domingo, 24 de septiembre de 2023

El Señor sostiene a sus hijos/as durante toda su vida (Salmo 37.23-34), Pbro. Silfrido Gordillo B.

24 de septiembre, 2023

Buenos días, hermanas y hermanos, es un placer y honor para mí exponer la Palabra en este día, día de alegría, gratitud y celebración por los XXXV años de vida y ministerio del grupo Maranatha, conformado por hermanas y hermanos de la tercera edad. No tengo los años que ustedes tienen y menos la experiencia vivida, pero ya estoy en el 5to piso, poco más de media jornada, eso si el Señor me permite vivir los años que ustedes tienen. Aunque no tengo los años, sin embargo, tengo el gran privilegio de tener a un padre de casi 84 años y a una madre de casi 70 años, y también tuve la alegría de vivir y convivir con mis suegros, quienes fallecieron a la edad de 85 años mi suegra y 92 años mi suegro. Me congratulo en este día tan especial. No podemos callar todo lo que Dios ha hecho y sigue haciendo en nuestras vidas. La vida es un don de Dios, un regalo, y cada día que vivimos aquí en esta tierra, es solo por la gracia y misericordia de Dios. “El libro de los Salmos proporciona la fuente teológica, pastoral y litúrgica más confiable dada a nosotros en la tradición bíblica. A tiempo y destiempo, generación tras generación, hombres y mujeres fieles se vuelven a los Salmos como a la fuente más útil para conversar con Dios sobre las cosas más importante” de la vida. (Walter Brueggemann)

Para nosotros, los Salmos son muy importantes, en todo este recorrido de nuestra fe y de la vida cristiana, nos han acompañado. ¿Quién no se sabe un Salmo, un versículo? En algún momento de dificultad, de enfermedad, de angustia, o de gratitud acudimos a ellos. Hacemos nuestra la experiencia del Salmista, nos identificamos, oramos, cantamos, lloramos, nos confesamos, nos alegramos, celebramos la gloria de Dios, su soberanía, su presencia, y en todo ello encontramos refugio y paz. Habla de la vida, de la muerte, de la esperanza, cada Salmo nos desafía a vivir la ley divina y tener larga vida sobre la tierra. Los Salmos nos inspiran, nos desafían y repostulan el sentido de nuestra vida. Desafía nuestras actitudes, eleva nuestro espíritu, incentiva la revisión de nuestros valores, llega a lo profundo de nuestra alma, nos transforma. Nos entusiasma, nos emociona leer y saber que, a pesar de las circunstancias adversas, Dios gobierna, toda nuestra vida está bajo el gobierno de Dios, todo está sometido a él.

 

El Señor guarda nuestras vidas

Este Dios que nada lo contiene, todo lo conoce y todo lo controla, todo está sometido a él, la naturaleza misma es su creación y sobre ella cabalga y reina, la muerte misma que es el terror de los seres humanos lo tiene bajo su dominio, si todo él lo domina ¿Que no puede entonces hacer con los malos, los impíos, del que hace iniquidad, del que busca el mal de su prójimo, del necio? El Salmo 37 habla precisamente de ello. Si nada se escapa a los ojos de Dios, todo hecho tiene entonces una consecuencia, cada acción tiene su recompensa, y en ese contraste de la vida, el Salmo se torna pedagógico para la comunidad, describiendo y enseñando a los más jóvenes los modos de conducta que pudieran tener, y cómo cada forma de actuar es bien o mal vista por la comunidad, específicamente para los ancianos, pero sobre todo a los ojos de Dios, tal y como el Eclesiastés lo dice “Alégrate, joven en tu juventud, y tome placer tu corazón en los días de tu adolescencia; y anda en los caminos de tu corazón y en la vista de tus ojos; pero sabe, que sobre todas esta cosas te juzgara Dios” Eclesiastés 11:9 .

Es en este contexto de dichos, a modo de proverbios donde se insertan versículos de condenación y bendición, de destrucción y de promesas, es en medio de esta comunidad de santos y pecadores donde resalta la sabiduría de los ancianos, ancianas, haciendo un recuento breve de sus vidas pero que concentra toda la vida, en estas palabras “Joven fui, y he envejecido, y no he visto justo desamparado, ni su descendencia que mendigue pan”.

Aquel, aquella que guarda sus mandamientos, que guarda la ley, guarda la vida de su hermano, de su prójimo, de la comunidad, ese, esa, es un varón bienaventurado, varona bienaventurada, grato delante de los ojos de Dios.

