sábado, 29 de abril de 2023

Vivir como instrumentos de la justicia (Romanos 6.12-14), Pbro. L. Cervantes-Ortiz


30 de abril, 2023

 

Tampoco presenten sus miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino preséntense ustedes mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y presenten sus miembros a Dios como instrumentos de justicia.

Romanos 6.13, Reina-Valera Contemporánea

 

Trasfondo

La eficacia de la prosa paulina se vuelve a probar con las afirmaciones de Ro 6.12-14, con lo que culmina la importante sección en que plantea la superación del pecado en el cuerpo mortal y la necesidad de convertir los miembros (méle) de las personas como expresión viva del cambio efectivo en la existencia por obra y gracia de la fe en Jesucristo. Todo ello acontece gracias a que ahora toda la vida se ubica y transcurre “en Cristo” (6.11b), es decir, por medio de la persona resucitada del Señor y salvador, lo que la puerta a una superación de la realidad dominante del pecado: “La vinculación del cristiano a Cristo se expresa con ayuda de las preposiciones con Cristo y en Cristo; con Cristo, en nuestra muerte ‘con él’ en la cruz, luego en la vida futura (vv 6 8, cf. 8.32, 1 Tes 4.17, Fil 1.23). De otra manera, el cristiano vive en Cristo (v. 11) entre el momento de su bautismo y el de la resurrección final. […] La distancia entre estas dos preposiciones en y con sitúa el desarrollo de la vida cristiana entre el con el del bautismo y el con el del ultimo encuentro”.[1]

 

El pecado ya no reina (basileuéto) en el cuerpo mortal (v. 12)

Dado que el pecado ha perdido su fuerza debido a las acciones redentores de Dios en su Hijo Jesucristo, se ha desactivado su intensidad para causar daño en la vida de los seguidores del Señor. La actitud de cada creyente, que se encuentra consciente de este conflicto interior, debe ser de moderación y control de esa realidad presente: “Por vivir en un cuerpo mortal, el cristiano sigue expuesto al pecado, solicitado por el deseo (cf. Stg 1.14). Debe dominarlo y someterlo, como dijo Dios a Caín (Gn 4.7)”. Ésta es la parte a la que la doctrina denomina la participación consciente en el proceso de “santificación”, pero esta actitud y la acción que se deriva de ella no constituye una participación “valiente” o “varonil” como si dependiera únicamente de la capacidad de reacción ante el pecado, sino que obedece firmemente a la obra de Espíritu Santo en la vida de cada persona redimida. El o la creyente no actúan a partir de una fortaleza personal sino de la sumisión responsable a lo que el Espíritu quiere hacer continuamente a través de él/ella.

Ésa es la razón por la que, como subraya Pablo, la persona no obedecerá continuamente los malos deseos propiciados por el pecado (jamartía, 12b) ni se someterá a lo que proceda de él, pero debe colaborar con una firme conciencia de que no caerá nuevamante bajo ese dominio pernicioso.

 

Cuando se afirma que el cristiano es “libre del pecado” resultaría fácil suponer que ahora vive su vida en una esfera exaltada por encima de las circunstancias de la vida común, una esfera en que los pecados y las tentaciones ya no le causan más dificultades. Pero Pablo no incurrió en tan ingenuo idealismo, cosa que resalta con toda claridad en los versículos siguientes. Pablo sabe que el combate continúa y que el cristiano se encuentra siempre en el sector más amenazado del frente, entre las dos potencias en pugna.[2]

 

Presentar los miembros como instrumentos de justicia (vv. 13-14)

En los siguientes versículos, la argumentación paulina se centra en los aspectos positivos, pues a la exhortación para no caer en las garras del pecado le sigue la correspondiente a ya no presentar los miembros (esto es, todos los elementos del ser físico e histórico) “como instrumentos de iniquidad” (jópla adikías) o de injusticia (13a), sino que, por el contrario, se debe presentar todo el ser completo “como vivos entre los muertos” (13b), y los “miembros a Dios como instrumentos de justicia” (jopla dikaiosúnes, 13c). Esto significa que, así como se pecaba con gran intensidad, ahora debe vivirse apasionadamente al servicio de la justicia, pues ésta es la gran referencia ética y moral que permite mostrar la nueva forma de vida que se está experimentando.

