sábado, 31 de diciembre de 2022

En la mano del Señor están nuestros tiempos (Salmo 31.1-18), Pbro. L. Cervantes-Ortiz

31 de diciembre, 2022

 

En tu mano están mis tiempos;

líbrame de la mano de mis enemigos y de mis perseguidores.

Salmo 31.15, RVR 1960

 

Trasfondo

Trasponer el tiempo entre un año y otro siempre es una buena oportunidad para reflexionar sobre lo que queda atrás y lo que se avizora en el futuro inmediato. La pregunta profunda sobre la naturaleza del tiempo y cómo impacta la vida humana aflora de manera natural en nuestros labios y nos lleva por caminos meditativos en los que la fe y la espiritualidad se nos presenta como una fuente posible para responder, siempre de manera provisional. Eso aconteció con los antiguos creyentes que se hicieron las mismas interrogantes y que se dirigieron a Dios, el Eterno, deseosos de obtener luz para su caminar en este mundo. Apegados a las promesas del Señor y confiados en las certezas que brotan de su Palabra, hoy venimos también hasta ella para guarecernos y encontrar en ella la iluminación que necesitamos para avanzar en el tiempo que Dios nos concede. De ahí que al acercarnos a un Salmo como el 31, en el que hallamos (como siempre) la descripción de la experiencia de fe de un creyente, al momento de observarlo en la recapitulación de lo que le ha sucedido y luego de recordar las afirmaciones de confianza en Dios (especialmente en los vv. 3-5), el texto toma el rumbo de la reflexión sobre el tiempo y su significado para la vida. “La lengua hebrea trata también el tiempo de otra manera. No es sensible a la diferencia entre el pasado, el presente y el futuro: se detiene en el movimiento y podemos preguntarnos entonces si la acción se acaba o no se acaba; de ahí ese sentimiento instintivo de la duración abierta al porvenir. Para ella, en ella, el pasado no se borra jamás, el futuro nunca está lejano, todo se mantiene en un presente que se resume y se renueva”.[1]

 

La confianza en un Dios que actúa siempre a nuestro favor (vv. 11-14)

La primera parte del Salmo 31 es un encadenamiento de experiencias en las que ha sido posible encontrarse con la intervención divina. Hasta el v. 10 se lleva a cabo una valoración que expresa lamentación, confianza y acción de gracias. De este salmo proviene una de las frases pronunciadas por el Señor Jesús en la cruz (v. 5: “En tu mano encomiendo mi espíritu”). El cántico abre con una afirmación plena e inequívoca de confianza en el Señor que preside todo lo que viene a continuación: “En ti, oh Jehová, he confiado; no sea yo confundido jamás” (v. 1). A partir de estas palabras se van a entrelazar los sucesos que, sin detallarse minuciosamente, muestran la forma en que el salmista ha experimentado los diversos sentimientos y sensaciones que reproducen lo vivido en diversas circunstancias. Así, aparecen, por ejemplo, la certeza del cuidado divino, la aflicción, la angustia, el miedo y una enumeración de los riesgos atravesados en varios momentos. La oración se presenta como un reconocimiento de lo primero (3-8) y como una súplica para ser reconfortado y acompañado (9-12). El transcurrir del tiempo ha impactado fuertemente en su situación: “Porque mi vida se va gastando de dolor, y mis años de suspirar; / se agotan mis fuerzas a causa de mi iniquidad, y mis huesos se han consumido” (10-11). La sección concluye con una nueva afirmación de confianza en medio de los conflictos: “Mas yo en ti confío, oh Jehová; / digo: Tú eres mi Dios” (14). Algo parecido hacemos hoy con la rememoración de la obra de Dios en nuestra vida mediante los testimonios o el “corte de caja” anual que nos ha convocado aquí.

 

Los tiempos humanos en las manos misericordiosas de Dios (vv.15-18)

Después de esa afirmación categórica, el salmista reflexiona y señala: “En tu mano están mis tiempos” (15); otras versiones dicen: “Mi futuro está en tus manos” (NTV); “En tu mano están mis años” (Biblia de las Américas); “Mi destino está en tus manos” (BLPH). Dado que la concepción del tiempo ha variado en las diferentes culturas, parecería que la del salmista es similar a la nuestra, pero habría que rectificar para asomarnos a la forma en que el tiempo cronológico y el de Dios se entrecruzan: si el Dios eterno está por encima del tiempo, no sería posible medir la relación suya con el cronos de los relojes. Porque el tiempo, humanamente, produce más bien sensaciones ligadas a la experiencia de la duración. Por eso el escritor Jorge Luis Borges hablaba de “refutar el tiempo” más que de entenderlo o, mucho menos, atraparlo: “El tiempo es la sustancia de que estoy hecho. El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego”.[2] Enfrentarse al tiempo, para la fe bíblica, es “aprender a contar nuestros días” desde una perspectiva espiritual sólida y bien sostenida.