Hoy, ante todo una cultura individualista, egocéntrica, utilitaria, consumista, donde prioriza la productividad, el dinero, valores ficticios, vacuos por encima de la vida, se requiere hacer una relectura de los Salmos y retomar los valores que nos presenta y desafían para una vida digna y plena de los seres humanos, tanto jóvenes que vuelvan al redil, que retomen el camino, el rumbo, el sentido de sus vidas, como las personas adultas que se integren a la familia, a la sociedad a la iglesia, en esa convivencia, fraternidad, solidaridad, amor, respeto, honra que se merecen. Bien dice el proverbista “La gloria de los jóvenes es su fuerza, y la hermosura de los ancianos es su vejez” (Prov 20.29).

 Hoy en una sociedad donde los ancianos son tratados como inútiles, estorbos, abandonados, desatendidos, viviendo bajo el peso de una doble soledad, es decir, al de sus años y la de nuestro olvido, se hace urgente promover la honra, la vida digna, ya que la vida es en sí misma el máximo valor en cualquiera de sus etapas, y la ancianidad el supremo regalo. Como iglesia debemos hacerlos participes de los planes y proyectos, la sabiduría de ellas, de ellos, el consejo, es una guía y dirección a nuestras vidas y planes. Estas personas ancianas, ancianos, son el silencioso ejercito de los que vencieron en tantas batallas de la vida para brindarnos a nosotros una mejor vida. El tiempo es el mayor enemigo, pero a la vez el mejor aliado. Enemigo, porque pesan los años y la vida sigue su curso y pesan, aliado, porque les ha brindado la experiencia y sabiduría para vivir y afrontar los desafíos de la vida.  

Ellos, ellas no se sienten derrotados, están en la plenitud de sus vidas, sino preguntémosles. Están llenos de vigor, de fuerza interior. Están conscientes de los avatares de la vida, y por eso se mantienen a pie de la lucha.

 

Ancianos que sueñan (Joel 2.28-29)

Los ancianos soñaran sueños. Esta expresión está dentro del relato del pentecostés en el libro de los Hechos. Es la llegada y llenura del Espíritu Santo a los hombres y mujeres. Cuando el Espíritu llega, abre en nosotros nuevos rumbos de vida, nuevos caminos por transitar. Algunos nacieron en la fe, son de cuna cristiana, otros llegaron a la fe a una edad adulta, madura, y otros están por llegar. Cuando digo nuevos es porque son caminos no andados, no recorridos por nadie, ni prefabricados, y digo rumbos en plural, porque no es solo uno, sino varios, por donde el Espíritu nos lleva. A la edad de Ustedes, el Señor sigue llevándolos a nuevos caminos, aventuras, la edad no importa para el dador de la vida, el continúa obrando. La Biblia está llena de hombres y mujeres de edad avanzada donde Dios los llamo a nuevos retos, a nuevos planes, porque para cumplir la voluntad de él, no hay edades, así tenemos a una Sara, a un Abraham, a un Caleb, a un Jacob, etcétera. Al mismo Elías que buscaba y esperaba la muerte, el Señor le dijo “Levántate y come, porque largo camino te resta” 2 Reyes 19:7. Nada nos detiene cuando el Espíritu inunda nuestra vida

Ustedes tienen muchos caminos recorridos, rumbos diferentes, y lo seguirán haciendo hasta donde nuestro Buen Dios les conceda. Si les pidiéramos que nos cuenten esas experiencias vividas, esos caminos andados, su testimonio sería interminable, sería una historia sin fin, porque cada camino recorrido ha dejado en ella una marca, una huella, un recuerdo, unas de alegría y otras de tristeza.

Rumbos, no solo son caminos físicos, pueblos, ciudades, países, son eventos en la vida que van dejando marcas (nacimientos de los hijos, de los nietos, bisnietos, perdidas de seres queridos.

Están donde están, estamos donde estamos, porque todos nuestros planes fracasaron, y porque el Espíritu nos llevó y nos trajo donde hoy estamos.

Cuando el Espíritu llega a nuestras vidas, nos hace renacer para vida, y en ese renacer, nos hace soñar, soñar que otro mundo es posible, soñar que la justicia de Dios impere en nuestro mundo, soñar que las guerras, la violencia termine y llegue la Paz, el Shalom de Dios. Soñar es abrazar las promesas de Dios, ver el mundo como Dios lo ve y colaborar con él para que el sueño de Dios sea un sueño de todos y sea una realidad. Isaías 65:17-25, Apocalipsis 21-22.

