sábado, 29 de julio de 2023

Orar desde lo profundo: lección urgente del Señor Jesús (Lucas 22.39-46), Pbro. L. Cervantes-Ortiz


Paul Gauguin, Cristo orando en el huerto

30 de julio, 2023

“Padre, si quieres, te pido que quites esta copa de sufrimiento de mí. Sin embargo, quiero que se haga tu voluntad, no la mía”.                                                                                                            

Lucas 22.42, NTV

 

 

Trasfondo

El momento más álgido e impactante de la práctica de Jesús aconteció momentos antes de ser entregado por Judas y ser aprehendido injustamente. “En cada uno de los evangelios sinópticos, este episodio presenta la reacción interna de Jesús ante la inminencia de su pasión y su orientación radical a la voluntad de su Padre y al plan divino de salvación que ahora empieza a desarrollarse, para llegar al momento de su entrega suprema”.[1] A ese momento dramático se refiere la carta a los Hebreos cuando afirma: “Él, en los días de su vida mortal, ofreció oraciones y súplicas, a gritos y con lágrimas, al que podía salvarlo de la muerte; y Dios lo escuchó en atención a su actitud reverente” (5.7).

 

En la redacción de Lucas, Jesús no exterioriza ninguna de las reacciones emocionales que le atribuye el relato de Marcos frente a la prueba que le aguarda. Con gran sobriedad, Jesús exhorta a sus discípulos a que permanezcan en oración; luego se aparta de ellos, cae de rodillas y ora repetidamente: «Padre, aparta de mí esta copa» (v. 42), usando una figura veterotestamentaria para significar la copa del destino que pronto tendrá que apurar personalmente. Pero añade: “No se haga mi voluntad, sino la tuya” (v. 42).

En su condición de Hijo, Jesús se somete a lo que le exige la dedicación filial a su Padre, y expresa su prontitud para afrontar el momento supremo del designio salvífico de Dios. La dedicación a su Padre lo lleva a enfrentarse con el reto decisivo, porque lo que está enjuego es su propia existencia humana.[2]

 

Jesús ora continuamente y exhorta a orar (vv. 39-40)

“Después de la esperanza, la paz y la majestad de la última cena, en la que Jesús revela el sentido sagrado de la copa de la salvación, su oración en el monte de los olivos muestra el aspecto doloroso que esta copa representa para él. Aquí se descubre toda la verdad de su humanidad, lo que le constituye en auténtico hermano nuestro, salvador nuestro desde lo más íntimo y profundo de nuestro sufrimiento”.[3] Luego del episodio de la cena con los discípulos, Jesús subió, una vez más, al monte para orar, “como era su costumbre” (v. 39) en el monte de los Olivos, lugar de su predilección (Lc 21.37). en un primer momento va acompañado por los discípulos, pero el instante de la plegaria lo reservaba para estar solo. Ese primer acompañamiento deja la impresión de que lo acompañarían por más tiempo, pero, al mismo tiempo, deja espacio para que el Señor los exhorte a orar “para no ceder a la tentación” (40).

 

Anteriormente, cuando Jesús enseñó a sus discípulos el “Padrenuestro”, les instruyó que dijeran: “No nos dejes caer en tentación” (Lc 11,4c). Ahora, la recomendación de Jesús implica que la prueba que él va a tener que afrontar en seguida se va a convertir en piedra de toque de la fidelidad de los suyos y de su perseverancia a su lado; será la prueba por excelencia de su dedicación al Maestro. Pero, a la vez, Jesús sugiere que el contacto con Dios será un modo de prevenir la defección. El destino que le aguarda a Jesús no será para él una nueva tentación , pero sí lo será para los suyos. […] “Caer en tentación” equivale a sucumbir al poder maléfico que en ella se encierra.[4]

 

La tentación del momento, para ellos sería no permanecer fieles a él, al menos desde el acompañamiento físico. La oración sería, así, un pertrecho para afrontar la dificultad de mantener una fidelidad a toda prueba, aun cuando el destino del Señor, tal como se iba manifestando, diferiría enormemente de lo que a ellos les aguardaba. Son llamados a no ceder ante ella como parte del conjunto de seguidores que podían estar al lado suyo en esos momentos tan exigentes. La soledad lo esperaba. Para el Señor mismo, la tentación consistiría en lo impensado: no asumir la misión del Padre.