Porque, si en algo tiene razón el salmista, es que, en efecto, los tiempos humanos están todos en las manos de Dios, esa metáfora que nos ayuda a comprender un poco lo que hace el Señor desde su eternidad impenetrable: “Mi tiempo está en tus manos. No en las manos de un destino oscuro, sordo, del que uno debería temer y espantarse, con el que uno podría reñir y luchar, con el que uno tuviera que pelearse tanto interiormente como exteriormente. Con el destino podría arreglármela. Contigo, oh Dios, no me las puedo arreglar, lo único que puedo hacer es estar junto a ti”.[3] Nuestros tiempos humanos, destino, futuro, años, todo lo que hemos sido, lo que somos, lo que seremos: “Mi [nuestro] tiempo soy yo mismo, con el abismo de mentira y absurdo que hay en mí. Y ahora, por lo tanto: yo, tal como fui, soy y seré, y tal como tú también me conoces— yo mismo, estoy en tus manos”.[4] Como bien lo supo expresar Miguel de Unamuno:

 


En la mano de Dios

Cuando, Señor, nos besas con tu beso

que nos quita el aliento, el de la muerte,

el corazón bajo el aprieto fuerte

de tu mano derecha queda opreso.

 

Y en tu izquierda, rendida por su peso

quedando la cabeza, á que revierte

el sueño eterno, aun lucha por cogerte

al disiparse su angustiado seso.


Al corazón sobre tu pecho pones

y como en dulce cuna allí reposa

lejos del recio mar de las pasiones,


mientras la mente, libre de la losa

del pensamiento, fuente de ilusiones,

duerme al sol en tu mano poderosa.5 

 

Conclusión

Pongámonos hoy, una vez más, en las manos de Dios, ese espacio de gracia del que no debemos salir nunca para asomarnos y entrar a los tiempos que Él, en su bondad, nos permite trasponer para seguir encontrándonos son su amor y misericordia que están más allá de lo volátil e imprevisto de los tiempos humanos.



[1] Matthieu Collin, El libro de los Salmos. Estella, Verbo Divino, 1997 (Cuadernos bíblicos, 92), p. 9.

[2] J.L.Borges, “Nueva refutación del tiempo”, en Otras inquisiciones [1952], p. , www.literatura.us/borges/refutacion.html.

[3] Karl Barth, Al servicio de la Palabra. Salamanca, Ediciones Sígueme, 1985 (Nueva alianza, 78), p. 178.

[4] Ibid., p. 179.

5 M. de Unamuno, “En la mano de Dios”, en

lunes, 26 de diciembre de 2022

Ángeles y pastores frente al cielo abierto (Lucas 2.13-20), Pbro. L. Cervantes-Ortiz


25 de diciembre, 2022

De pronto, se unió a ese ángel una inmensa multitud —los ejércitos celestiales— que alababan a Dios y decían: “Gloria a Dios en el cielo más alto / y paz en la tierra para aquellos en quienes Dios se complace”. Cuando los ángeles regresaron al cielo, los pastores se dijeron unos a otros: “¡Vayamos a Belén! Veamos esto que ha sucedido y que el Señor nos anunció”.                                         

Lucas 2.13-15, Dios Habla Hoy

 Trasfondo

La conjunción de elementos que enuncia este título evoca el proyecto que San Lucas logró vaciar en el portentoso documento que lleva su nombre, capaz de moverse desde los parámetros de la teología paulina, enorme influencia que no le impidió investigar el trasfondo biográfico del nacimiento de Jesús. Al apóstol de Tarso eso no le hubiera importado mucho, pero a este médico liberto le pareció indispensable como lo dice en el clásico prólogo, indagar en esas profundidades históricas, políticas y familiares del Mesías Jesús. De manera unánime se ha observado el énfasis lucano en las mujeres, los niños/as, los enfermos (obviamente) y los seres marginales como objeto central de la acción de Jesús. Así lo afirma tajantemente el biblista valdense italiano Giorgio Girardet: “Es la historia de un niño divino, anunciado por presagios maravillosos, que nace en la pobreza, pero pronto es reconocido y recubierto de oro y vestiduras preciosas, recibiendo los honores de la sociedad de los poderosos. De la pobreza sólo queda una mística buena sólo para los ricos”.[1]