 

Pablo muestra en otra forma cuán realista es su modo de ver las condiciones presentes de la vida cristiana. […] Empero esto no lo induce a apartar la vista de la realidad mundana, como si ella no tuviera nada que ver con nuestra vida con Dios. Por el contrario, el combate ha de ser librado precisamente en el mundo, en nuestro cuerpo mortal. Son nuestros “miembros” los que antes estaban al servicio del pecado y podían ser usados por él como armas '. de la injusticia (jopla adikías) que ahora han de ser puestos al servicio de Dios como armas de la justicia (jopla dikaiosúnes).[3]

 

Estar o vivir en Cristo representa ahora la voluntad inequívoca de dedicarse, de tiempo completo, a servir a la justicia con todo lo que se es, lo que se piensa y lo que se hace, es decir, con todas las fuerzas vitales a nuestro alcance. Las dimensiones del sometimiento al pecado y la injusticia deberán ser igualadas y superadas por la disposición para hacer el bien, pues tal como lo expresó Martin Luther King Jr. en una frase célebre: “La última tragedia no es la opresión y crueldad por parte de la gente mala sino el silencio de la gente buena”. Y la otra, menos conocida: “Aquel que pasivamente acepta el mal está más implicado en él, tanto que lo ayuda a perpetrarse. Aquel que acepta el mal sin protestar contra él está en realidad cooperando con él”.[4]

Conclusión

"El pecado ya no tendrá poder sobre ustedes, pues ya no están bajo la ley sino bajo la gracia” (v. 14). La primacía, el triunfo de la gracia es la gran conclusión de esta sección de la argumentación paulina, siempre acuciosa y pertinente al momento de afrontar los grandes asuntos y derivaciones de la salvación. “Pablo expresa esta tensión con la imagen más fuerte que tiene a mano y que sabe que va a impactar a sus lectores: la imagen de la esclavitud es probable que muchos cristianos de Roma fueran realmente esclavos. Dos esclavitudes se presentan al cristiano como opción de vida: la esclavitud al pecado o la esclavitud a Cristo. El pecado conduce a sus esclavos a la muerte. Por el contrario, la ‘obediencia’ a Cristo ya no habla de esclavitud conduce a la salvación y por ella a la vida” (Biblia de Nuestro Pueblo). Esta “nueva servidumbre” es, en realidad, la verdadera libertad.

 

Estas palabras, alentadoras para el cristiano, permanentemente empeñado en la lucha contra el pecado, significan a la vez la respuesta definitiva a la pregl,lnta con que se inició este capítulo: “¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde?”. Esta era la objeción que el legalismo le hada a Pablo. Al oír lo que éste decía de la gracia, sólo podía concebirla como indulgencia con respecto al pecado. Ahora Pablo ha llegado a su respuesta: la ley liga al hombre al pecado, pero la gracia lo hace “libre del pecado”.[5]



[1] Charles Perrot, La carta a los Romanos. Estella, Verbo Divino, 1989 (Cuadernos bíblicos, 65), p. 38.

[2] Anders Nygren, La epístola a los Romanos. Buenos Aires, La Aurora, 1969, p. 205.

[3] Ibid., p. 206.

[4] M.L. King Jr., Stride toward freedom. The Montgomery story. 2a. ed. Nueva York, Ballantine Books, 1961, p. 51.

[5] A. Nygren, op. cit., p. 207.

sábado, 22 de abril de 2023

Cómo ve Dios a las personas (Romanos 6.5-11), Pbro. L. Cervantes-Ortiz

23 de abril, 2023

Sabemos que Jesucristo resucitó, [volvió a vivir], y que nunca más volverá a morir, pues la muerte ya no tiene poder sobre él.

Romanos 6.9, Traducción en Lenguaje Actual

 

Trasfondo

·         Dios nos creó. Nos conoce desde antes de nacer.