La oración agónica del Señor: fe y experiencia (vv. 41-46)

En tres versículos Lucas pone a prueba su capacidad narrativa para mostrar, en primer lugar, la intensidad de la plegaria del Señor en los instantes más críticos de su vida. “Lucas saca de este relato una lección para los discípulos al enmarcarlo en dos exhortaciones a orar para no caer en la tentación (vv. 40 y 46: el primer versículo es propio de Lucas, mientras que el segundo se convierte en la conclusión del relato). De esta forma, nos sugiere que Jesús nos ha dado ejemplo triunfando de la tentación por la oración; para mostrarnos la tentación, nos presenta frente a frente la voluntad del Padre y la del Hijo (v. 42)”.[5] Alejado de los discípulos, Jesús se arrodilló y comenzó a experimentar una oración agónica, preñada de un sufrimiento atroz. Al mencionar la distancia con sus discípulos, se implica que a Jesús lo podían ver a lo lejos, pero que no lo podían oír. La primera frase: “Padre, si quieres” (42a), reformula en Lucas las palabras introductorias de Marcos 14.36: “¡Abba! ¡Padre!, todo es posible para ti”. Al avanzar, concentró su petición específica: “…te pido que quites esta copa de sufrimiento de mí”. Es algo que él no deseaba beber o apurar: “En ningún pasaje de la tradición evangélica se muestra tanto la humanidad de Jesús como aquí. Su reacción se refiere no sólo al sufrimiento físico y a la angustia psíquica de su pasión y muerte, sino que probablemente incluye también una especie de duda interior sobre el significado de todo lo que se le avecina”.[6] La tercera parte de la oración muestra su aceptación de la voluntad divina: “quiero que se haga tu voluntad, no la mía”: “El sustantivo thelema [voluntad, inclinación, deseo] se refiere no a un capricho antojadizo del Padre, que somete a su Hijo a la muerte en satisfacción por el pecado humano y las ofensas a la majestad divina, sino al designio del Padre que quiere la salvación de la humanidad”.[7]

“En estos momentos de prueba, Jesús es auténticamente hombre. El Padre no responde a su oración más que con el envío de un ángel (v. 43). Esto no constituye una realidad de tipo maravilloso, sino que más bien representa la humillación; evoca el relato de Elías en el momento de su desesperación (1 Re 19.7-8). En este combate ‘doloroso’, Jesús se encuentra consternado hasta sudar sangre (v. 44). Pero, al final, de pie, se preocupa solamente de los suyos (v. 45)”.[8] El v. 44 intensifica el fervor de la oracióny agrega una frase inquietante: “…y estaba en tal agonía [único lugar del NT en donde aparece] de espíritu que su sudor caía a tierra como grandes gotas de sangre”. Ambos versículos no aparecen en los manuscritos más antiguos lo que plantea el dilema de rendirse en la admiración total o recibir el ejemplo de la oración profunda. Al ponerse de pie, volvió con los discípulos “dormidos, exhaustos por la tristeza” (45b) y les preguntó por qué dormían, para luego exhortarlos para levantarse y orar, nuevamente, para no caer en la tentación (46).