La adolescente comprometida que fue María aparece como un auténtico sujeto de su vida y de la historia, simultáneamente. ¿Cómo consiguió hacer eso San Lucas? Una mujer migrante por razones obligadas, que debió trasladarse para cumplir exigencias imperialistas y luego salir para evitar la muerte de su hijo. Que se convirtió en profetisa en un abrir y cerrar de ojos y que experimentó el asalto divino en su intimidad. Una mujer re-construida, re-diseñada y convertida en la heredera de su propia fe. María, mujer profética, según la fantástica definición de M.C.L. Bingemer e I. Gebara.[2] En contraste con la enorme pasividad de José, cuya genealogía pasó a un segundo e inexistente plano, para ser una especie de consorte especial, padre adoptivo o figura paterna sustituta para el futuro Mesías.

 

Ángeles en el páramo: diálogo entre el cielo y la tierra (vv. 8-12)

La presencia de esos seres celestiales y la manifestación de prodigios colaterales al nacimiento del niño proveen al relato de un aura de magnificencia que es imposible soslayar. Los ángeles, esas presencias intermedias surgidas en el periodo apocalíptico como un recurso para acceder a la intervención divina directa en tiempos de crisis, aparecen aquí como parte de las antiguas visiones. Su actuación querigmática suplió la expectación que las clases más desprotegidas tenían en relación con los religiosos profesionales ligados a los textos de la Ley. Para los iletrados de la época, funcionaron como parte de la imaginería que fue capaz de “abrir el cielo” para recibir revelaciones impensables. La angelología fue una construcción inevitable ante la imposibilidad de la continuidad profética clásica. La única posibilidad reveladora por parte de Dios para manifestarse a las clases desposeídas y otorgar esperanza.

Los ángeles aparecen en la historia de Lucas como seres que transmiten información privilegiada, negada en este caso a los príncipes y gobernantes. La lógica que preside su actuación es la de la inversión de los poderes y del saber verdadero: quienes ahora conocen el designio divino, gracias a los intermediarios, a los informantes celestiales, son la clase más baja, quienes de otro modo estarían condenados a la ignorancia. En otras palabras, los ángeles son anunciantes del proceso de liberación puesto en marcha por Dios y que arranca desde abajo, desde la suciedad del pesebre y desde la marginalidad de un pueblo sometido a los caprichos de quienes lo gobiernan. Esto choca frontalmente con la imagen simpaticona y neutral con que usualmente se les presenta en la imaginería tradicional.

 

Los marginales de siempre escuchan el cántico angelical sobre la paz divina (vv.13-20)

La marginalidad es endémica (¿pandémica?) en todo imperio. Roma globalizó como pocas veces las anteriores hegemonías y se sirvió de sus avances para profundizar el saqueo y la rapiña, junto con las élites locales. Saduceos y campesinos judíos estaban en la escala social opuesta y los pastores debían administrar celosamente algo que no era suyo, típica marca del coloniaje explotador de siempre. Su soledad en los páramos los hacía blancos fáciles de salteadores y debían andar pertrechados y en grupos. De ahí que si rutina fue alterada por una otredad impensada que bien hubiera brotado de su imaginación. Pero no, detrás de ese espectáculo revelador y del increíble diálogo entre el cielo y la tierra estaba el esperado resurgir de la esperanza, algo que para ellos no existía. Su horizonte era elemental: no perder ovejas como plan básico y amanecer sin novedad. Pero la gran noticia fue que serían portadores, desde la miseria casi total, de la mayor riqueza a que podía aspirar la humanidad entera: acunar al Salvador desde las entrañas de un sistema injusto y perverso, cómo siempre aconteció en las coyunturas kairológicas.

