30 de julio, 2023
“Padre, si quieres, te pido que quites esta copa de sufrimiento de mí. Sin embargo, quiero que se haga tu voluntad, no la mía”.
Lucas 22.42, NTV
Trasfondo
El momento más álgido e impactante de la
práctica de Jesús aconteció momentos antes de ser entregado por Judas y ser
aprehendido injustamente. “En cada uno de los evangelios sinópticos, este
episodio presenta la reacción interna de Jesús ante la inminencia de su pasión
y su orientación radical a la voluntad de su Padre y al plan divino de
salvación que ahora empieza a desarrollarse, para llegar al momento de su
entrega suprema”.[1] A ese momento dramático se refiere la
carta a los Hebreos cuando afirma: “Él, en los días de su vida mortal, ofreció
oraciones y súplicas, a gritos y con lágrimas, al que podía salvarlo de la
muerte; y Dios lo escuchó en atención a su actitud reverente” (5.7).
En la redacción de
Lucas, Jesús no exterioriza ninguna de las reacciones emocionales que le
atribuye el relato de Marcos frente a la prueba que le aguarda. Con gran
sobriedad, Jesús exhorta a sus discípulos a que permanezcan en oración; luego
se aparta de ellos, cae de rodillas y ora repetidamente: «Padre, aparta de mí
esta copa» (v. 42), usando una figura veterotestamentaria para significar la
copa del destino que pronto tendrá que apurar personalmente. Pero añade: “No se
haga mi voluntad, sino la tuya” (v. 42).
En su condición de
Hijo, Jesús se somete a lo que le exige la dedicación filial a su Padre, y
expresa su prontitud para afrontar el momento supremo del designio salvífico de
Dios. La dedicación a su Padre lo lleva a enfrentarse con el reto decisivo, porque
lo que está enjuego es su propia existencia humana.[2]
Jesús ora continuamente y exhorta a
orar (vv. 39-40)
“Después de la esperanza, la paz y la
majestad de la última cena, en la que Jesús revela el sentido sagrado de la
copa de la salvación, su oración en el monte de los olivos muestra el aspecto
doloroso que esta copa representa para él. Aquí se descubre toda la verdad de
su humanidad, lo que le constituye en auténtico hermano nuestro, salvador
nuestro desde lo más íntimo y profundo de nuestro sufrimiento”.[3] Luego del episodio de la cena con los
discípulos, Jesús subió, una vez más, al monte para orar, “como era su
costumbre” (v. 39) en el monte de los Olivos, lugar de su predilección (Lc
21.37). en un primer momento va acompañado por los discípulos, pero el instante
de la plegaria lo reservaba para estar solo. Ese primer acompañamiento deja la
impresión de que lo acompañarían por más tiempo, pero, al mismo tiempo, deja
espacio para que el Señor los exhorte a orar “para no ceder a la tentación”
(40).
Anteriormente, cuando
Jesús enseñó a sus discípulos el “Padrenuestro”, les instruyó que dijeran: “No
nos dejes caer en tentación” (Lc 11,4c). Ahora, la recomendación de Jesús
implica que la prueba que él va a tener que afrontar en seguida se va a
convertir en piedra de toque de la fidelidad de los suyos y de su perseverancia
a su lado; será la prueba por excelencia de su dedicación al Maestro. Pero, a
la vez, Jesús sugiere que el contacto con Dios será un modo de prevenir la
defección. El destino que le aguarda a Jesús no será para él una nueva
tentación , pero sí lo será para los suyos. […] “Caer en tentación” equivale a
sucumbir al poder maléfico que en ella se encierra.[4]
La
tentación del momento, para ellos sería no permanecer fieles a él, al menos
desde el acompañamiento físico. La oración sería, así, un pertrecho para
afrontar la dificultad de mantener una fidelidad a toda prueba, aun cuando el
destino del Señor, tal como se iba manifestando, diferiría enormemente de lo
que a ellos les aguardaba. Son llamados a no ceder ante ella como parte del
conjunto de seguidores que podían estar al lado suyo en esos momentos tan exigentes.
La soledad lo esperaba. Para el Señor mismo, la tentación consistiría en lo
impensado: no asumir la misión del Padre.
La oración agónica del Señor: fe y
experiencia (vv. 41-46)
En
tres versículos Lucas pone a prueba su capacidad narrativa para mostrar, en
primer lugar, la intensidad de la plegaria del Señor en los instantes más
críticos de su vida. “Lucas saca de este relato una lección para los discípulos
al enmarcarlo en dos exhortaciones a orar para no caer en la tentación (vv. 40
y 46: el primer versículo es propio de Lucas, mientras que el segundo se convierte
en la conclusión del relato). De esta forma, nos sugiere que Jesús nos ha dado
ejemplo triunfando de la tentación por la oración; para mostrarnos la
tentación, nos presenta frente a frente la voluntad del Padre y la del Hijo (v.