·         Es más, hay que decir que Dios nos soñó, nos imaginó, antes de crearnos.

·         Por lo tanto, nada nuestro escapa a su conocimiento. Sabe absolutamente todo acerca de nosotros.

·         Lo que somos, lo que pensamos, lo que nos gusta, lo que no nos gusta. Lo que soñamos y lo que hacemos todo el tiempo.

·         Desde la niñez podemos (como dice el Salmo 8.2: “Con las primeras palabras / de los niños más pequeños”) acercarnos a Él y verlo como un padre, como alguien directamente relacionado con nuestra familia.

 

De la vieja vida a la nueva vida en Cristo (vv. 5-7)

·         El Señor Jesús vino al mundo por cada uno de nosotros y vivió una vida perfecta delante de Dios.

·         Él es nuestro modelo para vivir y así encontrarnos con él todos los días, en todo lo que hacemos.

·         Debemos copiarle a él la forma de vivir, de pensar y de actuar.

·         Como nos conoce bien, es capaz de entendernos. Tanto quiso conocernos (de lejos, por así decirlo), que vino a acercarse a nosotros, siendo una persona igual a nosotros.

·         Por conocernos tan bien, nos comprende y desea que vivamos de una mejor manera y dejemos a un lado los pensamientos malos y las malas acciones.

·         La nueva vida que trajo el Señor Jesús es el ideal para vivir siempre.

 

Porque él vive, nosotros vivimos también (vv. 8-11)

·         El Señor Jesús quiere vivir con nosotros (aunque no lo veamos físicamente)

·         Él desea que lo acompañemos adonde quiera que vaya.

·         Él nos comparte de la vida que obtuvo y, como ve todo lo que vivimos, desea que seamos mejores personas.

·         Al conocernos tan bien, tanto o más que nuestros padres, quiere estar orgulloso de nosotros cada vez que actuemos bien: eso es “estar vivos en Cristo.”

      Conclusión

·         Festejemos el Día de las Niñas y los Niños con agradecimiento porque nos ha buscado desde que somos niños, tal como lo hizo al regañar a sus discípulos (seguidores) que trataron de impedir que se acercaran niños y niñas a él.

·         Él anunció que los niños y las niñas son propietarios del Reino de Dios y que sólo podemos entrar en él si seguimos siendo como niños/as.

·         Agradezcamos también, que conociéndonos tanto, él nos siga dando oportunidades para acompañarlo y ser mejores personas por ello. Siempre nos ve con amor, paciencia y compasión, incluso cuando hacemos cosas que no le agradan mucho.

viernes, 14 de abril de 2023

Re/insurrección en acción: el desafío de la vida nueva en medio de las contradicciones del mundo (Romanos 6.1-4), Pbro. L. Cervantes-Ortiz

16 de abril, 2023

Porque por el bautismo fuimos sepultados con él en su muerte, para que así como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva.

Romanos 6.4, Reina-Valera Contemporánea

 

Trasfondo

La comunidad de fe procesó los episodios de la Pascua del Señor y se situó en relación con ella progresivamente hasta definirse así misma como una “comunidad pascual”. Poco a poco la realidad salvadora del Jesús resucitado fue asimilada por las comunidades de fe que comenzaron a aplicar sus efectos individuales y colectivos, de modo que la perspectiva acerca de los planes divinos para hacerlo presente en medio de ellas fue canalizándose mediante una nueva visión. Prueba de ello son los escritos de Pablo de Tarso, el apóstol de los gentiles, quien recibió la herencia histórica y doctrinal para desarrollar, a su manera y en medio del esfuerzo misionero que llevó a cabo, una audaz interpretación de lo sucedido con Jesucristo, anclada en categorías judías, pero también griegas que se encargó de adaptar y transformar. Al momento de escribir la carta a los Romanos, muy probablemente desde Corinto, durante los tres meses que estuvo allí (Hch 20.2), entre los años 55 y 58 d.C.,[1] Pablo se esforzó enormemente por encontrar el significado profundo de la cruz de Jesús para los cristianos judíos y no judíos (“locura” y “escándalo”; I Co 1.23), algo que consiguió no sin sortear enormes dificultades. Romanos es “la invitación a vivir en la gracia y ya no en la ley”.[2] “Pablo busca ganarse el apoyo de los cristianos de Roma, en su lucha por defender un evangelio que incluya a todos los pueblos de la tierra. Por eso insiste en que el evangelio de Jesucristo se acoge por fe y no por la ley”.[3] Luego de exponer la situación humana de pecado (cap. 1), el juicio justo de Dios contra el pecado en relación con los judíos y la ley (2-3), afirma la justificación por la fe a partir del ejemplo de Abraham (3-4) y observa los resultados de la misma en la vida de los creyentes en Jesús gracias a la superioridad de éste sobre Adán (4-5).