El poema que los ángeles entonan en su esfera propia es el que mejor resume lo sucedido en ese instante. Luego de explicar en prosa la noticia del nacimiento del Salvador, se les escucha concentrando en una breve estrofa todo el sentido de los acontecimientos: el gloria in excelsis Deo, (dóxa en jupsistois theo kai epi ges eiréne en anthrópois eudokías) la gloria al Dios celestial (Lc 2.14), se acompaña del anuncio de la paz en la tierra y de la buena voluntad de Dios para la humanidad entera. La poesía tiene aquí un objetivo que fue captado muy bien por algunos villancicos coloniales, como el de Hernán González de Eslava: “Ya la tierra es cielo”, el matrimonio entre el cielo y la tierra. Pero el poema dice algo más: si en la esfera divina, la gloria para el Señor es indiscutible, ésta no será plena si no se realiza en el mundo el shalom utópico antiguo, no solamente la pax, algo que habían garantizado los romanos si los demás pueblos aceptaban someterse a sus designios. La eirene, incluso, era una ficción neutralizante y ambigua que no alcanza a traducir el bienestar humano amplio que expresa el vocablo hebreo, trasfondo irrebatible del cántico. Además, éste desliza una crítica sólida al comportamiento humano, pues como comenta Girardet:

 

La palabra habitualmente traducida como “buena voluntad” [eudokías] debe ser entendida en el contexto cultural de su tiempo. Se trata de la “buena voluntad” de Dios para los hombres que ha elegido… El discurso tradicional de la “buena voluntad” es por consiguiente puesto cabeza abajo. El centro no es la buena disposición de los hombres animados por buenos sentimientos, sino la voluntad de Dios que elige. El contexto es claro: la “paz” —que luego es sinónimo de victoria final, de salvación, de liberación total— es anunciada a aquellos que Dios ha escogido y que hoy sufren opresión, los pastores marginados de la sociedad, los parientes de los zelotes crucificados, todos aquellos que en silencio velan y esperan su liberación.

 

 

Conclusión

Los prodigios no están colocados por este narrador extraordinario para distraer del núcleo de verdad de todo símbolo, al contrario, la simbología navideña debe ser retrabajada, revalorada y releída para volver a ser lo que quiso Lucas que fuera: un instrumento de esperanza humana en las manos de Dios. Jesucristo amaneció en la historia desde su reverso, desde su subversión, desde la negación de los palacetes y lujos hedonistas. Como lo compuso Salatiel Palomino, Dios anduvo “entre borregos”, Jesús nació entre el ganado y el estiércol para mostrar desde qué “lugar teológico” vino a salvarnos. La marginalidad es donde mejor se movería toda su vida, pues sólo un auténtico outsider podía captar la magnitud contracultural del Reino de Dios. Los ángeles y pastores se conjuntaron para que, desde el cielo abierto, se manifestase la voluntad divina para toda la creación y la humanidad. Y todo empezó y acabaría allí.


De/sde la encarnación divina (voluntaria)

El mal se destierra,

ya vino el consuelo:

Dios está en la tierra,

ya la tierra es cielo.

Fernán González de Eslava,

Siglo XVI

El cobijo de Dios en un pesebre

fue la estrella que anunció la Aurora

la infinitesimal venida del cielo

a emparentar con la historia /

para siempre

Ese cobijo eterno abraza / retiene

todo lo creado en la gracia

desplegada sin condiciones

sobre toda carne y vida /

de manera imperturbable

Lejos de leyes y consignas baratas

se expande como un bálsamo perfecto

para sanar heridas y conflictos /

acumulados en tiempos desgarrados

idos y presentes


Ese pesebre es centro y fin /

camino y ruta compartida

con peregrinos cansados / marginados /

migrantes cuyo sol no llega nunca

en el horizonte

El cobijo divino asoma en utopías

albas y tranquilas / rudas y feroces /

como acceso al calor celestial

que nutre todo de vida y compasión

inmerecidas pero reales

El cobijo divino trasciende poderes

reclamos / orgullos

se instala en el mundo haciéndose

vida / fragor / desafío

para fes insumisas

Suspende las guerras / acaba con ellas

desde su razón más honda / y sí:

deja huella en la tierra

y sus alrededores

como amor rebelde

Envuelve a su cosmos con un tenue hilo

visible al contacto / tenaz / persistente

pues prueba que un reino /

que está en el futuro / extiende su mano

cada día que pasa

(LC-O)


[1] G. Girardet, A los cautivos libertad. La misión de Jesús según san Lucas. Buenos Aires, La Aurora, 1982.