 

 

Conclusión

“Jesús, en Lucas, vacila durante una o dos horas entre el rechazo y la aceptación. No rechaza de buenas a primeras, pero su aceptación es lenta, costosa. Aquellos que nunca han sido tentados tienen permiso para escandalizarse de la tentación de Jesús. Pero para todos nosotros que tan bien la conocemos, ¿no es lo que nos da fuerza saber que Jesús, nuestro Señor, fue tentado y salió victorioso de la prueba?”.[9] Es una auténtica “oración desde lo profundo”, es la experiencia de “la noche oscura del alma” (San Juan de la Cruz), pero es sobre todo una gran lección práctica sobre la oración que brota desde lo más hondo en el momento más urgente y dramático de toda su vida. El momento en que la experiencia fue de una auténtica “agonía”. En ello radica su importancia para nosotros hoy. “Lo que se saca antes de nada de este texto es que la oración de Jesús es difícil él mismo nos lo dirá en su enseñanza. Hay que gritar en la noche, insistir, tener ánimos. La oración es un acto de valentía espiritual”.[10]



[1] J.A. Fitzmyer, El evangelio según Lucas. IV. Traducción y comentario. Capítulos 8,22-18,14. Madrid, Ediciones Cristiandad, 1997, p. 388.

[2] Ibid., p. 392.

[3] Augustin George, El evangelio según san Lucas. Estella, Verbo Divino, 1987 (Cuadernos bíblicos, 3), p. 36.

[4] J.A. Fitzmyer, op. cit., p. 395.

[5] A. George, op. cit.

[6] J.A. Fitzmyer, op. cit., p. 396.

[7] Ibid., p. 397.

[8] Ídem.

[9] A. George, op. cit., pp. 47-48.

[10] Ibid., p. 49.

sábado, 22 de julio de 2023

Palabrería hueca o sinceridad espiritual: dos modelos de oración (Lucas 18.9-14), Pbro. L. Cervantes-Ortiz

23 de julio, 2023

Les digo que fue este pecador —y no el fariseo— quien regresó a su casa justificado [dedikaioménos] delante de Dios. Pues los que se exaltan a sí mismos serán humillados, y los que se humillan serán exaltados.          

Lucas 18.14, NTV

 

Trasfondo

Un segundo momento sobre la oración en Lucas 18 muestra a Jesús contando una historia posible, la clásica oposición entre el fariseo y el publicano, o la confrontación entre dos espiritualidades, continúa en cierto modo lo expuesto en la parábola anterior: “Luego Jesús contó la siguiente historia a algunos que tenían mucha confianza en su propia rectitud y despreciaban a los demás” (v. 9). Aquí estamos frente a una exposición redonda (con dedicatoria) de dos modelos de oración antitéticos y profundamente contradictorios. Forma parte de aquellas enseñanzas del Señor que van a la raíz de la condición humana y de las diversas formas de espiritualidad.

 

Dios derrama su compasión, su justicia, sobre un pobre recaudador que se le presenta contrito y anonadado para reconocer ante él la perversidad de su comportamiento.

El contraste entre las dos figuras, decididamente antitéticas no sólo por su respectiva situación en el templo, sino especialmente por los términos de su oración, habla por sí mismo. Incluso antes de llegar a la conclusión (14a), el lector percibe el mensaje de la parábola. El texto no dice expresamente cuál fue el pecado del fariseo o en qué consistió la enmienda del recaudador. Jesús deja esas intimidades al juicio de Dios o a la fantasía del oyente. Él se limita a declarar que uno “bajó a su casa justificado” y el otro no.[1]

 

La introducción pinta de cuerpo entero a ambos personajes en el contexto de la liturgia y el ritual del templo, es decir, ambos están encasillados por la religiosidad instituida y se someten a ella, aunque su oficio produce en ellos una actitud ya bastante diferenciada de antemano para dilucidar el ejercicio de su fe, cada uno a su manera. Se dirigen al lugar de culto explícitamente para orar (v. 10a) y son definidos por una especie de estereotipo quen sólo aplicará en el primer caso, el segundo se sale de la norma y de lo esperado, rompe el esquema de lo esperado. Con todo, son dos figuras representativas del judaísmo de la época. “La dualidad prepara ya la oposición mutua, que va a conferir su dramatismo a la parábola”.[2] “La mención de dikaioi (‘justos’) prepara ya su contradictorio adikoi (‘injustos’) en el v. 11. Igualmente, los elementos descriptivos que se encadenan en esta frase introductoria preparan el colmo de la autocomplacencia del fariseo, es decir, la comparación de sí mismo con el recaudador (11)”.[3]