 

Conclusión

Hay que vivir la vejez con gratitud, con esperanza, con seguridad y confianza en Dios. Toda una larga vida es todo un camino de fracasos y glorias, de derrota y victorias, de luchas y triunfos, de caídas y levantadas, en resumen, toda una vida de fidelidad de Dios. Por eso escuchar hablar a una persona de la tercera edad, es una gran bendición, porque están llenos de una riqueza inacabable, de una sabiduría profunda de la vida.

La vejez es de cultivo, de seguir dando frutos, de estar vigorosos, salmo 92:14 “Aún en la vejez fructificarán; estarán vigorosos y verdes, para anunciar que Jehová mi fortaleza es recto, y que en él no hay injusticia.

Así que, amadas, amados, no se sienten en la comodidad, en sus laureles, ustedes tienen mucho por seguir dando y aportando a la iglesia, al Reino de Dios. El testimonio de ustedes es luz y esperanza para los adolescentes, jóvenes, adultos, dentro como fuera de la iglesia. El anuncio del evangelio, de las buenas nuevas son reto en el día a día, y nuestro llamado continúa, hasta que como dice el salmista “Hasta que anuncie tu poder a la posteridad, y tu potencia a todos los que han de venir, y tu justicia oh Dios hasta lo excelso” (Salmo 70:18-19).


sábado, 16 de septiembre de 2023

Dios se manifiesta como libertador (Éxodo 14.1-18), Pbro. L. Cervantes-Ortiz


Moisés (1513-1515), Miguel Ángel Buonarroti (1475-1564)

17 de septiembre, 2023

Como yo haré que los egipcios se pongan tercos, ellos van a ir tras ustedes, pero entonces yo los destruiré. Y cuando haya derrotado al rey y a todos sus ejércitos y carros, los egipcios sabrán que yo soy el Dios de Israel. ¡Voy a demostrarles mi gran poder!                    

Éxodo 14.17-18, Reina Valera Contemporánea

Toda la historia del Pueblo judío, como la de los demás pueblos, está presentada en el Antiguo Testamento como una procesión: una procesión que va de la humillación a la elevación, de la estrechez a la holgura. Sólo un mundo libre corresponde efectivamente al Dios de la Libertad. Mientras el Reino de la Libertad no sea un hecho, Dios no se permite descanso en el mundo; mientras Dios no ha llegado a su derecho y a su identidad en el mundo, se encuentra aún, con éste, en camino.                                         

Jürgen Moltmann 

Trasfondo

Luego de que Moisés se presentó ante el pueblo (Éx 4) y de que junto con Aarón acudieron ante el faraón para exponer la petición de la salida de Egipto (Éx 5), y ante la cerrazón del monarca (“el fracaso de la vía legal”, J. Pixley), comenzó la serie de plagas que lograrían convencerlo, especialmente la última (“las medidas de fuerza”, Éx 7-12.36). En 12.1-28 se registra la importantísima celebración de la Pascua. En 13.1-16 se estableció la consagración de los primogénitos antes de iniciar el camino de salida del pueblo (13.17-22). La gesta alcanzó su culminación cuando debieron atravesar el Mar Rojo, en lo que fue el episodio más notable de todo el relato. Cuánto podría decirse sobre esas “medidas de fuerza”, de presión para obligar al faraón a ceder, por ejemplo, que éstas también contribuirían a mostrar la grandeza del Señor: “Las plagas y los prodigios tiene una función independiente del éxodo que es la de proclamar a Yavé para que los egipcios sepan que ‘yo soy Yavé’. También a esta interpretación de las plagas corresponde su propia forma literaria”.[1] Los relatos de las plagas incluyen la rivalidad entre Yavé y el faraón, cuyos magos lograron repetir algunos prodigios hasta que confesaron su impotencia para seguir en la competencia. El otro tema es la negociación con el rey para obtener la salida de los hebreos para celebrar la fiesta de Yavé: “La dureza de corazón del Faraón prevalece cada vez que Moisés deja que aumente la presión sobre el rey y su país”.[2] Lo cierto es que se trata de una cadena de sucesos cuya suma desembocó en la decisión de dejar salir al pueblo israelita, aun cuando de último momento el faraón se arrepintió de su decisión. 