[2] M.C.L. Bingemer e I. Gebara, María, mujer profética. Madrid, Ediciones Paulinas, 1988.

viernes, 23 de diciembre de 2022

La encarnación divina se inserta en la historia humana (Lucas 2.1-12), Pbro. L. Cervantes-Ortiz


24 de diciembre, 2022


No podemos acercarnos al pesebre como nos acercamos a la cuna de otro niño: al que quiere acercarse al pesebre le ocurre algo, porque de él sólo puede alejarse juzgado o redimido, debe derrumbarse o reconocer que la misericordia de Dios está dirigida a él.[1]

Dietrich Bonhoeffer

 

Trasfondo

Si hemos de recontar la historia del nacimiento de Jesús, Lucas se encargó de abreviarla al máximo en escasos siete renglones como inicio: primero, aparece el censo (la mediación y la exigencia sociopolítica, 1-3), luego el tema de los ancestros (la filiación ancestral, 4-5) y, por último, la premura del nacimiento (la urgencia biológica, 6-7). En estas tres instancias aparecen otros personajes, terceros en discordia que siempre están como telón de fondo en la vida de las personas comunes y corrientes: los gobernantes mundiales y locales (el César, Quirino), las familias de origen (David, Nazaret) y el lugar preciso de nacimiento, planeado o accidental (Belén de Judea). Cosas y hechos que bien pueden conectarnos a cada uno de nosotros, con una historia similar al hacer el ejercicio de los paralelismos históricos y geográficos. Después, agregó la rutina de los pastores (el trabajo asalariado, 8), el ángel divino (la visión celestial, 9) y su anuncio extraordinario (continuidad con las profecías): “¡Buenas noticias para el pueblo!” (10), el nacimiento de un niño singular (afirmar su nombre, Salvador, 11) y la búsqueda del mismo para comprobarlo (la manifestación epifánica, 12).

 

“…porque no había lugar para ellos en ese albergue” (vv. 1-7)

La admirable economía narrativa del texto nos lleva de la mano, paso a paso, hacia las cosas importantes, algunas de las cuales se dicen abiertamente y otras solamente se insinúan. Es el caso de la ausencia de un lugar en el albergue: antes del pesebre y sus múltiples connotaciones, el sabor de estar de paso, de migrar, así sea por un tiempo, y no encontrar reservación para pasar la noche. De ahí las derivaciones superficiales, aunque bien intencionadas, que asemejan el corazón humano con un lugar siempre dispuesto para el niño Jesús, “pues en él hay lugar para él”.

El pesebre, como tal, nos lleva a otro horizonte de reflexión, más allá de la mera explicación cotidiana, pues en el nacimiento de Jesús, Dios mismo se rebaja y se revela:

 

Cristo en el pesebre […]. Dios no se avergüenza de la bajeza del hombre, entra en él […]. Dios está cerca de la bajeza, ama lo que está perdido, lo que nadie considera, lo insignificante, lo marginado, débil y abatido; ahí donde los hombres dicen “perdido”, Él dice “salvado”; donde los hombres dicen “no”, dice “sí”. Donde los hombres desvían con indiferencia o menosprecio la mirada, Él posa la suya llena de un amor ardiente incomparable. Donde los hombres dicen “despreciable”, Dios exclama “bendito”. Ahí donde hemos terminado en una situación de la que solo podemos avergonzarnos ante nosotros mismos y delante de Dios, donde pensamos que incluso Dios debería avergonzarse de nosotros, donde nos sentimos más lejos que nunca de Dios en nuestra vida, precisamente ahí Dios está más cerca que antes, ahí quiere irrumpir en nuestras vidas, nos quiere hacer sentir su proximidad, para que comprendamos el milagro de su amor, de su cercanía y de su gracia.[2]

 

“Buenas noticias para todo el pueblo” (vv. 8-12)

La presencia angelical al lado de los pastores representa un contraste narrativo notable, pues al lado de la más cotidiana materialidad del trabajo esforzado aparece la visión celestial que llega para traer un mensaje fundamental para la vida del pueblo. Éste es calificado como evangelio, “buena noticia” especialmente dirigida al pueblo, de resonancia antigua, pero con un importante significado para griegos y romanos. “El uso del verbo en este lugar atestigua una voluntad polémica contra el imperio”.[3] Los pastores, a su vez, como mediadores participan de la buena nueva como parte de la visión misionera que caracteriza al relato. Su labor era pesada y exigente: “Desde Pascua hasta principios de diciembre, pasaban la noche a la intemperie, turnándose para vigilar”. Es muy probable que el ambiente pastoril presentado en el texto tuviera un trasfondo más amplio relacionado con la naturaleza mesiánica de Jesús, como hijo de David, pastor también en su tiempo:

 