 

El fariseo: una oración basada en la autosuficiencia (vv. 11-12)

En su oración, que estrictamente es una “acción de gracias”, el fariseo revisa sus virtudes, “que va desgranando con un aire de complacencia, primero negativamente y a continuación en forma positiva “Y oraba así [en su interior] sobre su propia conducta”. Él no es como los demás hombres: no es un ladrón, no es un injusto, no es un adúltero, no es, ni siquiera —y aquí llega al ápice de su huspá, [arrogancia, impertinencia o insolencia]—, ‘como ese recaudador’ (11). Él guarda sus ayunos y paga sus diezmos, incluso por encima de lo prescrito (12)”.[4]

 

La conducta del fariseo y su actitud legalista resultan esencialmente desenfocadas, aunque por su condición social nunca ha estado comprometido en una profesión tan abyecta como la recaudación de impuestos. A los ojos de sus contemporáneos, el puritano fariseo no es ni un miserable “recaudador” ni un “pecador” depravado; pero en el plano religioso, “a los ojos de Dios”, no consigue la verdadera “rehabilitación” o “condición de justo” porque se fía exclusivamente de sí mismo. La parábola no se contenta con reseñar la reacción de Jesús frente a dos tipos de religiosidad judía, sino que es una nueva manifestación de su actitud con respecto a los representantes de dos estratos sociales —“fariseos”, “recaudadores”— del judaísmo palestinense de su tiempo. Cf. Lc 5.29-32; 7.36-50.[5]


Esta oración es resultado de una espiritualidad soberbia, autocomplaciente, completamente ligada al legalismo que no es capaz de superar y en la que el sujeto se ve a sí mismo como el centro de todo, sin considerar que su obediencia de la ley era apenas un paso y que compararse con los demás no es la vía para el constante encuentro con Dios. La frase: “No soy comos demás” es eco de un texto del Talmud y recuerda también la famosa oración masculina: “Bendito seas, Dios, Señor del universo, porque no me hiciste gentil, mujer, ni esclavo”.

 

El publicano sólo pidió compasión por sus pecados (vv. 13-14)

Por su parte, y el texto destaca el marcado contraste, el cobrador de impuestos ni siquiera se acercaba y no se atrevió “a levantar la mirada al cielo mientras oraba”, sino que se golpeaba en señal de dolor y arrepentimiento, mientras decía: “Oh Dios, ten compasión de mí, porque soy un pecador” (13). Se trataba, pues, de una oración de confesión (o penitencia) mediante la cual encontró “el restablecimiento de su justicia, la condición de ‘justo’, que es exactamente lo que pretendía el fariseo con su rechazo del latrocinio, del adulterio, de la iniquidad y con su observancia de los ayunos y los diezmos”.[6] Si el fariseo es un auténtico fanfarrón (o “echador”), pues al orar sólo piensa en sí mismo, “el publicano intenta comunicarse con Dios y pide clemencia, consciente de su pecado”.[7] Como bien planteaban algunos textos de Qumran: “¿De qué puede enorgullecerse ante Dios un pobre ‘pecador’?”.[8]

 

El v. 14a es importante porque puede constituir un indicio de que la doctrina neotestamentaria sobre la “justificación” no es mero fruto de reflexiones teológicas posteriores, sino que hunde sus raíces en la enseñanza del Maestro e incluso en su actitud personal frente a las corrientes pietísticas de su época. “Justo”, verdaderamente “justo”, a los ojos de Dios no es el que cumple las observancias, sino el que, fiándose de la misericordia divina, reconoce su propia limitación y confiesa sinceramente su pecado. Por consiguiente, “la doctrina paulina sobre la justificación tiene sus más profundas raíces en la enseñanza de Jesús” (J. Jeremías, Las parábolas de Jesús).[9]