 

Los muertos al pecado viven en Cristo (6.1-2)

Con ese trasfondo tan sólido argumentativamente, san Pablo acometió la tarea de deslindar lo sucedido con la muerte y resurrección de Jesús a partir de una serie de preguntas incisivas que llegan hasta nosotros cargadas aún de su fuerza espiritual original, además de las respuestas obligadas y concisas que colocan la discusión en el terreno más polémico: “Entonces, ¿qué diremos? ¿Seguiremos pecando, para que la gracia abunde? ¡De ninguna manera! Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo podemos seguir viviendo en él?” (6.1-2). Para luego lanzarse a un territorio cada vez más creativo y estimulante a través del simbolismo sacramental tomado directamente de la experiencia religiosa tan conocida por él: “¿No saben ustedes que todos los que fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte?” (6.3). Mediante el manejo de conceptos tales como pecado, gracia (charis) y don (charisma), muerte y vida, el apóstol se mueve en un discurso apelante para poner en juego y en movimiento la re/insurrección que representó, en el acontecimiento de Cristo, la posibilidad y el desafío auténticos de la vida nueva en medio de las contradicciones del mundo.

Un resumen de estas ideas y realidades expuestas por Pablo es apabullante y abrumador, incluso para quienes ya comprendían más en profundidad lo sucedido con Jesús de Nazaret, pues su argumentación parte desde el principio con una visión corporativa de la historia de la salvación:

 

Pues bien, si el pecado y la muerte afectan así a todos los hombres, ¡cuánto más la salvación de Dios! La salvación de hoy no tiene ninguna medida en común con la condición pecadora, expresada por el mito de ayer. La obra de Cristo no realiza simplemente el restablecimiento de una situación deteriorada por Adán. Más bien hay que decir que, en Cristo, los creyentes cambian en cierto modo de origen. Todo empieza de nuevo, en una “creación nueva” (Gal 6.15), al menos para “los que reciben la abundancia de la gracia y el don de la justicia” (Rom 5.17).[4]

 

Bautizados y resucitados para una vida nueva (6.3-4)

La expectativa anunciada por Pablo en sus cartas anteriores (sobre todo en Gálatas y Corintios) es, definitivamente, el triunfo de la vida nueva sobre el pecado, la injusticia y la muerte, nada menos. Él fue capaz de percibir, en su interpretación de la obra salvadora de Jesús, muchos elementos que vinieron a enriquecer la comprensión de esa labor. En relación directa con Rom 5, reflexiona sobre la situación de cada cristiano/a ante el pecado: “Donde se multiplicó el pecado, allí sobreabundó la gracia” (5.20); por lo tanto, según lo mencionado en 3.8, hay que marcar una firme distancia con el mal: “¡No hagamos el mal para que venga el bien!”.