Muchos piensan que la elección de los pastores como primeros destinatarios del anuncio del nacimiento de Jesús se debe a la condición humilde y despreciada de los pastores en el mundo judío, ya que Dios elige a los pobres y despreciados para enriquecerlos con sus dones. En realidad, es cierto que los pastores constituían una categoría social pobre en la época de Jesús, pero no es seguro que fueran especialmente despreciados por el trabajo que realizaban, es decir, por conducir a las ovejas a pastar a tierras ajenas. Fueron los rabinos de Jerusalén quienes les acusaron de falta de honradez, entre otras cosas por su aversión a criar ganado menor.[4] 

La aparición del ángel y del esplendor y la majestad de Dios, que los llena de luz en medio de la noche, inquietó a los pastores. Al recibir el anuncio, se especifica que proporcionará “gran alegría” (la alegría mesiánica) para ellos y para todo el pueblo, para quien está destinada la salvación: “Les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor” (v. 11). Es Salvador, Mesías) y Señor (Kyrios, por encima del emperador).Su mesianidad y señorío serán de orden salvífico, y la salvación que trae —como mesiánica y divina— será definitiva. Su nacimiento en […] Belén, acentúa su carácter mesiánico, y su condición de ‘Señor’ subraya la universalidad de la salvación, que será para todos los pueblos, empezando por los judíos, que —representados en los pastores hebreos— son sus primeros destinatarios. Así, ya con el nacimiento de Jesús, la salvación mesiánica irrumpe en la historia humana: no hay que esperar al momento en que Jesús inicie su vida pública”.[5]

 

Conclusión

La encarnación divina se insertó, así, en la historia humana, de manera irreversible, y los cambios producidos por ese impactante evento afectaron al propio Dios, a la creación y a la historia humana, pues a partir de ella se comenzó a manifestar el acercamiento radical de lo eterno y lo finito, de lo incondicional y lo contingente, de la eternidad y la cronología. Como resumió el teólogo católico Karl Rahner (1904-1984):

 

Desde el eterno “todo en uno y a la vez” de su eternidad, Él contempla ya el eterno cambiar de mi vida transitoria. El Eterno se hace Tiempo, el Hijo se hace Hombre y la eterna Razón del Mundo —lo que da sentido a toda realidad— se ha hecho carne. Y con ello ha cambiado el tiempo y la vida humana. Porque el mismísimo Dios se ha hecho hombre. No es que haya dejado de ser la eterna Palabra de Dios, con todo su Señorío y Santidad insondables. Pero se ha hecho verdaderamente hombre. Y ahora le importa, le interesa de manera especial este mundo y su destino. Ahora el mundo ya no es sólo su obra, sino un trozo de sí mismo. Ahora no se limita a contemplar su discurrir, sino que está también dentro de él y siente lo mismo que nosotros, ahora le ha caído encima nuestro destino, nuestras alegrías, nuestros lamentos.[6]



[1] D. Bonhoeffer, “Sermón del tercer domingo de Adviento”, en Riconoscere Dio al centro della vita. Brescia, Queriniana, 2004, p. 15. Cit. en “Mi solitaria Navidad. Dietrich Bonhoeffer”, www.laciviltacattolica.es/2021/12/24/mi-solitaria-navidad/

[2] Ibid., p. 12.

[3] François Bovon, El evangelio según san Lucas. I. Lc 1-9. Salamanca, Ediciones Sígueme, 1995 (Biblioteca de estudios bíblicos, 85), p. 182.

[4] Giuseppe de Rosa, “El nacimiento de Jesús según el evangelio de Lucas”, en La Civiltà Cattolica, 9 de diciembre de 2022, www.laciviltacattolica.es/2022/12/09/el-nacimiento-de-jesus-segun-el-evangelio-de-lucas/.

[5] Ídem.

[6] K. Rahner, El significado de la Navidad. Barcelona, Herder, 2015, p. 11.


 

sábado, 17 de diciembre de 2022

El cántico de Zacarías: sobre el precursor y anuncio del Mesías (Lucas 1.67-79), Pbro. L. Cervantes-Ortiz

Domenico Ghirlandaio (1448-1494), Siglo XV, Capilla Tornabuoni

18 de diciembre, 2022

Gracias a la entrañable misericordia de Dios,

la luz matinal del cielo está a punto de brillar entre nosotros.