 

“El hombre se golpea el pecho, olvida del todo dónde está; el dolor le abruma, porque está tan lejos de Dios. Su situación y la de su familia es de hecho desesperada. Pues, para hacer penitencia, no sólo debe abandonar su vida pecadora, es decir, su profesión, sino también reparar: que consistía en la restitución de la cantidad defraudada, aumentada en una quinta parte. ¿Cómo puede saber a quién ha robado todo? No sólo su situación. sino también su petición de misericordia es desesperada”.[10] La conclusión del Señor es muy clara y apunta hacia la declaración de justicia para todo aquel/la que sinceramente se presenta delante de Dios mediante una oración sincera y transparente.

 

Conclusión

La exhortación final del Señor, un auténtico proverbio (“Pues los que se exaltan a sí mismos serán humillados, y los que se humillan serán exaltados", 14b; Ez 21.26; Lc 14.11), “con su forma generalizante, rebasa las fronteras de los destinatarios directos de la parábola y la abre a las sucesivas generaciones; lo que era llamada a los contemporáneos se hace invitación al discípulo. El mensaje deja traslucir que el seguidor de Cristo debe identificarse con el recaudador más bien que con el fariseo. Pero no hay que hacerse ilusiones; por grande que sea nuestra voluntad de identificarnos con el recaudador, siempre nos quedará un reducto donde, en el fondo, seguiremos siendo fariseos”.[11]

 

La parábola da testimonio del pensamiento de Jesús sobre esa búsqueda afanosa de la propia justicia. La auténtica rectitud moral, en su dimensión religiosa, no se obtiene por una autocomplacencia en los propios logros o por una vana confianza en las propias posibilidades; ni el rechazo de lo prohibido ni la observancia de lo mandado —sean las leyes de Moisés o las ridículas prescripciones de los fariseos— dan derecho a una “justificación” que sólo puede provenir de la misericordia de Dios.[12]



[1] J.A. Fitzmyer, El evangelio según Lucas. III. Traducción y comentario. Capítulos 8,22-18,14. Madrid, Ediciones Cristiandad, 1997, p. 856.

[2] Ibid., p. 859.

[3] Ídem.

[4] Ídem.

[5] Ibid., pp. 856-857.

[6] Ibid., p. 856.

[7] Oscar Cullmann, La oración en el Nuevo Testamento. Salamanca, Ediciones Sígueme, 1999, p. 50.

[8] J.A. Fitzmyer, op. cit., p. 865

[9] Ibid., p. 857. Énfasis agregado.

[10] Joachim Jeremias, Las parábolas de Jesús. Estella, Verbo Divino, 1974, p. 176.

[11] Ibid., p. 858. Énfasis agregado.

[12] Ibid., p. 857.

sábado, 15 de julio de 2023

¿Importunar a Dios?: bases de la oración incesante (Lucas 18.1-8), Rev. José Luis Oyoque C.

9 de julio, 2023 

Sin duda nos encontramos frente a una parábola que en una primera lectura pudiera parecernos sorprendente, en la que los personajes que son tan fácil de identificar en otras parábolas ahora parecen velados o al menos no congruentes a las imágenes que sugieren representar. El modelo de oración es representado por una viuda y en esto no parece haber mayor problema, no obstante, parece que la imagen de Dios está representada por la de un juez malo, en el más amplio sentido de la palabra maldad, por eso es importante no hacer una primera lectura literal y buscar el sentido más profundo del texto.

El juez es una persona detestable que seguramente nadie quisiera cerca de uno, sin ideales, sin humanidad, sin empatía y aún sin respeto por su propia labor, no tenía respeto por nada ni por nadie. Una persona encerrada en su propia manera de pensar, en su egoísmo. Parece que la imagen que se nos ofrece es de una persona que es invulnerable e inaccesible aún a la petición más urgente de atender.

