuestro, por la santa vid de David tu siervo, la cual nos diste a conocer por Jesús, tu siervo”. “Juan va más allá de esto: Jesús es la Vid, que incluye en sí a todos los miembros del verdadero pueblo de Dios, como los sarmientos de la vid”.[3]

 

“Permanezcan en mí, y yo en ustedes” (15.1-6)

Concedido esto, la unión orgánica de los sarmientos con la vid y, por ello, de unos con otros proporciona una imagen excelente para la idea de la inhabitación mutua de Cristo y los suyos”.[4] El énfasis dominante es la permanencia de esa unión y su principio fundamental, el amor. El Señor Jesús ha amado a los suyos y eso reproduce el amor del Padre para desembocar en la obediencia amorosa por parte de los discípulos, es decir, el “fruto” que dan los sarmientos (vv. 4-5, 8). El resultado práctico de todo ello es la experiencia comunitaria del amor, el precepto promulgado desde 13.34, cargado ahora de consecuencias más profundas.

La permanencia se exige, sobre todo, por el ambiente de persecución y rechazo, de que fueron objeto las comunidades juaninas es el signo de pertenencia a otra realidad diferente a la del mundo (ahora forman parte de la esfera de arriba, igual que el Señor, 8.21s), lo que los llevaba a una especie de juicio por parte de sus adversarios. Ése es el contexto en donde se expone la realidad del Paráclito, abogado defensor y luego fiscal acusador (16.8-11). Permanecer en el Señor Jesús es también resultado de su obra. Los que no lo hacen, son desechados y experimentan el juicio, anunciado en un duro lenguaje apocalíptico (v. 6). 

“Si obedecen mis mandamientos, permanecerán en mi amor” (15.7-11)

La certeza de permanecer en el Señor Jesús y que sus palabras permanezcan en ellos abre la puerta para acceder, mediante la oración de fe, al mejor designio divino: recibir respuesta favorable a las peticiones (v. 7). En esto y en el hecho de dar “mucho fruto” entra en juego nada menos que la glorificación del Padre (8a), una realidad mayúscula que engloba todas las consecuencias de la permanencia, especialmente la comprobación de que son discípulos de Jesús (8b). El amor del Padre se ha desdoblado en el amor que Jesús experimentó por sus discípulos y de ahí brota la gran exhortación: “Permanezcan (meínate) en mi amor” (9), que es el clímax de toda esta sección. “Está basada en el gran evento de la revelación, esto es, en el servicio de Jesús y esto, a su vez, arraiga en el amor de Dios, del cual Jesús es el destinatario. Como siempre, este amor no es afecto personal, sino el ser del discípulo para con el prójimo, que determina completamente su propia existencia”.[5]

Permanecer en el amor del Señor y practicarlo es la gran exigencia para la comunidad. La obediencia a ese mandamiento mantendrá a sus seguidores en ese amor sin igual, de la misma manera en que él dio el ejemplo y permaneció en el amor del Padre. Pues, como explica Bultmann: “La relación del creyente con el Revelador es análoga a la relación de éste con el Padre: en efecto, se funda en ella. Y esta relación no es una comunión metafísica de sustancia, ni es una relación mística de amor; lo que le hace Revelador es el ser del Padre para él, y su ser del Padre para él, y su ser del Padre se cumple en su obra obediente de Revelador”.[6] Con ello se cumpliría y se cumplirá el gozo del Señor en su comunidad, y el gozo completo de ésta también. 

Conclusión

 

“Lo que ya es realidad en el Señor, viene a ser realidad en ellos/as”. Ése es el significado de la exhortación a permanecer y a obedecer los mandamientos. El mandamiento máximo es recordado en el v. 12: “Que se amen unos a otros, como yo los he amado”. La obediencia a él garantizará la permanencia en el espacio de gracia que es la comunidad de fe. Tal como concluyen Juan Mateos y Juan Barreto: “El compromiso cristiano no es algo externo y añadido, es el dinamismo de una experiencia que busca comunicarse. La unión con Jesús y el Espíritu que él infunde llevan necesariamente a la actividad. El fruto tiene un doble aspecto inseparable: el crecimiento personal y comunitario, realizado por el don de sí a los demás”.[7]



[1] Rudolf Bultmann, The Gospel of John. A commentary. Filadelfia, The Westminster Press, 1971, p. 529. Versión propia.

[2] C.H. Dodd, Interpretación del Cuarto Evangelio. Madrid, Ediciones Cristiandad, 1978, p. 411.

[3] Ídem.

[4] Ibid., p. 412. Énfasis agregado.