Lucas 1.78, Reina-Valera 1960 y Nueva Traducción Viviente

 

Trasfondo

Otro de los aspectos llamativos del relato de Lucas acerca del nacimiento de Jesús y de Juan el Bautista es la integración de quienes podríamos denominar “integrantes populares anónimos” del pueblo de Dios (“…la historia personal aparece relacionada con la historia general. Y la cronología de las anunciaciones y de los embarazos aparece colocada junto a la cronología de la historia de Israel”[1]). Es el caso muy notorio de Zacarías, un sacerdote cuya existencia monótona fue sacada del olvido por la intervención divina para catapultarlo a la posteridad por causa del papel que le correspondió como progenitor de Juan en circunstancias extraordinarias. La historia es bien sabida: pertenecía a la “clase de Abías” y su esposa era descendiente de Aarón (Lc 1.5), pero no era sumo sacerdote ni de la familia de sumos sacerdotes sino un simple sacerdote. El grupo de Abías era el octavo de los 24 grupos sacerdotales, por lo que tampoco era de un rango muy elevado. Dos veces al año, durante una semana, correspondía el servicio en el templo a un grupo sacerdotal; el resto del tiempo Zacarías vivía en las montañas de Judea fuera de Jerusalén.[2] Él y su esposa eran personas “justas” “y andaban irreprensibles en todos los mandamientos y ordenanzas del Señor” (1.6b), pero ambos eran de avanzada edad y ella era estéril (7). En esas condiciones, le tocó en suerte ofrecer el incienso en el templo (9) con toda la multitud orando afuera (10). Sobre el ejercicio solitario del sacerdocio cultual es posible extenderse en amplias reflexiones... Lo que vino después fue el anuncio extraordinario de la maternidad de Elisabet (13-14) y su consecuente reacción de incredulidad (18). El mensajero castiga esa actitud con la mudez de Zacarías (19-22). Pasados los días de su labor, volvió a su casa en ese estado (23) y más tarde su esposa resultó embarazada (24), lo que ella interpretó como una reivindicación del Señor: “Así ha hecho conmigo el Señor en los días en que se dignó quitar mi afrenta entre los hombres” (25). Allí concluye la primera parte del relato.

 

“Y tú, niño, profeta del Altísimo serás llamado” (vv. 67-77)

La segunda parte de la narración sobre Zacarías continúa la del anuncio a María y el cántico de ésta como reacción (26-56). Al momento de dar a luz, surgió la necesidad de nombrar al bebé, por lo que en en esas circunstancias Zacarías debió anotar el nombre que el ángel le indicó (Juan, Yohanan = “el fiel de Dios”, vv. 13, 60, 63). Inmediatamente recuperó la voz (64) y, como era de esperarse, el asombro y el temor invadieron al vecindario completo: “y en todas las montañas de Judea se divulgaron todas estas cosas” (65b) con la pregunta clave por parte del pueblo, que será respondida algunas líneas más adelante: “¿Quién pues, será este niño?” (66a). La mención del Espíritu Santo que llenó a Zacarías para producir el canto que vendrá a continuación, ya está presente desde que se anuncia el nacimiento de Juan (15) y cuando éste desde el vientre saltó al escuchar el saludo de María a su madre (41). “El v. 17 explicita la misión de Juan como precursor y el cumplimiento inminente de Mal 3.23. Juan es por tanto el precursor de Dios mismo”.[3] El cántico de Zacarías (Benedictus, primera palabra en latín, v. 68a) abre con una gran recapitulación de la historia de la salvación a partir de David (68b-72) y con el recuento de las promesas antiguas (73-75). Desde todo ese trasfondo brota la gran afirmación sobre Juan, el bebé: ““Y tú, niño, profeta del Altísimo serás llamado” (v. 76a) seguida de una nueva descripción de su labor (la primera: vv. 15-17): “Porque irás delante de la presencia del Señor, para preparar sus caminos; / para dar conocimiento de salvación a su pueblo, / para perdón de sus pecados” (76b-77).