En el otro lado nos encontramos a la viuda, la imagen de la debilidad hecha persona, marginada, sin apoyo, carente de cualquier cosa que pueda ayudarle a obtener la justicia anhelada. En un primer momento la batalla parece que resultará en una aplastante derrota ¿Qué puede hacer la viuda frente a la arrogancia e indiferencia del juez?

Sin embargo, ella no se rinde, va una y otra y otra vez a cruzársele en el camino, lo persigue, lo desconcierta. Después de todo el juez decide rendirse, está harto de la viuda y sus quejas, reconoce que la forma de quitársela de encima es brindarle la justicia tan anhelada por la mujer.

Pareciera que la mujer encontró que el egoísmo, el deseo de no ser molestado del juez terminaría por hacerle ceder ante ella. Si ella logra justicia es gracias al hartazgo que ha logrado en él, no es que haya sido triunfadora la justicia, sino que las pretensiones personales de no oírla han vencido al juez.

La debilidad ha triunfado sobre la fuerza, a la indefensa le ha dado la razón la arrogancia, no tengamos miedo de nuestra debilidad, no debemos desanimarnos ante nuestra impotencia, no pensemos que hay dificultades insuperables. Habrá ocasiones en que la respuesta se hará esperar, eso no nos debe de llevar a que nuestro ánimo decaiga, la tardanza debe alimentar nuestra esperanza.

Un detalle muy importante es que el juez no es una copia de Dios sino la imagen contraria a Él, no tenemos frente a nosotros un juez insensible sino un Dios amoroso que se hace empático en nuestra búsqueda de justicia y que esta impaciente por escucharnos. No es una lucha de debilidad contra fuerza sino el encuentro de la debilidad con el amor; no es necesario mencionar que Dios no nos responde para que no le molestemos más, sino que siempre está dispuesto a abrir el camino de la fe para esperarnos y encontrarnos.

Ésta es la resolución que obtenemos de Jesús, Dios es mejor que ese juez y él les hará justicia a los que le aman y le buscan con insistencia, es la persistencia y la constancia la que da señal de nuestra fe, orar con fe e incesantemente.

La parábola cierra con una pregunta inquietante: “Pero cuando el Hijo del Hombre venga, ¿encontrará todavía fe en la tierra?” (v. 8b). Jesús sabe que va de camino a Jerusalén, a su tiempo de pasión, de muerte, de oscuridad, parece que su mente le susurra imágenes de que su misión fracasará. Uno de los signos de nuestra fe debe seguir siendo la oración aún en la noche más oscura, permanecer firmes y esperanzados. La parábola debe recordarnos que si hasta un juez injusto escucha a quien le suplica, con mucha mayor razón Dios, que es la fuente de amor y esperanza, escuchará a sus hijos.

sábado, 8 de julio de 2023

"Señor, enséñanos a orar": Jesús, maestro de oración (Lucas 11.1-13), Pbro. L. Cervantes-Ortiz

9 de julio, 2023

Así que les digo, sigan pidiendo y recibirán lo que piden; sigan buscando y encontrarán; sigan llamando, y la puerta se les abrirá.                                                                

Lucas 11.9, Nueva Traducción Viviente

 

Trasfondo

Jesús, orando continuamente en el evangelio de Lucas, se estableció como practicante, crítico y, como dice nuestro título, “maestro de oración”. Jon Sobrino señala: “Jesús ora en situaciones históricas concretas de importancia, más allá de las oraciones cúlticas de su pueblo”,[1] con lo cual podemos afirmar, de entrada, que él sacó a la oración del espacio meramente litúrgico para volverlo una realidad cotidiana, inmediata y urgente. A partir de allí es como se va a manifestar como un auténtico maestro desde la práctica, la crítica y la enseñanza. Sobrino se refiere a los niveles en la oración de Jesús: “Podemos considerar tres niveles en su oración. Ante todo la típica del judío piadoso, de la cual encontramos textos aquí y allá a lo largo de todo el evangelio. Ahora nos fijaremos más detenidamente en un segundo nivel: la oración personal de Jesús en los momentos de tomar decisiones; y en un tercer nivel: la oración en la que Jesús concentra lo más profundo de su vida”.[2] El tercer nivel se desglosa en la oración de acción de gracias de Lc 10.21, un momento fundamental en su vida de servicio y en que volcó todo lo que pensaba y esperaba acerca del Reino de Dios: “Oh Padre, Señor del cielo y de la tierra, gracias por esconder estas cosas de los que se creen sabios e inteligentes y por revelárselas a los que son como niños. Sí, Padre, te agradó hacerlo de esa manera”. El otro momento fundamental fue la impactante oración del huerto.