El pueblo avanza y se asoma a la libertad (vv. 1-5)

La parte final del cap. 13 especifica las formas de acompañamiento de Dios para el pueblo en el desierto (columnas de nube y de fuego, 13.21-22) mediante una estrategia para que no se arrepintiese. “Baal-zefón era el Dios del mar, era quien poseía las llaves de sus secretos y su poder, y quien administraba la vida y la muerte por él causada. Los israelitas están a punto de morir encerrados entre el desierto y el mar, pero su Dios va a demostrar quién es el verdadero dueño del poder de las aguas. Allí donde se adoraba al Dios del mar Yavé va a demostrar su poder sobre las aguas para preservar la vida y para quitarla”.[3] La orden de Dios es terminante como parte de ella para evitar quedar “encerrados en la tierra y en el desierto” (v. 3): “El faraón será confundido al hacerle creer que los movimientos se deben a que los israelitas están perdidos y confundidos. El verbo hebreo (nebukim) significa estar desorientado, perdido, haber perdido el camino. La ironía consiste en que no es así, sino que el que tiene una visión errada de lo que está sucediendo es él mismo. El lugar luce como una tumba para los israelitas desde la perspectiva del faraón, pero en realidad lo será para sus propios hombres”.[4]

El “endurecimiento del corazón” (v. 4) del faraón, que hizo seguir a los israelitas, es interpretado como una acción divina directa encaminada a mostrar la gloria de Yavé para manifestarse a los egipcios en todos sus niveles. Es un acto de fuerza y de glorificación al mismo tiempo. Ya antes continuamente accedía a dejar salir al pueblo y su corazón se endurecía para impedirlo. “En este caso el sentido parece connotar algunos elementos distintos, al mostrar que el faraón actuará irracionalmente y en contra de sus propios intereses”.[5] El v. 5 refiere cómo el faraón y sus siervos se arrepintieron de dejar ir al pueblo pues comprendieron que no sólo saldrían a adorar a Yavé sino que ya no regresarían, lo cual les resultaba inaceptable. 

El ejército egipcio sale a perseguir a Israel (vv. 6-14)

La reacción del faraón es usar todo su poder militar (6-7) para perseguir a los fugitivos; nuevamente el texto destaca el endurecimiento del corazón del rey agregando que “los hijos de Israel habían salido con mano poderosa” (8), a quienes alcanzaría junto al mar, delante de Baal-zefón, adonde habían acampado (9). Toda la masa de fuerzas egipcias (caballería, carros, caballos, ejército) entró en acción, lo que haría más impactante su derrota posterior. El pánico se apoderó del pueblo al ver la cercanía de sus perseguidores y clamaron a Yavé (10), y reprocharon inmediatamente a Moisés el peligro que les esperaba en el desierto (11-12). El contraste expresado en el v. 12 sonaba realista y razonable, aunque no sintonizaba con el proyecto liberador de Yavé; fueron presas del “miedo popular y los sentimientos contrarrevolucionarios”: “Salir de Egipto significa un cambio profundo en las costumbres y en la vida cotidiana; significa enfrentar el desafío de la libertad y de construir el propio futuro. En la esclavitud había reglas claras y estabilidad, en el proceso de liberación es necesario construir reglas nuevas y el futuro depende del esfuerzo de todos y cada uno”.[6] Ante ello, la afirmación de Moisés fue contundente, enfática y premonitoria: “No tengan miedo. Manténganse firmes, y vean la salvación que el Señor llevará hoy a cabo en favor de ustedes. Los egipcios que hoy han visto, nunca más volverán a verlos. Quédense tranquilos, que el Señor peleará por ustedes” (13-14). 

“Di a los hijos de Israel que marchen”: Yahvé derrota definitivamente a Egipto (vv. 15-18)

Las palabras del v. 15 (“¿Por qué clamas a mí? Di a los hijos de Israel que marchen”) son toda una consigna de fe y acción digna de atenderse hasta hoy: ya no era tiempo de clamar inactivamente sino de actuar. “Moisés debe extender su mano sobre el mar para abrir en él un camino [16]. Al endurecer el corazón del faraón él creerá que puede seguir a los israelitas por el mismo camino [17a]. no conoce el designio del Señor, que quiere cubrirse de gloria a costa de los egipcios [17b-18]”.[7] Yavé logra lo imposible: hacer pasar al pueblo hacia la libertad y derrotar definitivamente a ese ejército. 

Conclusión

Las lecciones de la historia aparecen sintetizadas en 14.31, después de esta gran hazaña divina: “Y al ver el pueblo de Israel aquel gran hecho que el Señor llevó a cabo en contra de los egipcios, tuvo temor del Señor, y todos creyeron en el Señor y en su siervo Moisés”. La fe se consolidó por fin en el corazón del pueblo, lo que le daría la capacidad de mirar y seguir hacia adelante, pues lo hecho por Dios era una garantía irreversible para el presente y para el futuro. Eso aplica para nuestro tiempo, indudablemente.



[1] J. Pixley, Éxodo: una lectura evangélica y popular. México, CUPSA-CRT, 1983, p. 81.

[2] Ídem.