En este punto habría que valorar la función profética de Juan y su papel como origen de “un movimiento reformador con fuerte tendencia escatológica, marcado por una aproximación entre la profecía y el sacerdocio” (Qumran).[4] “Juan Bautista es el tipo del hombre de adviento, al mismo tiempo que el tipo del profeta y del apóstol, del testigo y del anunciador de la Palabra. ‘Será grande delante del Señor’” (15).[5] Lo que quiere decir que sería un gran profeta, un anunciador del doble arrepentimiento (16-17) “para preparar para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto” (17b), pues el pueblo no estaba preparado para ser visitado por su Dios:

 

[Juan] Caminará delante del Señor, animado del poder y del espíritu de Elías. Delante del Señor; recordemos que en todo esto no se trata para nada de Juan, sino únicamente del Señor. Estamos prevenidos. Realmente es el Señor mismo el que va a aparecer en la tierra. Y delante de Él caminó Juan, animado del espíritu y del poder de Elías, lo cual significa que todas esas figuras de antes y después del nacimiento de Cristo están estrechamente ligadas las unas a las otras. Todos esos hombres hablan animados del espíritu y del poder de otro. Lo mismo Juan, sigue las huellas de Elías. Lo que hizo éste en otro tiempo esperando el advenimiento del Señor lo hace Juan ahora.[6]

 

“La luz matinal del cielo [anatolé] está a punto de brillar entre nosotros” (vv. 77-79)

Una expresión muy fuerte (“por las entrañas [splanchna] misericordiosas de nuestro Dios”, v. 78a) relaciona la descripción del precursor (76-77) con el anuncio del Mesías (78-79), puesto que concierne el uno al otro. En el cántico, “el sujeto de la mayor parte de los verbos es Dios, pero no actúa solo: le confía al niño una tarea preliminar y a la misteriosa anatolé, el papel decisivo de la ejecución. […] ¿no es también este cántico una acción de gracias, porque en adelante la vida y el movimiento penetran en la historia del pueblo? El Señor que se levanta está en camino, lo mismo que la comunidad está en marcha”.[7] El término anatolé puede referirse al “nacimiento” o “salida” de los astros, como las estrellas, lo cual cuadraría muy bien con la referencia de Mal 4.2: “Mas a vosotros los que teméis mi nombre, nacerá el Sol de justicia, y en sus alas traerá salvación; y saldréis, y saltaréis como becerros de la manada”.[8] La connotación mesiánica de este término es innegable: en la Septuaginta se usa en lugar de “retoño”, uno de los títulos del Mesías.

 

…el Mesías vendrá a traer la luz. […] La luz escatológica del Mesías iluminará de pronto las tinieblas del mundo de los mortales. Epifanai sugiere de antemano la luz que trae la vida. “Los que se encuentran en tinieblas y sombra de muerte” no son en primer lugar los paganos sino “nosotros” (v. 79). […]

La “epifanía” del Mesías exige que los que ven sepan y actúen: el pueblo, pasivo hasta ahora, puede levantarse y “marchar derecho” (kateuthunai).[9] 

La paz será el estado de armonía que experimentará el pueblo como liberación por parte de Dios para vivir en comunión con Él (79).

 

Conclusión

“El futuro del Bautista se describe en el lenguaje de la profecía. […] La comunidad salida del Bautista puso en relación con el mismo Dios (‘bajo la mirada del Señor’) la misión profética anunciada en Is 40.3 y Mal 3.1. La comunidad cristiana la pone en relación con el Mesías Jesús. […] Pero este profeta no tiene más que un pie en la antigua alianza; el otro está en la nueva. Es el último de los profetas, el precursor”.[10] La historia de la salvación no sólo se cuenta sino que también se canta aquí. El cántico proyecta la esperanza de la salvación en la venida del Mesías y de su precursor y hemos de esperar la iluminación que producen. Los precursores son indispensables pues son quienes ponen a funcionar la audacia de la fe, la solidez profética y un testimonio a toda prueba. Ésa es su gran lección para nosotros y para toda la Iglesia del Señor.



[1] Ivoni Richter Reimer, “Lucas 1-2 bajo una perspectiva feminista …y la salvación se hace cuerpo”, en RIBLA, núm. 44, 2003/1, p. 35.

[2] François Bovon, El evangelio según san Lucas. I. Lc 1-9. Salamanca, Ediciones Sígueme, 1995 (Biblioteca de estudios bíblicos, 85), p. 80.

[3] Ibid., p. 86.

[4] Ibid., p. 85.

[5] Karl Barth, Adviento. Madrid, Studium, 1970, p. 17.

[6] Ibid., pp. 20-21.

[7] F. Bovon, op. cit., pp. 147-148. Énfasis agregado.

[8] Raymond Brown, El evangelio según Lucas. II. Capítulos 1-8.21. Madrid, Ediciones Cristiandad, 1987, p. 187.

[9] F. Bovon, op. cit., p. 161.

[10] Ibid., p. 158.

La paz, el amor y la fe en Dios (Efesios 6.21-24), Pbro. Dr. Mariano Ávila Arteaga

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