 

Jesús ora continuamente y enseña a orar (v. 1-4)

La introducción de la plegaria del Señor en la narración evangélica de Lucas cuadra perfectamente con su contexto inmediato: hacía muy poco, acababa de invocar al “Padre”, alabándolo y dándole gracias (10.21-22); luego introdujo un “ejemplo” de amor al prójimo (10.29-37, el “buen samaritano”), y, por último, destaca el significado de escuchar la palabra como la “única cosa” necesaria (10.38-42).[3] Al inicio del cap. 11, Jesús se encuentra nuevamente en otro momento de oración, aunque no se define expresamente el momento y el lugar. Es un momento rutinario, pero una circunstancia tan simple va a servir para que, al final de ese instante, un discípulo se acerque y le haga una solicitud relacionada: “Señor, enséñanos a orar, así como Juan les enseñó a sus discípulos” (1b). Se trata de una auténtica imitación, aunque es posible afirmar que estaban impresionados por su ejemplo, tan frecuente en este evangelio, y “desean imitar al Maestro en su comunicación con Dios”.[4] El hecho de que aquel maestro de fe tuviera una oración especial provocó en los discípulos de Jesús la necesidad de una propia para el grupo, lo que manifiesta una cierta identidad espiritual diferenciada de la de aquel, acaso por el impacto del mensaje del Señor en sus vidas. Eso los haría diferentes.

En Lc 5.33 se mencionan las oraciones de los discípulos de Juan (ellos hacían “súplicas”, expresión idiomática del griego clásico), pero no se da ninguna referencia concreta sobre el contenido o las formas de esa oración ni sobre el hecho mismo de esa enseñanza del Bautista. Quizá, sugiere Fitzmyer, “se pudiera ver aquí una insinuación de ciertos rezos característicos de Juan y distintos de las habituales plegarias” y hace una alusión a las oraciones de los esenios.[5] “En la versión de Lucas, la oración consta de los elementos siguientes: una invocación (‘¡Padre!’); dos aspiraciones explícitamente dirigidas a Dios, en segunda persona del singular, y tres peticiones, que se le plantean en primera persona del plural. En la formulación de Mateo se amplifican los componentes: una invocación más extensa, tres deseos sobre el plan de Dios y cuatro peticiones”.[6]

La palabra “Padre” (Abba, en el trasfondo arameo) domina todo el conjunto porque es la clave que revela la actitud de Jesús ante Dios. “Esta forma íntima de expresarse confirma que Jesús, al hablar con Dios, mantenía con él una unión particularmente estrecha y singular. […] Cuando Jesús enseña a sus discípulos a invocar a Dios como Abba, esto significa que, a pesar de la singularidad de su conciencia filial, tan extraordinariamente intensa, quiere introducirlos también a ellos en el diálogo íntimo, en la unión con Dios”.[7] Por ello esta oración vino a romper el esquema habitual de la espiritualidad judía para instalar en la conciencia de los discípulos la cercanía absoluta de Dios desde su paternidad.