42)”.[5]
Alejado de los discípulos, Jesús se arrodilló y comenzó a experimentar una
oración agónica, preñada de un sufrimiento atroz. Al mencionar la distancia con
sus discípulos, se implica que a Jesús lo podían ver a lo lejos, pero que no lo
podían oír. La primera frase: “Padre, si quieres” (42a), reformula en Lucas las
palabras introductorias de Marcos 14.36: “¡Abba! ¡Padre!, todo es posible para
ti”. Al avanzar, concentró su petición específica: “…te pido que quites esta
copa de sufrimiento de mí”. Es algo que él no deseaba beber o apurar: “En
ningún pasaje de la tradición evangélica se muestra tanto la humanidad de Jesús
como aquí. Su reacción se refiere no sólo al sufrimiento físico y a la angustia
psíquica de su pasión y muerte, sino que probablemente incluye también una
especie de duda interior sobre el significado de todo lo que se le avecina”.[6]
La tercera parte de la oración muestra su aceptación de la voluntad divina: “quiero
que se haga tu voluntad, no la mía”: “El sustantivo thelema [voluntad,
inclinación, deseo] se refiere no a un capricho antojadizo del Padre, que
somete a su Hijo a la muerte en satisfacción por el pecado humano y las ofensas
a la majestad divina, sino al designio del Padre que quiere la salvación de la
humanidad”.[7]
“En estos momentos de prueba, Jesús es
auténticamente hombre. El Padre no responde a su oración más que con el envío
de un ángel (v. 43). Esto no constituye una realidad de tipo maravilloso, sino
que más bien representa la humillación; evoca el relato de Elías en el momento
de su desesperación (1 Re 19.7-8). En este combate ‘doloroso’, Jesús se
encuentra consternado hasta sudar sangre (v. 44). Pero, al final, de pie, se
preocupa solamente de los suyos (v. 45)”.[8]
El v. 44 intensifica el fervor de la oracióny agrega una frase inquietante: “…y
estaba en tal agonía [único lugar del NT en donde aparece] de espíritu
que su sudor caía a tierra como grandes gotas de sangre”. Ambos versículos no
aparecen en los manuscritos más antiguos lo que plantea el dilema de rendirse
en la admiración total o recibir el ejemplo de la oración profunda. Al ponerse
de pie, volvió con los discípulos “dormidos, exhaustos por la tristeza” (45b) y
les preguntó por qué dormían, para luego exhortarlos para levantarse y orar,
nuevamente, para no caer en la tentación (46).
Conclusión
“Jesús,
en Lucas, vacila durante una o dos horas entre el rechazo y la aceptación. No
rechaza de buenas a primeras, pero su aceptación es lenta, costosa. Aquellos
que nunca han sido tentados tienen permiso para escandalizarse de la tentación
de Jesús. Pero para todos nosotros que tan bien la conocemos, ¿no es lo que nos
da fuerza saber que Jesús, nuestro Señor, fue tentado y salió victorioso de la
prueba?”.[9]
Es una auténtica “oración desde lo profundo”, es la experiencia de “la noche
oscura del alma” (San Juan de la Cruz), pero es sobre todo una gran lección
práctica sobre la oración que brota desde lo más hondo en el momento más
urgente y dramático de toda su vida. El momento en que la experiencia fue de
una auténtica “agonía”. En ello radica su importancia para nosotros hoy. “Lo
que se saca antes de nada de este texto es que la oración de Jesús es difícil —él
mismo nos lo dirá en su enseñanza—. Hay que gritar en la noche, insistir,
tener ánimos. La oración es un acto de valentía espiritual”.[10]
[1] J.A. Fitzmyer, El evangelio según Lucas. IV. Traducción y
comentario. Capítulos 8,22-18,14. Madrid, Ediciones Cristiandad, 1997, p. 388.
[2] Ibid.,
p. 392.
[3] Augustin George, El evangelio según san Lucas. Estella, Verbo Divino, 1987 (Cuadernos
bíblicos, 3), p. 36.
[4] J.A. Fitzmyer, op. cit., p. 395.
[5] A. George,
op. cit.
[6] J.A. Fitzmyer, op. cit., p. 396.
[7] Ibid., p.
397.
[8] Ídem.
[9] A.
George, op. cit., pp.
47-48.
[10] Ibid., p. 49.