[5] R. Bultmann, op. cit., p. 540.

[6] Ibid., p. 541.

[7] Juan Mateos y Juan Barreto, El evangelio de Juan. Análisis lingüístico y comentario exegético. 2ª ed. Madrid, Ediciones Cristiandad, 1982, p. 657.

sábado, 9 de julio de 2022

"El Espíritu les enseñará todas las cosas y les recordará todo lo que yo les he dicho" (Juan 14.22-26), Pbro. Leopoldo Cervantes-Ortiz

10 de julio, 2022 

Pero el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, los consolará y les enseñará todas las cosas, y les recordará todo lo que yo les he dicho.

Juan 14.26, Reina-Valera Contemporánea 

Trasfondo: “Del abandono a la abundancia”[1]

Entre el jueves de la Ascensión y el domingo de Pentecostés, entre la partida de Jesús y el envío del Espíritu Santo, transcurrió una década que parecía “tierra de nadie”. Antes de ir a prepararles un lugar en la casa del Padre, Jesús anuncia a sus discípulos que no quedarán huérfanos. ¿Por qué referirse a esta categoría de personas muy vulnerables […] si simplemente quiere decirles a sus discípulos que no tienen de qué preocuparse de su partida ya que un “otro” tomará el relevo? […]

La palabra huérfano se entiende en el contexto de los lazos familiares. Categoriza al niño que ha perdido a sus padres. En la sociedad griega antigua podría aplicarse a adultos sin hijos (ver la versión de la Septuaginta de Isaías 47.8). También es posible establecer un paralelo entre el discurso de despedida de Jesús y el de Sócrates. En el Fedón de Platón, habiendo decidido la sentencia de muerte de su maestro, los alumnos de Sócrates se sienten “privados de un padre y reducidos a vivir [...] como huérfanos”. […]

Antes de dejar a sus discípulos, Jesús les había dicho que se les daría fuerza (Hechos 1.8). Esta fuerza que los mantendría en la enseñanza de Jesús (Jn 14.26; 16.14) es la del Espíritu que hace de la Iglesia el cuerpo de Cristo. Si el Hijo vino a vivir entre nosotros antes de subir al cielo, ¡el Espíritu viene a vivir en nosotros y permanece! Esta presencia nos incorpora a la red de lazos de amor tejida por el Padre y el Hijo. El Espíritu realiza la promesa de Jesús: “Al que me ama […] vendremos a él, mi Padre y yo, y haremos morada con él” (Jn 14.23). […] Bernardo de Claraval escribió: “Atrapados en el abrazo del Espíritu, nos convertimos en hijas e hijos reconocidos que dicen: “¡Abba, Padre!”.

 

“Señor, ¿cómo es que te manifestarás a nosotros, y no al mundo?” (14.22-24)


La Biblia Louis Segond (1910) traduce la palabra Paráclito como “consolador”, mientras que la Nouvelle Bible Segond (2002) la traduce como “defensor”. Un consolador se enfrenta a la persona que debe apaciguarse, mientras que un defensor se enfrenta a otros para defender a la persona acusada. Etimológicamente, el paraklètos designa al que es llamado, nombrado, convocado (kalèô) cerca, junto a (para) una persona. En Lucas, la palabra tiene el significado de consolación, la que recibe el pobre Lázaro en el seno de Abraham (Lc 16.25). En Juan la palabra adquiere un sentido jurídico: es el consejero que domina bien un campo (14.26), un pariente que actúa como abogado (15.26) o un fiscal que aboga por la acusación (16.8). La referencia a la condición de huérfano es convincente. En la corte griega, un niño era representado por su padre, que era su paráclito. El huérfano es el que ya no tiene paráclito, no queda nadie que lo defienda. El Espíritu, el “otro” paráclito, realizará esta función para los creyentes.[2]

La pregunta de Judas Tadeo concentra en sí misma toda la preocupación de los discípulos juaninos en su relación de diferencia con el mundo. “Sigue Jn mostrando la incomprensión de los discípulos, que no renuncian a su concepción mesiánica. Judas, cuyo nombre lo pone en relación con ‘Judíos/Judea’ (cf. 7.1), participa de la mentalidad común, que veía en el Mesías un triunfador terreno”.[3] Lo que anuncia Jesús es una cercanía completa del Padre y él que se manifestará en cada persona y en la comunidad: “El Padre y Jesús, que son uno, establecerán su morada con el discípulo. Vivirán juntos, en la intimidad de la nueva familia”.[4] Jesús identificó su mensaje con el del Padre; es el mensaje que los dirigentes no habían conservado, pero que Jesús cumple en plenitud. Se trata, por lo tanto, del mensaje de Dios ya presente en el Antiguo Testamento, el de su amor por el ser humano. 