[3] Pablo R. Andiñach, El libro del Éxodo. Salamanca, Ediciones Sígueme, 2006, p. 237.

[4] Ídem.

[5] Ibid., p. 138.

[6] Ibid., p. 139.

[7] José Loza Vera, “Éxodo”, en Comentario bíblico latinoamericano. Antiguo Testamento. Vol. I. Pentateuco y textos narrativos. Estella, Verbo Divino, 2005, p. 451.

sábado, 9 de septiembre de 2023

El Señor llama y envía al libertador (Éxodo 3.1-14), Pbro. L. Cervantes-Ortiz


Marc Chagall (1887-1985), Moisés y la zarza ardiente (1966) 

10 de septiembre, 2023

El clamor de los hijos de Israel ha llegado a mi presencia, y he visto además la opresión con que los egipcios los oprimen. Por lo tanto, ven ahora, que voy a enviarte al faraón para que saques de Egipto a mi pueblo, a los hijos de Israel”.                           

Éxodo 3.9-10

El acontecer del Éxodo. con el que se identificaba en Israel toda una nueva generación, permite hablar de Dios y de libertad sin tener, por así decirlo, que tragar una palabra al tomar aliento para pronunciar la otra; ni que definir al uno con la negación de la otra. De esta coincidencia entre “Dios” y “Libertad” es de donde, en las guerras bíblicas y en los grandes profetas, brota la nueva idea del Dios “que nos precede”, del Dios que va a la cabeza de la marcha que, desde la esclavitud v la servidumbre. nos lleva a la libertad omnímoda.[1]                                                                                                                    

Jürgen Moltmann 

Trasfondo

El famoso pasaje del llamado de Moisés para encabezar la liberación del pueblo de Israel en Egipto es uno de los más ricos y llenos de significado. Moisés se encontraba errante y vivía en una tierra extraña, ya con una familia y dedicado a las labores cotidianas. De entre los animales que cuidaba en el desierto, el Señor lo llamó para dirigir la gesta mediante la cual el pueblo recuperaría su libertad y saldría a adorarlo en el desierto. Al mismo tiempo, Dios revelaría su nombre dinámico para que el pueblo lo fuera reconociendo a medida de que avanzara el proceso de independencia a través de las grandes manifestaciones (plagas) que someterían el orgullo y la soberbia del faraón.

 

Esta unidad narra el momento en que Dios se revela por primera vez ante Moisés y se inicia una relación que lo acompañará toda la vida. Dios lo llama a una misión y Moisés interpone cinco objeciones, las cuales son contrarrestadas por otras tantas respuestas de Dios. Al comienzo Moisés no entiende por qué lo ha elegido a él (“¿Quién soy yo...?”, v. 11), pero luego busca excusas dentro de un estilo que evoca los relatos de vocación de los profetas. En ellos se produce un diálogo entre Dios, que propone una misión, y el profeta, que busca excusas para rechazarla. Finalmente, el profeta acepta la misión y se dedica a ella. En el caso de Moisés este modelo ha sido expandido hasta incluir cinco objeciones, lo que constituye una extensión única en el AT y ha llevado a pensar que su figura estaría vinculada a otro oficio de la antigüedad, que podríamos denominar el “proclamador de la ley” o el “mediador de la alianza”. Así se legitimaría la función de Moisés tanto de profeta como de dador de la ley.[2]

 

“He visto la aflicción de mi pueblo” (vv. 1-10)

De noble fugitivo, Moisés pasa, en el relato del cap. 3, a ser un pastor de ganado haciendo su trabajo que no es necesariamente para beneficio propio (v. 1), con lo que pudo entender mejor las condiciones del pueblo hebrero. Lo que está en el horizonte del relato es su primer encuentro con el Dios de ese pueblo, para lo cual debería ser más sensible al dolor experimentado por éste. Poco a poco podría comprender por qué estaba ahí y cuál sería el plan divino concreto, pues hasta ese momento la voz de Dios no había sido tan clara para él. A partir de esta escena, Dios toma el control de lo sucedido y va a dar instrucciones y a ordenar lo que debería hacerse para sacar de la esclavitud a los israelitas. El Señor se hizo presente en el monte Horeb (“monte de Dios”), en la figura del Ángel de Jehová (v. 2), en un arbusto que se quemaba, pero no se consumía, con lo que la manifestación divina se asoció al fuego, por causa de la extrañeza que ocasionaba. El encuentro con lo sagrado tiene todo el contexto de separación entre éste y lo profano, al momento de que Moisés recibe la orden de quitarse las sandalias luego de escuchar la voz que lo llamó por su nombre (vv. 4-5). Inmediatamente Dios se presenta como la divinidad relacionada con los patriarcas antiguos (6), ante lo cual Moisés cubre su rostro “porque tuvo miedo de mirar a Dios” (6b).