 

…el pecado ya no tiene sitio en el cristiano, pues ha muerto con Jesús en la cruz. El “cuerpo del pecado” fue crucificado con Cristo, y por tanto también en aquellos que, por el bautismo, están ya muertos al pecado. En el segundo caso dirá: el cristiano no es ya un criado del pecado; él no tiene más que un solo amo: Dios. […]

En esta sección, Rom 6.1-23, conviene observar los verbos en pasado y en futuro: en pasado, para expresar la acción de la salvación definitivamente puesta en la cruz, una vez por todas (v. 10; Heb 7.27), y para religar el bautizado al pasado de la cruz; luego, en futuro, para significar la espera de una salvación que está aún por venir. Pero todavía tiene que caminar en la espera de la resurrección y de una vida con Cristo (vv. 5, 8, los verbos en futuro). El creyente ha sido sepultado con Cristo, crucificado con él, y ha muerto con Cristo (vv. 4, 6, 8). Pero todavía tiene que caminar en la espera de la resurrección y de una vida con Cristo (vv. 5, 8, los verbos en futuro).[5] 

El simbolismo del bautismo funciona magníficamente para exponer, incluso de forma espacial lo sucedido con cada creyente: toda persona bautizada ha sido bautizada en la muerte de Jesús (6.3): “El cristiano no puede salvarse más que siendo también él crucificado y muerto con su Cristo. Esa es la función del gesto del agua: ahora se ‘bautiza’ por la cruz, para realizar la vinculación a Cristo”;[6] el bautismo funciona, entonces, como sepultura en la muerte suya (4a), en una suerte de acompañamiento espiritual, para que, como resultado de su resurrección, en el presente, se experimente una vida auténticamente nueva (4b). Ahora todo, absolutamente todo, se vive en Cristo, a través de Cristo.

 

 

Conclusión

La vida nueva o nueva creación es la gran afirmación paulina, que brota continuamente en su discurso. Ella es resultado de la resurrección del Señor Jesús, por lo que sumarse a ella es vivir de una manera radicalmente nueva, más allá del dominio del pecado. Todo es rotundamente nuevo (identidad, mentalidad, proyectos, trabajo, esperanzas, relaciones, familia, espiritualidad…) y el desafío es, justamente, vivir esa existencia renovada en medio de las contradicciones del mundo que seguirán presentes y plantearán nuevas e inesperadas exigencias. El pecado seguirá ahí, a la expectativa siempre de volver a dominar la vida de las personas, pero sin la certeza de conseguirlo. Incurrir en él es una recaída o reincidencia que produce efectos espirituales, y no ya la desesperación por no poder salir de él: “lo que [Pablo] quiere es mostrar lo absurdo del pecado en la vida del cristiano y, por tanto, minar por la base la pretensión, ahora inútil, de la ley en su revelación auténtica del pecado”.[7] Las contradicciones del mundo pueden ser confrontadas gracias a la acción del Espíritu en cada persona creyente.



[1] Charles Perrot, La carta a los Romanos. Estella, Verbo Divino, 1989 (Cuadernos bíblicos, 65), p. 18.

[2] Pablo Ferrer, “Romanos 6-7: Reencontrar las dicotomías en el texto. Y en la vida”, en RIBLA, núm. 87, 2022/2, p. 81.

[3] Elsa Tamez, “¿Cómo entender la carta a los Romanos?”, en RIBLA, núm. 20, 1995, p. 80. Cf. Franz Hinkelammert, “Pablo: La maldición que pesa sobre la ley. Un ensayo sobre la carta a los romanos”, en La maldición que pesa sobre la ley. Las raíces del pensamiento crítico en Pablo de Tarso. San José, Arlequín; 2010, pp. 71-115.

[4] Ibid., p. 35.

[5] Ibid., p. 36. Énfasis original.

[6] Ibid., p. 37.

[7] Ibid., p. 36.

sábado, 8 de abril de 2023

El Siervo sufriente proclama y experimenta la vida y la salvación (Isaías 61.1-6), Pbro. L. Cervantes-Ortiz


Jyoti Sahi (1944), Resurrección (2007)


9 de abril, 2023

 

Después de tanta aflicción verá la luz,

y quedará satisfecho al saberlo;

el justo siervo del Señor liberará a muchos,

pues cargará con la maldad de ellos.