 

El padrenuestro consta de dos partes. La primera se caracteriza por el uso de la segunda persona de singular: “tú”, “tuyo”, y la segunda, por el uso de la primera persona del plural, “nosotros”, nuestro”. La primera parte se refiere a un acontecimiento divino que nos afecta también a nosotros y en el que participamos, pero que no radica directamente en el ámbito humano [santificar el nombre de Dios]. La segunda se refiere a un acontecimiento divino que tiene por objeto directo al ser humano [la venida del Reino, el gran anuncio de Jesús]. Pero ambas partes están relacionadas por las acciones salvíficas que se piden a Dios.[8]

 

Jesús demuestra el valor de la oración persistente (vv. 5-13)

Luego de la oración solicitada por los discípulos, el Señor pasa a dar una lección vívida sobre el valor de la oración y su práctica. Nótese que hablamos de valor y no de poder, pues parecería que ella tiene una capacidad autónoma para conseguir de manera irrestricta lo que se solicita. La parábola es una nueva exhortación a la oración para mostrar la persistencia con que cada creyente debe dirigirse a Dios y contrasta notablemente con lo que enunció el Señor en Mt 6.8: “Su Padre sabe lo que les hace falta, incluso antes de que se lo pidan”. El énfasis recae en la certeza absoluta de que la oración será escuchada.

 

Al mismo tiempo, la parábola dice implícitamente que el que recibe una petición sólo podrá dormir tranquilo con su familia si accede generosamente a las pertinaces demandas de su “amigo”. Ése es el término de comparación con el Padre del cielo. Pero, como observa G. B. Caird (The Gospel of St. Luke, 152), “a Dios no hay necesidad de despertarlo o de halagarlo para que nos conceda lo que le pedimos; él ya es, de por sí, suficientemente generoso, incluso con los descreídos e ingratos. Pero reserva sus bendiciones más exquisitas para los que saben valorarlas y muestran su interés por ellas, con una oración incansable”. De hecho, la palabra griega anaideia, que hemos traducido por “insistencia”, significa “descaro”, o “atrevimiento”, o “desfachatez”.[9]

 

 

Conclusión

Jesús respondió a la petición de los discípulos de una manera admirable, con un modelo de oración que, partiendo de la tradición, consigue incorporar nuevos elementos a la plegaria de fe en la que es posible sumarse a los propósitos divinos sin dejar de expresar la necesidad humana más honda.

 

Su sentido más profundo para el individuo se revela solamente cuando él se dedica al propósito más amplio del Reino de Dios y encara sus problemas personales deste este ángulo. Solamente así se penetra en el significado de la oración del Señor, y en su mismo espíritu.[…]

Ella no pertenece a quienes su meta religiosa principal es vivir coinseguridad en un mundo lleno de maldades, dejando intocado el mal del mundo. En ella el pensamiento dominante es la transformación religiosa de la humanidad en todas sus relaciones sociales. Nos fue legada por Jesús, el gran iniciador de la revolución cristiana; y ella es propiedad, con todo derecho, de quienes siguen su bandera en la conquista del mundo.[10]



[1] J. Sobrino, “La oración de Jesús y del cristiano”, en Christus, 42, 500, 1977, pp. 25-48, Selecciones de Teología, núm. 71, 1979.

[2] Ídem.

[3] J.A. Fitzmyer, El evangelio según Lucas. III. Traducción y comentario. Capítulos 8,22-18,14. Madrid, Ediciones Cristiandad, 1997, pp. 302-303.

[4] Ibid., p. 313.

[5] Ídem.

[6] Ibid., p. 305.

[7] Oscar Cullmann, La oración en el Nuevo Testamento. Ensayo de respuesta a cuestiones actuales a la luz del Nuevo Testamento. Salamanca, Ediciones Sígueme, 1999 (Biblioteca de estudios bíblicos, 92), pp. 83-84. Énfasis agregado.

[8] Ibid., p. 84.

[9] J.A. Fitzmyer, op. cit., p. 327.

[10] Walter Rauchenbusch, Oraçôes por um mundo melhor. Trad y pres. de Rubem Alves. Sāo Paulo, Paulus, 1997, pp. 16, 21-22. Versión propia.

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