En los vv. 7-10 se expone el plan divino a partir de los antecedentes anunciados al final del capítulo anterior: a) habiendo visto la aflicción del pueblo y b) oído su clamor, el Señor c) ha conocido sus angustias y d) ha descendido para librarlos de los egipcios. “Este ‘clamor’ es la palabra del oprimido que brota de su situación y no debe entenderse como un mero canto triste y pasivo, sino como una palabra activa que al expresarse manifiesta que está en busca de un camino de liberación”.[3] Lo que sigue es: e) sacarlos y llevarlos a una tierra buena y ancha, ya ocupada, aunque aún sin la idea de una conquista territorial. El v. 9 recapitula la respuesta divina ante la situación, y en el 10 se hace explícita la orden para ir ante el faraón y sacar al pueblo de Egipto. Esta sección conecta con lo narrado anteriormente y anuncia los pasos a seguir para alcanzar la libertad del pueblo.

 

“Ve, pues yo estaré contigo” (vv. 11-14)

El problema apareció cuando Moisés le planteó a Dios la duda acerca de su futuro papel como dirigente del proceso de liberación: “¿Quién soy yo para hacer todo eso?” (11). La construcción de un liderazgo de esas dimensiones debía ser parte de un plan mucho más amplio, lleno de estrategias para realizarlo y él no se veía al frente del mismo. El otro aspecto del problema era la identidad del Dios que llamaba a encabezar el movimiento (13b). “Para Moisés debe ser todo muy extraño: un Dios que él apenas conoce, que hasta ese momento no ha sido significativo en su vida y hasta se podría decir bastante ausente, de repente lo llama y le pide que vuelva a la tierra de donde había salido como fugitivo. Su pregunta es normal y sincera (‘¿Quién soy yo...?’), que debe entenderse como: ‘¿Con qué autoridad iré al faraón...?’. La respuesta consiste en dos partes: una afirmación y un signo. La afirmación es que la autoridad le vendrá de la compañía de Dios en todo momento. El signo apunta a las consecuencias de la aceptación de la misión a la que lo llama”.[4] Después de todo, según el hilo de la historia, Moisés había sido apartado desde su nacimiento.

Lo más profundo del relato es la pregunta sobre la naturaleza del Dios que llama a este hombre para dirigir el movimiento de salida: Moisés quiere conocerlo para hacerlo palpable y creíble ante el pueblo que preguntará por él. La pregunta es directa sobre su nombre y la clásica traducción de la respuesta (“Yo soy el que soy”) plantea otras posibilidades que van más allá de ella: “Seré el que seré” o “Soy el que seré” como revelación dinámica y activa en todos los sucesos que estaban por venir, sin descartar que se trata de una forma de eludir la respuesta a la pregunta. Una lectura “militante” debe asumir el carácter dinámico del nombre del Dios libertador como consigna para los hechos que estaban por acontecer: “Yo soy el que estoy...” (“el que acompaña, el que no te abandona”) y “el que está me envió a vosotros”, tal como propone Pablo Andiñach.[5] El v. 15 lo clarifica suficientemente: “Así dirás a los hijos de Israel: Yahvé, el Dios de vuestros padres…”. El nombre mismo de Dios es una afirmación del compromiso de Dios de estar con el pueblo en todo momento.

 

Conclusión

Con el llamado y el encargo de Moisés, el proyecto divino de liberación estaba en marcha y él debía seguir al pie de la letra las instrucciones recibidas (3.15-4.17) con las señales que estarían de por medio. El envío del dirigente humano fue una decisión fundamental para echar a andar un proceso que abarcaría todas las áreas de la libertad, como lo diríamos hoy: libertad espiritual, moral, psicológica y cultural, desde lo individual hasta abarcar todos los aspectos colectivos. En nuestro caso, debemos explorar todas ellas para advertir sus alcances, limitaciones y posibilidades.



[1] P.R. Andiñach, El libro del Éxodo. Salamanca, Ediciones Sígueme, 2006 (Biblioteca de estudios bíblicos, 119), p. 64.

[2] Ibid., pp. 123-124.

[3] Ibid., p. 72.

[4] Ibid., pp. 76-77.