Isaías 53.11, Dios Habla Hoy


Dios le ha respondido [a Jesús] más allá de la muerte, como saben y proclaman, con la fuerza del Espíritu, los fieles de la iglesia. La cruz y la pascua forman según eso un acontecimiento doble, son cuestión y respuesta, diálogo cumplido y culminado. […] La pascua es la respuesta del Padre, que no libera a Jesús de la muerte, sino que por ella y en ella le acoge en la Vida y comunión completa de su gracia, en amor originario y final donde recibe su sentido la historia de los hombres.[1]

Xabier Pikaza y Bárbara Andrade


Trasfondo

El cuarto Cántico del Siervo sufriente de Yahvé termina con palabras de reivindicación, esperanza y superación de la muerte. La prolongación de su vida, anunciada en 53.10 está ligada a su aceptación de una muerte expiatoria, además de que es el canal para el éxito de los planes divinos, todo lo contrario de la oposición y la tragedia que experimentó. La situación se ha invertido completamente y, ahora, el horizonte era promisorio y luminoso: “No haciendo nada, no diciendo nada, hace que triunfe el designio de Dios”.[2]

 

Hasta aquí nuestro esfuerzo por contemplar la figura poética que el autor nos ha presentado, a través del testimonio de un grupo anónimo y enmarcada en un oráculo divino. Ahora preguntamos: ¿quién es ese personaje anónimo?; al menos, ¿a quién se parece, o quién se parece a él? Los investigadores han intentado contestar a la primera pregunta, cuando quizá sea mejor comenzar por la segunda. La figura se parece a Moisés, el hombre de más aguante del mundo, entre los reyes se parece a Josías el malogrado, a Jeconías el desterrado, entre los profetas se parece, sobre todo, a Jeremías, también se parece al cantor de la tercera Lamentación (otro anónimo) Algunos piensan que es el mismo “siervo” de los cantos precedentes, otros que es Isaías II, otros lo identifican con el pueblo judío o con una selección de él.[3]

 

La reivindicación absoluta del Siervo (53.10-12)

Al reivindicar completamente al Siervo, Dios actuó como después lo haría con la persona de Jesús, su Hijo. Anula el juicio humano y declara como inocente a su Siervo; es más, su padecimiento inocente “servirá para llevar a la justicia a los demás. […] Esos hombres rehabilitados, liberados de una condena merecida, serán el despojo o botín de victoria comparable con el botín de hombres poderosos […], pero diverso, porque es botín de rescatados […] Su vida, pasión y muerte han sido ‘intercesión’, que el Señor ha aceptado, su silencio ha sido oración escuchada”.[4] El Señor apreció sus sufrimientos y consideró su muerte como un sacrificio que se ofrecía por la salvación del pueblo. Su muerte sería, a la vez, la salvación para los demás y la apertura para él de la felicidad perfecta, presentada bajo la imagen tradicional de una vida larga con numerosos hijos”.[5] No existe recuperación, no se realizaría el proyecto de salvador de Yahvé sin una descendencia, física y espiritual. Su vida se prolongará en una estirpe que llevará adelante y experimentará las promesas divinas en un un futuro perentorio. “Ver la luz” es interpretado como que “resucitará”,[6] por lo que su recuperación de la vida es una proyección de la existencia en el tiempo. su “lugar entre los grandes” corrobora la reivindicación completa de que es objeto.

 

La proyección de la obra del Siervo vivificado (61.1-6)

El Siervo glorificado, evidentemente, es una figura anticipada del Mesías venidero, razón por la cual, en la tercera parte de Isaías aparece el programa del Señor a través de su escogido, quien deberá desarrollarlo de la misma manera que el Siervo en el primer Cántico (42.7), esbozado como está para promover la recuperación total de la fe y la esperanza del pueblo. En 61.1-6, que sería leído por el propio Jesús en la sinagoga de Nazaret (Lucas 4.16-30), se despliega claramente el proyecto divino: el Espíritu de Dios vendría sobre él para:

 

a) “predicar buenas nuevas a los abatidos” (1a);

b) “vendar a los quebrantados de corazón” (1b);

c) “a publicar libertad a los cautivos” (1c);

d) “a los presos apertura de la cárcel” (1d);

e) “proclamar el año de la buena voluntad de Jehová, y el día de venganza del Dios nuestro” (2a);

f) “consolar a todos los enlutados (2b); y

g) “ordenar que a los afligidos de Sión se les dé gloria en lugar de ceniza, óleo de gozo en lugar de luto, manto de alegría en lugar del espíritu angustiado” (3a).