“El Espíritu Santo [...] les enseñará todas las cosas, y les recordará todo lo que yo les he dicho" (14.25-26)


“La frase mientras vivo con vosotros vuelve a recordar la marcha de Jesús, anuncia su despedida. En compendio les ha expuesto el plan de Dios sobre la humanidad, les ha dejado sus promesas; ahora que se marcha, ellos tendrán que irlas comprendiendo y profundizando. Pero no será solamente una reflexión humana, el Espíritu les hará penetrar en todo lo que él ha dicho” (segundo énfasis agregado).[5] Jesús estableció, por decirlo así, el “magisterio del Espíritu Santo”, es decir, la primacía del Paráclito en cuando a todo lo que recibiría la iglesia como revelación del Señor, partiendo de todo lo que él había enseñado durante su ministerio terrenal. Jn 14.26 “pone de relieve la dimensión docente implicada en el envío de la tercera persona de la Santísima Trinidad”.[6] Tomás de Aquino decía que el Espíritu era el “maestro interior”, aun cuando el Señor Jesús habló e instruyó con su presencia corporal a los discípulos.

El Espíritu es quien aclararía todas las dudas de los discípulos y haría posible la comprensión del misterio realizado por Jesús. Además, iba a ser considerado como maestro y guía de los discípulos.[7] El Espíritu “no cesa de actuar una vez desaparecidos los testigos presenciales, pues mora con todos los cristianos que aman a Jesús y guardan sus mandamientos (14.17). […] Los cristianos de última hora no quedan más lejos del ministerio de Jesús que los de la primera, está con ellos tanto como estuvo con los testigos presenciales. […] el Paráclito guía a cada una de las nuevas generaciones ante las circunstancias cambiantes, pues interpreta las cosas que van viviendo (16.13)”.[8] Su función docente se encuentra vinculada con la revelación, es decir, la comprensión plena de las cosas que dijo Jesús. Ayudará para penetrar y apropiarse de sus palabras de Jesús, de una manera más clara y profunda a como las escucharon los discípulos por vez primera.[9]

Conclusión

 

El evangelista no pierde su fe en la segunda venida, pero insiste en que muchos de los elementos de la segunda venida son ya una realidad en la vida cristiana (juicio, filiación divina, vida eterna). Y lo cierto es que, de manera muy real, Jesús retornó ya mientras vivían sus compañeros, pues había venido en y a través del Paráclito. (Bornkamm, 26, indica que el concepto del Paráclito desmitologiza numerosos motivos apocalípticos, incluido el juicio del mundo; cf., por ejemplo, 16.11.) El cristiano no tiene por qué vivir con los ojos clavados en el cielo de donde ha de venir el Hijo del Hombre, pues Jesús, como Paráclito, ya está presente en todos los que creen.[10]

 

En efecto, la compañía y dirección del Espíritu como forjador del pensamiento (teología) y de la fe de la iglesia, es ya una realidad en la vida de la comunidad, por lo que la certeza del acompañamiento del Señor es la realidad dominante de todo lo que es y lo que hace el cuerpo de Cristo en medio del mundo.



[1] Philippe de Pol, “De l’abandon à l’abondance”, en Réforme, núm. 3949, 5 de junio de 2022, p. 11. Versión propia.

[2] Ídem.

[3] Juan Mateos y Juan Barreto, El evangelio de Juan. Análisis lingüístico y comentario exegético. 2ª ed. Madrid, Ediciones Cristiandad, 1982, p. 642.

[4] Ídem.

[5] Ibid., p. 644.

[6] Juan José Herrera,El magisterio del Espíritu Santo. Consideraciones a partir de la exégesis tomasiana de Juan 14.26”, en Estudios Trinitarios, 47, 2013, p. 551.

[7] Julio Christian Jiménez Carrillo, Pedagogía del Paráclito en Juan 14.26. Aportes para la reflexión teológica del discipulado. Tesis de Licenciatura en Teología. Bogotá, Pontificia Universidad Javeriana, 2014, pp. 14, 16.

[8] Raymond Brown, El evangelio según Juan. XIII-XXI. 2ª ed. Madrid, Ediciones Cristiandad, 2000, p. 1678. Énfasis agregado.

[9] J.C. Jiménez Carrillo, op. cit., p. 19.

[10] R. Brown, op. cit., pp. 1678-1679.

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