[5] Ibid., p. 84.


sábado, 2 de septiembre de 2023

El clamor del pueblo llega ante Dios (Éxodo 2.11-25), Pbro. L. Cervantes-Ortiz

3 de septiembre, 2023

Muchos años después murió el rey de Egipto. Sin embargo, los israelitas seguían quejándose, pues sufrían mucho como esclavos. Pero Dios vio sus sufrimientos y escuchó sus gritos de dolor, y se acordó del pacto que había hecho con los antepasados de los israelitas, es decir, con Abraham, Isaac y Jacob.

Éxodo 2.23-25, Reina-Valera Contemporánea


En los sucesos del Éxodo el nombre de Dios está indisolublemente unido con la libertad real, histórica y política de su pueblo. El Dios que “ha sacado a su pueblo de la esclavitud de Egipto” es el Dios de la libertad. “Libertad” significa aquí un tomar la delantera en la marcha que conduce al futuro histórico del pueblo libre, del país libre, del mundo libre: y un penetrar ya en este futuro.[1]   

Jürgen Moltmann

 

Trasfondo

Una gran pregunta que debemos hacer al enfrentar este tema tan relevante, “Celebrar la libertad que viene de Dios: una relectura del Éxodo”, es el interés y la participación que ha tenido el Dios que se ha revelado en la Biblia en la libertad de los grupos humanos que se identifican a sí mismos como naciones o países reconocibles en la historia. Y no cabe duda de que el Antiguo Testamento es prolífico al respecto, especialmente al narrar la historia de la liberación de los hebreos del yugo de Egipto, gesta que constituyó y constituye todavía el núcleo más duro de la fe en Yahvé. A medida que se vuelve uno a acercar a esa historia y asocia sus detalles puede ir comprendiendo la gran preocupación del Señor Dios por responder a la realidad de esclavitud que se vivió allí. De tal manera que es posible entender cómo, al llegar al siglo VIII a.C., profetas como Amós y el Tercer Isaías pudieron decir estas palabras en nombre de Dios: “¿Acaso ustedes, israelitas, son ante mí diferentes a los etíopes? ¿No fui yo quien sacó de Egipto a Israel? ¿Y quién trajo de Caftor a los filisteos, y de Quir a los arameos?” (9.7). “El ayuno que he escogido, ¿no es más bien romper las cadenas de injusticia y desatar las correas del yugo, poner en libertad a los oprimidos y romper toda atadura?” (58.6 NVI). Es decir, que todos esos procesos y búsquedas de liberación fueron conducidos por el mismo Dios mediante una visión amplia de su universalidad para responder a las exigencias de libertad de conglomerados humanos enteros sometidos a las hegemonías de otros pueblos. En otras palabras, el compromiso de Dios con la libertad humana es irrestricto, constante e incondicional.

 

De opresor a oprimido: un Moisés transformado: (vv. 11-22)

El camino de Moisés para convertirse en libertador en nombre de Dios es interpretado teológicamente por la carta a los Hebreos: “Por la fe, cuando Moisés ya era adulto, rehusó llamarse hijo de la hija del faraón, y prefirió ser maltratado junto con el pueblo de Dios, antes que gozar de los deleites temporales del pecado, pues consideró que sufrir el oprobio de Cristo era una riqueza mayor que los tesoros de los egipcios. Y es que su mirada estaba fija en la recompensa” (11.24-26, énfasis agregado). El relato se detiene en las circunstancias que contribuyeron a transformarlo a partir de la decisión de compartir el destino de su verdadero pueblo:

 

Es notable como la secuencia revela que la visión que al comienzo tiene Moisés de la opresión de su pueblo se corrobora a continuación con casos particulares de violencia personal. Moisés sale hacia la realidad para darse cuenta de que la paz del palacio donde se ha criado no es la realidad de la vida cotidiana de los israelitas. En esta, la muerte y la agresión están a la orden del día, incluso entre ellos mismos, circunstancia que parece sorprender a Moisés. En pocas líneas Moisés pasa de ser un hijo dilecto de la corona egipcia a un fugitivo amenazado de muerte que debe huir para resguardar su vida.[2]

 