 

Se trataba, justamente, de agrupar todas estas obras de servicio en el marco del Reino de Dios que anunciaría y viviría el Señor Jesús, además de relanzar la reconstrucción del pueblo como tal (v. 4), someter a los extranjeros (5) y, sobre todo, ampliar la plataforma sacerdotal a toda la comunidad (v. 6). Todo ello conseguido por el Siervo vivificado, anuncio del Mesías esperado que se encarnaría en la figura y acción de Jesús de Nazaret.

 

Conclusión

 

Todo el Nuevo Testamento está marcado por el lenguaje de Isaías 53. Su uso aparece en las confesiones de fe más antiguas, como en I Corintios 15.3b-5 […], en Romanos 4.24s […] o en el himno solemne de Filipenses 2.6-11 […] (tomando la “forma” de siervo, llegado a ser a semejanza de los hombres) […], por eso Dios lo exaltó (52.13). […]

La relectura cristológica de Isaías 53 que practica el Nuevo Testamento es importante desde cualquier punto de vista […], pero no agota su sentido. Ni hacia atrás, pues el mensaje del texto en el momento de su producción […] sigue teniendo vigencia […]. Ni hacia adelante, ya que nuevas situaciones históricas premiten nuevas apropiaciones del sentido. Los oprimidos —sean pueblos, comunidades o personas— pueden hoy identificarse con la figura del siervo, cuyo sufrimiento y muerte representan su situación histórica concreta, mientras que su exaltación simboliza para ellos la esperanza del triunfo, utópico o no. Cuando uno actualiza sólo el momento del padecer y del morir significa que ha internalizado la opresión, y entonces su identificación con el siervo (como con el Crucificado) es un sedante espiritual. El oprimido se libera cuando sale de su situación, lo que se vive anticipadamente celebrando la exaltación y glorificación de aquel mismo siervo sufriente.[7] 

Por eso mismo, la “mística del servicio” practicado por este personaje, como bien subraya José Ignacio González Faus, es a la que son llamados/as quienes se unen a su perspectiva crística y cristológica mediante la fe, la indignación y la vocación profética partiendo de un aparente fracaso, pero sin dejar de asomarse al horizonte de exaltación y consumación que representa la resurrección/recuperación de la vida y la esperanza.[8]



[1] Xabier Pikaza, “Bárbara Andrade una ‘teólogo esencial’”, en Religión Digital, 22 de enero de 2014, www.religiondigital.org/el_blog_de_x-_pikaza/Barbara-Andrade-teologa-esencial_7_1540415958.html.

[2] Luis Alonso Schökel y José Luis Sicre, Profetas. I. Madrid, Ediciones Cristiandad, 1980, p. 334.

[3] Ídem. Énfasis agregado.

[4] Ídem. Énfasis agregado.

[5] Claude Wiener, El Déutero Isaías. 2ª ed. Estella, Verbo Divino, 1980 (Cuadernos bíblicos, 20), p. 57.

[6] E. Dussel, “Habodah en los poemas del Siervo de Yahvéh” [1963], en Hacia los orígenes de Occidente. Meditaciones semitas. México, Kanankil Editorial, 2012, p. 186, http://biblioteca.clacso.edu.ar/clacso/otros/20120130110342/8apen.pdf.

[7] J. Severino Croatto, Isaías: la palabra profética y su relectura hermenéutica. Vol. II: 40-55. La liberación es posible. Buenos Aires, Lumen, 1994, pp. 277, 278. Énfasis agregado.

[8] J.I. González Faus, Servir para una espiritualidad de la lucha por la justicia en los “cantos del siervo” de Isaías. Barcelona, Cristianismo y Justicia (CJ, 96), pp. 23-25. Cf. Jorge Pixley, “Jesús y el Siervo de Yavé en el Déutero-Isaías”, en Biblia y liberación de los pobres. Ensayos de teología bíblica latinoamericana. México, Centro Antonio de Montesinos, 1986, pp. 177-197.


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