Moisés comprobó la crueldad del régimen egipcio contra los hebreos (v. 11a) y decidió reaccionar contra la agresión en contra de uno de ellos matando al culpable (11b-12). El único testigo fue el agredido, quien después lo señalará como asesino (13-14): “La ironía es que quien fue rescatado de la muerte pone ahora a su salvador al borde de ella. Las palabras del hebreo son muy duras al acusar a Moisés de querer matarlo también a él […]. Desde el punto de vista teológico lo que está sucediendo es que el hebreo no ha sabido entender la acción de Moisés y no ha descubierto la acción de Dios detrás de sus actos. Lo ve como si fuera un simple asesino. Si mató a un egipcio, puede también matarlo a él”.[3] Después de que el faraón lo buscó para matarlo el texto informa que Moisés huyó a Madián (15). Allí se casaría y tendría a su primer hijo (21-22), con un nombre significativo: “Forastero soy en tierra ajena”. Con ello se completa la idea de 2.11 (Moisés, ya crecido), pues crecer, para él, significó “tomar conciencia de la realidad y vivir en carne propia las consecuencias de esa realidad. Esto lo prepara para el papel que desempeñará en el resto de la historia. […] Por más que ha encontrado la paz que buscaba al huir de la violencia en Egipto, Moisés entiende que su permanencia en ese lugar es provisoria. La memoria de lo que está sucediendo con su pueblo no le permite afincarse”.[4]

 

Dios escucha el clamor de su pueblo (vv. 23-25)

El relato cambia de giro y reorienta la atención hacia la situación sociopolítica del momento: el faraón anónimo ha muerto (23a), lo que podría representar un cambio positivo, pero no fue así, pues las cosas seguirían igual, y los hebreos gimen “a causa de la servidumbre” (el trabajo, 23b): “…allí se suceden tres verbos que expresan lo angustiante de la situación que atraviesan. Gimen, claman, lloran por la esclavitud a que están sometidos. Que se repita [la frase] ‘por el trabajo’ indica que el motivo de la tragedia es claro y no hay discusión. El referente del clamor es Dios, que hasta el momento no había aparecido en la narración y parecía no oír lo que le pasaba a su gente”.[5] “Con este breve párrafo se introduce un cambio en la dirección del relato. Hasta aquí la opresión ha dominado el relato y la lucha por sobrevivir ha sido una lucha defensiva con pocas posibilidades de éxito. Con este párrafo se introduce un nuevo personaje que será decisivo para cambiar la historia de la lucha: el Dios que oye el clamor de los israelitas y toma conciencia de su opresión”.[6]

“Por causa de su esclavitud, su clamor llegó [subió] hasta Dios…” (24b) pues tal como reflexionaron Esther y Mortimer Arias: “La primera y decisiva revelación de Dios en la Biblia es que Dios se preocupa por la gente que sufre, por la gente insignificante, por los esclavos, por los pobres y oprimidos. Este Dios no está allá arriba en el Monte Olimpo como los dioses griegos. Desciende a las profundidades de nuestra condición y de nuestro sufrimiento. No es un Dios sordo, o ciego o indiferente”.[7] Así lo reiteraría más adelante al enviar a Moisés para encabezar el movimiento de salida de Egipto (3.7-10; 6.5-8). La alusión al pacto (24b), al que Dios es profundamente fiel, es fundamental pues remite a las narraciones del Génesis. “Los verbos tienen por sujeto a Dios y van acompañados de la frase que clarifica a qué se refieren: oyó el lamento; se acordó del pacto; vio a los hijos de Israel·, supo de ellos. Nada hay aquí que quede fuera de la percepción que Dios tiene de la situación de su pueblo. El énfasis está puesto en que Dios se entera de lo que les pasa a los israelitas”.[8]

 

Conclusión

Con esta narración llena de detalles y observaciones, el libro del Éxodo introduce a la gesta divina de liberación que obtendría la libertad del pueblo para adorar a Dios en el desierto. Dios “tomó conciencia” de lo que estaba sucediendo (25) y reconoció a su pueblo. Así se fue construyendo la nueva situación que reorientaría la situación intolerable de los esclavos. Progresivamente, ellos y ellas harían consciencia también de la necesidad de la libertad para su vida. Ésa es la gran lección de esta historia de fe y esperanza.



[1] J. Moltmann, “El cristianismo como religión de libertad”, en Convivium. Revista de Filosofía, núm. 26, 1968, p. 43.

[2] Pablo Andiñach, El libro del Éxodo. Salamanca, Ediciones Sígueme, 2006 (Biblioteca de estudios bíblicos, 119), p. 60.

[3] Ibid., p. 55.

[4] Ibid., pp. 61, 62.

[5] Ibid., p. 63.

[6] Jorge Pixley, Éxodo. Una lectura evangélica y popular. México, Casa Unida de Publicaciones, 1983, p. 39. Énfasis agregado.

[7] E. y M. Arias, El clamor de mi pueblo. Desde el cautiverio en América Latina. México-Nueva York, Casa Unida de Publicaciones-Friendship Press, 1981, p. ix.

[8] J. Pixley, op. cit.

La paz, el amor y la fe en Dios (Efesios 6.21-24), Pbro. Dr. Mariano Ávila Arteaga

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